Canto de otoño
1
Pronto
nos sumergiremos en las frías tinieblas;
¡adiós,
viva claridad de nuestros veranos demasiado cortos!
Escucho
ya caer con golpes fúnebres
la
leña que retumba sobre el pavimento de los patios.
Todo
el invierno va a penetrar en mí ser: cólera,
odio,
escalofríos, horror, trabajo duro y forzado,
y,
como el sol en su infierno polar,
mi
corazón no será más que un bloque rojo y helado.
Oigo
temblando cada leño que cae,
el
cadalso que se erige no tiene más que un eco sordo.
Mi
espíritu es semejante a la torre que sucumbe
bajo
los golpes del ariete infatigable y pesado.
Me
parece, sacudido por este choque
monótono,
que
en alguna parte estamos clavando con prisa un ataúd.
¿Para
quién?... Ayer era verano; ¡he aquí el
otoño!
Este
ruido misterioso suena como una partida.
2
Amo
de tus largos ojos la luz verdosa,
dulce
belleza, aunque hoy todo me es amargo,
y
nada, ni vuestro amor, ni el tocador, ni el hogar,
valen
para mí el sol radiante sobre el mar.
Y,
a pesar de todo, ¡ámame, tierno corazón!, sé madre,
lo
mismo para un ingrato que para un malvado;
amante
o hermana, sé la dulzura efímera
de
un glorioso otoño o de un sol poniente.
¡Corta
tarea! La tumba espera; ¡está ávida!
¡Ah,
déjame, con mi frente puesta sobre tus rodillas,
probar,
añorando el verano blanco y tórrido,
la
estación que se va, el destello amarillo y dulce!
(Charles
Baudelaire).
El otoño
El
otoño es un barco que navega
con
abrigos, silencios y paraguas,
sobre
los parques y las arboledas.
¡Gaviotas
amarillas!
Son
las hojas que vuelan
y
caen lentamente
hasta
pisar la tierra.
El
cielo frío se parece al humo
de
los barcos sin velas
que
dibujan el sueño de los vientos
con
los pinceles de sus chimeneas.
Yo
soy el marinero del otoño.
Mira
mi barba seca
y
las bellas gaviotas melancólicas
volando
en mi cabeza.
En
la orilla dormida de la tarde
hay
olas de silencio y de tristeza.
Por
las ramas desnudas,
por
el agua secreta,
por
los abrigos grises,
el
otoño navega
como
un barco perdido
sobre
las arboledas.
(Luis
García Montero).
El otoño se acerca
El
otoño se acerca con muy poco ruido:
apagadas
cigarras, unos grillos apenas,
defienden
el reducto
de
un verano obstinado en perpetuarse,
cuya
suntuosa cola aún brilla hacia el oeste.
Se
diría que aquí no pasa nada,
pero
un silencio súbito ilumina el prodigio:
ha
pasado
un
ángel
que
se llamaba luz, o fuego, o vida.
Y
lo perdimos para siempre.
(Ángel
González).
El primer otoño de tus
ojos
Hojas
color de hierro, color de sangre, color de oro,
pedazos
del castillo del día
sobre
los muertos pensativos.
Mientras
la luz se filtra entre las ramas,
el
aire frío esparce las memorias.
Es
el primer otoño de sus ojos.
Cuánto
camino andado hasta la huesa
donde
se han ido ahilando
los
amigos nocturnos del vino
y
los lejanos maestros.
Quedar
como ellos profiriendo flores,
quedar
como ellos perfumando umbrosos,
quedar
juntos y dialogar
en
plantas renacientes,
para
que nuevos ojos escuchen mañana
en
el cristal de otoño
los
murmullos de corazones desvanecidos.
(Roberto
Fernández Retamar).
Equinoccio de otoño
La
vida es, también, corazón,
resignar
algo de luz en cada otoño,
cada
vez que el dorado,
desviste
melancólico,
la
copa de los árboles caducos
y
arrebata despiadado
el
nutrido verdor de la hojarasca.
Sin
embargo y a pesar de ello, amor,
el
otoño es, además, la edad de oro
para
los hombres sabios:
dan
frutos los membrillos,
florecen
las violetas y huelen
a
castaños las horas cenicientas.
Es
tregua y melodía de las hojas que caen
ante
el recogimiento de los silentes días.
La
incurable nostalgia que gotea en las ventanas
trae
consigo el cielo de tus ojos amados
y
entonces el morir, ese morir un poco
que
regresa en otoño, se torna en prodigiosa,
en
radiante primavera.
(Ana
María Broglio).
Equinoccio de otoño
Los
días van pasando y el otoño
al
tiempo está llamando.
Triste
se encuentra el oro de la luz
bajo
un azul de sierras del invierno
jugando
al escondite
con
nubes de ceniza
que
llenan poco a poco
vientos
de aromas frescos y mojados.
Metamorfosis
de fulgores cálidos
que
en dorado despiertan
por
las voces del tiempo
entre
las sombras de crecidas ramas,
en
este sol tiznando con sus besos
senderos
y ramajes.
En
la nostalgia queda el dulce beso
de
la mar lisonjera,
largos
andares por
el
paseo marítimo
bajo
el aroma a tardes marineras.
La
música celeste de las olas
rizadas
por la brisa
en
la hora de los sueños...
Huracán
de caricias inefables
al
despuntar el alba
sobre
la franja que une mar y cielo.
Los
días van pasando, hay huellas de ocre
yaciendo
en los caminos,
huellas
verdes y rojas
y
amarillas que penden de las ramas
ajenas
al tic-tac del segundero
que
serán huecos de un ayer florido.
Equinoccio
de otoño,
vientos,
lluvias y claros,
llega
la fresca brisa destapando
el
tarro de perfumes
y
los olores de melancolía...
vuelan
por los tejados.
Por
el bosque de bronce,
apenas,
vagas sombras aletean,
ya
huele a nube triste,
a
hoja marchita planeando al viento,
al
besar empapado
de
la niebla a la tierra;
a
tardes de nostalgia en ventanales...
al
crepitar de leña en chimenea.
Hojarascas
doradas, por el río
bogan
a la deriva,
y
en este sol nostálgico y enfermo,
el
campo florecido,
se
funde con dolor por la llegada
de
un gris que apena el cielo.
Y
en el grisáceo ocaso de las cinco,
la
fuente solitaria inicia el sueño,
en
tanto que el estío,
ya
hiberna en el valle del silencio.
(Luis
Prieto).
Memoria
El
otoño es una promesa de sucesos y barcos, una Jerusalén de noches
dislocadas.
Tiene
carreteras solitarias como muslos y una luz que invita a la ferocidad
y a creer en la
belleza de rectas y precipicios.
Es
mentira su sinfonía de pérdidas verticales, el acuerdo general para el llanto.
En
verdad se reconoce a octubre por la máscara veneciana
y el sexo frotándose las manos.
Te
hice el amor en cada instante despoblado de cuerdas y deber.
Te
hice el amor en cada ocio y cuando no lo tuve te hice el amor en atascos
y rutinas, por
calles en las que, inmóvil, corría tras la súbita herida
en el pecho,
tras el desmayo.
Te
hice el amor cuanto monte soy capaz y fue mi frente un universo
que dejaba al Pacífico
en relato de ciclos sencillos, de agua y cantidad.
Hice
cuanto pude por arruinarme.
El
deseo es un hueso al que nadie puso nombre.
(Julieta
Valero).
Otoño
Aprovechemos
el otoño
antes
de que el invierno nos escombre
entremos
a codazos en la franja del sol
y
admiremos a los pájaros que emigran
ahora
que calienta el corazón
aunque
sea de a ratos y de a poco
pensemos
y sintamos todavía
con
el viejo cariño que nos queda
aprovechemos
el otoño
antes
de que el futuro se congele
y
no haya sitio para la belleza
porque
el futuro se nos vuelve escarcha.
(Mario
Benedetti).
Paseo
otoñal
Juega a disfrazarse el día con la luz y con la sombra,
se persigue el viento a sí mismo
y los árboles bailan.
Desvestida de humo la ciudad,
suben más rápido los sonidos hacia el cielo y se pierden lejos
como el globo huido de las manos de un niño
que corre tan aprisa como crece y se va.
Limpia el otoño los rostros atentos
y desvela el alma de lo que normalmente calla.
Las calles recobran su color verdadero,
El paso se apacigua.
Suspiran suspendidos de sí mismos
la incertidumbre y el miedo.
Por un momento amenaza la lluvia
y todo se funde en un velo gris.
El día se entristece y
sin embargo……..
Siento que la soledad ya no pesa,
llena de todos a los que un día amé
y de los que aún están
caminando a mi lado
Se hace nuevamente la Luz
¿Acaso Ellos nos marcan el camino?
(Inés Vallejo).
Quiénes son quiénes son...
Alma, Azul, Poema, Numen
Quiénes son quiénes son
metidos en mi vida
imponiendo ternura
espectros como yo
momentáneos y vanos
iguales a las hojas que pudre cada otoño
y no dejan memoria.
Quiénes son quiénes son.
Son éstos y no otros
de antes de después
frutos de muerte son
sin remedio sin falta
irremisiblemente
antes o después
muertos
tan fugazmente cálidos alentando y erguidos
y amando
por qué no
amando sin pavor
sin conjugarse nunca
la otra alma el otro cuerpo
la otra efímera vida.
Quiénes son quiénes son.
Qué camada de muertos para el suelo que pisan
qué tierra entre la tierra mañana
y hoy en mí
qué fantasmas de tierra obligando mi amor.
(Idea Vilariño).
Retornos
del otoño
Nos dicen: Sed alegres.
Que no escuchen los hombres rodar en vuestros cantos
ni el más leve ruido de una lágrima.
Está bien. Yo quisiera, diariamente lo quiero,
mas hay horas, hay días, hasta meses y años
en que se carga el alma de una justa tristeza
y por tantos motivos que luchan silenciosos
rompe a llorar, abiertas las llaves de los ríos.
Miro el otoño, escucho sus aguas melancólicas
de dobladas umbrías que pronto van a irse.
Me miro a mí, me escucho esta mañana
y perdido ese miedo
que me atenaza a veces hasta dejarme mudo,
me repito: Confiesa
grita valientemente que quisieras morirte.
Di también: Tienes frío.
Di también: Estás solo, aunque otros te acompañen.
¿Qué sería de ti si al cabo no volvieras?
Tus amigos, tu niña, tu mujer, todos esos
que parecen quererte de verdad, ¿qué dirían?
Sonreíd. Sed alegres. Cantad la vida nueva.
Pero yo sin vivirla, ¡cuántas veces la canto!
¡Cuántas veces animo ciegamente a los tristes,
diciéndoles: Sed fuertes, porque vuestra es el alba!
Perdonadme que hoy sienta pena y la diga.
No me culpéis. Ha sido
la vuelta del otoño.
(Rafael Alberti).
Sin embargo...
Sin
embargo,
sin
embargo,
sin
embargo... No me
fío
de mí. Nada es
permanente.
Menos
lo
es la palabra. Esto
tampoco,
esto
tampoco,
esto
tampoco. No me fío,
no
te fíes de quien
dice,
de quien
habla,
de lo que se
dice,
de lo que dices,
de
lo que digo,
no
me fíes,
no
te fío.
La
lucidez es una chispa, un
estado
de conciencia
en
las multiplicadas estancias
de
la conciencia o que hacen
conciencia,
las estancias
que
se alargan, se prolongan, se
continúan,
y así
se
le llama conciencia
a
aquella continuidad.
No
me fío, no te
fíes
de las estancias,
se
estrechan,
se
acortan,
se
invaden,
desaparecen,
la
lucidez es un instante
entre
estancias,
ventanas
en la mónada que
si
permanece bajo
la
luz del foco se hace estancia,
también
ella, y sufre
las
mismas convulsiones.
Sin
embargo,
sin
embargo,
sin
embargo... lo
que
intuyo ahora
se
borrará mañana,
luego,
ahora,
apenas
se haga pensamiento,
conciencia:
estancia. Atrapamos
la
sensación que invade las entrañas,
muy
abajo,
muy
adentro,
muy
homogénea, la atrapamos
y
la hacemos eso: "sensación",
la
nombramos,
la
describimos... la perdemos. Ya
no
es ella, ya no es eso, ya no es.
Aún
está allí pero
no
es lo que digo,
lo
es apenas,
no
es lo que oís,
no
es eso, no
os
fiéis,
no
me fíes,
no
te fío.
De
nuevo cae la tarde,
mengua
la luz.
Los
colores del otoño vienen del oeste,
decía
aquel poeta chino.
El
mundo está en mí.
No
me apartaré.
Acojo
todos los colores, el
estío
dentro de mi otoño,
porque
sé que no
hay
fin, que no habrá término.
Todo
comienza y termina en mí.
Yo
soy el infinito proyecto de mí misma
por
encima de m
me
sobrevuelo.
(Chantal
Maynard).
Tan, tan
Tan,
tan.
¿Quién
es?
El
Otoño otra vez.
¿Qué
quiere el Otoño?
El
frescor de tu sien.
No
te lo quiero dar.
Yo
te lo quiero quitar.
Tan,
tan.
¿Quién
es?
El
Otoño otra vez.
(Federico
García Lorca).
Una botánica de paz:
visitación
Tengo
una flor
de
la que no sé el nombre
En
el balcón,
en
común acuerdo
con
otros aromas:
la
flor del beso, un rosal,
una
mata de hierba luisa
Pero
esos son prodigios
de
la mañana siguiente;
es
que esta flor
generó
hojas de verde
asombro,
minúsculas
y leves
No
la amenazan bombas
ni
románticos vientos,
ni
misiles, o tornados,
ni
ella sabe, aunque esté cerca,
de
la sal inversa
que
el mar trae
Y
el cielo azul de Otoño
fingiendo
Verano
es
para ella una bendición,
con
la poca agua
que
le dio
Debe
ser esto
una
especie de paz:
un
secreto botánico
de
la luz.
(Ana Luísa Amaral).
Versos a la tristeza de
Buenos Aires
Tristes
calles derechas, agrisadas e iguales,
por
donde asoma, a veces, un pedazo de cielo,
sus
fachadas oscuras y el asfalto del suelo
me
apagaron los tibios sueños primaverales.
Cuánto
vagué por ellas, distraída, empapada
en
el vaho grisáceo, lento, que las decora.
De
su monotonía mi alma padece ahora.
—¡Alfonsina!—
No llames. Ya no respondo a nada.
Si
en una de tus casas, Buenos Aires, me muero
viendo
en días de otoño tu ciclo prisionero
no
me será sorpresa la lápida pesada.
Que
entre tus calles rectas, untadas de su río
apagado,
brumoso, desolante y sombrío,
cuando
vagué por ellas, ya estaba yo enterrada.
(Alfonsina
Storni).
Vientos de otoño
Cuando
los vientos otoñales,
soplen
sobre los sueños
y
las ideas vibren
en
los planos más profundos,
más
allá de lo vivido,
en
la simplicidad de la muerte,
podré
rehacer los cielos rotos
y
las hojas amarillas.
Cuando
mi alma flote,
más
allá de mis huesos,
y
mis muertes den origen
a
nuevos nacimientos,
más
allá de donde se inicia
la
sinfonía de las esferas,
desnudaré
todos mis rostros,
y
finalmente seré libre...
Cuando
los rojos soles,
se
oculten por siempre
y
avancen todos los muros
sobre
las noches que se hunden,
más
allá de mis lechos de jade,
del
musgo que vistió mis espejos,
lograré
aceptar la fortuna
de
haber sido la Hija del Fuego.
Cuando
mi cuerpo
se
consuma entre llamas
y
de mis letras solo queden
lúgubres
cenizas,
más
allá de mis casas en ruinas,
del
murmullo de las aguas,
renaceré
salvaje
de
entre mis flores mustias.
(Fanny
Jem Wong).