Franco quiso pasar a la posteridad. Para ello moldeó una sociedad lo largo de cuatro décadas. Primero, durante la guerra y la postguerra, a sangre y fuego. Sin piedad, costase lo que costase. Mientras tanto, la vieja oligarquía, recobrando el poder social y económico puesto en entredicho en los años 30. Los diferentes grupos de pequeña propiedad y clases medias, aportando número a sus apoyos. Y la Iglesia y su religión, como argamasa. Luego, atenuada la represión, pero bajo la amenaza permanente de la tortura, la cárcel o el paredón, fue añadiendo a sus bases sociales originales, a modo de capas, nuevos elementos. Los años 60 ensancharon la sociedad, desplazaron el centro de gravedad del campo a las ciudades, aumentaron en número a los sectores sociales intermedios, propiciaron un mayor nivel de consumo, abrieron las fronteras a huéspedes que hacían saltar las costuras de lo rancio...
El progresivo envejecimiento de los hombres del régimen obligó a buscar fórmulas para mantener en lo fundamental los pilares del régimen. Cortado el primer intento a través de Carrero Blanco y el príncipe heredero, las cosas se fueron precipitando. El protagonismo creciente de la gente, deseosa de mejorar las condiciones de vida y conquistar derechos perdidos, y de los grupos oposición, que querían acabar con la dictadura, supuso un reto al régimen que le llevó, por un lado, a recuperar parte de su fervor represivo y, por otro, a tener que buscar nuevas soluciones.
Lo que vino después, derrotado el inmovilismo franquista y neutralizada la opción rupturista de la oposición, fue un acuerdo entre las élites políticas, con la conformidad de las económicas, para construir un nuevo edificio político. En él acabaron amoldándose los sectores provenientes del franquismo sociológico, y buena parte los que se habían resistido a la dictadura o había ido pasando a la oposición en los últimos momentos. Eso fue, en realidad, lo que se denominó como Transición, sacralizada hasta la extenuación y limpiada de cualquier atisbo que permitiera entrever que la rebeldía fue lo que aceleró el derrumbe de la dictadura.
Pero Franco tenía preparado desde hacía tiempo otra sorpresa. Por eso sigue enterrado en el valle de Cuelgamuros. ¡Qué cruz y qué losa más pesada, ay!