Fue el 26 de septiembre de 1942 cuando Matilde Landa Vaz tomó una decisión definitiva: acabar con su vida lanzándose desde lo alto de la galería de la prisión de Can Sales, en Palma de Mallorca. A esa ciudad había llegado dos años antes, procedente de otra prisión, la de Ventas madrileña, después que fuera detenida en abril de 1939, a los pocos días del final oficial de la Guerra Española. Su delito, pertenecer al PCE y, más concretamente, a la dirección clandestina que tenía como misión reorganizar el partido y la resistencia tras el revés sufrido por el triunfo del fascismo.
Matilde era una mujer que tenía una personalidad muy valiosa. Para Vittorio Vidali, que ayudó a crear en el verano de 1936 el Quinto Regimiento, se trataba de alguien trascendental: "Cuando se escriba sobre la guerra civil española, la mejor página será
dedicada a dos personas: Antonio Machado y Matilde Landa". Ignoro lo que llevó a ese comunista italiano perseguido por el fascismo mussoliniano a equipararla con el gran poeta, pero una explicación, quizás, puede encontrarse en lo que a lo largo de las siguientes líneas me iré refiriendo. Pero para ello empezaré retrocediendo un poco en el tiempo, para poder entender mejor de quién estamos hablando.
Matilde Landa Vaz, nacida en Badajoz, formaba parte de una familia de la pequeña burguesía ilustrada, que estuvo vinculada a la Institución Libre de Enseñanza. Su padre había sido amigo de Francisco Giner de los Ríos y Manuel Bartolomé de Cossío, dos de los fundadores de la ILE, y en los centros de esa institución en Madrid se formaron tanto ella como sus dos hermanas y su hermano. El librepensamiento de matriz krausista, con grandes dosis de comportamiento ético, arraigó en esa familia, lo que explica, así mismo, que no recibieran el bautismo.
Aunque no acabó la licenciatura de la especialidad de Ciencias Naturales de la Universidad Complutense, realizó diversos estudios en La Coruña y Salamanca, lo que, junto a la formación recibida desde la infancia y sus lecturas, propició que fuera adquiriendo una vasta cultura. Casada en 1930 con Francisco López Ganivet, militante del PCE, a lo largo de los años siguientes simultaneó el ejercicio de varios trabajos con la crianza de sus hijas Carmen y Jacinta, esta última fallecida a los pocos meses de nacer.
Siguiendo la información que nos ofrece el Portal de Archivos Españoles PARES, su preocupación por los problemas sociales fue creciendo, lo que la llevó a vincularse a la Asociación de Mujeres contra la Guerra y el Fascismo, primero, y el Socorro Rojo Internacional, en este último caso a raíz de la represión desplegada en octubre de 1934 en Asturias. Y ya iniciada la guerra, tomó la decisión de afiliarse al PCE. Desde el primer momento, dada su pertenencia al SRI, se involucró en las tareas sanitarias, desplazándose allí donde se le requiriera. Y fue en Málaga, durante el criminal acoso sufrido por la población que huía por la carretera de Almería en el mes de febrero de 1937, donde jugó un papel de gran importancia. Así lo ha contado Laura Branciforte en su libro El Socorro Rojo Internacional 1923-1939. Relatos de la solidaridad antifascista (2011):
“Matilde Landa es, sin lugar a dudas, una figura a rescatar.
Era conocida, incluso entre sus enemigos, como un ‘ángel laico, ya que su
compromiso con la República se materializó en la atención a los heridos y,
sobre todo, a las víctimas invisibles de todas las guerras: las mujeres y niños
y niñas de la retaguardia, las personas más vulnerables que sufrían el hambre,
las enfermedades y los bombardeos. Había nacido en Badajoz en 1904, hija de un
abogado krausista que defendía los postulados de la Institución Libre de
Enseñanza, y muy joven se trasladó a Madrid a estudiar Ciencias Naturales.
Durante su estancia en Madrid, poco antes del estallido de la guerra civil, se
afilia al PCE -era muy amiga de Vittorio Vidali y de su mujer, Tina Modotti- y
su valor inagotable y su capacidad de trabajo y sacrificio la convirtieron en
una de las figuras más valiosas del Socorro Rojo Internacional. Miguel
Hernández reconocería su figura gigantesca con un poema irrepetible, ‘A Matilde’,
dos de cuyos versos dicen: ‘Para conseguir la libertad de sus hermanos / caen
en los barbechos los más nobles castellanos”.
En efecto, el poeta Miguel Hernández, que también se había estado curtiendo en los frentes de guerra, en su caso como comisario de la cultura, le dedicó este poema, escrito en 1938, al que se refirió como "A Matilde, de Miguel":
En
la tierra castellana
el
castellano caía
con
la voz llena de España
y
la muerte de alegría.
Para
conseguir la libertad de sus hermanos
caen
en los barbechos los más nobles castellanos.
No
veré perdida España
porque
mi sangre no quiere.
El
fascismo de Alemania
junto
a las encinas muere.
Para
hacer cenizas la ambición de los tiranos
caen
en las trincheras los más nobles castellanos.
Españoles
de Castilla
y
castellanos de España
un
fusil a cada mano
y
a cada día una hazaña.
Voy
a combatir al alemán que nos da guerra
hasta
conquistar los horizontes de mi tierra.
A mediados de ese mismo año sus actividades se orientaron, como una de sus responsables, a la evacuación de niños y niñas hacia otros países, entre quienes estuvo su hija Carmen, que fue llevada a la URSS, donde una de sus sobrinas estaba trabajando en ese campo. En los momentos finales de la guerra, poco antes del golpe de Segismundo Casado, el Buró Político del PCE la nombró para la dirigencia del aparato clandestino en Madrid, lo que apenas pudo cumplir, al ser detenida el 4 de abril dentro de una concatenación de caídas de militantes del partido. En unas condiciones peligrosas se conjugaron las delaciones y los errores humanos, donde entró en escena un personaje, joven todavía, llamado Roberto Conesa Escudero. Militante de las Juventudes Socialistas Unificadas durante la guerra, se ignora cuando pasó a ser confidente de la policía, desde el que prestó importantes servicios, entre los cuales también estuvo el de la caída de las míticas y valerosas 13 Rosas. Con el paso de los años, ya como comisario, acabaría convirtiéndose en uno de los jefes de la represión especializada en la caza de comunistas.
Sí, se trata del mismo personaje que aparece en la novela de Almudena Grandes Las tres bodas de Manolita (2014) con el sobrenombre de Roberto el Orejas. Lo que nos cuenta la escritora está basado en libros como Historias de la Transición: el fin del apagón (1973-1981) (1994), de Josep Carles Clemente, o Miseria y grandeza del Partido Comunista de España. 1939-1985 (1986), de Gregorio Morán. En un pasaje de la novela se puede leer lo siguiente:
"Mientras seguía al soldado por un laberinto de corredores, [el Orejas] se juró
a sí mismo que nunca pensaría en los hombres, en las mujeres a quienes iba a
entregar, como en seres vivos, personas con las que había hablado, que le habían
sonreído, a las que habían visto riendo o llorando, abrazando a otras personas,
besando a las que querían. Desde aquel momento, para él serían figuras planas,
sin vida, como manchas en una fotografía, siluetas de cartón en un campo de
tiro. Le resultó asombrosamente fácil conseguirlo, tanto como mirar al capitán
a los ojos, aceptar un cigarrillo, acercarlo al mechero que le ofreció y
pronunciar el primer nombre.
-Matilde Landa Vaz –inhaló el humo, lo expulsó y empezó a sentirse
mejor, porque aunque no estaba muy seguro de que el uniforme que tenía delante
representara la opinión de la mayoría, en esencia no estaba haciendo nada
distinto de lo que había hecho siempre, ser uno más-. Era la secretaria general
del Socorro Rojo Internacional, tenía el despacho en el hospital de Mudes. Creo
que vive en el Viso, pero no sé la dirección. Ella es la encargada de organizar
el Partido Comunista de Madrid en la clandestinidad.
-¿Y tú cómo sabes eso?
-Porque estuve en la reunión donde la nombraron.
En ese momento, el capitán se echó para atrás y volcó sobre su
confidente una mirada peculiar, distinta de la que le había dirigido antes, en
el sótano. Aquel día, el Orejas no supo interpretarla, descifrar el significado
exacto de de aquellos ojos claros,
calibrar la llama pequeña, tenaz, que ardía detrás de una pared de hielo, un
brillo despiadado que no acababa de encajar con un gesto que era una sonrisa y
no lo era del todo.
-Muy bien –aquella expresión sobrevivió a su palabras-. Pues te
vas a volver al calabozo hasta que demos con ella. Luego, ya hablaremos.
El 4 de
abril de 1939, Matilde Landa entró esposada por la misma puerta por la que el
Orejas salió a la calle dos horas después".
Ya en manos de la policía, Matilde fue llevada de inmediato a las dependencias centrales del ministerio de la Gobernación, en la Puerta del Sol, el mismo edificio que durante la dictadura se convirtió en la sede de la Dirección General de Seguridad. Una de las detenidas que coincidió con ella en ese lugar, Josefina Amalia Villa, le contó algunos de los momentos vividos al escritor Carlos Fonseca, que lo reprodujo en su libro Trece
rosas rojas. La historia más conmovedora de la Guerra Civil (2004):
"Cuando Matilde Landa llegó a Gobernación lo primero que me llamó la atención de
ella fue que venía calzada con unas zapatillas y pensé: otra pobre mujer a la
que traen a tomar declaración y han engañado diciendo que será cosa de poco
tiempo (…). No sabía entonces quién era, ni los motivos por los que estaba
allí, porque nadie lo decía, pero nos caíamos bien. Yo ya había pasado por el
suplicio que suponían los interrogatorios, aunque no tuvieras nada que contar.
Una noche nos subieron a las dos a declarar. Fui la primera en pasar al
despacho en el que estaba el policía José Cabezas, que me dijo: ‘Vas a cantar
el himno de la Falange y a dar los vivas del ritual’. Aunque hubiera querido no
habría podido, porque no me sabía el Cara
al sol, pero además le contesté que puesta a dar vivas daría un ¡viva la
Unión Soviética! Para mi sorpresa no me tocó, me hizo salir a una especie
vestíbulo del despacho y mandó entrar a Matilde. La puerta no quedó cerrada y
pude escuchar cómo la acusaban de ser una dirigente del Partido Comunista. Si a
mí, que no era nadie, en un interrogatorio anterior me habían reventado los
tímpanos al darme un puñetazo en la cabeza, que previamente me habían hecho
apoyar en unos legajos, pensé que no esos cargos la iban a matar. Ella, sentada
en una silla, contestaba una y otra vez que no conocía a ninguna de las
personas que el policía le citaba. Él, furioso por la tranquilidad de aquella
mujer, blandía la porra y amenazaba con golpearla, e incluso empuñó su pistola
e hizo amago de dispararle a la cabeza, pero Matilde no se descompuso. ‘¿Conocerá
usted al menos a Juan Negrín?’, le preguntó en tono burlón, y ella dijo que no,
que tampoco lo conocía. Yo pensé que no salía viva de allí, pero no le pasó
nada. Su entereza me dejó asombrada".
Entereza, pues, fue lo que Josefina destacó de Matilde. Siguiendo la información que nos da el Portal de Archivos Españoles PARES, en Gobernación estuvo recluida e incomunicada durante seis meses, hasta su traslado septiembre a la cárcel de Ventas. Luego vendría el proceso judicial a cargo de un consejo de guerra y la consiguiente pena de muerte. Y en medio, las gestiones de una de sus hermanas para aminorar la condena, haciendo valer, entre otras, la amistad con un antiguo alumno de la ILE, y luego catedrático de Filosofía, llamado Manuel García Morente. Convertido durante la guerra al catolicismo, hasta el punto de ordenarse como sacerdote, y trasmutado en franquista, se le atribuye el haber contribuido a que la pena capital se rebajara a 30 años de cárcel.
Y en medio, también, las acciones de Matilde entre sus compañeras de infortunio, destacando en su defensa frente a la violencia carcelaria y en la consecución de algunos derechos. Años más tarde, en 1967, Mercedes Núñez Targa recordó en sus memorias Cárcel de
Ventas cosas como ésta:
"De pronto, una mujer, joven aún, pálida y seria, atraviesa el
patio, con un cubo en la mano, se dirige tranquilamente a la fuente sin que ¡oh
milagro! nadie proteste y, no menos tranquilamente, coloca el cubo bajo el
chorro. (…) La mujer pálida, con su cubo lleno, pasa junto a nosotras. En los
saludos cariñosos que le dirigen las mujeres se percibe cariño y respeto. Es
una dirigente comunista, Matilde Landa. Una mujer de verdad, inteligente y
valiente. Un pariente suyo, un personaje de campanillas [Manuel García Morente], vino a ofrecerle la conmutación [de la pena de
muerte], o incluso la libertad, si renunciaba públicamente a sus ideas. A lo
que ella contestó que es comunista y que prefiere mil veces morir antes que
venderse”.
Para ello contó con el favor de la directora del centro, Carmen Castro Cardús, antigua compañera en la Residencia de Señoritas de la ILE, monja teresiana y funcionaria de prisiones, que le permitió organizar una "oficina de penadas" destinada a ayudar a las condenadas a muerte, dedicándose, entre otras cosas, a redactar escritos dirigidos a otras instancias oficiales o a familiares. La personalidad de Carmen Castro ha sido tratada en la historia, la literatura y el cine, y sigue siendo motivo de controversia. Un acercamiento a lo que fue su trayectoria vital puede leerse en Historia de maestras, de Ignacio Martínez de Pisón.
Conmutada la pena de muerte, en agosto de 1940 Matilde fue trasladada a Palma de Mallorca, donde siguió desarrollando las mismas labores de ayuda a sus compañeras, sin olvidarse del mantenimiento de lazos con sus compañeras de partido. Pero a diferencia de lo ocurrido en Madrid, en la nueva prisión surgió una importante y trascendental novedad. Dado el prestigio que tenía entre las reclusas, que resaltaba más aún por su formación cultural, Matilde fue utilizada como un trofeo a conseguir. El plan trazado por el obispo José Miralles Sbert tenía como objetivo su conversión al catolicismo, para lo que hicieron uso de un atroz chantaje moral: si quería que sus compañeras se beneficiaran de sus peticiones acerca de la higiene, la salud y, sobre todo, la alimentación de sus hijos e hijas, tendría que aceptar ser bautizada.
El choque que le supuso ese envite fue tremendo, dando lugar a un dilema moral que sería el desencadenante de su muerte. Remisa a aceptar las condiciones en los primeros momentos, por considerar que eso supondría romper con sus convicciones, con el paso de los días fue replanteándoselo. Las cartas que envió a su hija Carmen reflejan la situación angustiosa que vivir. En la última de ellas, quizás escrita el mismo día de su muerte, pueden leerse estas palabras:
"Carmencilla, chiquinina:
Esta carta no te va a llegar nunca. Y no es porque el tiburón la
vaya a hacer trizas, sino porque apenas me quedan fuerzas ya para seguir
convirtiendo esta cárcel de la calle Salas en el antiguo asilo de ancianos
desde cuyo piso alto admiro las agujas de la catedral y me llega el rumor de la
palmera y el pino, que conversan en su lenguaje de vida vegetal de patio a
patio.
Carmencilla, Carmencilla... Necesito repetir mucho tu nombre,
también los de Casi, tío Rubén, Chachita, Cintia, para no olvidarlos. Porque
temo que se pierdan con el mío en ese vacío que me aguarda. Porque me llegan,
una y otra vez, con los rostros desfigurados, los de Luisa Rodríguez, Dionisia
Manzanero, Elena Gil, Julia Conesa... Las trece rosas. Y ahora, como entonces,
mucho más que entonces, siento que estoy de más.
Han dejado que me acercara a la enfermería, pues aún no han
llegado monseñor Miralles Sbert y el Gobernador. Hoy es el gran día, dicen.
Doña Bárbara, las otras señoras de Acción Católica y las monjitas andarán
relamiéndose con el triunfo. El dolor del pecho no me deja pensar, Carmencilla;
pero no creo que el aceite alcanforado alivie mi sufrimiento, porque otro
dolor, más hondo, es el que me acucia. Los versos de Santa Teresa tampoco me
confortan: abren más la llaga. Y es una llaga que supura, chiquinina mía. No
puedo ver sin llorar los rostros de esos niños a los que amenazan con dejar sin
leche si yo no me convierto. Tú sabes, Carmencilla, lo mucho que me preocupan
los niños, los más desgraciados, con sus corazoncitos, tan sensibles y tan a
merced de los caprichos de los mayores.
No puedo, no puedo aceptarlo. Sería como prostituirme. Ay, esos
niños... ¿Será lo mío un capricho? Cuánta falta me hacen ahora esos versos que
me dedicó Miguel Hernández. ¿Cómo eran?:
En la tierra castellana
el castellano caía
con la voz llena de España
y la muerte de alegría.
Pero esto no es Castilla, mi chiquitina, y la alegría, excepto la
de saberte a salvo de la barbarie, no me sobra. Quien sobra soy yo.
Se va haciendo tarde, Carmencilla. Oigo ruido de motores y verjas
que se abren. Espero que me sigas queriendo y que te acuerdes de mí a pesar de
lo que te cuenten, a pesar de lo que voy a hacer. Que tú, mi niña, mi
chiquitina, y esos pobres niños me perdonéis.
Muchos besos y muchos abrazos de
Tu madre".
La fecha acordada para que se llevara a cabo la ceremonia de la vergüenza era la del 26 de septiembre. Una hora antes de que ocurriera Matilde se lanzó al vacío del vestíbulo de la galería carcelaria. Pero, mientras agonizaba, los perpetradores de tan ruin acto, aprovecharon para bautizarla in articulo mortis. De esa manera se cobraron el trofeo que pretendían. Ignoraban, sin embargo, que la memoria de las víctimas acabaría aflorando para hacer de ella la luz que nos permite conocer lo que ocurrió: desde la ignominia de sus verdugos hasta la dignidad que le acompañó a lo largo de su vida.
Con el paso de los años se ha ido recuperando lo que fue de Matilde Landa. Se han escrito biografías, como la de David
Ginard i Ferón, Matilde Landa. De la Institución Libre de Enseñanza a las prisiones
franquistas (2005); o la de Laura
Branciforte, El Socorro Rojo
Internacional 1923-1939. Relatos de la solidaridad antifascista (2011). Agustín
Iglesias le ha dedicado la obra de teatro Matilde Landa no está en los
cielos (2016); y Jesús
Fernández, Romance épico a Matilde Landa (2021). En el cine se han editado varios documentales, como Matilde Landa, un símbolo de la lucha antifranquista (2004, parte I y parte II), de David Finard i Ferón; o Lágrimas de mujer (2014), de Juan A. Hernández Cerdán. Y hasta en el mundo de la música el grupo navarro Barricada le dedicó la canción "Matilde Landa, republicana", incluida en su álbum La tierra está sorda (2009), cuya letra dice:
Tatuada
con aspereza
de
balas y cárcel,
sentida
por todas
como
parte importante
de
anhelos cercanos,
de
libertad y coraje,
has
llegado más lejos que el viento
que
fugitivo te llevó con él.
Matilde
Landa, republicana,
no
pudieron colgar de tu pecho
ni
crucifijos ni sotanas.
Matilde
Landa, republicana,
no
pudieron colgar de tu pecho
señales
amargas.
Qué
irónica es la vida…
que
por un lado seas consuelo para muchas
y
a la vez la soledad
te
acompaña en cada lágrima
cuando
inventas conversaciones
con
tu pequeña niña,
que
en casa continúa esperando
a
que regreses.
Matilde
Landa, republicana,
no
pudieron colgar de tu pecho
ni
crucifijos ni sotanas.
Matilde
Landa, republicana,
no
pudieron colgar de tu pecho
señales
amargas.
Matilde
Landa, republicana,
nos
espera en el aire tu abrazo,
eres
lluvia enterrada.
Matilde
Landa, republicana,
y
las celdas sintieron
el
vértigo de tu salto mortal.
Y en el recuerdo de lo que fue Matilde Landa, no podemos olvidarnos de lo que Eduardo Galeano nos dejó escrito en 2008, dentro de su libro Espejos. Una historia casi universal. Titulado "Matilde", trazó un retazo de lo que fue su triste final:
Cárcel
de Palma de Mallorca, otoño de 1942: la oveja descarriada.
Está
todo listo. En formación militar, las presas aguardan. Llegan el obispo y el
gobernador civil. Hoy Matilde Landa, roja y jefa de rojos, atea convicta y
confesa, será convertida a la fe católica y recibirá el santo sacramento del
bautismo. La arrepentida se incorporará al rebaño del Señor y Satanás perderá a
una de las suyas.
Se
hace tarde.
Matilde
no aparece.
Está
en la azotea, nadie la ve.
Desde
allá arriba se arroja.
El
cuerpo estalla, como una bomba, contra el patio de la prisión. Nadie se mueve.
Se
cumple la ceremonia prevista.
El
obispo hace la señal de la Cruz, lee una página de los evangelios, exhorta a
Matilde a renunciar al Mal, recita el Credo y toca su frente con agua
consagrada.