(Fernando Arroyo: "¡Franco, Franco, Franco!", portada de la serie de Antonio Saura Mentira y sueño de Franco).
A Franco el pirata
Huirás como una pantera
por los desiertos del África,
bajo el aliento indomable
de los soldados de España.
Huirás como una pantera
por los desiertos del África,
bajo el aliento indomable
de los soldados de España.
Huirás
con los legionarios
y
rifeños de tu casta,
que
eres de ellos y no nuestro,
como
traidor a tu patria.
Pero
en tu fuga cobarde,
por
dondequiera que vayas,
como
una flecha de fuego
te
seguirá la venganza.
Miles
de tumbas calientes,
cientos
de aldeas quemadas,
millones
de almas heridas,
te
dirán en tus andanzas:
“Maldito
sea tu nombre,
Franco,
general pirata,
que
osaste poner en venta
la
piel de toro de España.
Que
la sombra de tu crimen
te
vista de luto el alma.
Que
se te vuelvan huraños
los
tigres de tu mesnada
y
huyas de todo ser vivo
como
una fiera acosada.
Que
se te cierren en torno
todas
las puertas honradas.
Que
en los regatos rifeños
se
seque a tu paso el agua.
Que
se te pudra la lengua
con
que escupiste a tu patria.
Y
que una mano española
-con
una sola nos basta-,
una
mano que en la furia
del
odio se vuelva garra,
te
persiga dondequiera
que
arrinconases tu infamia,
y
en nombre del pueblo heroico
que
manchaste con tu baba,
te
estruje en tu madriguera,
como
a un reptil, la garganta”.
(José Antonio Balbontín; Romancero de la guerra civil, 1936).
El traidor Franco
¡Traidor
Franco, traidor Franco,
tu
hora será sonada!
Si
tu nombre fuera Franco,
se
te saldría a la cara,
encendiéndola
de sangre,
si
tu sangre fuera franca.
Tu
nombre fuera vergüenza
si
a tu rostro se asomara,
proclamando
por la sangre
la
traición que la engendraba:
que
la sangre has traicionado
desmintiéndola
de clara.
¡Traidor
Franco, traidor Franco,
tu
hora será sonada!
Como
una máscara el pueblo
te
tira el nombre a la cara,
descubriendo
la traición
que
en tu nombre se amparaba.
Traicionándote
de franco
traidor
a tu misma causa,
fuiste
dos veces traidor:
a
tu sangre y a tu patria,
que
a España no se defiende
con
la traición emboscada,
asesinando
a su pueblo,
que
es el alma de su alma.
¡Traidor
Franco, traidor Franco,
tu
hora será sonada!
Tu
nombre es como bandera
que
tu derrota proclama.
Si
la traición criminal
en
ti franqueza se llama,
tu
nombre es hoy la vergüenza
mayor
que ha tenido España.
Que
ni tu nombre es ya nombre,
ni
en tu sangre se espejeaba;
traidor,
hijo de traidores,
mal
nacido de tu casta:
no
eres Franco, no eres hombre,
no
eres hombre, no eres nada.
(José Bergamín; Romancero de la guerra civil, 1936).
El general Franco en los
infiernos
Desventurado,
ni el fuego ni el vinagre caliente
en
un nido de brujas volcánicas, ni el hielo devorante,
ni
la tortuga pútrida que ladrando y llorando con voz de mujer muerta
/ te escarbe la barriga.
Buscando
una sortija nupcial y un juguete de niño degollado,
serán
para ti una puerta oscura,
arrasada.
En
efecto.
De
infierno a infierno, ¿qué hay?
En
el aullido de tus legiones, en la santa leche
de
las madres de España, en la leche y los senos pisoteados
por
los caminos, hay una aldea más, un silencio más, una
puerta rota.
Aquí
estás. Triste párpado, estiércol
de
siniestras gallinas de sepulcro, pesado esputo, cifra
de
traición que la sangre no borra. Quién, quién eres,
oh
miserable hoja de sal, oh perro de la tierra,
oh
mal nacida palidez de sombra.
Retrocede
la llama sin ceniza,
la
sed salina del infierno, los círculos
del
dolor palidecen.
Maldito,
que sólo lo humano
te
persiga, que dentro del absoluto fuego de las cosas,
no
te consumas, que no te pierdas
en
la escala del tiempo, y que no te taladre el vidrio ardiendo
ni la feroz
espuma.
Solo,
solo, para las lágrimas
todas
reunidas, para una eternidad de manos muertas
y
ojos podridos, solo una cueva
de
tu infierno, comiendo silenciosa pus y sangre
por
una eternidad maldita y sola.
No
mereces dormir
aunque
sea clavados de alfileres los ojos: debes estar
despierto,
general, despierto eternamente
entre
la podredumbre de las recién paridas,
ametralladas
en Otoño. Todas, todos los tristes niños descuartizados,
tiesos,
están colgados, esperando en tu infierno
ese
día de fiesta fría: tu llegada.
Niños
negros por la explosión,
trozos
rojos de seso, corredores
de
dulces intestinos, te esperan todos, todos, en la
misma
actitud
de
atravesar la calle, de patear la pelota,
de
tragar una fruta, de sonreír o nacer.
Sonreír.
Hay sonrisas
ya
demolidas por la sangre
que
esperan con dispersos dientes exterminados
y
máscaras de confusa materia, rostros huecos
de
pólvora perpetua, y los fantasmas
sin
nombre, los oscuros
escondidos,
los que nunca salieron
de
su cama de escombros. Todos te esperan
para
pasar la noche. Llenan
los corredores
como algas corrompidas.
Son
nuestros, fueron nuestra
carne,
nuestra salud, nuestra
paz
de herrerías, nuestro océano
de
aire y pulmones. A través de ellos
las
secas tierras florecían. Ahora, más allá de la tierra,
hechos
substancia
destruida,
materia asesinada, harina muerta,
te
esperan en tu infierno.
Como
el agudo espanto o el dolor se consumen,
ni espanto ni dolor te aguardan. Solo y maldito seas,
solo
y despierto seas entre todos los muertos,
y
que la sangre caiga en ti como la lluvia,
y
que un agonizante río de ojos cortados
te
resbale y recorra mirándote sin término.
(Pablo Neruda; España en el corazón, 1937).
Tu famosa, tu mínima
impotencia...
Tu
famosa, tu mínima impotencia,
desparramar
intento
sin
detener el paso ni un instante.
Para
lo tal, me apeo en mi paciencia,
pulso
un acordeón llorón de viento
y
socarrón de voz, y ya es bastante.
Tu
cornicabreada decrepitud purgante
exige
estos reparos de escritura,
y
con ellos ayudo a someterte,
no
al manicomio al tonticomio oscuro
que
tu idiotez sin mezcla de locura,
pide
hasta que la muerte
venga
a sacar tu vida de este apuro.
Llevas
el corazón con cuello duro,
residuo
de una momia milenaria
concurso
de idiotas,
que
necesita la alabanza diaria
y
descosido en la alabanza explotas.
Cocodrilito
pequeñito, ñito,
lagartija
de astucia,
mezquina
subterránea, con el rabo marchito,
y
la mirada alcantarilla sucia.
Tarántula
diabética y escuálida,
forúnculo
político y gramático,
repúblico
de triste mierda inválida,
oráculo,
sarcófago enigmático.
Demócrata
de dientes para fuera,
altares
solicita tu zapato
No
hagas más reflexiones de topo y madriguera
en
tu conejeril rincón de mentecato.
Humo
soberbio, sapo que te hinches
cuando
oyes un piropo:
disuélvete
en berrinches
resuélvete,
desaparece, topo.
España
no precisa
tu
vaciedad de calabaza neta,
tu
mezquindad que duele y que da risa,
tu
vejez inconcreta,
venenosa,
indecisa.
No
te toca la sangre de los trabajadores,
sus
muertes no salpican tu chaleco,
no
te duelen sus ansias, ni su lucha,
tu
tiniebla trafica con sus puros fulgores
su
clamor no haya en ti ni voz, ni eco,
tu
vanidad tu mismo ruido escucha
como
un sótano seco.
Hay
ojos que derraman raíces amorosas.
Sobre
tus ojos tienes
uñas
que a hacerse dueñas de las cosas
avanzan
por tus sienes.
Necesitan
incienso e incensario
tu
secundaria vida,
tu
corazón de espino secundario,
tu
soberbia de zarza consumida.
Sobre
tu pedestal o tu peana,
monumento
de oficio,
cuando
su salvación está cercana
quieres
llevar un pueblo al precipicio.
Te
rebuznó en el parto tu madre, y más valiera
a
España que jamás te rebuznara
con
esa cara de escobilla fiera,
de
vieja zorra avara.
No
llevarás mi pueblo al precipicio,
dictador
fracasado, rey confuso,
y
caerás por la punta de una bota
sobre
tus flacos días puesta en uso.
(Miguel Hernández, 1937).
Al glorioso general
Francisco Franco después que firmó el fusilamiento de Grimau
Mi
General...
¡Qué
bonita letra tiene usted!
¡Oh,
qué preciosa caligrafía de cuartel!
Así
escriben los tiranos, ¿verdad?
¡Y
los gloriosos dictadores...!
¡Qué
rasgos!
¡Qué
pulso!
¿Quién
le enseñó a escribir así, mi general?
Se
dice general y se dice verdugo.
Los
dos tienen el mismo rango,
los
mismos galones.
El
general se diferencia del verdugo solamente
en
que el general tiene la letra más bonita,
para
firmar una sentencia de muerte
hay
que tener la letra muy bonita...
¡Qué
bonita letra tiene usted mi general!
(León Felipe, 1967).
No han pasado los años
España arriba España sigue siendo mi espejo.
30 años de paz.
En él
siempre me miro.
Me
encuentro cada día más joven, más dichoso.
No tengo
edad, como los muertos.
Quieres decir
que tienes
la misma edad
que cuando nos mataste.
Eres un
cementerio.
Por la
gracia de Dios estoy en gracia.
Valle de los
caídos.
Muertos.
Muertos.
Y muertos.
Archivador de
muertos.
Coleccionista
de muertos.
Museo de
muertos.
No me
remuerde en nada la conciencia.
Muertos.
Un tremendo
vacío.
Un hoyo.
Un hervidero
de sangre fusilada.
Aunque no
he de morir el cielo me he ganado.
Muertos.
Sol y
turistas y alegría y rey.
Vive
España por mí.
Miradla.
Éste es mi
reino.
Muertos.
Por la
gracia de Dios gobierno España.
Soy mi
mismo heredero.
Españoles,
yo os traje la victoria.
Muertos.
Estamos sin
enterrar.
Nos pisas
todos los días.
En el barro
de tus botas
se pegan
todos tus muertos.
Crujimos bajo
tus plantas
vivos, aunque
vivos muertos.
En verdad
somos tu espejo.
Soy el
Mesías que esperaba España.
He aquí mi
paz, los años prometidos.
Paz
de los muertos.
30 años de paz.
Paz
de los muertos.
Heridos.
Perdidos.
Quemados.
Llorados.
Hundidos.
Tundidos.
Vejados.
Muertos.
30 años de paz.
Paz
de los muertos.
En verdad,
esta España arriba España
sigue
siendo mi espejo.
Muertos.
Muertos.
Muertos.
Pero los
muertos,
los muertos,
los muertos
levantan,
levantan,
levantan la
mano los muertos.
Lejos, allí,
Machado,
allí sigue
enterrado.
Un álamo
escapado
del Duero le
da vela.
Lo sigue allí
velando.
Yo bien claro
lo dije
y lo digo
bien claro.
Yo no estoy
con vosotros.
Mi mano
no bajó de
mis labios
ni una sílaba
sola
para cantaros.
Un día de
Madrid
yo le escuché
a Machado:
Mis pies
ya no me sirven,
pero tengo
los brazos…
Llovía muerte
del cielo.
Madrid se
desangraba
por los
cuatro costados.
Luego, se fue…
Allí
sigue
bajo la
tierra hablando.
Ese que va a
caballo,
ese que no
llegó nunca hasta Córdoba,
ése eres tú.
Ese que va en
el viento
bajo la luna
negra, bajo la luna roja,
ése eres tú.
Esas cuatro
palomas
que van
volando heridas en sus sombras,
ésas son tú.
Asesinado
por el cielo…
Dejaré
crecer mis cabellos.
Con los
animalitos de cabeza rota
y el agua
harapienta de los pies secos.
Tropezando
con mi rostro distinto de cada día.
Asesinado
por el cielo.
Oigo una voz
que grita: Federico.
Por sobre los
tejados: Federico.
Por sobre los
jardines: Federico.
Por las
torres tronchadas: Federico.
Por las
fuentes perdidas: Federico.
Por los
montes helados: Federico.
Por los
arroyos ciegos: Federico.
Por la tierra
excavada: Federico.
– ¿Cómo, cómo
fue?
– Así.
– ¡Déjame!
¿De esa manera?
– Sí.
El corazón
salió solo.
– ¡Ay, ay de
mí!
¡Federico!
Está en pie
todavía.
Todavía
puede
hablarse de él,
puede
pintarse su impasible rostro,
su funeral,
caído, yerto rostro de mármol,
porque sigue
sumido allí, sumido
en una mar de
sangre, allí plantado
delante del
azogue sangriento de un espejo,
mirándose en
su obra, contemplando
su arriba
España triste, muerta España
comida de
gusanos.
Carlo
Quattrucci lo ha pintado en Roma.
Pudo pintarlo
así, pudo pintarloya que a los
30 años todavía
no han pasado
los años.
No, no han
pasado.
(Rafael Alberti; España (1936-19…), 1969; y Desprecio
y maravilla, 1972).
¡Final!
-Deberías
haber tenido otro final;
te
merecías, hipócrita, un muro en
otro
agujero. Tu dictadura,
tu
puta vida de asesino,
¡menudo
incendio de sangre! Podrido verdugo,
te
tenía que haber apaleado la dura
oscuridad
de los pueblos, dado a tortura,
colgado
de un árbol al final de algún camino.
Rata
de la peor delincuencia,
te
pegaba otra muerte con violencia,
el
final de tantos desde aquel mes de julio.
Pero
la has tenido de tirano español,
sólo
e hibernado, gargajo de la ciencia
y
con tufo a sangre y mierda. ¡Su Excremencia!
Gloria
de la chapuza,
ha
muerto el dictador más viejo de Europa.
¡Un
abrazo, amor, y levantemos la copa!
(Joan Brossa, 1975).