Pues sepa Vuestra Merced, ante todas cosas, que a mí me llaman Lázaro de Tormes, hijo de Tomé González y de Antona Pérez, naturales de Tejares, aldea de Salamanca. Mi nacimiento fue dentro del río Tormes, por la cual causa tomé el sobrenombre, y fue desta manera. Mi padre, que Dios perdone, tenía cargo de proveer una molienda de una aceña que está ribera de aquel río, en la cual fue molinero más de quince años. Y estando mi madre una noche en la aceña, preñada de mí, tomóle el parto y parióme allí. De manera que con verdad me puedo decir nacido en el río.
(...)
Salimos de Salamanca, y llegando a la puente, está a la entrada de ella un animal de piedra, que casi tiene forma de toro. El ciego me mandó que llegase cerca del animal, y allí puesto, me dijo:
–Lázaro, llega el oído a este toro y oirás gran ruido dentro dél.
-Yo simplemente llegué, creyendo que era así. Y como sintió que tenia la cabeza par de la piedra, afirmó recio la mano y diome una gran calabaza en el diablo del toro, que más de tres días duró el dolor de la cornada, y díjome:
-Necio, aprende que el mozo de ciego un punto ha de saber más que el diablo.
Y rio mucho la burla.
(Anónimo)
Oda a la vera del Tormes
¿Qué refleja el río Tormes?
La solemne Catedral de Salamanca.
¿Qué más espejea el Tormes?, insistes.
Nidos de cigüeñas, la Casa Lis y su Art Deco;
Filología, el Museo Unamuno, la estatua
que dignifica a Fray Luis de León –un furtivo
Beso de unos enamorados de ayer, de hoy–
que nos recuerda de su verso ‘del monte a la ladera’
y su vida a la vera del rio Tormes, que calma dio
a su alma, cuando después de años, fue un hombre libre…
(José Ben-Kotel Paredes)
A un río helado
Salid, ¡oh Clori divina!
al Tormes, que ofrece hoy
fija puente a vuestra planta
su inquieto cristal veloz.
Esta vez pudo el diciembre
lo que mil pudisteis vos,
que tienen fuerza de escarcha
poderes de admiración.
No su nieve a vuestra vista
quieto el cristal se paró,
que si aquí suspende el hielo,
hiela aquí la suspensión.
Salid, que el río os espera,
que juzga discreto hoy
la suela del chapín vuestro
corona ya de favor.
Y pues su honor os aclama,
restituireisle su honor,
si cuando le huellan tantos
vos corona suya sois.
Sobre la cama de campo
solícito el aquilón
tiende sábanas de nieve,
do se acuesta enfermo el sol.
Desmayos pues de sus luces
mejóranse en vuestras dos,
que mayores rayos visten
en eclíptica menor.
Bien que en tantos cielos puestos
como deidad superior,
los que son rayos de luz,
de fuego fulmináis vos.
Si el mundo ardiendo callara,
diré, pues ardiendo estoy,
que son incendios sus luces
y que es fuego su esplendor.
Que le holléis el campo aguarda,
porque vuestras huellas son
las que previenen abriles,
las que producen verdor.
Y en Pascua de Nacimiento,
cuando en la muerte se vio,
tendrá en vuestro pie florido
Pascuas de Resurrección.
Yo mis glorias solicito,
pues a quien ha dado soy
a vos vista las libranzas
de sus glorias el amor.
Salid, pues, ¡oh Clori bella!
no os neguéis, ingrata, no
a las voces de los ojos,
al llanto del corazón.
Y tendremos esta vez,
si lo merece esta voz,
honor Tormes, luz el día,
vida el campo, gloria yo.
(Pedro Calderón de la Barca)
Salid, ¡oh Clori divina!
al Tormes, que ofrece hoy
fija puente a vuestra planta
su inquieto cristal veloz.
Esta vez pudo el diciembre
lo que mil pudisteis vos,
que tienen fuerza de escarcha
poderes de admiración.
No su nieve a vuestra vista
quieto el cristal se paró,
que si aquí suspende el hielo,
hiela aquí la suspensión.
Salid, que el río os espera,
que juzga discreto hoy
la suela del chapín vuestro
corona ya de favor.
Y pues su honor os aclama,
restituireisle su honor,
si cuando le huellan tantos
vos corona suya sois.
Sobre la cama de campo
solícito el aquilón
tiende sábanas de nieve,
do se acuesta enfermo el sol.
Desmayos pues de sus luces
mejóranse en vuestras dos,
que mayores rayos visten
en eclíptica menor.
Bien que en tantos cielos puestos
como deidad superior,
los que son rayos de luz,
de fuego fulmináis vos.
Si el mundo ardiendo callara,
diré, pues ardiendo estoy,
que son incendios sus luces
y que es fuego su esplendor.
Que le holléis el campo aguarda,
porque vuestras huellas son
las que previenen abriles,
las que producen verdor.
Y en Pascua de Nacimiento,
cuando en la muerte se vio,
tendrá en vuestro pie florido
Pascuas de Resurrección.
Yo mis glorias solicito,
pues a quien ha dado soy
a vos vista las libranzas
de sus glorias el amor.
Salid, pues, ¡oh Clori bella!
no os neguéis, ingrata, no
a las voces de los ojos,
al llanto del corazón.
Y tendremos esta vez,
si lo merece esta voz,
honor Tormes, luz el día,
vida el campo, gloria yo.
(Pedro Calderón de la Barca)
El licenciado Vidriera
(fragmento)
Paseándose dos caballeros estudiantes por las riberas de Tormes, hallaron en ellas, debajo de un árbol durmiendo, a un muchacho de hasta edad de once años, vestido como labrador. Mandaron a un criado que le despertase; despertó y preguntáronle de adónde era y qué hacía durmiendo en aquella soledad. A lo cual el muchacho respondió que el nombre de su tierra se le había olvidado, y que iba a la ciudad de Salamanca a buscar un amo a quien servir, por sólo que le diese estudio. Preguntáronle si sabía leer; respondió que sí, y escribir también.
-Desa manera -dijo uno de los caballeros-, no es por falta de memoria habérsete olvidado el nombre de tu patria.
-Sea por lo que fuere -respondió el muchacho-; que ni el della ni del de mis padres sabrá ninguno hasta que yo pueda honrarlos a ellos y a ella.
-Pues, ¿de qué suerte los piensas honrar? -preguntó el otro caballero.
-Con mis estudios -respondió el muchacho-, siendo famoso por ellos; porque yo he oído decir que de los hombres se hacen los obispos.
Esta respuesta movió a los dos caballeros a que le recibiesen y llevasen consigo, como lo hicieron, dándole estudio de la manera que se usa dar en aquella universidad a los criados que sirven. Dijo el muchacho que se llamaba Tomás Rodaja, de donde infirieron sus amos, por el nombre y por el vestido, que debía de ser hijo de algún labrador pobre. A pocos días le vistieron de negro, y a pocas semanas dio Tomás muestras de tener raro ingenio, sirviendo a sus amos con tanta fidelidad, puntualidad y diligencia que, con no faltar un punto a sus estudios, parecía que sólo se ocupaba en servirlos. Y, como el buen servir del siervo mueve la voluntad del señor a tratarle bien, ya Tomás Rodaja no era criado de sus amos, sino su compañero.
Finalmente, en ocho años que estuvo con ellos, se hizo tan famoso en la universidad, por su buen ingenio y notable habilidad, que de todo género de gentes era estimado y querido. Su principal estudio fue de leyes; pero en lo que más se mostraba era en letras humanas; y tenía tan felice memoria que era cosa de espanto, e ilustrábala tanto con su buen entendimiento, que no era menos famoso por él que por ella.
(Miguel de Cervantes Saavedra)
Al río Tormes
La Facultad tenía en su puerta un obituario,
derrotados/especulamos
¿habrá sido un poeta niño o un niño poeta?
no extraña [a la gente de Anaya] la desaparición de los hombres y mujeres que visitan
aquellas páginas de ruido y furia.
Coinciden todas nuestras muertes y pronto desaparecerás, río viejo,
abrazado a tus profesores suicidas/
dicen que encontraron sus zapatos tiritando de frío
por tu ribera
dos veces rota la flor del agua &&&&&&&& *
ese día (o noche)
aprendí de memoria tu sentencia:
vivimos &&&&& morimos
&&&&&&& los pasos lejos del cuerpo.
* Ejercicio de memoria en homenaje a Aníbal Núñez, poeta salmantino.
(Sofía Crespo Madrid)
El estudiante de Salamanca
(fragmento)
Era más de media noche,
antiguas historias cuentan,
cuando en sueño y en silencio
lóbrego envuelta la tierra,
los vivos muertos parecen,
los muertos la tumba dejan.
Era la hora en que acaso
temerosas voces suenan
informes, en que se escuchan
tácitas pisadas huecas,
y pavorosas fantasmas
entre las densas tinieblas
vagan, y aúllan los perros
amedrentados al verlas:
En que tal vez la campana
de alguna arruinada iglesia
da misteriosos sonidos
de maldición y anatema,
que los sábados convoca
a las brujas a su fiesta.
El cielo estaba sombrío,
no vislumbraba una estrella,
silbaba lúgubre el viento,
y allá en el aire, cual negras
fantasmas, se dibujaban
las torres de las iglesias,
y del gótico castillo
las altísimas almenas,
donde canta o reza acaso
temeroso el centinela.
Todo en fin a media noche
reposaba, y tumba era
de sus dormidos vivientes
la antigua ciudad que riega
el Tormes, fecundo río,
nombrado de los poetas,
la famosa Salamanca,
insigne en armas y letras,
patria de ilustres varones,
noble archivo de las ciencias.
Súbito rumor de espadas
cruje y un ¡ay! se escuchó;
un ay moribundo, un ay
que penetra el corazón,
que hasta los tuétanos hiela
y da al que lo oyó temblor.
Un ¡ay! de alguno que al mundo
pronuncia el último adiós.
(José de Espronceda)
Romance del río Tormes
¡Qué despacio cruza el Tormes
al llegar a Salamanca!
la catedral se estremece
en el espejo del agua.
¡Qué solemne baja el río!
¡qué hermoso en la madrugada!
es, como un grandioso espejo
todo cubierto de plata.
De noche, cuando las sombras
resurgen como fantasmas
y las estrellas del cielo
tiemblan de frío y de escarcha,
se escucha un rumor de viento
al sonido de campanas,
que hasta los olmos suspiran,
y hasta las alondras cantan.
Luego, llega un gran silencio,
y murmurando en voz baja,
solloza, porque se aleja
de su amada Salamanca.
¡Qué tranquilo se ve el río
antes de romper el alba!
en su espejo cristalino,
en la noche perfumada,
se observa casi dormida
la ciudad iluminada.
Se oye croar en los juncos
un sonsonete de ranas,
que en los remansos perdidos
se ocultan bajo las charcas.
Pero no cantan al río,
tampoco a la luna clara,
ni siquiera a los luceros,
ni aquella estrella lejana,
cantan, la inmensa belleza
de una ciudad coronada,
que resplandece en la orilla
de belleza y de elegancia.
¡Qué despacio fluye el Tormes
al llegar a Salamanca!
despertando el nuevo día,
la claridad lo acompaña,
y allí, sobre la corriente,
la luna llena se apaga,
ocultándose en el cielo
con las estrellas cansadas.
¡Qué despacio cruza el Tormes
al llegar a Salamanca!
la catedral se estremece
al reflejo de sus aguas.
¡Qué solemne baja el río!
¡qué hermoso en la madrugada!
es, como un grandioso espejo
todo cubierto de plata.
(Juan A Galisteo Luque)
* Ejercicio de memoria en homenaje a Aníbal Núñez, poeta salmantino.
(Sofía Crespo Madrid)
El estudiante de Salamanca
(fragmento)
Era más de media noche,
antiguas historias cuentan,
cuando en sueño y en silencio
lóbrego envuelta la tierra,
los vivos muertos parecen,
los muertos la tumba dejan.
Era la hora en que acaso
temerosas voces suenan
informes, en que se escuchan
tácitas pisadas huecas,
y pavorosas fantasmas
entre las densas tinieblas
vagan, y aúllan los perros
amedrentados al verlas:
En que tal vez la campana
de alguna arruinada iglesia
da misteriosos sonidos
de maldición y anatema,
que los sábados convoca
a las brujas a su fiesta.
El cielo estaba sombrío,
no vislumbraba una estrella,
silbaba lúgubre el viento,
y allá en el aire, cual negras
fantasmas, se dibujaban
las torres de las iglesias,
y del gótico castillo
las altísimas almenas,
donde canta o reza acaso
temeroso el centinela.
Todo en fin a media noche
reposaba, y tumba era
de sus dormidos vivientes
la antigua ciudad que riega
el Tormes, fecundo río,
nombrado de los poetas,
la famosa Salamanca,
insigne en armas y letras,
patria de ilustres varones,
noble archivo de las ciencias.
Súbito rumor de espadas
cruje y un ¡ay! se escuchó;
un ay moribundo, un ay
que penetra el corazón,
que hasta los tuétanos hiela
y da al que lo oyó temblor.
Un ¡ay! de alguno que al mundo
pronuncia el último adiós.
(José de Espronceda)
¡Qué despacio cruza el Tormes
al llegar a Salamanca!
la catedral se estremece
en el espejo del agua.
¡Qué solemne baja el río!
¡qué hermoso en la madrugada!
es, como un grandioso espejo
todo cubierto de plata.
De noche, cuando las sombras
resurgen como fantasmas
y las estrellas del cielo
tiemblan de frío y de escarcha,
se escucha un rumor de viento
al sonido de campanas,
que hasta los olmos suspiran,
y hasta las alondras cantan.
Luego, llega un gran silencio,
y murmurando en voz baja,
solloza, porque se aleja
de su amada Salamanca.
¡Qué tranquilo se ve el río
antes de romper el alba!
en su espejo cristalino,
en la noche perfumada,
se observa casi dormida
la ciudad iluminada.
Se oye croar en los juncos
un sonsonete de ranas,
que en los remansos perdidos
se ocultan bajo las charcas.
Pero no cantan al río,
tampoco a la luna clara,
ni siquiera a los luceros,
ni aquella estrella lejana,
cantan, la inmensa belleza
de una ciudad coronada,
que resplandece en la orilla
de belleza y de elegancia.
¡Qué despacio fluye el Tormes
al llegar a Salamanca!
despertando el nuevo día,
la claridad lo acompaña,
y allí, sobre la corriente,
la luna llena se apaga,
ocultándose en el cielo
con las estrellas cansadas.
¡Qué despacio cruza el Tormes
al llegar a Salamanca!
la catedral se estremece
al reflejo de sus aguas.
¡Qué solemne baja el río!
¡qué hermoso en la madrugada!
es, como un grandioso espejo
todo cubierto de plata.
(Juan A Galisteo Luque)
El manuscrito de nieve
(fragmento)
Al día siguiente, fue Fernando de Rojas a visitar a su amada Sabela, que seguía ejerciendo en la Casa de la Mancebía. Por lo general, se veían tres o cuatro veces a la semana durante unas horas, siempre a eso del mediodía. Dado que, por el momento, él no tenía ningún medio de subsistencia fuera del Colegio Mayor de San Bartolomé, ella se negaba a abandonar el prostíbulo. Según decía, prefería trabajar de meretriz a servir en una casa de la ciudad o a vivir de tapadillo. Ese día, después de holgar, se fueron a comer a unan taberna que había junto al río, cerca del puente, abastecida de toda clase de peces recién pescados en las aguas del Tormes, entre los que no faltaban las truchas, los barbos, las rubias y las anguilas.
-Te noto preocupado -comenzó a decir Sabela, mientras esperaban la comida- , y un poco ausente.
-Debo confesarte -admitió Rojas- que ando metido en otro asunto.
-¿Qué quieres decir? -preguntó ella con cierta inquietud.
-Veras, antes de anoche... encontraron el cadáver de un estudiante de la Universidad y el maestrescuela me ha pedido que lo ayude a descubrir al que lo mató.
-¿Y tú has aceptado? -preguntó Sabela.
-No me ha quedado más remedio, créeme, aunque sólo sea por lealtad al Estudio.
-Entonces, ¿no escarmentaste con lo de la otra vez?
-Gracias a ello nos conocimos ¿o es que no te acuerdas? -intentó justificarse Rojas.
(Luis García Jambrina)

Atardece sobre el río Tormes en Salamanca
(para el óleo de Jerónimo Calvo)
Una ciudad y su río,
entrañable convivencia
que a lo largo de los siglos
forma parte de su esencia.
Algunas veces ha sido
por circunstancias adversas,
cuando su cauce crecido
inundaba las riberas;
pero también es festivo
espacio tras la Cuaresma,
del Lunes de Aguas testigo
en las tardes de merienda.
¡Cuántas veces se ha sentido
protagonista en la escena,
como paisaje elegido
por cámara o por paleta!
¡Y cuántos versos vertidos
desde el alma de poetas
y cuántos relatos vivos
entre cuentos y novelas!
Jerónimo se ha subido
al puente de Enrique Estevan
para plasmarlo en un hito
en óleo en vez de acuarela.
(José García Velázquez)
Muerto me lloró el Tormes en su orilla…
Muerto me lloró el Tormes en su orilla,
en un parasismal sueño profundo,
en cuanto don Apolo el rubicundo
tres veces sus caballos desensilla.
Fue mi resurrección la maravilla
que de Lázaro fue la vuelta al mundo,
de suerte que ya soy otro segundo
Lazarillo de Tormes en Castilla.
Entré a servir a un ciego, que me envía,
sin alma vivo, y en un dulce fuego,
que ceniza hará la vida mía.
¡Oh qué dichoso que sería yo luego,
si a Lazarillo le imitase un día
en la venganza que tomó del ciego!
(Luis de Góngora)
Laurel de Apolo
Silva III
(fragmento)
Tormes de blancos álamos ceñido,
que le sirven de sombra, y él a ellos
de espejo claro y puro
sobre pizarras frágiles tendido
corriéndole cristales los cabellos,
con que de Salamanca ilustra el muro
cuyas Islas de arena
canté llorando mi amorosa pena,
que tanto me costó buscar su olvido,
estudiante dé amor en sus riberas,
mas que de sus escuelas celebradas,
flores del tiempo en nieve transformadas,
hibierno ya de verdes primaveras;
pues del tiempo perdido
solo queda quedar arrepentido.
Tormes en fin a Cespedes propone,
cuyos cespedes eran fundamento,
que a propagar dispone
el fértil elemento
para el Laurel tan digno de su frente.
(Félix Lope de Vega y Carpio)
(fragmento)
al llegar al octavo día
tras el Domingo de Pascua,
contínuase celebrando
tradición tan ilustrada
y en las riberas del Tormes,
en las dehesas y campas,
en los bosques y praderas
de toda la tierra charra,
allí júntanse las gentes
a festejar la jornada
y sigue siendo el hornazo
el rey de toda quedada.
contínuase celebrando
tradición tan ilustrada
y en las riberas del Tormes,
en las dehesas y campas,
en los bosques y praderas
de toda la tierra charra,
allí júntanse las gentes
a festejar la jornada
y sigue siendo el hornazo
el rey de toda quedada.
(Armando Manrique Cerrato)
A orillas del Tormes duermen las ánimas,
en los chopos teje el viento
sonetos y redondillas.
Salamanca está viva:
borda sueños oscuros, siglos de piedra,
guarda lágrimas
y cristales transparentes,
calles a las que nadie ha dedicado una palabra;
el aire trae recuerdos
de pasados amores,
arranca lágrimas la pasión de otros tiempos,
conmueve el eco de las campanas
del convento de las Úrsulas.
Es tarde para soñar de nuevo,
las cosas mueren, la gente olvida.
(José Manuel Pérez)
Iba Gerardo Diego presuroso, cercano,
por las limpias orillas del Tormes en una madrugada.
Era septiembre entonces, mil novecientos setenta y cinco,
año de desconsuelo y nubes, año de nubes y esperanza.
Había una ciudad intensa con su invierno habitable.
Poetas y silencios caminaban pacíficos, apresando
inconscientes y alegres el vuelo palomas, vencejos.
Las poderosas aves, los reducidos pájaros, acudían
ansiosos al caudaloso río, llegaban a sentirse mecidos
por las tranquilas aguas. Los paseantes líricos
escuchaban atentos a quien andando habla, responde.
Gerardo Diego recordaba otro río gigante,
al maestro Machado y las nubes de Soria…
(“Río Duero, río Duero/nadie a acompañarte baja, /
nadie se detiene a oír / tu eterna estrofa de agua”).
(Manuel Quiroga Clérigo)
Anochecer junto al Tormes
Con su concierto de flautas
por la orilla del río,
vagan, sombres legendarias,
Vidrieras y Lazarillos.
En el espejo de miran
entre embrujos y delirios
de luminarias barrocas, l
las dos catedrales, cirios
de dorada cera gótica
a romanceados frisos.
Entre visillos
(fragmentos)
Una tarde, poco antes de empezar el curso, hizo un sol hermoso y me fui de paseo al río. Había comido dos bocadillos en una taberna del arrabal y bebido casi un litro de un vino buenísimo. Estaba alegre sin saber el motivo. Veía los colores de todas las cosas con un brillo tan intenso que me daba pena pensar que se apagaría. La ciudad me parecía muy hermosa y excitante en su paz, hecha de trozos de todas las ciudades hermosas que había conocido. Me apoyé un rato bastante largo en la barandilla de piedra del Puente y me estuve allí, con los ojos medio cerrados, el sol en la nuca, oyendo los gritos de unos niños que se bañaban en la aceña. Luego me entró sueño y quise ir a tumbarme un rato en la orilla de allá del río, donde estaban paradas las barcas cuadradas que sacaban arena.
Desde el pretil de la carretera, antes de saltarlo para bajar a la orilla, vi una chica tumbada entre sol y sombra y cuando ya bajaba la cuestecilla hacia el lugar donde ella estaba, se incorporó al ruido de mis pasos, y vi que era Elvira. No me extrañó ni me produjo timidez, como me hubiera ocurrido en otro momento. Estaba un poquito borracho y todo lo reconocía y me lo apropiaba apenas mirado, todo eran acontecimientos necesarios e inevitables. Encontrar a Elvira era igual que ver la torre de la catedral de color tostado y azul dentro del río, igual que ir bajando con cuidado aquella cuesta, y sentir el ruido de un coche en la carretera. Llegué hasta donde estaba y la saludé con toda naturalidad, como si nos hubiéramos visto el día anterior y otros días de atrás, y siempre; como si todo lo supiéramos el uno del otro. Me senté cerca de ella, sin pedirle permiso, y la miré.
-Vuélvase a tumbar, si estaba cómoda -le dije-. Yo también traía la idea de tirarme por aquí y quizá dormir. Es bueno este sitio, precisamente éste. La he visto desde arriba y he pensado: “Me lo ha quitado esa muchacha”, pero podemos estar los dos. Casi nunca hay nadie por aquí; otras veces que he venido.
(...)
Le pregunté que por qué no hacía ella diario y dijo que no me enfadara, pero que le parecía cosa de gente desocupada, que ella cuando no estudia le tiene que ayudar a la madrastra a hacer la cena y a ponerle bigudís a las señoras. Otro día le hablé del color que se le pone al río por las tardes, que si no le parecía algo maravilloso, a la puesta del sol, y me contestó que nunca se había fijado.
-¿Pero cómo puede ser? ¿No se ve el río desde tu ventana?
-Pues, sí. Pero nunca me he fijado. A mí me parece tan natural que ni me fijo. Un río como otro cualquiera. Agua que corre.
(Carmen Martín Gaite)
La flor del Zurguén
Parad, airecillos,
y el ala encoged,
que en plácido sueño
reposa mi bien.
Parad y de rosas
tejedme un dosel,
do del sol se guarde
la flor del Zurguén.
y el ala encoged,
que en plácido sueño
reposa mi bien.
Parad y de rosas
tejedme un dosel,
do del sol se guarde
la flor del Zurguén.
Parad, airecillos,
parad, y veréis
a aquella que ciego
de amor os canté,
a aquella que aflige
mi pecho crüel,
la gloria del Tormes,
la flor del Zurguén.
parad, y veréis
a aquella que ciego
de amor os canté,
a aquella que aflige
mi pecho crüel,
la gloria del Tormes,
la flor del Zurguén.
(Juan Meléndez Valdés)
A orillas del Tormes
A orillas del Tormes duermen las ánimas,
en los chopos teje el viento
sonetos y redondillas.
Salamanca está viva:
borda sueños oscuros, siglos de piedra,
guarda lágrimas
y cristales transparentes,
calles a las que nadie ha dedicado una palabra;
el aire trae recuerdos
de pasados amores,
arranca lágrimas la pasión de otros tiempos,
conmueve el eco de las campanas
del convento de las Úrsulas.
Es tarde para soñar de nuevo,
las cosas mueren, la gente olvida.
(José Manuel Pérez)
Salmátidas
(fragmento)
Disponiéndose a atacar Aníbal Barca, antes de emprender la guerra contra los romanos, a Salmatiké, ciudad grande de Iberia, llenos de temor los asediados en un principio, prometieron hacer cuanto se les ordenara y dar a Aníbal trescientos talentos de plata y trescientos rehenes. Y habiendo levantado aquél el cerco, cambiando de parecer no hicieron nada de lo que habían prometido. Habiendo vuelto en consecuencia Aníbal nuevamente y habiendo ordenado a sus soldados poner mano a la ciudad, con saqueo de sus riquezas, asustándose los bárbaros, completamente se avinieron a salir con un solo vestido los libres, abandonando las armas, las riquezas, los esclavos y la ciudad. Pero las mujeres, creyendo que los enemigos cachearían a cada uno de los hombres al salir, pero que a ellas no las tocarían, llevando puñales ocultos salieron acompañando a los hombres. Y habiendo salido todos, Aníbal, poniendo una guardia de masaisylios, los mantuvo reunidos en el arrabal, y los demás, lanzándose en desorden, saquearon la ciudad. Y hechas presas muy pingües los masaisylios no pudieron contenerse viéndolas, ni prestaron atención a la guardia, sino que se enfadaron y se fueron a participar del botín. Pero en esto las mujeres, animando a voces a los hombres, les dieron las armas y algunas incluso, por sí mismas, atacaron a los de la guardia, y una, hasta quitándole la lanza a Banón, el intérprete, lo hirió, si bien tenía puesta la coraza; y de los demás, habiendo herido a unos y hecho huir a otros, los bárbaros huyeron en compañía de sus mujeres. Mas, enterado Aníbal y puesto en su persecución, a los que se quedaron atrás los apresó; pero los demás, metiéndose en los montes, se escaparon rápidamente, y después, habiendo mandado una embajada de súplica, consiguiendo la impunidad y misericordia fueron repuestos por Aníbal en la ciudad.
(Plutarco)
El Tormes
Iba Gerardo Diego presuroso, cercano,
por las limpias orillas del Tormes en una madrugada.
Era septiembre entonces, mil novecientos setenta y cinco,
año de desconsuelo y nubes, año de nubes y esperanza.
Había una ciudad intensa con su invierno habitable.
Poetas y silencios caminaban pacíficos, apresando
inconscientes y alegres el vuelo palomas, vencejos.
Las poderosas aves, los reducidos pájaros, acudían
ansiosos al caudaloso río, llegaban a sentirse mecidos
por las tranquilas aguas. Los paseantes líricos
escuchaban atentos a quien andando habla, responde.
Gerardo Diego recordaba otro río gigante,
al maestro Machado y las nubes de Soria…
(“Río Duero, río Duero/nadie a acompañarte baja, /
nadie se detiene a oír / tu eterna estrofa de agua”).
(Manuel Quiroga Clérigo)
Anochecer junto al Tormes
Con su concierto de flautas
por la orilla del río,
vagan, sombres legendarias,
Vidrieras y Lazarillos.
En el espejo de miran
entre embrujos y delirios
de luminarias barrocas, l
las dos catedrales, cirios
de dorada cera gótica
a romanceados frisos.
Enhebran sartas de perlas
los ojos adormecidos
del Puente Romano. Montan
su centinela de ruidos,
gigantescos, pavorosos
los chopos, enhiestos míticos
alanceadores de vientos,
de niebla y anochecidos.
del Puente Romano. Montan
su centinela de ruidos,
gigantescos, pavorosos
los chopos, enhiestos míticos
alanceadores de vientos,
de niebla y anochecidos.
Por la cueva de la Múcheris
andrajo de viejos mitos,
un perro ladra medroso
asustando en sus ladridos
timideces desusadas
de galanes atrevidos.
Jinetes en alazanes
de goces apetecidos
dos corazones cabalgan
la fresca orilla de rio.
Son los labios de la moza
bebiéndose enardecidos
los alientos varoniles
espuelas de su apetito…
y acariciando turgentes
claveles enrojecidos
se abrasa en la llama el mozo
del encanto femenino.
Desde la Torre del Gallo
lanza la luna su guiño.
andrajo de viejos mitos,
un perro ladra medroso
asustando en sus ladridos
timideces desusadas
de galanes atrevidos.
Jinetes en alazanes
de goces apetecidos
dos corazones cabalgan
la fresca orilla de rio.
Son los labios de la moza
bebiéndose enardecidos
los alientos varoniles
espuelas de su apetito…
y acariciando turgentes
claveles enrojecidos
se abrasa en la llama el mozo
del encanto femenino.
Desde la Torre del Gallo
lanza la luna su guiño.
La dicha se va gritando
con los rumores del río.
Ríe chocha Celestina
entre sus sucios colmillos.
Entre el cristal de las aguas
batidas entre los guijos
el Tormes se bebe lágrimas
de ajuelos enrojecidos.
(Primo Andrés Ramos González)
.jpg)
con los rumores del río.
Ríe chocha Celestina
entre sus sucios colmillos.
Entre el cristal de las aguas
batidas entre los guijos
el Tormes se bebe lágrimas
de ajuelos enrojecidos.
(Primo Andrés Ramos González)
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El río también cuenta
Del seno maternal, claustro de Gredos;
bajo el Moro Almanzor, soy primer paso;
y, más a septentrión, es, Garcilaso,
quien me hace lira, al duende de sus dedos.
Teresa de Jesús borra los miedos
-que incendia, un Alba- con su dulce ocaso.
En La Flecha, Fray Luis de León, me hace Parnaso
y un otra, Salamanca, en mis remedos.
Meléndez y el Zurguén son hontanares.
Después mi tajo, en roca ledesmina
y a cabalgar, del Duero, en los hijares.
Pero dejé, prendido, en mi retina,
que, tras el puente, soy La Celestina
y pícaro, en la aceña de Tejares.
(Jesús/Ricardo Rasueros)
Del seno maternal, claustro de Gredos;
bajo el Moro Almanzor, soy primer paso;
y, más a septentrión, es, Garcilaso,
quien me hace lira, al duende de sus dedos.
Teresa de Jesús borra los miedos
-que incendia, un Alba- con su dulce ocaso.
En La Flecha, Fray Luis de León, me hace Parnaso
y un otra, Salamanca, en mis remedos.
Meléndez y el Zurguén son hontanares.
Después mi tajo, en roca ledesmina
y a cabalgar, del Duero, en los hijares.
Pero dejé, prendido, en mi retina,
que, tras el puente, soy La Celestina
y pícaro, en la aceña de Tejares.
(Jesús/Ricardo Rasueros)
La Celestina
(fragmento)
CELESTINA.- De Dios seas perdonada, que buena compañía me queda. Dios la deje gozar su noble juventud y florida mocedad, que es el tiempo en el que mayores placeres y más agradables deleites se alcanzan. (Quejándose.) La vejez es mesón de enfermedades, posada de pensamientos, amiga de rencillas, congoja continua, llaga incurable, vecina de la muerte, choza sin ramas que por todas partes gotea, cayado de mimbre que con poca carga se doblega.
MELIBEA.- Pues, si es así, gran pena tendrás por la edad que perdiste. ¿Querrías volver a la primera?
CELESTINA.- Loco es, señora, el caminante que, enojado del trabajo del día, quiere volver a iniciar la jornada para tornar de nuevo a aquel lugar.
MELIBEA.- Siquiera por vivir más es bueno desear lo que digo.
CELESTINA.- Nadie es tan viejo que no pueda vivir un año, ni tan mozo que no pueda morir hoy mismo. Así que en esto poca ventaja nos lleváis.
MELIBEA.- Espantada me tienes con lo que dices. Dime, madre, ¿eres tú Celestina, la que vivía en las tenerías, cabe el río?
CELESTINA.- Señora, hasta que Dios quiera.
MELIBEA.- No te habría conocido sino por la señal de la cara. Recuerdo que eras hermosa. Otra pareces. Estás muy cambiada.
(Fernando de Rojas)
rodando, Tormes, sobre tu dehesa
pasas brezando el sueño de Teresa
junto á Alba la ducal dormida villa.
Al Tormes
Desde Gredos, espalda de Castilla, rodando, Tormes, sobre tu dehesa
pasas brezando el sueño de Teresa
junto á Alba la ducal dormida villa.
De la Flecha gozándote en la orilla
un punto te detienes en la presa
que el soto de Fray Luis cantando besa
y con tu canto animas al que trilla.
De Salamanca cristalino espejo
retratas luego sus doradas torres,
pasas solemne bajo el puente viejo
de los romanos y el hortal recorres
que Meléndez cantara. Tu consejo
no de mi pecho, Tormes mío, borres.
(Miguel de Unamuno)

un punto te detienes en la presa
que el soto de Fray Luis cantando besa
y con tu canto animas al que trilla.
De Salamanca cristalino espejo
retratas luego sus doradas torres,
pasas solemne bajo el puente viejo
de los romanos y el hortal recorres
que Meléndez cantara. Tu consejo
no de mi pecho, Tormes mío, borres.
(Miguel de Unamuno)

Égloga II
(fragmento)
Nemoroso
Escucha, pues, un poco lo que digo;
contaréte una ’straña y nueva cosa
de que yo fui la parte y el testigo.
En la ribera verde y deleitosa
del sacro Tormes, dulce y claro río,
hay una vega grande y espaciosa,
verde en el medio del invierno frío,
en el otoño verde y primavera,
verde en la fuerza del ardiente estío.
Levántase al fin della una ladera,
con proporción graciosa en el altura,
que sojuzga la vega y la ribera;
allí está sobrepuesta la espesura
de las hermosas torres, levantadas
al cielo con estraña hermosura,
no tanto por la fábrica estimadas,
aunque ’straña labor allí se vea,
cuanto por sus señores ensalzadas.
Allí se halla lo que se desea:
virtud, linaje, haber y todo cuanto
bien de natura o de fortuna sea.
Un hombre mora allí de ingenio tanto
que toda la ribera adonde él vino
nunca se harta d’escuchar su canto.
Nacido fue en el campo placentino,
que con estrago y destrución romana
en el antiguo tiempo fue sanguino,
y en éste con la propia la inhumana
furia infernal, por otro nombre guerra,
le tiñe, le rüina y le profana;
él, viendo aquesto, abandonó su tierra,
por ser más del reposo compañero
que de la patria, que el furor atierra.
Llevóle a aquella parte el buen agüero
d’aquella tierra d’Alba tan nombrada,
que éste’s el nombre della, y d’él Severo.
A aquéste Febo no le´scondió nada,
antes de piedras, hierbas y animales
diz que le fue noticia entera dada.
Éste, cuando le place, a los caudales
ríos el curso presuroso enfrena
con fuerza de palabras y señales;
la negra tempestad en muy serena
y clara luz convierte, y aquel día,
si quiere revolvelle, el mundo atruena;
la luna d’allá arriba bajaría
si al son de las palabras no impidiese
el son del carro que la mueve y guía.
Temo que si decirte presumiese
de su saber la fuerza con loores,
que en lugar d’alaballe l’ofendiese.
Mas no te callaré que los amores
con un tan eficaz remedio cura
cual se conviene a tristes amadores;
en un punto remueve la tristura,
convierte’n odio aquel amor insano,
y restituye’l alma a su natura.
No te sabré dicir, Salicio hermano,
la orden de mi cura y la manera,
mas sé que me partí d’él libre y sano.
(Garcilaso de la Vega)
Nemoroso
Escucha, pues, un poco lo que digo;
contaréte una ’straña y nueva cosa
de que yo fui la parte y el testigo.
En la ribera verde y deleitosa
del sacro Tormes, dulce y claro río,
hay una vega grande y espaciosa,
verde en el medio del invierno frío,
en el otoño verde y primavera,
verde en la fuerza del ardiente estío.
Levántase al fin della una ladera,
con proporción graciosa en el altura,
que sojuzga la vega y la ribera;
allí está sobrepuesta la espesura
de las hermosas torres, levantadas
al cielo con estraña hermosura,
no tanto por la fábrica estimadas,
aunque ’straña labor allí se vea,
cuanto por sus señores ensalzadas.
Allí se halla lo que se desea:
virtud, linaje, haber y todo cuanto
bien de natura o de fortuna sea.
Un hombre mora allí de ingenio tanto
que toda la ribera adonde él vino
nunca se harta d’escuchar su canto.
Nacido fue en el campo placentino,
que con estrago y destrución romana
en el antiguo tiempo fue sanguino,
y en éste con la propia la inhumana
furia infernal, por otro nombre guerra,
le tiñe, le rüina y le profana;
él, viendo aquesto, abandonó su tierra,
por ser más del reposo compañero
que de la patria, que el furor atierra.
Llevóle a aquella parte el buen agüero
d’aquella tierra d’Alba tan nombrada,
que éste’s el nombre della, y d’él Severo.
A aquéste Febo no le´scondió nada,
antes de piedras, hierbas y animales
diz que le fue noticia entera dada.
Éste, cuando le place, a los caudales
ríos el curso presuroso enfrena
con fuerza de palabras y señales;
la negra tempestad en muy serena
y clara luz convierte, y aquel día,
si quiere revolvelle, el mundo atruena;
la luna d’allá arriba bajaría
si al son de las palabras no impidiese
el son del carro que la mueve y guía.
Temo que si decirte presumiese
de su saber la fuerza con loores,
que en lugar d’alaballe l’ofendiese.
Mas no te callaré que los amores
con un tan eficaz remedio cura
cual se conviene a tristes amadores;
en un punto remueve la tristura,
convierte’n odio aquel amor insano,
y restituye’l alma a su natura.
No te sabré dicir, Salicio hermano,
la orden de mi cura y la manera,
mas sé que me partí d’él libre y sano.
(Garcilaso de la Vega)