He dedicado a García Lorca varios artículos: "Las vicisitudes de García Lorca después de su muerte" (1), (y 2), en 2010; "La dimensión política de la muerte de García Lorca", en 2016.; "García Lorca, en el corazón de Trebujena", en 2018; y el último, "García Lorca, el poeta que estuvo en Nueva York", apenas hace un par de meses. En esta ocasión he concluido algo que tenía pendiente desde hacía años, como es la recopilación de poemas dedicados tras su muerte. Doce elegías de doce poetas contemporáneos suyos: Antonio Machado, Rafael Alberti, Miguel Hernández, Pablo Neruda, Luis Cernuda, Emilio Prados, Manuel Altolaguirre, Pedro Salinas, Pedro Garfias, Nicolás Guillén, Concha Méndez y Juan Nina.
El crimen fue en Granada
1.
El crimen
Se
le vio, caminando entre fusiles,
por una calle larga,
salir al campo frío,
aún con estrellas de la madrugada.
Mataron a Federico
cuando la luz asomaba.
El pelotón de verdugos
no osó mirarle la cara.
Todos cerraron los ojos;
rezaron: ¡ni Dios te salva!
Muerto cayó Federico
—sangre en la frente y plomo en las entrañas—
... Que fue en Granada el crimen
sabed —¡pobre Granada!—, en su Granada.
salir al campo frío,
aún con estrellas de la madrugada.
Mataron a Federico
cuando la luz asomaba.
El pelotón de verdugos
no osó mirarle la cara.
Todos cerraron los ojos;
rezaron: ¡ni Dios te salva!
Muerto cayó Federico
—sangre en la frente y plomo en las entrañas—
... Que fue en Granada el crimen
sabed —¡pobre Granada!—, en su Granada.
2.
El poeta y la muerte
Se
le vio caminar solo con Ella,
sin miedo a su guadaña.
-Ya el sol en torre y torre, los martillos
en yunque- yunque y yunque de las fraguas.
Hablaba Federico,
requebrando a la muerte. Ella escuchaba.
"Porque ayer en mi verso, compañera,
sonaba el golpe de tus secas palmas,
y diste el hielo a mi cantar, y el filo
a mi tragedia de tu hoz de plata,
te cantaré la carne que no tienes,
los ojos que te faltan,
tus cabellos que el viento sacudía,
los rojos labios donde te besaban...
Hoy como ayer, gitana, muerte mía,
qué bien contigo a solas,
por estos aires de Granada, ¡mi Granada!"
-Ya el sol en torre y torre, los martillos
en yunque- yunque y yunque de las fraguas.
Hablaba Federico,
requebrando a la muerte. Ella escuchaba.
"Porque ayer en mi verso, compañera,
sonaba el golpe de tus secas palmas,
y diste el hielo a mi cantar, y el filo
a mi tragedia de tu hoz de plata,
te cantaré la carne que no tienes,
los ojos que te faltan,
tus cabellos que el viento sacudía,
los rojos labios donde te besaban...
Hoy como ayer, gitana, muerte mía,
qué bien contigo a solas,
por estos aires de Granada, ¡mi Granada!"
3.
Se
le vio caminar...
Labrad, amigos,
de piedra y sueño en el Alhambra,
un túmulo al poeta,
sobre una fuente donde llore el agua,
y eternamente diga:
el crimen fue en Granada, ¡en su Granada!
de piedra y sueño en el Alhambra,
un túmulo al poeta,
sobre una fuente donde llore el agua,
y eternamente diga:
el crimen fue en Granada, ¡en su Granada!
Elegía a
un poeta que no tuvo su muerte
No tuviste tu
muerte, la que a ti te tocaba.
Malamente, a
sabiendas, equivocó el camino.
¿Adónde vas?
Gritando, por más que aligeraba
no paré tu
destino.
¡Que mi
muerte madruga! ¡Levanta! Por las calles,
los terrados
y torres tiembla un presentimiento.
A toda costa
el río llama a los arrabales,
advierte a
toda costa la oscuridad al viento.
Yo, por las
islas, preso, sin saber que tu muerte
te olvidaba,
dejando mano libre a la mía.
¡Dolor de
haberte visto, dolor de verte
como yo
hubiera estado, si me correspondía!
Debiste de
haber muerto sin llevarte a tu gloria
ese horror en
los ojos de último fogonazo
ante la
propia sangre que dobló tu memoria,
toda flor y
clarísimo corazón sin balazo.
(Rafael
Alberti)
Elegía
primera
A Federico García
Lorca, poeta
Atraviesa la
muerte con herrumbrosas lanzas,
y en traje de
cañón, las parameras
donde cultiva
el hombre raíces y esperanzas,
y llueve sal,
y esparce calaveras.
Verdura de
las eras,
¿qué tiempo
prevalece la alegría?
El sol pudre
la sangre, la cubre de asechanzas
y hace brotar
la sombra más sombría.
El dolor y su
manto
vienen una
vez más a nuestro encuentro.
Y una vez más
al callejón del llanto
lluviosamente
entro.
Siempre me
veo dentro
de esta
sombra de acíbar revocada,
amasado con
ojos y bordones,
que un candil
de agonía tiene puesto a la entrada
y un rabioso
collar de corazones.
Llorar dentro
de un pozo,
en la misma
raíz desconsolada
del agua, del
sollozo,
del corazón
quisiera:
donde nadie
me viera la voz ni la mirada,
ni restos de
mis lágrimas me viera.
Entro
despacio, se me cae la frente
despacio, el
corazón se me desgarra
despacio, y
despaciosa y negramente
vuelvo a
llorar al pie de una guitarra.
Entre todos
los muertos de elegía,
sin olvidar
el eco de ninguno,
por haber
resonado más en el alma mía,
la mano de mi
llanto escoge uno.
Federico
García
hasta ayer se
llamó: polvo se llama.
Ayer tuvo un
espacio bajo el día
que hoy el
hoyo le da bajo la grama.
¡Tanto fue!
¡Tanto fuiste y ya no eres!
Tu agitada
alegría,
que agitaba
columnas y alfileres,
de tus
dientes arrancas y sacudes,
y ya te pones
triste, y sólo quieres
ya el paraíso
de los ataúdes.
Vestido de
esqueleto,
durmiéndote
de plomo,
de
indiferencia armado y de respeto,
te veo entre
tus cejas si me asomo.
Se ha llevado
tu vida de palomo,
que ceñía de
espuma
y de arrullos
el cielo y las ventanas,
como un
raudal de pluma
el viento que
se lleva las semanas.
Primo de las
manzanas,
no podrá con
tu savia la carcoma,
no podrá con
tu muerte la lengua del gusano,
y para dar
salud fiera a su poma
elegirá tus
huesos el manzano.
Cegado el
manantial de tu saliva,
hijo de la
paloma,
nieto del
ruiseñor y de la oliva:
serás,
mientras la tierra vaya y vuelva,
esposo
siempre de la siempreviva,
estiércol
padre de la madreselva.
¡Qué sencilla
es la muerte: qué sencilla,
pero qué
injustamente arrebatada!
No sabe andar
despacio, y acuchilla
cuando menos
se espera su turbia cuchillada.
Tú, el más
firme edificio, destruido,
tú, el
gavilán más alto, desplomado,
tú, el más
grande rugido,
callado, y
más callado, y más callado.
Caiga tu
alegre sangre de granado,
como un
derrumbamiento de martillos feroces,
sobre quien
te detuvo mortalmente.
Salivazos y
hoces
caigan sobre
la mancha de su frente.
Muere un
poeta y la creación se siente
herida y
moribunda en las entrañas.
Un cósmico
temblor de escalofríos
mueve
temiblemente las montañas,
un resplandor
de muerte la matriz de los ríos.
Oigo pueblos
de ayes y valles de lamentos,
veo un bosque
de ojos nunca enjutos,
avenidas de lágrimas
y mantos:
y en
torbellino de hojas y de vientos,
lutos tras
otros lutos y otros lutos,
llantos tras
otros llantos y otros llantos.
No aventarán,
no arrastrarán tus huesos,
volcán de
arrope, trueno de panales,
poeta
entretejido, dulce, amargo,
que al calor
de los besos
sentiste,
entre dos largas hileras de puñales,
largo amor,
muerte larga, fuego largo.
Por hacer a
tu muerte compañía,
vienen
poblando todos los rincones
del cielo y
de la tierra bandadas de armonía,
relámpagos de
azules vibraciones.
Crótalos
granizados a montones,
batallones de
flautas, panderos y gitanos,
ráfagas de
abejorros y violines,
tormentas de
guitarras y pianos,
irrupciones
de trompas y clarines.
Pero el
silencio puede más que tanto instrumento.
Silencioso,
desierto, polvoriento
en la muerte
desierta,
parece que tu
lengua, que tu aliento,
los ha
cerrado el golpe de una puerta.
Como si
paseara con tu sombra,
paseo con la
mía
por una tierra
que el silencio alfombra,
que el ciprés
apetece más sombría.
Rodea mi
garganta tu agonía
como un
hierro de horca
y pruebo una
bebida funeraria.
Tú sabes,
Federico García Lorca,
que soy de
los que gozan una muerte diaria.
(Miguel
Hernández)
Explico algunas cosas
PREGUNTARÉIS:
Y dónde están las lilas?
Y la metafísica cubierta de amapolas?
Y la lluvia que a menudo golpeaba
sus palabras llenándolas
de agujeros y pájaros?
Y la lluvia que a menudo golpeaba
sus palabras llenándolas
de agujeros y pájaros?
Os voy a contar todo lo que me pasa.
Yo vivía en un barrio
de Madrid, con campanas,
con relojes, con árboles.
de Madrid, con campanas,
con relojes, con árboles.
Desde allí se veía
el rostro seco de Castilla
como un océano de cuero.
Mi casa era llamada
la casa de las flores, porque por todas partes
estallaban geranios: era
una bella casa
con perros y chiquillos.
Raúl, te acuerdas?
Te acuerdas, Rafael?
Federico, te acuerdas
debajo de la tierra,
te acuerdas de mi casa con balcones en donde
la luz de junio ahogaba flores en tu boca?
Hermano, hermano!
Todo
eran grandes voces, sal de mercaderías,
aglomeraciones de pan palpitante,
mercados de mi barrio de Argüelles con su estatua
como un tintero pálido entre las merluzas:
el aceite llegaba a las cucharas,
un profundo latido
de pies y manos llenaba las calles,
metros, litros, esencia
aguda de la vida,
pescados hacinados,
contextura de techos con sol frío en el cual
la flecha se fatiga,
delirante marfil fino de las patatas,
tomates repetidos hasta el mar.
el rostro seco de Castilla
como un océano de cuero.
Mi casa era llamada
la casa de las flores, porque por todas partes
estallaban geranios: era
una bella casa
con perros y chiquillos.
Raúl, te acuerdas?
Te acuerdas, Rafael?
Federico, te acuerdas
debajo de la tierra,
te acuerdas de mi casa con balcones en donde
la luz de junio ahogaba flores en tu boca?
Hermano, hermano!
Todo
eran grandes voces, sal de mercaderías,
aglomeraciones de pan palpitante,
mercados de mi barrio de Argüelles con su estatua
como un tintero pálido entre las merluzas:
el aceite llegaba a las cucharas,
un profundo latido
de pies y manos llenaba las calles,
metros, litros, esencia
aguda de la vida,
pescados hacinados,
contextura de techos con sol frío en el cual
la flecha se fatiga,
delirante marfil fino de las patatas,
tomates repetidos hasta el mar.
Y una mañana todo estaba ardiendo
y una mañana las hogueras
salían de la tierra
devorando seres,
y desde entonces fuego,
pólvora desde entonces,
y desde entonces sangre.
Bandidos con aviones y con moros,
bandidos con sortijas y duquesas,
bandidos con frailes negros bendiciendo
venían por el cielo a matar niños,
y por las calles la sangre de los niños
corría simplemente, como sangre de niños.
y una mañana las hogueras
salían de la tierra
devorando seres,
y desde entonces fuego,
pólvora desde entonces,
y desde entonces sangre.
Bandidos con aviones y con moros,
bandidos con sortijas y duquesas,
bandidos con frailes negros bendiciendo
venían por el cielo a matar niños,
y por las calles la sangre de los niños
corría simplemente, como sangre de niños.
Chacales que el chacal rechazaría,
piedras que el cardo seco mordería escupiendo,
víboras que las víboras odiaran!
piedras que el cardo seco mordería escupiendo,
víboras que las víboras odiaran!
Frente a vosotros he visto la sangre
de España levantarse
para ahogaros en una sola ola
de orgullo y de cuchillos!
de España levantarse
para ahogaros en una sola ola
de orgullo y de cuchillos!
Generales
traidores:
mirad mi casa muerta,
mirad España rota:
pero de cada casa muerta sale metal ardiendo
en vez de flores,
pero de cada hueco de España
sale España,
pero de cada niño muerto sale un fusil con ojos,
pero de cada crimen nacen balas
que os hallarán un día el sitio
del corazón.
traidores:
mirad mi casa muerta,
mirad España rota:
pero de cada casa muerta sale metal ardiendo
en vez de flores,
pero de cada hueco de España
sale España,
pero de cada niño muerto sale un fusil con ojos,
pero de cada crimen nacen balas
que os hallarán un día el sitio
del corazón.
Preguntaréis por qué su poesía
no nos habla del sueño, de las hojas,
de los grandes volcanes de su país natal?
no nos habla del sueño, de las hojas,
de los grandes volcanes de su país natal?
Venid a ver la sangre por las calles,
venid a ver
la sangre por las calles,
venid a ver la sangre
por las calles!
venid a ver
la sangre por las calles,
venid a ver la sangre
por las calles!
(Pablo
Neruda)
A
un poeta muerto
A Federico García Lorca
Así
como en la roca nunca vemos
La
clara flor abrirse,
Entre
un pueblo hosco y duro
No
brilla hermosamente
El
fresco y alto ornato de la vida.
Por
esto te mataron, porque eras
Verdor
en nuestra tierra árida
Y
azul en nuestro oscuro aire.
Leve
es la parte de la vida
Que
como dioses rescatan los poetas.
El
odio y destrucción perduran siempre
Sordamente
en la entraña
Toda
hiel sempiterna del español terrible,
Que
acecha lo cimero
Con
su piedra en la mano.
Triste
sino nacer
Con
algún don ilustre
Aquí,
donde los hombres
En
su miseria sólo saben
El
insulto, la mofa, el recelo profundo
Ante
aquel que ilumina las palabras opacas
Por
el oculto fuego originario.
La
sal de nuestro mundo eras,
Vivo
estabas como un rayo de sol,
Y
ya es tan sólo tu recuerdo
Quien
yerra y pasa, acariciando
El
muro de los cuerpos
Con
el dejo de las adormideras
Que
nuestros predecesores ingirieron
A
orillas del olvido.
Si
tu ángel acude a la memoria,
Sombras
son estos hombres
Que
aún palpitan tras las malezas de la tierra;
La
muerte se diría
Más
viva que la vida
Porque
tú estás con ella,
Pasado
el arco de tu vasto imperio,
Poblándola
de pájaros y hojas
Con
tu gracia y tu juventud incomparables.
Aquí
la primavera luce ahora.
Mira
los radiantes mancebos
Que
vivo tanto amaste
Efímeros
pasar junto al fulgor del mar.
Desnudos
cuerpos bellos que se llevan
Tras
de sí los deseos
Con
su exquisita forma, y sólo encierran
Amargo
zumo, que no alberga su espíritu
Un
destello de amor ni de alto pensamiento.
Igual
todo prosigue,
Como
entonces, tan mágico,
Que
parece imposible
La
sombra en que has caído.
Mas
un inmenso afán oculto advierte
Que
su ignoto aguijón tan sólo puede
Aplacarse
en nosotros con la muerte,
Como
el afán del agua,
A
quien no basta esculpirse en las olas,
Sino
perderse anónima
En
los limbos del mar.
Pero
antes no sabías
La
realidad más honda de este mundo:
El
odio, el triste odio de los hombres,
Que
en ti señalar quiso
Por
el acero horrible su victoria,
Con
tu angustia postrera
Bajo
la luz tranquila de Granada,
Distante
entre cipreses y laureles,
Y
entre tus propias gentes
Y
por las mismas manos
Que
un día servilmente te halagaran.
Para
el poeta la muerte es la victoria;
Un
viento demoníaco le impulsa por la vida,
Y
si una fuerza ciega
Sin
comprensión de amor
Transforma
por un crimen
A
ti, cantor, en héroe,
Contempla
en cambio, hermano,
Cómo
entre la tristeza y el desdén
Un
poder más magnánimo permite a tus amigos
En
un rincón pudrirse libremente.
Tenga
tu sombra paz,
Busque
otros valles,
Un
río donde del viento
Se
lleve los sonidos entre juncos
Y
lirios y el encanto
Tan
viejo de las aguas elocuentes,
En
donde el eco como la gloria humana ruede,
Como
ella de remoto,
Ajeno
como ella y tan estéril.
Halle
tu gran afán enajenado
El
puro amor de un dios adolescente
Entre
el verdor de las rosas eternas;
Porque
este ansia divina, perdida aquí en la tierra,
Tras
de tanto dolor y dejamiento,
Con
su propia grandeza nos advierte
De
alguna mente creadora inmensa,
Que
concibe al poeta cual lengua de su gloria
Y
luego le consuela a través de la muerte.
(Luis Cernuda)
Llegada
A Federico García
Lorca
Alamedas de
mi sangre
¡Alto dolor
de olmos negros!
¿Qué nuevos
vientos lleváis?
¿Qué murmuran
vuestros ecos?
¿Qué apretáis
en mi garganta
que siento el
tallo del hielo
aún más frío
que la muerte
estrangular
mi deseo?
¿Qué agudo
clamor de angustia
rueda corazón
adentro,
golpe a golpe
retumbando
como campana
de duelo,
ahuecándome
las venas,
turbando mi
pensamiento,
prendiendo
mis libres ojos
segando mi
vista al viento?
¿Qué rumor
llevan tus hojas
que todo mi
cuerpo yerto
bajo sus
dolientes ramas
ni duerme ni
está despierto,
ni vivo ni
muerto atiende
a la voz de
ningún dueño,
que va como
un río sin agua
andando en
pie por un sueño.
Con cinco
llamas agudas
clavadas
sobre su pecho.
sin
pensamiento y sin sombra,
vaga con
temblor de espectro
por ciudades
y jardines,
al mar libre
y en los puertos,
triste pájaro
sin alas
acribillado a
luceros.
Alamedas de
mi sangre,
decid, ¿qué
amargo secreto
mordió las
sanas raíces
que os dan
vida y movimiento?
Vine de
Málaga roja.
De Málaga
roja vengo.
Vine lleno de
banderas
y toda la
sangre ardiendo.
Llegué a
Madrid perseguido
de enemigos
pensamientos,
aun con
rumores de lucha
y con
zumbidos de truenos:
más de mil
brazos traía
alrededor de
mi cuerpo,
saludando mi
alegría,
desatando mi
silencio.
Amigos, vengo
de Málaga;
aún me huele
a sal el sueño,
me huele a
pescado y gloria,
a espuma y a
sol de fuego.
Mucho que
contaros traigo,
mucho que
contar y bueno.
Amigos, os
hallé a todos
alegres en
vuestros puestos.
¿En dónde
está Federico?
A él sólo de
menos echo
y a él tengo
más que contarle;
mucho que
contarle tengo.
¿En dónde
está Federico?
Sólo responde
el silencio.
Un temor se
va agrandando,
temor que
encoge los pechos.
De noche los
olivares
alzan los
brazos gimiendo;
la luna lo
anda buscando
rodando,
lenta, en el cielo;
la sangre de
los gitanos
lo llama
abierta en el suelo;
más gritos
lleva la sombra
que estrellas
el firmamento
las madrugadas
preguntan
por él,
temblando de miedo.
¡Qué gran
tumba esta distancia
que calla su
hondo misterio!
Vengo de
Málaga roja
de Málaga
roja vengo;
levántate,
Federico,
álzate en pie
sobre el viento,
mira que
llego del mar,
mucho que
contarte tengo.
Málaga tiene
otras playas
y grandes
peces de acero,
con mil ojos
vigilantes
defienden,
firmes, su puerto.
¿En dónde
estás, Federico?
Yo este rumor
no lo creo.
Yo este rumor
no lo creo.
¡Cómo me
duelen las balas
que hoy
circundan tu recuerdo.
¡Cómo me
duelen las balas
que hoy
circundan tu recuerdo!
Desde Málaga
a Granada
rojos
pañuelos al cuello
gitanos y
pescadores
van con
anillos de hierro;
sortijas que
envía la muerte
a tus negros
carceleros.
Aguárdame,
Federico;
mucho que
contarte espero…
Entre Málaga
y Granada
una barrera
de fuego.
(Emilio
Prados)
Me olvido de vivir si te recuerdo,
me reconozco
polvo de la tierra
y te
incorporo a mí como lo hace
la parte más
cercana de tu tumba,
esa tierra
insensible que suplanta
el amoroso
afán de tus amigos.
Acabada tu
vida, permanece
con su total
contorno dibujado:
no hay puerta
que te lleve a lo futuro.
El árbol de
tu nombre ha florecido
en una
incalculable primavera.
La muerte es
perfección, acabamiento.
Sólo los
muertos pueden ser nombrados.
Los que
vivimos no tenemos nombre.
Los míticos
honderos de la fama
tiran los
cantos de tu nombre al mundo
y el lago de
la vida abre sus ojos
con párpados
de vidrio interminables:
no hay
montaña, no hay cielo, no hay llanura,
que en
círculos concéntricos no agrande
el eco de tu
nombre esclarecido.
No es dolor
fraternal, no es pena humana,
es parte, mi
pesar, del sentimiento
que hace de
las estrellas pensativas
flores sobre
la noche que cubre.
Te escribo
estas palabras separado
del cotidiano
sueño de mi vida,
desde un
astro lejano en donde sufro
tu
irreparable pérdida llorando.
(Manuel
Altolaguirre)
Mataron al
ruiseñor…
Mataron al ruiseñor
Tan sólo
porque cantaba.
Sobre los Cármenes nuevos
está llorando Granada
mientras los puños se crispan
pidiendo pronta venganza.
En las torres de mi pueblo
doblando están las campanas.
En las ventanas moriscas
Se oyen sonar las guitarras.
Y su gemido resuenan
en el patio de la Alhambra.
Sobre los Cármenes nuevos
está llorando Granada
mientras los puños se crispan
pidiendo pronta venganza.
En las torres de mi pueblo
doblando están las campanas.
En las ventanas moriscas
Se oyen sonar las guitarras.
Y su gemido resuenan
en el patio de la Alhambra.
(Pedro
Salinas)
A Federico
García Lorca
También yo
quiero hablarte, Federico,
con esta ruda
voz que ahora me brota
del mar de mi
garganta.
-El crimen
fue en Granada-
dijo el
maestro Antonio.
Y yo digo: En
Granada fue la aurora
decidida del
mundo.
Aquella
madrugada
sintió el
fascismo resbalar los secos
gusanos por
su entraña.
Muerta estaba
la noche, petrificada, lívida;
muerta la
aurora, igual que un agua presa;
muerta la
luz, en su ataúd de sombras;
y muertos te
mataron a ti, que eras la vida
y la espiga y
el árbol y la yerba y la rosa.
Viviste
plenamente tu vida de poeta,
de poeta del
pueblo,
y has muerto
exactamente a la hora justa,
cuando tu
muerte es vida para el pueblo.
Yo te digo,
Federico, hermano,
que aguardas
desvelado
con el oído
atento, bajo la tierra pálida,
el disparo de
luz de la victoria:
descansa en
buena hora.
Cada obrero
español, cada soldado
tiene ya
abierto, por sus propias manos,
su agujero en
la tierra, que es trincheras o es fosa.
(Pedro
Garfias)
Angustia cuarta
Federico
Toco a la
puerta de un romance.
–¿No anda por
aquí Federico?
Un papagayo
me contesta:
–Ha salido.
Toco a una
puerta de cristal.
–¿No anda por
aquí Federico?
Viene una
mano y me señala:
–Está en el
río.
Toco a la
puerta de un gitano.
–¿No anda por
aquí Federico?
Nadie
responde, no habla nadie…
–¡Federico!
¡Federico!
La casa oscura,
vacía;
negro musgo
en las paredes;
brocal de
pozo sin cubo,
jardín de
lagartos verdes.
Sobre la
tierra mullida
caracoles que
se mueve
y el rojo
viento de julio
entre las
ruinas, meciéndose.
¡Federico!
¿Dónde el
gitano se muere?
¿Dónde sus
ojos se enfrían?
¡Dónde
estará, que no viene!
(Una canción)
"Salió el
domingo, de noche,
salió el
domingo, y no vuelve
Llevaba en la
mano un lirio,
llevaba en
los ojos fiebre;
el lirio se
tornó sangre,
la sangre
tornóse muerte".
(Momento en
García Lorca)
Soñaba
Federico en nardo y cera,
y aceituna y
clavel y luna fría.
Federico,
Granada y Primavera.
En afilada
soledad dormía,
al pie de sus
ambiguos limoneros,
echado
musical junto a la vía.
Alta la
noche, ardiente de luceros,
arrastraba su
cola transparente
por todos los
caminos carreteros.
"¡Federico!",
gritaron de repente,
con las manos
inmóviles, atadas,
gitanos que
pasaban lentamente.
¡Qué voz la
de sus venas desangradas!
¡Qué ardor el
de sus cuerpos ateridos!
¡Qué suaves
sus pisadas, sus pisadas!
Iban verdes,
recién anochecido
en el duro
camino invertebrado
caminaban
descalzos los sentidos.
Alzóse
Federico, en luz bañado.
Federico,
Granada y Primavera.
y con luna y
clavel y nardo y cera,
los siguió
por el monte perfumado.
(Nicolás
Guillén)
De altos
sueños y altas luces…
De altos
sueños y altas luces
encendías el
ambiente
cuando a mi casa
ibas
con los
amigos de siempre.
Con Luis, con
Pablo, con Delia,
con Rafael,
con Vicente,
con Concha,
Rosa y Miguel
-¡que tuvo tu
misma muerte!-
(Y con Don Luis…
y Don Lope…
con Tirso… y
el Arcipreste…
con Calderón…
y con Teresa…
con Machado…
y Gil Vicente..
con Rosalía…
y Darío…
con el Gran
Miguel… y Bécquer...
con Boscán… y
Garcilaso…
Francisco
Goya Lucientes...
y el otro
Francisco el grande…
-que usó
quevedos por lentes-
Con Juan
Ramón y con Falla
-todos juntos
en tu frente-
Y con el vals
de las olas…
Y tu gracia
sorprendente).
Tu presencia
era verbena
de poesía; una
fuente,
que se hacía
un ancho río
y arrastraba en
su corriente.
Clavel y
olivo traías
de tu
Andalucía fuerte
al Madrid de
aquellos días
que más se animaba
al verte.
(Concha
Méndez)
Canto a
García Lorca
Hermano
García Lorca,
tu nombre se
amarga en lágrimas;
hombre del
pueblo, hombre eterno,
llanto de
hombre por tu España.
Caes bajo la
traición
de la bestia
que acechaba;
tu voz en
mares de sangre
rebalsa
tierras de España.
Te han
asesinado
generales
vende-patria,
pero tu
sangre arde en héroes
en la lucha
miliciana.
Poeta-mártir,
poeta-hombre
–bandera de
barricadas,
fuego de
vértebras– mueres
al nacer la
Nueva España.
Suena el
clarín a diario
en la
desigual batalla:
¡lo han
muerto a García Lorca!
Hijo del
pueblo: ¡a la carga!
(Juan Nina)
(Imagen: escultura de Augusto Arana, ubicada en Trebujena)