El Partido Comunista de España está conmemorando su centenario. Un hecho que, por mi parte -un comunista sin partido y que nunca militó en él-, no estoy dispuesto a dejar pasar. Para la ocasión voy a empezar con unos poemas, cuyo número alcanza los 27. Están hechos por personas que, al menos en algún momento de su vida, han
militado en el partido o que han mostrado su cercanía. En su mayoría se trata de gente conocida. Hay mayor presencia de varones que de mujeres, es verdad, pero con el tiempo han ido apareciendo ellas más. Estamos sólo ante una muestra, que creo que sirve para acercarnos a ese mundo de mujeres y varones que a lo largo de tantos años, con sus aportaciones individuales y su acción colectiva, han estado presentes en la vida de este país. Un partido que, con sus contradicciones, contiene grandezas y heroísmo, sin que le hayan faltado miserias y errores. Un partido formado por gente generosa, entregada a hacer valer que nadie se quede atrás en el camino, y por ello, ante todo, humano. De ahí, mi reconocimiento.
Primavera
Cuando era primavera en España:
frente al mar, los espejos
rompían sus barandillas
y el jazmín agrandaba
su diminuta estrella,
hasta cumplir el límite
de su aroma en la noche.
Cuando era primavera en España:
junto a la orilla de los ríos,
las grandes mariposas de la luna
fecundaban los cuerpos desnudos
de las muchachas
y los nardos crecían silencios
dentro del corazón
hasta taparnos la garganta.
Cuando era primavera.
Cuando era primavera en España:
todas las playas convergían en un anillo
y el mar sonaba entonces,
como el ojo de un pez sobre la arena,
frente a un cielo más limpio
que la paz de una nave, sin viento, en su pupila.
Cuando era primavera.
Cuando era primavera en España:
los olivos temblaban
adormecidos bajo la sangre azul del día,
mientras que el sol rodaba
desde la piel tan limpia de los toros,
al terrón en barbecho
recién movido por la lengua caliente de la azada.
Cuando era primavera.
Cuando era primavera en España:
los cerezos en flor
se clavaban de un golpe contra el sueño
y los labios crecían
como la espuma en celo de una aurora,
hasta dejarse nuestro cuerpo a su espalda,
igual que el agua humilde
de un arroyo que empieza.
Cuando era primavera.
Cuando era primavera en España:
todos los hombres olvidaban su muerte
y se tendían confiados, juntos, sobre la tierra
hasta olvidarse el tiempo
y el corazón tan débil por el que ardían.
Cuando era primavera.
Cuando era primavera en España:
yo buscaba en el cielo.
yo buscabalas huellas tan antiguas
de mis primeras lágrimas
y todas las estrellas levantaban mi cuerpo
siempre tendido en una misma arena,
al igual que el perfume, tan lento,
nocturno, de las magnolias.
Cuando era primavera.
Pero, ¡ay!, tan sólo
cuando era primavera en España.
Solamente en España,
antes, cuando era primavera.
(Emilio Prados).
Vientres
sentados
Con satisfacción
Como quienes saben
Como quienes tienen en su puño la verdad
Bien apresada para que no escape
Y con orgullo
Como vigilantes de vosotros mismos
Domináis a lo largo a lo ancho de la tierra
Vosotros vientres sentados.
No hay gas
No hay plomo
Que tanto levante que tanto lastre proporcione
Como vuestra seguridad deletérea
Esa seguridad de sentir vuestro saco
Bien resguardado por vuestro trasero.
Miráis a un lado y a otro
Sonreís rasgando maliciosamente la hedionda boca
Y desde allí emitís como el antiguo oráculo
Henchidas necedades
Dictámenes que se escurren entre las rendijas como ratas.
Alado el pie vigoroso
El pie juvenil y vigoroso
Que derrumbará bien pronto
Ese saco henchido de fango de maldad de injusticia
Arrastrando consigo vuestro trasero y vientre
Vuestra triste persona que mancha el aire
El aire limpio y justo
Donde hoy nos levantamos
Contra vosotros todos
Contra vuestra moral contra vuestras leyes
Contra vuestra sociedad contra vuestro dios
Contra vosotros mismos vientres sentados
Con una firme espiga
A quien su propia fuerza empuja desde la tierra
Para que se abra al sol
Para que dé su fruto
Fruto de odio y de alegría
Fruto de lucha y de reposo.
La verdad está en lucha y en ella os aguardamos
Vientres sentados
Vientres tendidos
Vientres muertos.
(Luis Cernuda).
Desprecio
y maravilla
Para
todos los norteamericanos que estén contra la guerra del Vietnam
Desprecio para ti, vergüenza, escupo, escupo
contra ti, a tantos miles de kilómetros,
yanki invasor, enanos coca-cola, vacíos satisfechos,
millonarios piojos, sangrientos impotentes.
Desprecio de existir a la vez que tú existes,
desprecio de saber que la muerte es tu meta
para vivir tranquilo con un chicle en la boca,
desprecio de saber que envenenas el aire,
que todo se agusana y pudre cuando llegas.
Maravilla saber que surgen de las hojas
como selvas andando los hijos de la tierra.
Son los troncos que avanzan en las plantas pegado
el barro en que nacieron y no dejarán nunca.
Maravilla, pequeño guerrillero que sales
de la sombra a la luz y en la luz te agigantas.
Maravilla sentirte en la noche que escucho
no darle tregua al sueño del orgullo enemigo.
Desprecio de la lengua que a diario amenaza
pulverizar la vida con las armas atómicas.
Desprecio de la triste victoria conseguida
al precio de la súbita muerte total de todo.
Maravilla el desprecio del pueblo que desprecia
el designio de un monstruo que se sueña invencible.
Maravilla de verlo brotar cada mañana
cayendo y levantando como un mar infinito.
Maravilla saber que presencié los años
en los que existió un pueblo que fue asombro del mundo.
Maravilla escribir a ese pueblo un poema
y cien y
mil y nunca acabar su alabanza.
(Rafael Alberti).
A las
mujeres españolas (fragmento)
Más adelante, cuando los días de cólera terminen, cuando las armas
victoriosas de nuestros milicianos descansen, cuando la ira de oír pisadas
extranjeras en el suelo de España se apague para no volver, de todas la
regiones de España vendrán las mujeres que supieron en la retaguardia
acompañarnos en estas horas apretadas y brillantes. Y vendrán las mujeres
catalanas que mandaron a sus hijos a defender Madrid, y vendrán las levantinas
que recogieron las cosechas, y las que enhebraron las agujas mansamente, y las
que guardaron los rebaños. Vendrán todas las que fueron hermanas en los días
grises, y, entonces, sólo entonces, se permitirá llorar de alegría.
(María Teresa León).
El
verso humano pesa…
El verso humano pesa.
Yo lo cojo en mis manos
y siento que me dobla las muñecas.
Mi traspiés juega mal con el camino
y mi dolor contigo, oh blanca primavera.
A veces de lo hondo del silencio
que bordean las flores y la brisa
acude el largo grito a mi garganta.
La primavera rápida se esquiva,
se rompe en mil pedazos
el aire de veloz cristalería
y cubre el sol sus desnudados miembros
como una virgen tímida
Yo quedo sobre un monte de tinieblas
aullando al horizonte de mi vida.
Desde esta primavera luminosa
¿por qué no recordaros,
vosotros que conmigo compartisteis
la lluvia y el espanto?
De vuestra sencillez sabe este agua,
de vuestra dignidad sabe este árbol.
Acaso vuestros rostros en borrasca
rimaran mal con este culto prado:
pero también su cultivado césped
lo ha sido por las manos.
Hombres de España muerta, hombres muertos de España,
¡venid a hacerles coros a estos pájaros!
(Pedro Garfias).
Agitación
y propaganda
(Sketch para ser representado por las calles, en los días que
faltan para las elecciones, por pequeños grupos de obreros —cuatro o cinco
camaradas— en forma de diálogo entre un obrero, que hace las preguntas, y los
restantes, que las contestan a coro).
Obrero.—¿Adónde vas, camarada?
¿Adónde vais, compañeros,
tan corriendo?
Coro.— Hoy comienza la jomada.
Mueren presos los obreros
y sufriendo.
Los mineros asturianos
y los otros luchadores
agonizan;
en la cárcel los hermanos,
los de Oviedo vencedores
se eternizan.
Obrero.— ¿Cómo los puedo salvar?
Decídmelo, compañeros,
¡ayudadme!
¿Quién los mandó encarcelar
a tan bravos barreneros?
¡Contestadme!
¿Quién sometió a la tortura,
quién mató a trabajadores
inocentes?
¿Quién cavó la sepultura
para tantos labradores
tan valientes?
mal pagados por dineros,
mal vendidos animales
sin decoro.
Obrero.— ¿Y Libertaria Lafuente?
¿Y la joven comunista
que luchaba
sola y valerosamente?
¿Y Sirval el periodista,
qué contaba?
Obrero.— ¿Y cómo se ha de acabar
tanta furia miserable,
tan baldía?
Coro.— Sólo el Frente Popular
lleva en él lo inaplazable:
¡la amnistía!
¡Vota al Frente Popular!
¡Vota a los tuyos, obrero,
camarada!
No te dejes engañar
con promesas o dinero
que son nada
¡Ven con nosotros, obrero,
que por justicia luchamos!
Obrero.— Camaradas:
¡Ya soy vuestro compañero
y las cárceles abramos
a patadas!
(Arturo Serrano Plaja).
Canción
de paz
A Pablo
Picasso, que me envió una paloma
Una sílaba.
Una sílaba sola.
Una radiante sílaba sin tregua,
de sosegada piel y corazón de fuego,
está a tu puerta –mira- con una estrella humana
y una dulce mirada de concordia.
Recoge su pureza,
su vuelo sobre raudos meridianos.
Otras sílabas viven en su breve
cintura melodiosa.
Yo, al pronunciarlas, digo:
hombre, creación, sonrisa, futuro, espiga, luz,
y en los labios me brota una paloma.
Una sílaba.
Una sílaba sola.
Tres letras comulgando con la vida.
Van de oriente a occidente,
de polo a polo, como un aura virgen,
entran en el hogar de la pobreza,
en el templo, la plaza y el palacio,
se posan en los hombros del anciano,
en el grávido vientre, sobre el sueño
de la novia fragante,
y en todas partes se derraman, dejan
un destello, un aroma, una esperanza.
Una sílaba.
Es una sola sílaba inocente.
Como un disparo suena en la garganta
y es un disparo que el amor dirige
a la muerte.
Los traficantes de la guerra quieren
destruir su plumaje, sepultarlo
entre tinieblas espantosas.
Pero
del árbol de la tierra nacen brazos,
de los valles del aire corazones
para impedir el crimen.
Mira el rostro
de aquella multitud: cantando avanza
al horizonte, suya es la alegría,
suya la fe que a la victoria lleva,
una noble victoria de tres letras.
Sin armas,
sin lamentos,
sin estragos.
Una sílaba.
Es una sola sílaba amorosa.
Acógela,
defiéndela
A tu puerta
llamando está.
Jugar pudiera un niño
con su armonioso cuello de avecica,
y es tan grande y eterna como el mar.
(Juan Rejano).
Eterna
sombra
Yo que creí que la luz era mía
precipitado en la sombra me veo.
Ascua solar, sideral alegría
ígnea de espuma, de luz, de deseo.
Sangre ligera, redonda, granada:
raudo anhelar sin perfil ni penumbra.
Fuera, la luz en la luz sepultada.
Siento que sólo la sombra me alumbra.
Sólo la sombra. Sin astro. Sin cielo.
Seres. Volúmenes. Cuerpos tangibles
dentro del aire que no tiene vuelo,
dentro del árbol de los imposibles.
Cárdenos ceños, pasiones de luto.
Dientes sedientos de ser colorados.
Oscuridad de rencor absoluto.
Cuerpos lo mismo que pozos cegados.
Falta el espacio. Se ha hundido la risa.
Ya no es posible lanzarse a la altura.
El corazón quiere ser más de prisa
fuerza que ensancha la estrecha negrura.
Carne sin norte que va en oleada
hacia la noche siniestra, baldía.
¿Quién es el rayo de sol que la invada?
Busco. No encuentro ni rastro el día.
Sólo el fulgor de los puños cerrados,
el resplandor de los dientes que acechan.
Dientes y puños de todos los lados.
Más que las manos, los montes se estrechan.
Turbia es la lucha sin sed de mañana.
¡Qué lejanía de opacos latidos!
Soy una cárcel con una ventana
ante una gran soledad de rugidos.
Soy una abierta ventana que escucha,
por donde va tenebrosa la vida.
Pero hay un rayo de sol en la lucha
que siempre deja la sombra vencida.
(Miguel Hernández).
Entrada
a la esperanza
El huracán se acerca a nuestra mano
perezosa la luz de mi alegría.
Yo estoy de pie, clavado sobre un llano,
para igualar su muerte con la mía.
Una sed infinita me apresura
un temor impaciente en mis oídos.
Me persigue su oscura dentadura
y acuchillan mi espera sus latidos.
Ya conozco la piel de ese tormeto
de morir esperando nueva aurora,
anclado sobre un mar de desaliento,
sin que apaguen la sed que me devora.
Ya no puedo esperar. Este silencio
huele a sangre y dolor sobre mis venas.
Sobre un campo inocente yo presencio
la muerte de inocentes azucenas.
Yo no puedo esperar, que ya los ríos
no conocen el mar que más venero.
Si unos ojos se clavan, ya vacíos,
ser ventana de luz es lo que quiero.
No me conformo, no, con una hoguera
cuando hay pulsos helados todavía:
¡un volcán siempre vivo! Y de bandera:
¡una llama lamiendo la agonía!
(Adolfo Sánchez Vázquez).
Todo
está por inventar
¡Camaradas!,
salvemos las distancias,
venzamos las nostalgias.
Nuestras manos obreras, todos a una,
darán forma a la esperanza.
Hay que creer, resurgir.
La España de que sufrimos fue una historia mal contada,
no su verdad hasta el fin.
Hoy me siento tan cargado de secretos no explotados,
que domino el porvenir.
Todo está por hacer,
por inventar y alegrar,
por nacer.
Hay que volver a empezar
y descubrir como nueva la explosión primaveral.
¡Camaradas!,
dejémonos de canciones que suenan a más llorar.
Aquí no ha pasado nada
y si pasó, no hay que hablar.
Todo está por inventar.
Cuando luchamos, creamos,
somos de veras quien somos palpitando cara al cielo,
somos pura actividad,
y al cantar,
cantemos lo que cantemos, cantamos la libertad.
Cantamos como españoles,
ancho el mundo, libre el alma,
porque tenemos coraje para nuevas invenciones.
No somos los hierofantes de unas mansas tradiciones.
Somos hombres propulsores.
¡Basta ya de recordar!
Lo que importa del pasado se ha hecho sangre en nuestro cuerpo.
Lo tenemos sin pensar.
Y al echarnos adelante
somos, por ser tan de veras, españoles y algo más.
¡Camaradas!,
abandonarse no es paz.
Sólo son buenos los sueños del que sabe despertar,
sobresaltarse, luchar,
y atreverse a la aventura del "mañana, Dios dirá".
Todo está por inventar,
por descubrir desde el centro de su gozo germinal,
por levantar, por nombrar
con su nombre más sencillo, más imprevisto, más justo,
más fieramente real.
¡Camaradas!,
nuestra lucha es eficaz.
Vencedores o vencidos, salvamos la libertad,
la dignidad de ser hombres,
la alegría del mañana, la juventud natural.
¿Quién dijo que España es vieja si aún está por estrenar?
¿Qué me importan quince siglos?
Yo arranco de mis principios iberos y apunto a más.
Nadie ha dicho todavía lo realmente real
¡Camaradas, a luchar!
No nos gusta lo que fuimos. No queremos
vivir solo de recuerdos que nos tiran ¡saca atrás.
Resistamos la resaca. Declaremos lo puntual.
Sacudiéndonos el polvo de la Historia,
volvamos al más acá.
Todo está por inventar.
Todo en España es anuncio.
Todo es semilla cargada de alegría floreal.
Todo, impulso hacia un mañana
que podemos y debemos dar a luz y hacer real.
(Gabriel Celaya).
Madrid
¡Ay, corazón encendido!
¡Ay, Madrid!
Qué puertas tienes de hierro
que no las puedes abrir.
En tus rondas aúllan fieras
preparando su festín.
Vienen los vientos del odio
por los campos hacia ti.
Como una tormenta negra
cierran tu cielo feliz,
perpetuamente soñando
con los azules de abril.
En la altivez de tu pecho
puñales quieren hundir.
La sangre de tus arterias
quieren derramarla allí
donde el corazón de España
late en más hondo latir.
¡Ay, qué noches de embestidas!
¡Ay, Madrid!
Ellos fuerzan; tú resistes.
Elevas tú la cerviz,
golpean ellos tu orgullo.
Responde en gesto viril.
(César M. Arconada).
Mi casa
y mi corazón
(sueño de libertad)
Si salgo un día a la vida
mi casa no tendrá llaves:
siempre abierta, como el mar,
el sol y el aire.
Que entren la noche y el día,
y la lluvia azul, la tarde,
el rojo pan de la aurora;
la luna, mi dulce amante.
Que la amistad no detenga
sus pasos en mis umbrales,
ni la golondrina el vuelo,
ni el amor sus labios. Nadie.
Mi casa y mi corazón
nunca cerrados: que pasen
los pájaros, los amigos,
el sol y el aire.
(Marcos Ana).
A la
inmensa mayoría
Aquí tenéis, en canto y alma, al hombre
aquel que amó, vivió, murió por dentro
y un buen día bajó a la calle: entonces
comprendió: y rompió todos sus versos.
Así es, así fue. Salió una noche
echando espuma por los ojos, ebrio
de amor, huyendo sin saber adónde:
a donde el aire no apestase a muerto.
Tiendas de paz, brizados pabellones,
eran sus brazos, como llama al viento;
olas de sangre contra el pecho, enormes
olas de odio, ved, por todo el cuerpo.
¡Aquí! ¡Llegad! ¡Ay! Ángeles atroces
en vuelo horizontal cruzan el cielo;
horribles peces de metal recorren
las espaldas del mar, de puerto a puerto.
Yo doy todos mis versos por un hombre
en paz. Aquí tenéis, en carne y hueso,
mi última voluntad. Bilbao, a once
de abril, cincuenta y tantos.
(Blas de Otero).
Conozco un lugar…
Conozco un lugar donde las gentes se reúnen
para rumiarse cuitas,
contando chiribitas.
Van glosando sus vidas, historias y presumen.
Lanzan brindis al sol
jugando de farol.
Tranquilo es y coqueto del hueco en la
placita
donde sueñan y añoran,
y a veces hay que lloran,
algo que no ha de volver a su vida marchita.
Ríen, hacen alarde
asta caer la tarde.
Ensimismados tienen la testa entre las manos
soñando con placeres
que de hombres y mujeres
ya casi no se acuerdan o suenan muy lejanos.
Solean, ríen y viven,
comentan, sobreviven.
Llevan niebla en sus ojos cansados desde
niños,
–estirando la vida,
jugando una partida-
sumando aditamentos y de experiencia aliños,
Siembran sus reuniones,
cachavas y bastones.
Henchidos de nostalgias, vacíos de ilusiones,
tienen hombros cansados,
por esfuerzos pasados,
dañadas emociones, gastados corazones.
No se sabe si oran,
suspiran o si lloran.
Allí un mañana osado juega junto al pasado,
-en tanto que unos tosen,
los otros se descosen-
vigilando a ladrones que su amor han sisado.
Juegan, matan el tiempo,
llenando un pasatiempo.
Esos seres humanos, de semblantes añejos,
con espaldas hundidas
y miradas perdidas
ya no tienen futuro solo tienen consejos,
de repliegues, patosos,
añosos, son los viejos.
(Aurora de Albornoz).
Esperanza
Esperanza,
araña negra del atardecer.
Tu paras
no lejos de mi cuerpo
abandonado, andas
en torno a mí,
tejiendo, rápida,
inconsistentes hilos invisibles,
te acercas, obstinada,
y me acaricias casi con tu sombra
pesada
y leve a un tiempo.
Agazapada
bajo las piedras y las horas,
esperaste, paciente, la llegada
de esta tarde
en la que nada
es ya posible...
Mi corazón:
tu nido.
Muerde en él, esperanza.
(Ángel González).
Bienaventurados
los insumisos
Ni la justicia con sus manos ciegas,
ni la bondad de ojos efímeros,
ni la obediencia entre algodones sucios,
ni el rencor que atenúa
la desesperación de los cautivos,
ni las armas que arrecian por doquier,
podrán ya mitigar esas lerdas proclamas
con que pretenden seducirnos
aquellos que blasonan de honorables.
Quienquiera que merezca el rango de insumiso
descree de esa historia y esas leyes.
El poder de los otros
nada sino desdén suscita en él.
Ha aprendido a vivir al borde de la vida.
(José Manuel Caballero Bonald).
El
poble
El poble és un vell tossut,
és una noia que no té promès,
és un petit comerciant amb descrèdit,
és un parent amb qui vam renyir fa molt de temps.
El poble és una xafogosa tarda d'estiu
és un parapet damunt la sorra,
és la pluja fina de novembre.
El poble és quaranta anys d'enfilar-se per les bastides,
és el petit desfici del diumenge a la tarda,
és la família com a base de la societat futura,
és el conjunt d'habitants, etc., etc.
El poble és el meu esforç i el vostre esforç,
és la meva veu i la vostra veu,
és la meva petita mort i la vostra petita mort.
El poble és el conjunt del nostre esforç
i de la nostra veu
i de la nostra petita mort.
El poble és tu i tu i tu
i tot d'altra gent que no coneixes,
i els teus secrets
i els secrets dels altres.
El poble és tothom,
el poble és ningú.
El poble és tot:
El principi i la fi,
l'amor i l'odi,
la veu i el silenci,
la vida i la mort.
[El pueblo
El pueblo es un viejo terco,
s una chica que no tiene prometido,
es un pequeño comerciante con descrédito,
es un pariente con quien reñir hace mucho tiempo.
El pueblo es una bochornosa tarde de verano
es un parapeto sobre la arena,
es la lluvia fina de noviembre.
El pueblo es cuarenta años de trepar por los andamios,
es el pequeño desazón del domingo por la tarde,
es la familia como base de la sociedad futura,
es el conjunto de habitantes, etc., etc.
El pueblo es mi esfuerzo y su esfuerzo,
es mi voz y su voz,
es mi pequeña muerte y su pequeña muerte.
El pueblo es el conjunto de nuestro esfuerzo
y de nuestra voz
y de nuestra pequeña muerte.
El pueblo es tú y tú y tú
y todo de otra gente que no conoces,
y tus secretos
y los secretos de los demás.
El pueblo es todo el mundo,
el pueblo es nadie.
El pueblo es todo:
El principio y el fin,
el amor y el odio,
la voz y el silencio,
la vida y la muerte].
(Miquel Martí i Pol).
Los
trescientos escalones
Estaba todo quieto en la casa apagada.
Hasta el día siguiente, hasta sabe Dios cuándo
el silencio reinaba como un ídolo antiguo.
No funcionaban las leyes de tráfico,
esas imprescindibles ordenanzas
que hay que acatar para transitar el pasillo.
Es como si la noche propusiera una tregua,
como si al apagar la luz se apagara el peligro.
Escucho. Nada. Todos callan unánimes.
Mirar la oscuridad es profesar de muerto:
los ojos van de lo negro que nos habita
a lo negro que nos envuelve.
Somos los apagados, los ausentes,
los que gavillan tiempo en sus muñecas,
somos los auditores del silencio
y ese silencio es como un túnel por el que solo avanza el tiempo.
No ver, no estando ciegos, es hundirse en el tiempo.
El armario, con su puerta entreabierta, da a las costas de
Francia.
Oigo los barcos que salen o entran por el puerto del Havre.
Veo tres niñas muy contentas, en Barcelona,
porque se iban de viaje:
se acababan los bombardeos,
ya no tendrían que esconderse debajo de aquella escalerita
que conducía a las habitaciones superiores
mientras oían, espantadas, el agudo silbido de las bombas.
Nos íbamos, nos íbamos a Francia.
Y así llegamos a Bañolas:
nosotras contentísimas de ver el lago,
papá, mamá y la abuela
arrastrando su corazón, empujándolo a la frontera.
París fue para mí, durante mucho tiempo, un gato.
Había un gato en aquella pobre pensión en que vivimos,
un gato que dormía al lado de una estufa.
Yo nunca vi París: tan solo vi ese gato.
Y nos fuimos al Havre para tomar un barco.
Nosotras con dos muñecos y un monito,
papá con su caja de pinturas y un sueño acorralado,
un sueño convertido en pesadilla,
un sueño multitudinario
arrastrado como único equipaje
por una inmensa procesión de solos.
Pero aquel barco no llegó a su puerto:
esperamos, mientras mamá, para alumbrarnos,
cantaba algunos días El niño judío: “De España vengo, soy española”.
No llegó el barco. Llegaron aviones alemanes.
Hubo que caminar a gatas por las habitaciones del hotel,
que estaba frente al puerto.
Aquel hotel tenía un nombre,
se llamaba “La Rotonde de la Gare”.
Papá pintaba. Y como Modigliani,
iba a ofrecer sus cuadros a las gentes. Tampoco a él le compraban.
Nosotras aprendimos francés en dos semanas.
El reloj de La Gare ha dado un cuarto,
papá me dice que levante la cara un poco más,
dos o tres pinceladas y termina el retrato.
Mi padre, no sé bien por qué, me pintó de japonesa.
Para siempre quedé con mi abanico
con los ojos ligeramente oblicuos y asombrados,
en una edad más bien indefinida
y con una diadema de pensamientos sobre el pelo.
Papá, vamos al puerto, vamos al puerto ahora que hay tiempo
y luego vámonos corriendo a ver el Bois des Hallates,
vamos, que se perdió tu cuadro y ya solo podré verlo contigo y
para siempre.
Papá, perdimos tantas cosas
además de la infancia y los trescientos escalones que tú pintaste
nunca he sabido si para decirnos que había que subirlos o
bajarlos.
Y ahora pienso, desde tu mano que me ayudaba a recorrerlos,
que tal vez me dijiste entonces
que había que subirlos y bajarlos
y para eso los pintaste
y para esos pasaste días enteros
pintando una escalera
interminable,
una hermosa escalera rodeada de árboles y árboles,
llena de luz y amor,
una escalera para mí,
una escalera para que pudiera subir,
vivir,
y una escalera para descender,
callar,
y sentarme a tu lado como entonces.
Me he levantado para cerrar la puerta del armario.
Está mi casa sosegada,
apenas en el aire zumba tenue la remota sirena de un barco.
Los que más amo duermen:
mi hija arropada en sus nueve años
y Félix indefenso ante sus treinta y ocho.
Al fin se extingue el eco de los barcos.
Vuelvo a la cama.
—Buenas noches, papá. Hasta mañana si Dios quiere. Que descanses.
(Francisca Aguirre).
La casa
de mi padre
Defenderé
la casa de mi padre.
Contra los lobos,
contra la sequía,
contra la usura,
contra la justicia,
defenderé
la casa
de mi padre.
Perderé
los ganados,
los huertos,
los pinares;
perderé
los intereses,
las rentas,
los dividendos,
pero defenderé la casa de mi padre.
Me quitarán las armas
y con las manos defenderé
la casa de mi padre;
me cortarán las manos
y con los brazos defenderé
la casa de mi padre;
me dejarán
sin brazos,
sin hombros
y sin pechos,
y con el alma defenderé
la casa de mi padre.
Me moriré,
se perderá mi alma,
se perderá mi prole,
pero la casa de mi padre
seguirá
en pie.
(Gabriel Aresti).
Inútil
escrutar tan alto cielo
Inútil escrutar tan alto cielo
inútil cosmonauta el que no sabe
el nombre de las cosas que le ignoran
el color del dolor que no le mata
inútil cosmonauta
el que contempla estrellas
para no ver las ratas.
(Manuel Vázquez Montalbán).
Mort a
Ravensbruck
El camp era un glop de nit
lluny de tot i entre carenes.
La Carme s'està morint,
el seu plany es perd per sempre.
El camp era un glop de nit
al nord fum, vers el sud
cendres.
Així jo no vull morir,
lluny els cels i les arbredes.
La Coloma que la sent
a poc a poc s'hi arrossega.
Diu mentres l'estreny ben fort
dolços mots a cau d'orella.
El camp era un glop de nit,
lluny de tot i entre carenes,
lluny de tot i entre carenes,
lluny, lluny.
[Muerte en Ravensbruck
El campo era un trago de noche
lejos de todo y entre crestas.
Carmen se está muriendo,
su llanto se pierde para siempre.
El campo era un trago de noche,
al norte humo, hacia el sur cenizas.
Así yo no quiero morir,
lejos los cielos y las arboledas.
La Coloma que la siente
poco a poco se arrastra.
Le dice mientras la aprieta bien fuerte
dulces palabras al oído.
El campo era un trago de noche,
lejos de todo y entre crestas,
lejos de todo y entre crestas,
lejos, lejos].
(Montserrat Roig).
Deja
que hable el fantasma
El silencio es nuestro punto fuerte.
Palpita entre nosotros el eco consabido
de batallas con espadas de madera,
perros compartidos
y ciruelos cuajados de frutos durísimos.
Mi hermano Javier y yo
nos sentamos frente al mar
y callamos.
Sabemos que no es posible el amor,
aunque una mujer nos espere entre las aguas.
Somos una conversación pendiente
y comprendemos que ahí está la clave
para una gestión soportable del pánico.
Lo sabemos
y por eso no resultaba tan duro el silencio,
no es tan absurda la espera.
Está siempre con nosotros
el fantasma de Shelley,
que Marx paseó por media Europa.
Quizá todo consista
en dejar que hable el fantasma.
Tarde o temprano madurarán las ciruelas.
(Felipe Alcaraz).
El
viajero
(De Miguel, camarada viajero con el frío)
Pretendieran tus ojos estos mares felices,
esta orilla encendida.
Pretendiera esta luz tu corazón viajero.
Desde el muelle miramos,
contemplamos los mares que se agrandan ya tuyos.
Fue en ellos que tu casa levantaste de nuevo,
en estas luces cálidas,
en estas aguas
adonde está tendida,
verde y grande la mano de las algas,
blanca y fresca la boca de la espuma.
Aquí, donde la paz adivinamos
por las grutas azules que ha poblado tu cuerpo,
aquí, donde caballos presentimos
como un galope verde en la memoria,
aquí, donde traineras y velámenes
amaneciendo está
y sorprendidos.
Es tuya tanta luz.
En
este puerto
donde los marineros aparejan el aire
y nos mira la obra sumergida
es tuya tanta luz.
Hemos querido hablarte
cuando el sueño te quema como tú pretendías,
hemos venido a verte desde el miedo
hasta esta casa nueva
donde brillan tus ojos como peces de fuego
por si acaso tuvieras noticias de ese barco
en el que un día zarparon los hombres y la historia.
Es tuya tanta luz. Hoy todo está contigo.
Y baja la marea
y cantan los dormidos
y gaviotas llegan con el viento encendido
y hemos de volver
y tú no estás pero tu voz nos llama.
Para los que quedamos es más triste el camino.
Quizás alguna tarde,
en alta mar tu sueño y las primeras algas,
como un octubre nuevo,
florecerá en las gavias
una bandera roja, Miguel, que nos reclama.
(Javier Egea).
A vosotros...
A vosotros, que lo dejasteis todo,
que lo disteis todo,
incluso vuestra vida.
A vosotros, héroes anónimos,
trabajadores del silencio,
mártires del dolor y la sangre.
A vosotros, hombres, mujeres,
viejos y padres,
jóvenes de edad y espíritu.
A vosotros, que ayudáis a levantar la aurora,
aunque su llegada aún esté lejana,
pero la acercáis para poder verla algún día.
A vosotros, que sois parte de la historia,
hijos de luchadores,
padres de nuevas generaciones,
abuelos de los vencedores.
A vosotros, que sufrís hasta odio, incomprensión, olvido.
A vosotros, que sois ejemplo.
A vosotros, porque os lo debo todo.
(Diego Sánchez).
Compañero
Cada cual tuvo entonces un origen distinto.
Yo sé dónde acabaron nuestras revoluciones,
¿pero dónde empezaban nuestros sueños?
Si empezaron por culpa del dolor,
hay motivos recientes para seguir soñando.
Si empezaron por culpa
de nuestra envenenada estupidez,
puedes seguir soñando,
pues también hay motivos.
(Luis García Montero).
No
quiero la palabra precisa…
No quiero la palabra precisa.
Es pobre y es pequeña.
Quiero una palabra
llena de flecos.
Una lámpara con chupones morados.
Una excrecencia.
Gota que rezuma del canalón.
La estalactita rota.
El polvo de trabajar los brillantes.
Un hielo deshecho.
Y deshaciéndose.
La saliva que le escapa, por la comisura,
a la bella que duerme en el bosque.
La ganga del mineral.
El hilo que sobra detrás del cañamazo.
No quiero la palabra precisa,
sino una llena de flecos,
una lámpara y vuelta a empezar,
un laberinto,
la flor,
una palabra
que ni yo misma entienda
y sólo pueda poseer
cuando los otros,
los de buena voluntad,
me la traduzcan.
(Marta Sanz).
Los hombres nuevos
Sí.
Hemos perdido la fe
y un inmenso mar nos queda
de vacío en los templos.
Hemos perdido la fe.
Tenemos ya todo el sitio
para la esperanza.
(Manuel Fernando Macías).