El emperador quiere comprar Groenlandia y se ha enfadado por la respuesta que le ha dado la primera ministra del país afectado. Se ha quejado de su falta de educación. Sí, el mismo que no para de dejar constancia de su falta de educación en modos descarados, expresiones soeces e insultos de los más variados.
Como emperador lo es de un imperio del que no gusta que se repare que lo es también colonial. Los inmensos territorios que lo forman, aun siendo principalmente de una ancha franja continental que une de este a oeste los océanos Atlántico y Pacífico, abarcan también Alaska, en el cuarto noroccidental de América del Norte; el archipiélago de las Hawái y la isla de Guam, en el Pacífico; Puerto Rico, con naturaleza de estado asociado, y las islas Vírgenes, ocupando ambas la centralidad de la entrada en el mar Caribe; y sin olvidarnos del enclave militar de Guantánamo, incrustado en el sur de la también caribeña isla de Cuba. Todo ello sin contar las decenas de bases militares repartidas por los cinco continentes, las potentes flotas que surcan vigilantes los mares y océanos, y la red de profesionales de la diplomacia, espías, informantes, empresas y grupos con subcontratas o lo que se tercie que hace que el mundo esté lo más controlado posible a la medida de sus intereses.
Un gran imperio, también colonial, que no surgió por obra y gracia del Creador, como corresponde a cualquier imperio que se precie. Desde el nacimiento de EEUU como nación, allá a finales del siglo XVIII y con certificación constitucional de 1776, las antiguas trece colonias británicas que los conformaron no han dejado de expandirse. En cualquiera de las formas. Por las buenas o por las bravas. Y siempre, al menos, con las armas apuntando. Así, ocuparon los territorios en los que diferentes pueblos indígenas llevaban viviendo desde milenios, masacrándolos y finalmente reduciéndolos en reservas. Compraron aquellos que les servían para engrandecerse, como ocurrió con la Florida española, la Luisiana francesa, la Alaska del imperio de los zares y la más reciente adquisición de las islas Vírgenes a Dinamarca. Arrancaron por la fuerza, sin más, la mitad del territorio de México. Y más que husmearon con cañones, con trampas incluidas, en los restos del imperio español, tanto en el Caribe como en el Pacífico, para quedarse al principio con Cuba, Puerto Rico, las Filipinas y Guam, aunque al final sólo mantuvieran Puerto Rico, el enclave cubano de Guantánamo y la pequeña isla de Guam. Seguro que faltan más detalles, pero con lo expuesto hay material suficiente para hacernos una idea de que los EEUU de América, como se definen oficialmente, forman un vasto imperio colonial, mal que les pese a quienes lo nieguen.
Y siguiendo por donde empecé, estamos ante un nuevo episodio de expansión territorial, esta vez a costa de Dinamarca, el país al que pertenece la gran isla helada y desierta de Groenlandia. ¿Y por qué y para qué? Sencillo: por sus enormes recursos naturales, algo en lo que el imperio tiene una dilatada trayectoria esquilmadora, y sobre todo por su posición geoestratégica, apuntando hacia sus grandes rivales y enemigos: Rusia y China. Quizás también, de paso, para crear ilusiones en aquellos sectores de su población que sienten placer cuando miden el tamaño de sus cosas y se regocijan del dolor ajeno.
En fin, un emperador maleducado donde los haya, que se ha quejado de la mala educación de una primera ministra de un país pequeño. ¿Qué será lo siguiente?