El contexto internacional tras el fin de la Gran Guerra
Con la Gran Guerra el mundo sufrió un impacto hasta entonces desconocido, afectando en mayor medida a Europa con sus más de diez millones de muertes, decenas de millones de personas heridas, mutiladas o desplazadas, y una
destrucción material sin precedentes. Sus potencias imperialistas empezaron a perder la hegemonía económica y política en el
mundo, que empezó a desplazarse a EEUU. Este país, lejos de desgastarse por su participación en la guerra, salió fortalecido al no sufrir daños materiales y como suministrador de armamento y otros recursos a sus aliados europeos. Finalizado el conflicto, a lo largo de los años siguientes prosiguió como proveedor de recursos incluso para las potencias perdedoras, que en el caso de Alemania se extendió a la provisión de préstamos bancarios.
El prestigio de la IIª Internacional, formada por los partidos socialistas, se derrumbó. Entre otras cosas porque el posicionamiento que cada uno tomó, antes y durante el conflicto, en la mayor parte de los casos fue entregarse al nacionalismo de cada país y con ello, a los intereses de los gobiernos y las burguesías respectivas. El internacionalismo que se había estado defendiendo con anterioridad había devenido en una pura retórica, de manera que los obreros de cada país se enfrentaron entre sí.
El naciente estado ruso revolucionario se vio acosado desde el primer momento. Su vocación contraria a la guerra, cristalizada en la firma del tratado de Brest-Litovsk con Alemania en febrero de 1918, dio paso, desde principios de 1919, a una intervención militar de potencias extranjeras. En los primeros Gran Bretaña, EEUU y Francia, con el apoyo de Polonia o Checoslovaquia, combinaron su presencia directa en territorio ruso, la dotación de armas a las fuerzas contrarrevolucionarias y ataques desde el exterior por parte de Polonia. Pero pronto, hasta 1923, el enfrentamiento, caracterizado como una guerra civil, se dilucidó entre los ejércitos Rojo y Blanco.
El contexto español entre 1918 y 1923
En la coyuntura española de esos años había una situación crítica y altamente conflictiva, que se manifestó en distintas vertientes. En lo económico, había una aguda crisis derivada la especificidad vivida en España durante la guerra, dado que la bonanza que se había dado por la neutralidad mantenida se tornó en una vuelta a la situación de 1914, una vez que los países contendientes empezaron a recuperar su actividad económica.
Eso supuso un aumento del paro y la bajada de los salarios, y, como consecuencia, el aumento de la conflictividad social, que se extendió por los distintos territorios y sectores de la economía. El protagonismo de la CNT y la UGT aumentó considerablemente, ganando en influencia y afiliación. No faltó la presencia del fenómeno del pistolerismo, auspiciado inicialmente desde el empresariado para minar la moral de la gente, y que tuvo su respuesta en algunos sectores del anarquismo.
En lo político, el sistema de la Restauración daba muestras de su inoperancia, en la medida que los dos partidos que lo sostenían seguían resquebrajándose. Las acciones de los gobiernos, que se sucedían con celeridad, tendieron a la represión, lo que enconó más aún los ánimos. Los grupos al margen del sistema fueron ganando terreno, pero su posicionamiento ante la situación fue diferente. Así, por ejemplo, en el catalanismo moderado triunfó la idea de colaborar en los gobiernos de coalición, mientras que en los grupos republicanos se mantuvo la tradicional división, rompiéndose incluso la colaboración que algunos de ellos habían tenido con el PSOE. Este partido, a su vez, se vio sacudido en su interior por el conocimiento de los acontecimientos que se iban sucediendo en lo que fue el Imperio Ruso.
No faltó el asunto de la guerra de Marruecos, agravado por la insurrección creciente de la población nativa y los fracasos de los militares españoles. El ingrediente antimilitarista y anticolonial se enmarcaba en el papel que le correspondía a los sectores populares, dado que el grueso de víctimas provenían de ellos.
El impacto de la formación de la Internacional Comunista en España: crisis en el PSOE y primeros pasos hacia un nuevo partido obrero
Con la constitución en 1919 de la Komintern, acrónimo de Internacional Comunista, se fueron formando sucesivamente en los distintos países del mundo partidos comunistas nacionales. El objetivo principal era la organización de revoluciones en cada uno de los países, a la vez que se tendió a una coordinación de las acciones, algo que se fue supeditando con el paso de los años a los intereses de quienes dirigieron la URSS.
En el caso del PCE, aunque nació oficialmente en noviembre de 1921, sus orígenes datan de dos años antes, cuando en el seno del PSOE y las Juventudes Socialistas fueron surgiendo sectores, más o menos dispersos, que mostraban sus simpatías por la revolución rusa y eran proclives a la adhesión a la Internacional Comunista. La llegada a finales en 1919 de dos enviados a instancias de Moscú facilitó las cosas, coordinando, de distintas formas, los deseos de esos sectores.
El primer fruto apareció en abril de 1920 en el seno de las Juventudes Socialistas. Después de varios movimientos internos, en el mes de abril se tomó la decisión de constituirse en Partido Comunista Español por una parte importante de la organización. Dada la idiosincrasia de sus componentes, el nuevo partido fue conocido en los primeros momentos como el de los "cien niños". A lo largo de los meses siguientes buscó insertarse en el panorama político convulso que se estaba dando tanto en el conjunto del país como en el seno de la izquierda, especialmente del PSOE.
Su corta vida estuvo llena de fricciones internas, enfrentamientos continuos con los sectores del PSOE que tendían a acercarse a los postulados defendidos por la Internacional Comunista y una acción política cargada de sectarismo y radicalidad extrema, en la que se hacía hincapié en el rechazo a la fórmula del parlamentarismo burgués. Destacaron entre sus dirigentes Ramón Merino Gracia, Juan Andrade, Gabriel León Trilla o Eduardo Ugarte, siendo el primero quien ocupó la secretaría general del partido.
En el seno del PSOE también se produjo una batalla interna relacionada con el posicionamiento ante la revolución rusa y la aparición posterior de la Internacional Comunista, lo que supuso que surgiera en su seno una tendencia que propugnaba la adhesión al órgano internacionalista y de ahí que se conocieran como terceristas. El Congreso Extraordinario del PSOE celebrado en junio de 1920 fue uno de los momentos más señalados del debate interno. La decisión que se acordó fue la del ingreso en la Internacional Comunista, si bien dada la polémica creada, se aprobó una resolución que incluía varias condiciones para el ingreso y la presentación posterior de sendos informes por los dos delegados que debían acudir: Fernando de los Ríos, contrario a la adhesión; y Daniel Anguiano, favorable. Las condiciones se basaban en la autonomía del PSOE en relación a la nueva Internacional, lo que no fue aceptado en Moscú. Eso supuso que la Ejecutiva del PSOE rechazara finalmente la adhesión.
Fue en abril de 1921 cuando ese enfrentamiento acabó cristalizando en la constitución del Partido Comunista Obrero Español. Entre sus primeros componentes estuvieron miembros reconocidos del PSOE y la UGT. Fueron los casos de Antonio García Quejido, Manuel Núñez de Arenas, Óscar Pérez Solís, Isidoro Acevedo, Facundo Perezagua, Virginia González, Daniel Anguiano, Eduardo Torralva Beci, Mariano García Cortés, Ramón Lamoneda, etc. El primero de ellos gozaba del prestigio de haber estado entre los fundadores del partido en 1879 y de la UGT en 1888, de la que fue, además, el primer presidente.
El PCOE dio muestras en los primeros momentos de una mayor moderación, tanto en las propuestas políticas como en la acción práctica. Eso le valió que fuera acusado de centrismo por parte del PC Español, lo que dificultó el proceso de unificación que desde el primer momento se instó por parte de la Komintern que se llevara a cabo, dada la anomalía de suponía la existencia de dos partidos comunistas en un mismo país.
En el Tercer Congreso de la Internacional Comunista, celebrado en Moscú a comienzo del verano, estuvieron presentes sendas delegaciones de los dos partidos. Los esfuerzos por conseguir que se llegara a un acuerdo resultaron difíciles, aunque al final la labor de mediación que realizó el italiano Antonio Gradiazei acabó solventando el problema. Finalmente fue el 14 de noviembre cuando tuvo lugar la Conferencia de unificación, dando lugar al Partido Comunista de España. En marzo de 1922, dentro del primer Congreso, fue elegido secretario general Antonio García Quejido, que un año después fue sustituido por César Rodríguez González. Y como órgano de expresión empezó a editarse el semanario La Antorcha, que fue dirigido por Eduardo Torralva Beci.
En todo este proceso de nacimiento del PCE no podemos olvidar otro ámbito sociopolítico, que fue el de la Confederación Nacional del Trabajo. Dada su naturaleza anarcosindicalista, estaba más alejada ideológica y organizativamente de la tradición marxista del socialismo. La aportación se hizo desde la corriente interna de la CNT formada a finales de 1921, primero en torno a los Comités Sindicalistas Revolucionarios y luego con el semanario La Batalla. Esta corriente había surgido a raíz de la presencia en ese mismo año de una delegación de la CNT en el Congreso que se celebró en Moscú y que dio lugar a la Internacional Sindical Roja, conocida también como Profintern. Entre sus impulsores estaba Joaquín Maurín, si bien su entrada en el PCE, junto con otros compañeros, no se produjo hasta 1924.
Los primeros años del Partido Comunista de España
La aparición del PCE no supuso que el partido mantuviera una vida estable, tanto en lo político como en lo organizativo. El tutelaje de Jules Humbert-Droz como delegado de la Internacional Comunista resultó complicado ante los permanentes problemas en el seno del nuevo partido. Esto, a su vez, dificultó que se aplicaran las resoluciones aprobadas por la Internacional Comunista.
Continuaron las disensiones internas y su práctica estuvo marcada, como ocurriera con el PC Español, por una elevada radicalidad en las acciones, el sectarismo y una gran animosidad contra el PSOE, al que se acusaba de reformista. Lejos de favorecer su crecimiento, provocó la marcha de una parte de su militancia. A esto se unió que desde septiembre de 1923, cuando tuvo lugar el golpe de estado de Miguel Primo de Rivera. Inicialmente el partido y el periódico La Antorcha no fueron ilegalizados, derivado de un hecho inaudito: que se mostrara inactivo. Pero la realidad fue bien distinta, porque, lejos de que eso ocurriera, se fue encarcelando a sus dirigentes o se forzó su exilio, quedando la militancia constreñida en su actividad.
El PCE sólo mantuvo cierta influencia en Vizcaya y Asturias, principalmente en sus áreas industriales y mineras. En Andalucía fue a finales finales de la década, en 1927, cuando Sevilla se convirtió en otro de los focos de influencia, gracias al trasvase de dirigentes y militantes locales de la CNT al partido. Entre ellos estuvo José Díaz, quien a partir de 1932 accedería a la secretaría general.
En el caso de Cataluña la cosa resultó más compleja. Si inicialmente el PCE se vio obstaculizado por la hegemonía de la CNT, que era expresión de la larga trayectoria del sindicalismo revolucionario y de carácter libertario, luego surgió el problema derivado de la presencia de Joaquín Maurín y sus planteamientos políticos, que estaban alejados del estalinismo y enlazaban más con la Oposición de Izquierda que había surgido en la URSS. Maurín había sido el promotor de la Federación Comunista Catalano-Balear, que se había ido abriendo un hueco en el panorama de esos territorios, sobre todo el catalán, a lo que no fue ajeno su propuesta de una estructura federal del estado. Pero el recrudecimiento de las luchas políticas en la URSS acabó en España con la expulsión de la citada FCCB, que en 1930 acabaría transformándose en el Bloc Obrer i Camperol.
Las relaciones con el PSOE y la UGT se tensaron en mayor medida cuando los sectores dirigentes que controlaban ambas organizaciones decidieron establecer una situación de coexistencia con el Directorio Militar. A cambio de su participación en algunas de las instituciones del régimen, como los comités sindicales y el Consejo de Estado, la UGT y el PSOE gozaron de tolerancia.
Con el acceso de José Bullejos a la secretaría general del PCE en 1925 se ahondó en la beligerancia con las dos organizaciones socialistas, lo que supuso el acercamiento a la CNT, también ilegalizada y perseguida, pero activa en la lucha sindical. Dos huelgas en 1927, la general de Vizcaya y la minera de Asturias, marcaron uno de los puntos culminantes del enfrentamiento entre el reformismo de la UGT y el PSOE, por un lado, y la radicalidad del PCE y la CNT, por otro.
En sus orígenes el PCE tuvo, por tanto, grandes dificultades para convertirse en un partido influyente. Los años 20 y hasta 1931, en medio de un contexto de fuerte represión, conoció una sucesión de errores políticos, cambios continuos en la dirección y pérdida de militancia.
A lo largo de esos años no faltó en todo ello el fallecimiento de algunos dirigentes, como Antonio García Quejido, Virginia González o Eduardo Torralva Beci; el alejamiento de otros, como Manuel Núñez de Arenas; la vuelta al PSOE de César Rodríguez González o Ramón Lamoneda; los problemas surgidos en torno a Joaquín Maurín y la FCCB; la deriva hacia el trotskismo de dirigentes que, como Juan Andrade o Luis Portela, se vincularon a Andreu Nin, ya regresado a España en 1930, y su grupo, Izquierda Comunista; no faltó tampoco el camino hacia posiciones políticas insospechadas, de extrema derecha, como ocurrió con Ramón Merino Gracia (que empezó en la Unión Patriótica y los Sindicatos Libres, y con el tiempo acabó en el falangismo), Óscar Pérez Solís (que evolucionó hacia un catolicismo rigorista y acabó también en el falangismo) o Mariano García Cortés (devenido en liberal monárquico y luego en franquista).
A modo de conclusión, en el tránsito hacia la Segunda República
La llegada de la Segunda República cogió al PCE en una situación difícil, condicionada por la puesta en práctica de una línea política radical, proveniente en parte de las orientaciones marcadas desde la Internacional Comunista en 1928, bajo consigna de "clase contra clase". La interpretación que hizo de ella la dirección del PCE en abril de 1931 resultó estar muy alejada de la realidad. Su calificación de la República como burguesa y la petición de que se formara un gobierno obrero y campesino pesó durante negativamente a la hora de que pudiera insertarse en la sociedad española.
En 1932 la dirección encabezada por José Bullejos acabó siendo sustituida por otra nueva. Accedieron nombres entre los que estaban los de Dolores Ibárruri, Pedro Checa, Vicente Uribe, Manuel Delicado o José Díaz, que fue elegido nuevo secretario general.
Hasta bien entrada la Segunda República el PCE no encontró un hueco importante en el escenario político. Pero tratar sobre eso pertenece a otro capítulo de su historia centenaria.
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