Al principio, Luis García Montero hizo una disertación sobre la poesía y la literatura (no en vano es catedrático de Literatura Española), y su relación con la realidad social de quienes escriben y leen. Para ilustrarlo, se refirió a esa frase sabia de Antonio Machado que dice: "La libertad no consiste en decir lo que se piensa, sino
en pensar lo que se dice". Luego habló de la presencia cuasi permanente en su obra de la memoria histórica, recordándonos situaciones y figuras muy presentes a lo largo de su vida, como el asesinato de Federico García Lorca, la muerte en el exilio de Antonio Machado, la muerte en la cárcel de Miguel Hernández, el exilio y posterior regreso de Rafael Alberti y María Teresa León... Y, claro está, acabó centrándose en su relación con Almudena Grandes, con quien compartió su vida a lo largo de tres décadas, transmitiéndonos reflexiones y anécdotas. Y entre estas últimas, la que vivieron en su primer viaje como pareja a Granada, con la visita, antes de llegar a la ciudad, al barranco de Víznar y en él a quienes fueron fusilados y enterrados anónimamente, García Lorca incluido.
El libro es una muestra más de lo que ha sido su valiosa obra poética, nacida en su juventud, desarrollada sin cesar hasta nuestros días, y surcada de premios y reconocimientos. Una obra rica y extensa, que, en lo literario, va más allá de la poesía, y se expande hacia el ensayo y los artículos periodísticos.
Almudena comienza con un Prólogo, "La inmortalidad, según ella", cuyo texto es obra de la escritora. Luego da paso a los poemas, tanto los que le escribió en vida como los que fueron surgiendo tras su muerte. Los primeros, reunidos en el apartado "Almudena". Y los segundos, en "Un año y tres meses", como forma de duelo y catarsis, y expresión, a la vez, de amor y dolor. El libro acaba con un Epílogo, donde se incluye el texto "Historia de un poema", de Luis Muñoz, y "A Luis (único poema)", de la propia Almudena Grandes.
Al final del acto Luis García Montero nos brindó con la lectura de tres poemas. He aquí dos de ellos:
La inmortalidad
Nunca
he tenido dioses
y
tampoco sentí la despiadada
voluntad
de los héroes.
Durante
mucho tiempo estuvo libre
la
silla de mi juez
y no
esperé juicio
en el
que rendir cuentas de mis días.
Decidido
a vivir, busqué la sombra
capaz
de recogerme en los veranos
y la
hoguera dispuesta
a
llevarse el invierno por delante.
Pasé
noches de guardia y de silencio,
no
tuve prisa,
dejé
cruzar la rueda de los años.
Estaba
convencido
de
que existir no tiene trascendencia,
porque
la luz es siempre fugitiva
sobre
la oscuridad,
un
resplandor en medio del vacío.
Y de
pronto en el bosque se encendieron los árboles
de
las miradas insistentes,
el
mar tuvo labios de arena
igual
que las palabras dichas en un rincón,
el
viento abrió sus manos
y los
hoteles sus habitaciones.
Parecía
la tierra más desnuda,
porque
la noche fue,
como
el vacío,
un
resplandor oscuro en medio de la luz.
Entonces
comprendí que la inmortalidad
puede
cobrarse por adelantado.
Una
inmortalidad que no reside
en
plazas con estatua,
en
nubes religiosas
o en
la plastificada vanidad literaria,
llena
de halagos homicidas
y
murmullos de cóctel.
Es
otra mi razón. Que no me lea
quien
no haya visto nunca conmoverse la tierra
en
medio de un abrazo.
La
copa de cristal
que
pusiste al revés sobre la mesa,
guarda
un tiempo de oro detenido.
Me
basta con la vida para justificarme.
Y
cuando me convoquen a declarar mis actos,
aunque
sólo me escuche una silla vacía,
será
firme mi voz.
No
por lo que la muerte me prometa,
sino por
todo aquello que no podrá quitarme.
Los cuidados
Mirar con otros ojos
las tallas de las camisetas.
Escuchar con oídos diferentes
los rumores del baño.
Soportar las llamadas ajenas, los avisos,
por no dejar el móvil en silencio.
Vivir el suelo, vigilar un orden
que evite las caídas y los sustos.
Pensar en la comida
sin ganas de comer,
masticar la palabra nutrición,
el miedo a la diarrea,
los horizontes de la hemoglobina.
La ropa sucia deja de oler mal
porque ya se ha mezclado
con todo lo que somos y sentimos.
Son cosas de la vida,
suburbios del presente, domicilios de amor
que se habitan lo mismo que un recuerdo.
Y nada quise más que tus cuidados.