martes, 22 de octubre de 2024

Manuel Abel Romero llevará su nombre en una de las calles de Zahara de los Atunes


Hoy me he encontrado con una noticia muy buena: la Junta Vecinal  de Zahara de los Atunes ha decidido dedicar una de sus calles a Manuel Abel Romero, que fue maestro de  la localidad entre 1930 y 1936. Recibida la noticia, de inmediato no pude por menos que transmitírsela  a Cristina Abel Núñez, sobrina nieta del maestro, que la ha recibido emocionada. 

Estamos ante un acto de justicia y reparación con una persona que fue vilmente asesinada en agosto de 1936, probablemente en las inmediaciones de Puerto Real. Sus restos mortales siguen aún desaparecidos. Poco antes, una patrulla procedente del municipio de Vejer de la Frontera, al que pertenecían tanto Barbate como Zahara de los Atunes, había ido a detenerlo a su casa familiar en Bonanza, la barriada de Sanlúcar de Barrameda donde había nacido y en la que estaba pasando las vacaciones. Ya asesinado, no mucho después, sufrió un proceso de depuración, que finalizó en 1939 con su separación del cuerpo de Magisterio al que pertenecía como funcionario. 

Sobre las circunstancias de su muerte y depuración profesional le he dedicado algunos pasajes en mi libro Fascismo y represión en Barbate durante la guerra y la postguerra. En febrero pasado, gracias a la información que me facilitó Javier Hernández Navarro, publiqué en este cuaderno el artículo "Más sobre el asesinato de Manuel Abel Romero, el maestro de Zahara de los Atunes: dónde y cuándo fue detenido". A la vez, fui obteniendo más datos sobre su vida, lo que me permitió que en mayo concluyera un trabajo en el que he ampliado la información que hasta el momento se ha publicado sobre su vida. A la espera de que pueda salir a la luz -lo que, al parecer, va a ser posible gracias a la Mancomunidad de La Janda y la ELA de Zahara de los Atunes-, el trabajo llevará por título Manuel Abel Romero (1905-1936): más sobre la vida y el asesinato del maestro de Zahara de los Atunes.

Debemos sentir la  emoción que se corresponde con la medida tomada en Zahara de los Atunes, pues se ha hecho realidad un deseo esperado por mucha gente. Y, ante todo, lo importante es haber dado un paso más en el logro de justicia, reparación y memoria de una de las tantas víctimas del fascismo.

viernes, 18 de octubre de 2024

Tres días del 33, una novela de Ramón Pérez Montero que trata de los sucesos de Casas Viejas


Ayer se presentó en Barbate el libro Tres días del 33 (Libros de la Herida, 2022), escrito por Ramón Pérez Montero. Profesor de Educación Secundaria, ya jubilado, de Lengua Española y Literatura, es autor varios libros: de historia ha escrito Crónica del desarraigo (2014); de poesía, La mirada inclemente (2012), Palabra de Adán (2016); de novela, Mi nunca dicha razón de amor (1996), Tarde sin orillas (1998), Princesa en la red (2002), Eras la noche (2020), Relato ilustrado (2022) y, claro está, Tres días del 33 (2023). Tampoco le falta colaborar en varios medios, como Diario de Cádiz y La Voz de Cádiz.

El acto de ayer, muy entrañable, tuvo lugar en La Tienda D'Estraza, donde nos congregamos un grupo de vecinos y vecinas con el fin de conocer algunos pormenores del contenido de un libro que, por distintas razones, nos resulta próximo. Primero, porque Casas Viejas -desde principios de los años noventa, oficialmente, Benalup-Casas Viejas, después de su segregación de Medina Sidonia- no deja de ser un municipio cercano. Y también, porque uno de sus hijos, Francisco Estudillo Orellana, acabó recalando en los años cincuenta en Barbate, donde conoció un fuerte arraigo con su numerosa prole. Y como "Paquito el de la Luz" aparece en uno de los pasajes de la novela (p. 181 y ss.).

Lo que a continuación viene es un texto que fui preparando desde el verano, con el fin de ordenar la información que tenía sobre lo ocurrido en esos tres días de enero del 1933 y que alcanzó dramáticamente una dimensión que inusitada en su momento, y llegó a saltar las fronteras del país y hasta del tiempo.     


1. El tiempo y el escenario

El trasfondola propiedad de la tierra; los sopacas, migrantes de los pueblos colindantes malagueños que al principio buscaban temporalmente trabajo y acabaron asentándose en Casas Viejas; la miseria de una inmensa mayoría y la explotación humana…; la vieja aristocracia, con el ducado de Medina Sidonia, la familia Pardo Figueroa, el marquesado de Negrón…; los nuevos terratenientes surgidos en el siglo XIX a la sombra de las desamortizaciones, como las familias Vela y Espina.

Los antecedentes: a principios de siglo XX fueron llegando las ideas anarquistas; en 1914 se creó el primer sindicato, con José Olmo García a la cabeza; en 1915 se produjo el suicidio Gaspar Zumaquero Vera; años después, con la llegada de la República, surgió el núcleo socialista…

La coyuntura general: una República que, a la vez, ilusionó y desilusionó a quienes la acogieron con esperanza; también una República que desde el primer momento contó con la oposición de quienes desde siglos ostentaban el poder; una reforma agraria que llegó tarde y una aplicación que se retardó; una forma de entender el orden público –represiva- por parte del sector republicano del Gobierno; unas contradicciones entre los grupos obreros (CNT vs. UGT-PSOE) y en el seno del movimiento anarcosindicalista (radicales  vs. moderados, FAI-JJLL vs. treintistas).

Los sucesos: la noche del 10 de enero de 1933 se tomó en asamblea la decisión de acatar la convocatoria de una huelga general que ya había sido desconvocada; durante las primeras horas del día 11 se llevaron a cabo los preparativos (corte de la línea telefónica, excavación de zanjas, acopio de armas, conversación con el alcalde pedáneo, proclamación del comunismo libertario…); al amanecer se dio el asalto al cuartel de la Guardia Civil; desde media mañana fueron llegando los refuerzos, primero de guardias civiles y luego de guardias de asalto; por la tarde, con el teniente Gregorio Fernández Artal al frente, se inició el asedio de la choza de “Seisdedos”; en los primeros momentos del día 12 llegó el capitán de Asalto Manuel Rojas Feigenspan, quien, todavía amaneciendo, ordenó el ataque e incendio de la choza; luego, a lo largo de la mañana, se llevaron a cabo las razias en las calles Medina y Nueva; y como balance, en total, 29 muertes: 3, de guardias; 4, de víctimas colaterales; 9, en la choza; y 13, en las razias. 

Lo ocurrido se fue conociendo por la opinión pública poco a poco: primero, de una forma manipulada y a través de la prensa (Diario de Cádiz, ABC, El Sol…), la versión oficial, que estaba basada en presentar lo ocurrido como un enfrentamiento entre iguales; luego fueron saliendo a la luz hechos reales,  publicados, sobre todo, en la prensa anarquista (en CNT, por Miguel Pérez Cordón; en  La Libertad, por Ramón J. Sender; en La Tierra, por Eduardo de Guzmán; en Tierra y Libertad, por José Miranda de Sardi…); algunas de estas informaciones, con el tiempo, se convierten en libros, fueran reportajes (Guzmán, Sender…) o de literatura (Federica Montseny, Lucía Sánchez Saornil…); desde el 19 de febrero, con la primera visita parlamentaria, se fue sabiendo que la realidad no fue otra cosa que una masacre; la información se fue ampliando a través de las investigaciones y  los testimonios que se hicieron -fueran reales, interesados, cambiantes…- durante las pesquisas policiales y judiciales, y en los propios juicios; eso conllevó la distorsión, manipulación y utilización de parte de lo ocurrido, sobre todo desde los grupos y medios de la derecha, con el claro objetivo de derribar al Gobierno; pasados los años fueron entrando en escena los historiadores y/o antropólogos; primero, en los 50, lo hizo Eric J. Hobsbawm, con su interpretación fallida; luego, en los 60 y 70, Jerome Mintz, que dio la  voz a protagonistas  y aclaró dudas, malentendidos y falsedades; después, en los 70 y 80, Gérard Brey, Jacques Maurice…; más recientemente, José Luis Gutiérrez Molina, Salustiano Gutiérrez Baena, Jesús Núñez Calvo, Tano Ramos…

Lo que se cuenta en la novela, como parte de lo que ocurrió, entra de lleno en las profundidades de la condición humana ante situaciones extremas: primero, ante el dilema de apoyar o no la convocatoria de huelga; luego, en el momento en que se inició; después, tras la derrota; y finalmente, durante la dictadura. Unos comportamientos variados, tales como el miedo, la heroicidad, la cobardía, la traición, la lealtad, la coherencia, los malentendidos, las acusaciones, las falsedades…



2. Un diálogo entre la historia y la literatura

En la novela hay un permanente ejercicio por mantener la memoria:

(...) hay muchos que tratan de borrar las huellas del dolor y del violento torbellino de la muerte (p. 34).

[A veces es] Una Verdad se acaba fragmentando en miles de pequeñas verdades (p. 34).

Pero existen otros buscadores de ese oro de la Verdad. Aquellos [Mintz, Gutiérrez Baena, Núñez…] que, en ese río revuelto, escudriñan entre el cieno de los testimonios y la arena de las pruebas (p. 35).

En ese intento se da una pugna entre lo propiamente histórico y lo literario, pues mientras que para el autor el historiador busca, conecta, tranquiliza…:

ha de recurrir a la ficción lineal del tiempo” y “acaba hilvanando otro relato fantástico (p. 528). 

El novelista tiene otro cometido:

ha de escapar del corsé de esa narrativa canalizada que se basa en una concepción de la historia que se basa en su imaginario valle fluvial. El novelista no puede someterse a esa tiranía del paso lineal del tiempo desde el pasado al futuro, con pausas efímeras en el presente (p. 528).

Como recurso literario en la novela está presente en algunos pasajes el realismo mágico; así, por ejemplo, ya muertos, el guardia civil García Chuecos le dice en un momento a su sargento:

Fíjese usted, mi sargento, quién nos iba a decir que íbamos a hacer este camino juntos (p. 287).

Y también cuando Manuela Lago, una joven que pertenecía al grupo anarquista Amor y Armonía, y que murió carbonizada en la choza de “Seisdedos”, se dice a sí misma:

Ahora tengo las alpargatas blancas manchadas de sangre, mi cara emborronada de terror y de humo, y mi pelo alborotado por el viento de las balas. La verdad es que esa del retrato soy yo, pero ahora mismo como que no me reconozco (p. 510).


3. Algunos pasajes de la narración

En el arranque. Uno de los protagonistas, héroe y "culpable" a su pesar, dice cosas como estas:

Mi nombre y apellíos, na más que pa ustedes lo sepan, Francisco Cruz Gutiérrez. Pero mejor que me mienten ustedes como Curro Zeisdeo, el modo en que to el mundo me conoce.
De oficio carbonero. De toda la vida de Dios (p. 13).

(…) Mis hijos nunca han querío esto del carbón (...). Se creyeron que con la cosa esa de apuntarse al sindicato no les iba faltá la peoná durante to el año (...). Ahí están ahora mis hijos, con más de treinta años ca uno y viviendo conmigo en esta misma choza casarón que yo levanté con mis manos. Ni uno de los dos se ha dao todavía las trazas de hacerse la suya y juntar su propia camá de zagales (pp. 15-16).

12 de enero de 1933. Uno de los dos momentos culmen de la masacre se cuenta así:

Del interior de la choza provenían los alaridos de despedida de quienes preferían descender directamente a los Infiernos, eludiendo de este modo la ira desatada de los hombres. El fuego descosió las últimas puntadas de las tomizas de palma y la techumbre se desplomó con estruendo, convirtiéndose en tapa incandescente, y por mucho tiempo hermética, para el sarcófago de los muros de piedra y barro revestidos con el blanco calcinado de la cal (p. 501).

22 de junio de 1934. Algunos de los acusados de haber promovido al insurrección posan ante un fotógrafo de prensa:
 
El relámpago artificial de la combustión del magnesio de la antorcha los deja deslumbrados en ese tránsito instantáneo a la inmortalidad. La tizne de sus sombras mancha la pared frente a la que posan resignados, en esa suerte de fusilamiento que representa su exposición pública en las páginas de la prensa escrita, con sus indecisas expresiones, a medio camino entre el arrepentimiento del perdedor y el orgullo del héroe (p. 267).

Tras el 18 de julio 1936. Juan Estudillo Mateos, al que llamaban "Calavera", toma la decisión de lanzarse a un pozo, que acabará llevando el nombre de su apodo: 

Pero sabe que en esta ocasión no va a haber perdón para los señalados por sus antiguas ideas libertarias (…). Eso lo empuja a subirse al brocal, a hincarse de rodillas sobre él, a abrir los brazos en una especie de plegaria y a dejarse caer en lo profundo del angosto cilindro forrado de piedras (p. 25).

Un día de 1940. José Suárez Orellana (dirigente local del PSOE) y Juan Rodríguez Guillén "Sopas” (antiguo compañero del PSOE y luego de la CNT), detenidos, se miran cara a cara:

Esposados juntos para ser conducidos al juzgado, Sopas ha vuelto un momento la cara hacia Suárez para decirle: "El enemigo está enfrente de nosotros, Pepe" (p. 33).

El final. La novela acaba con estas palabras, que no dejan de ser un mensaje: 

Nadie os podrá quitar el derecho a que los lirios de las palabras vuelvan a florecer con su aroma a difuntos sobre las tumbas ignoradas de los desaparecidos, sobre la misma tierra negra de los llantos y los lutos (pp. 655-656).


4. Algunos personajes

De Casas Viejas

Antonio Cabañas Salvador, Gallinito: del sector radical del anarquismo y miembro de las Juventudes Libertarias;  “tutor” del grupo Amor y Armonía; muy activo en la preparación de la insurrección, huye al monte cuando llegaron las fuerzas del orden; se entregó y fue condenado; huyó tras el golpe militar y murió en 1937 en el frente de guerra.

Francisco Cruz Gutiérrez, Seisdedos, Curro Seisdedos: su choza fue el escenario más dramático de los sucesos;  “héroe a su pesar”; patriarca de una familia humilde, mitificado por literatura y malinterpretado por algunos historiadores (Hobsbawm, Jackson, Thomas…).

Juan Estudillo Mateos, Calavera: zapatero; veterano anarquista, culto y puro (vegetariano, abstemio, partidario de la unión libre…); entre los fundadores en 1914 del sindicato; opuesto a la insurrección; suicidio en el inicio del golpe militar, dando nombre al Pozo Calavera.

Francisco Estudillo Orellana, Paco el de la Luz: apenas tenía 16 años y estaba afiliado a la CNT; sobrino de José Suárez Orellana, su padre no le dejó salir de casa durante los sucesos, pero acabó siendo detenido durante un tiempo por posesión de una pistola; durante la guerra huyó a Málaga, enrolándose como combatiente; acabada la guerra, estuvo detenido, regresando luego a Casas Viejas; absuelto en la causa judicial abierta, se dedicó a varias actividades, recalando en los años 50 en Barbate; durante la Transición se vinculó al socialismo.

José González Pérez, Pepe Pilar: de la tendencia radical, vinculada a las Juventudes Libertarias; participación activa en los sucesos; logró no ser condenado; escondido tras el golpe, al final fue detenido; sobrevivió como pudo (como temporero, recolectando frutos en el campo, dedicándose al contrabando…) y fue acusado de relacionarse con el maquis; sufrió permanentes palizas; mantuvo sus ideales hasta la muerte.

José Monroy Romero, Bailador: veterano anarquista; se mostró moderado durante los sucesos; inculpó a “Seisdedos” como líder de los sucesos; condenado, durante la  guerra sobrevivió escondido; durante la dictadura abandonó la lucha.

Alfonso Osorio Sánchez: de Medina Sidonia, pero con novia en Casas Viejas; fue el encargado de llevar la nota de la convocatoria de la huelga, que entregó a Juan Sopas.

Juan Rodríguez Guillén, Juan Sopas: ex del PSOE y afiliado a la CNT, apoyó en junio de 1931 la candidatura de Ramón Franco; luego montó una tienda de comestibles; fue el receptor de la nota sobre la convocatoria de la huelga, entregada después a Gallinito; sufrió las acusaciones de traidor, por su compañeros (huida pie el 10 de enero, apoyo de Vela…), y de organizador, por el socialista Suárez; tras la guerra abandonó el pueblo y la lucha.

José Rodríguez Quirós, Pepe Pareja: veterano anarquista y puro; participación no entusiasta en los sucesos; durante la dictadura mantuvo sus ideas y su modo de vida; fue el principal colaborador de Mintz.

Catalina Silva Cruz: nieta de “Seisdedos” y hermana de María “la Libertaria”; integrante del grupo Amor y Armonía; conoció la muerte de ocho familiares durante los sucesos (el abuelo materno, el padre, cinco tíos y un primo); huyó durante la guerra y se exilió en el municipio francés de Montauban, donde falleció y está enterrada.

María Silva Cruz, la Libertaria: el apodo le viene del incidente vivido con un guardia civil, cuando se negó a quitarse el pañuelo rojinegro y le propinó una bofetada; ennoviada con Gallinito, tras los sucesos se unió a Miguel Pérez Cordón, que contribuyó a su mitificación; fue asesinada en Paterna de la Rivera y está desaparecida.

Gaspar Zumaquero Vera: presidente del primer sindicato; se suicidó en 1915; había sufrido presiones por las autoridades tras convocatoria de una huelga; supuso la clausura del sindicato y la detención de sus dirigentes.

De las fuerzas de orden público

Gregorio Fernández Artal: teniente de la Guardia Civil; al principio estuvo al frente de los guardias que en la tarde del 11 de enero de 1933 rodearon la choza de “Seisdedos”; luego se negó a acatar las órdenes del capitán Rojas; en septiembre de 1936, estando en el frente de Toledo combatiendo en el bando republicano, conoció una misteriosa muerte y desaparición cuando huía al bando sublevado; hay tres versiones sobre la autoría de su muerte: por los sublevados, por los republicanos, por los anarquistas.

Manuel Rojas Feigenspancapitán de la Guardia de Asalto; veterano de la guerra de Marruecos; llegó en los primeros momentos del 12 de enero de 1933 y se puso al frente de las operaciones, dando las órdenes de quemar la choza de “Seisdedos” y ejecutar las razias por las calles; hizo uso de la joven periodista Josefina Vinuesa para amplificar lo ocurrido; condenado a 21 años de cárcel, que quedaron reducidos dos en 1936, siendo liberado; participó en la represión habida en Granada, habiendo protagonizado a principios de agosto un episodio con Federico García Lorca; con motivo de la muerte de su madre, se inmerso en un escándalo cuando robó un coche oficial para irse de putas; condenado por ello, tras su cumplimiento dirigió en la provincia de Cádiz un batallón disciplinario de trabajadores.


5. Para saber más

Bibliografía

Autoría colectiva (2000). Los sucesos de Casas Viejas (Cádiz, 1933). Exposición fotográfica de Serrano y Sánchez del Pando. Cádiz, Diputación de Cádiz.
Brey, Gérard y Maurice, Jacques (1976). Historia y leyenda de Casas Viejas. Bilbao, Zero.
Brey, Gérard y Gutiérrez Molina, José Luis (coords.) (2010). Los sucesos de Casas Viejas en la historia, la literatura y la prensa (1933-2008). Cádiz, Diputación de Cádiz / Ayuntamiento de Benalup-Casas Viejas / Fundación Casas Viejas 1933.
Casanova, Julián (1997). De la calle al frente. El anarcosindicalismo en España (1931-1939). Barcelona, Crítica.
Gibson, Ian (1981). El asesinato de Federico García Lorca. Barcelona, Bruguera. 
Gutiérrez Baena, Salustiano (2017). Los sucesos de Casas Viejas. Crónica de una derrota. Benalup-Casas Viejas, Beceuve.
Gutiérrez Molina, José Luis (1994). Crisis burguesa y unidad obrera. El sindicalismo en Cádiz durante la Segunda República. Madrid, Madre Tierra / Fundación de Estudios Libertarios Anselmo Lorenzo.
Gutiérrez Molina, José Luis (2008). Casas Viejas. Del crimen a la esperanza. María Silva “Libertaria” y Miguel Pérez Cordón: Dos vidas unidas por un ideal (1933-1939). Córdoba, Almuzara.
Hobsbawm, Eric J. (1983). “Los anarquistas andaluces”, en Rebeldes primitivos.  Barcelona, Ariel.
Infante, Blas (1985). “Cartas Andalucistas, serie 2ª, n. 3, Sevilla, enero de 1936”, en Juan Antonio Lacomba, J. L. Ortiz de Lanzagorta y José Acosta Sánchez, Blas Infante, perfiles de un andaluz. Málaga, Diputación de Málaga.
Malefakis, Edward (1976).Reforma agraria y revolución campesina en la España del siglo XX. Barcelona, Ariel.
Mintz, Jerome R. (1999). Los anarquistas de Casas Viejas. Granada, Diputación de Granada/Diputación de Cádiz.
Montero Barrado, Jesús María (1982). Nuevas aportaciones sobre la reforma agraria durante la II República. Salamanca, Universidad de Salamanca.
Moreno, Isidoro (1993). “Cultura del trabajo e ideología: el movimiento campesino anarquista andaluz”, en Andalucía: Identidad y Cultura (Estudios de Antropología Andaluza). Málaga, Librería Ágora.
Núñez Calvo, Jesús Narciso (2014). “El responsable de la tragedia de Casas Viejas. ¿Qué fue del capitán Rojas? Ni fue expulsado del Ejército, ni se exilió ni murió durante la Guerra Civil”, en Historia y milicia. El cuaderno de Jesús Núñez, 9 de noviembre, (https://jesusnarcisonunezcalvo.blogspot.com/2014/11/el-responsable-de-la-tragedia-de-casas.html).
Núñez Calvo, Jesús Narciso (2015). La Comandancia de la Guardia Civil en Cádiz dentro de la Guerra Civil de España (1936-1939). Tesis doctoral UNED (http://e-spacio.uned.es/fez/eserv/tesisuned:GeoHis-Jnnunez/NUNEZ_CALVO_Jesus_Narciso_Tesis.pdf).
Pérez-Bustamante Mourier, Ana Sofía (2022). “… Un agujero negro alrededor de una choza que arde…”, en Revista Digital de la Real Academia Hispano Americana de Ciencias, Artes y Letras, n. 12 (https://librosdelaherida.blogspot.com/2023/09/ana-sofia-perez-bustamante-ofrece-un.html).
Población, Félix (2013). “La última crónica sobre Casas Viejas”, en lamarea.com, 14 de enero (https://www.lamarea.com/2013/01/14/la-ultima-cronica-sobre-casas-viejas/).
Ramos, Tano (2010). “Un hombre sin piedad llegó a Casas Viejas”, Diario de Sevilla, 10 de enero (https://www.diariodesevilla.es/andalucia/hombre-piedad-llego-Casas-Viejas_0_331467239.html).
Ramos, Tano (2012). El caso Casas Viejas. Crónica de una insidia (1933-1936). Barcelona, Tusquets.
Ramos, Tano (2014). “Desobedeció a su amigo Rojas y no admitió silenciar el crimen” (primera parte), en Historia y milicia. El cuaderno de Jesús Núñez, 29 de noviembre (https://jesusnarcisonunezcalvo.blogspot.com/2014/11/el-teniente-artal-el-hombre-que-se-nego.html).
Sender, Ramón J. ([1934]/2000). Viaje a la aldea del crimen. Madrid, VOSA (chrome-extension://efaidnbmnnnibpcajpcglclefindmkaj/https://www.todoporhacer.org/wp-content/uploads/2016/03/Viaje-a-la-aldea-del-crimen.pdf).
Suárez Orellana, José (2020). Memorias. Benalup-Casas Viejas, Beceuve.

Filmografía

José Luis López del Río. Casas Viejas. 1983.
Basilio Martín Patino. Casas Viejas: el grito del Sur. 1987.



(Imágenes: Felisa Rico Amores, Francisco Guerrero y Manoli Domínguez Clavijo).

lunes, 14 de octubre de 2024

El jueves, 17 de octubre, se presenta en Barbate Tres días del 33, de Ramón Pérez Montero


El próximo jueves, 17 de octubre se va a presentar en Barbate la novela Tres días del 33 (Libros de la Herida, 2022), cuya autoría es del escritor asidonense Ramón Pérez Montero. El tema está directamente relacionado con los sucesos de Casas Viejas acaecidos en enero de 1933. En marzo pasado el autor ya hizo lo propio en Zahara de los Atunes, donde estuvo acompañado de Carla Mintz, hija de Jerome Mintz, pionero desde los años sesenta en el estudio riguroso de lo ocurrido en 1933. 

Sobre Ramón Pérez Montero he tenido la ocasión de dedicarle una entrada por otra de sus novelas, en este caso Eras la noche. Y ahora voy a tener el honor de presentarlo, así como a su novela, en el acto del jueves. Previa intermediación de Magdalena González, no dudé en aceptar el ofrecimiento que antes del verano me hizo. Aunque por distintas razones se ha ido retrasando, lo importante es que este jueves la asistencia al acto esté acorde con la importancia de una obra literaria de calidad y que desde su salida a la luz está siendo reconocida por el público.

sábado, 12 de octubre de 2024

Federico García Lorca y su poema "Grito hacia Roma": contra el odio, por un amor universal


Hace unas semanas Luis García Montero, a la sazón director del Instituto Cervantes, se entrevistó con el papa Francisco, Jorge Mario Bergoglio. Pormenores de lo ocurrido en esa visita lo ha contado el propio García Montero en el artículo que publicó el día 21 de septiembre el diario digital infoLibre. Y entre las cosas que trataron fue el contenido del poema "Grito hacia Roma", de Federico García Lorca, escrito en 1929 en Nueva York, como respuesta/reacción del poeta granadino al acuerdo firmado entre Benito Mussolini y el papa Pío XI, ambos en representación de sus respectivos estados: Italia y el Vaticano.  En ese momento, todavía lejos de lo que acabó siendo la segunda de las grandes y terribles guerras del siglo XX, aún sin Hitler y el partido nazi en el poder. Pero en la plenitud de la dictadura que Mussolini y su Partido Nacional Fascista llevaban construyendo desde 1922.

El poema fue publicado tardíamente: en 1940. Primero, en la revista España peregrina (n. 1, febrero de 1940) en solitario, para, casi de inmediato, en el mismo año, pasar a formar parte de la conocida obra Poeta en Nueva York. Habían pasado, pues, once años desde su creación y cuatro desde su vil asesinato. En el fragor de la violenta conflagración mundial salió a la luz ese libro y dentro de él, ese poema.

Leerlo supone un ejercicio de amor frente al odio. Un canto al amor universal. Sin fronteras. De amor frente a la intolerancia, el racismo, las guerras, las injusticias, el hambre, los genocidios, el sexismo, la homofobia...

Por todo eso su rabiosa actualidad está -sigue- presente en nuestros días. En medio de guerras cruentas, como las de Rusia contra Ucrania, e Israel contra el pueblo palestino en Gaza y Cisjordania, y contra Líbano. En medio de la ola de odio que es propagado por grupos que hacen de ello su razón de ser y se va extendiendo entre la gente. Lejos de lo que nos dicen versos, los últimos del poema,  como éstos: "Porque queremos el pan nuestro de cada día, / flor de aliso y perenne ternura desgranada, / porque queremos que se cumpla la voluntad de la Tierra / que da sus frutos para todos".

Con anterioridad a la entrevista entre el Papa y el poeta, el poema había sido traducido, para su edición, a todas las lenguas de España y las oficiales de la Unión Europa por el Instituto Cervantes. Incluso se ha hecho lo propio con 28 lenguas indígenas de América Latina.

Ofrezco su lectura, que reproduzco siguiendo la edición de Poeta en Nueva York  realizada por Cátedra en 1996, a su vez bajo la supervisión de María Clementa Millán.


Grito hacia Roma (Desde la torre deL Chrysler Building)

Manzanas levemente heridas
por finos espadines de plata,
nubes rasgadas por una mano de coral
que lleva en el dorso una almendra de fuego,
peces de arsénico como tiburones,
tiburones como gotas de llanto para cegar una multitud,
rosas que hieren
y agujas instaladas en los caños de la sangre,
mundos enemigos y amores cubiertos de gusanos,
caerán sobre ti. Caerán sobre la gran cúpula
que untan de aceite las lenguas militares,
donde un hombre se orina en una deslumbrante paloma
y escupe carbón machacado
rodeado de miles de campanillas.

Porque ya no hay quien reparte el pan ni el vino,
ni quien cultive hierbas en la boca del muerto,
ni quien abra los linos del reposo,
ni quien llore por las heridas de los elegantes.
No hay más que un millón de herreros
forjando cadenas para los niños que han de venir.
No hay más que un millón de carpinteros
que hacen ataúdes sin cruz.
No hay más que un gentío de lamentos
que se abren las ropas en espera de la bala.
El hombre que desprecia la paloma debía hablar,
debía gritar desnudo entre las columnas
y ponerse una inyección para adquirir la lepra
y llorar un llanto tan terrible
que disolviera sus anillos y sus teléfonos de diamante.
Pero el hombre vestido de blanco
ignora el misterio de la espiga,
ignora el gemido de la parturienta,
ignora que Cristo puede dar agua todavía,
ignora que la moneda quema el beso de prodigio
y da la sangre del cordero al pico idiota del faisán.

Los maestros enseñan a los niños
una luz maravillosa que viene del monte;
pero lo que llega es una reunión de cloacas
donde gritan las oscuras ninfas del cólera.
Los maestros señalan con devoción las enormes cúpulas sahumadas,
pero debajo de las estatuas no hay amor,
no hay amor bajo los ojos de cristal definitivo.
El amor está en las carnes esgarradas por la sed,
en la choza diminuta que lucha con la inundación.
El amor está en los fosos donde luchan las sierpes del hambre,
en el triste mar que mece los cadáveres de las gaviotas
y en el oscurísimo beso punzante debajo de las almohadas.
Pero el viejo de las manos traslucidas
dirá: amor, amor, amor,
aclamado por millones de moribundos.
Dirá: amor, amor, amor,
entre el tisú estremecido de ternura;
dirá: paz, paz, paz,
entre el tirite de cuchillos y melones de dinamita.
Dirá: amor, amor, amor,
hasta que se le pongan de plata los labios.

Mientras tanto, mientras tanto, ¡ay!, mientras tanto,
los negros que sacan las escupideras,
los muchachos que tiemblan bajo el terror pálido de los directores,
las mujeres ahogadas en aceites minerales,
la muchedumbre de martillo, de violín 
 de nube,
ha de gritar aunque le estrellen los sesos en el muro,
ha de gritar frente a las cúpulas,
ha de gritar loca de fuego,
ha de gritar loca de nieve,
ha de gritar con la cabeza llena de excremento,
ha de gritar como todas las noches juntas,
ha de gritar con voz tan desgarrada
hasta que las ciudades tiemblen como niñas
y rompan las prisiones del aceite y la música.
Porque queremos el pan nuestro de cada día,
flor de aliso y perenne ternura desgranada,
porque queremos que se cumpla la voluntad de la Tierra
que da sus frutos para todos.

viernes, 11 de octubre de 2024

Un sello dedicado a Luisa Carnés (y su cuento "La mujer de la maleta")


Hace unas semanas se editó el sello de correos dedicado a la escritora Luisa Carnés. Un merecido homenaje a una figura casi desconocida de la literatura española. En cierta medida, ese desconocimiento puede deberse a dos motivos principales: ser mujer y haber muerto en el exilio. Y quizás, uno más: ser comunista. 

El otro día le dediqué una entrada en este cuaderno, después de haber leído su novela Juan Caballero (Hoja de Lata, Xixón/Asturies, 2024). En ella recordé que RTVE emitió en marzo una adaptación teatral de su novela Tea Rooms. Mujeres obreras, aprovechando que era el Día Internacional del Teatro. Una obra que, además, está inspirando la serie La Moderna, que se emite por la tardes en la misma cadena. 


Años atrás he podido ir leyendo algunos de los cuentos de Luisa Carnés, uno de los cuales, "La mujer de la maleta", me impactó. Un relato estremecedor escrito en 1940, ya en México, sobre una madre cruzando la frontera con Francia durante la Guerra Española y que, en su huida a pie hacia el exilio, cuida con esmero la maleta que contiene los restos mortales de su hijo. Aprovecho esta entrada para reproducirlo y para que pueda ser leído.  



La mujer de la maleta


Por una carretera blanca, que abría entre pinares, iban las tres mujeres. Sus codos casi se tocaban, pero nada sabían de sus vidas. Sus caminos habían coincidido en la encrucijada de la derrota. Buscaban el brazo hermano de Francia.

 

¿Qué pretendían poner a salvo? Huían del fascismo. Un bombardero las reunió a pie de un árbol, entre áspero tomillo. Después, siguieron juntas la ruta de la frontera.

 

Anochecía, y el verde ramaje de la campiña se iba tornando negro. El viento arrancaba al Pirineo partículas de hielo, que depositaba en los pechos de aquellas tres mujeres.

 

–¡Cuánto falta!

 

–¡Qué camino tan largo!

 

La carretera crecía constantemente ante ellas. A veces, se les mostraba compasiva, parecía entregarse tras de un recodo engañoso, para luego desaparecer, alejarse, formando otro sueño, ante los ojos y los pulmones cansados de las fugitivas.

 

Delante y a su espalda, grupos de evacuados repetían su estampa fatigada.

 

Una de las mujeres llevaba una maleta; otra sujetaba entre las manos un saco pendiente a su espalda; la tercera arrastraba de una cesta de mimbre, oscurecida por el tiempo.

 

Cuando la noche hubo cerrado, de la tierra negra brotaban lenguas de fuego, alrededor de las cuales se vieron caras afligidas, ojos en los que se reflejaba inquietud

 

Y las tres mujeres seguían adelante, apretándose los corazones acongojados.

 

A medida que avanzaban, el camino se hacía más difícil, se empinaba, y la carretera repetía su broma maligna.

 

Cuando las piernas se pusieron pesadas como el plomo y las plantas de los pies amenazaron partirse, las tres optaron por descansar un rato.

 

Cerca de la carretera, los restos de una hoguera brindaban temporal reposo.

 

Se sentaron cerca del fuego, al que reanimaron con unas ramas secas que había en torno.

 

Unas llamas rojas hicieron aparecer más intensa la fatiga reflejada en aquellos rostros, a los que el terror había despojado de encanto.

 

Fue entonces cuando dos de las mujeres se fijaron en la que llevaba la maleta. Su cara parecía de palo. Su mirada, perdida en los brincos risueños del fuego, carecía de luz y expresión. La nariz era recta, los labios parecían cubiertos por una delgada capa de sal. Sus manos, amoratadas por el frío, descansaban sobre la maleta de cartón.

 

¿Qué veían en las llamas aquellos ojos de cristal?

 

Las otras fugitivas, endurecidas por años de dolor, sentíanse fuertemente atraídas por aquellas pupilas fijas, tras de las cuales parecía asomarse un horrible vacío. Las dos mujeres, pequeños puntos en un inmenso paisaje de duelo, sentíanse absorber por aquellos ojos inmóviles de su compañera, por cuyas enormes cuencas parecía haber huido la vida.

 

Eran vidrios opacos, brasa convertida en ceniza.

 

La que arrastraba de la cesta trató de cortar aquel soplo helado que parecía desprenderse de la extraña mujer de la maleta, ofreciendo a sus compañeras de huida un trozo de pan y otro de chocolate.

 

–Hay que hacer por la vida –murmuró.

 

La fugitiva del saco aceptó complacida el alimento, y deshizo entre los dientes el dulce de chocolate, mientras decía:

 

–Se agradece.

 

La de la maleta no alargó la mano para tomar el pan, ni movió un solo músculo del rostro.

 

El frío era por momentos más intenso. La piel de las manos y de la cara se atirantaba dolorosamente, y escocían las puntas de los dedos.

 

La que brindaba el refrigerio sacó del seno aplastado una cartera de piel, y de ésta, el retrato de un mozo que vestía traje de soldado.

 

–Es mi hijo –suspiró–. Me lo mataron en Somosierra.

 

La del saco, sin dejar de comer, dijo:

 

–A mi padre lo fusilaron los fachas en Burgos. Era maquinista, y le cogió el Movimiento en servicio.

 

Y ambas miraron a la mujer extraña, esperando que hablara.

 

Pero aquellos labios, como cubiertos de sales amargas, permanecieron apretados uno contra el otro.

 

La del padre maquinista se estremeció por aquel silencio y dijo a su compañera:

 

–Mejor será seguir, antes de que cierre la noche.

 

–Sí, vamos –dijo la otra.

 

Cargaron de nuevo cesta y saco, y reanudaron el camino.

 

La mujer de la maleta las siguió.

 

Por la carretera rodaban carros, empujados por criaturas angustiadas. Palabras sueltas, confundidas a la agitada respiración de los que huían, llegaron hasta las tres mujeres.

 

Después de breve descanso, ellas sentían menos el peso de su cuerpo; los pies parecían más ligeros, y las piedrecillas se antojaban menos duras.

 

Pero al poco rato el camino se hizo más difícil; el declive de la carretera se acentuó, y saco y cesta se hundieron en las espaldas de las mujeres hasta hacerlas sangrar.

 

La ventisca azotaba cruelmente aquellas figuras, como de guiñapos humanos, que se arrastraban ansiosamente por la carretera que conducía a Francia.

 

***

 

Sólo la mujer aquella, de madera, no parecía sentir el peso de su maleta. Sus pies avanzaban rectos, su cuerpo flaco cortaba la niebla y su boca parecía obstinadamente cerrada.

 

Sus compañeras habían vaciado (el saco y la cesta) del pobre bagaje. Ropa y calzado cayeron sobre la carretera. Botes de leche y de carne rodaron luego hacia la cuneta… Pero la marcha seguía siendo angustiosa. Un velo helado endurecía los pies y las manos, y empapaba las pupilas.

 

Sólo la mujer extraña no se quejaba. Sólo su maleta estaba intacta y sus pulmones, enteros. Su pecho no jadeaba y sus hombros se erguían, mientras que en las gargantas de las otras la fatiga ponía un dogal y sus cabezas menudas iban desapareciendo entre los hombros.

 

¿Qué contenía aquella maleta, al parecer, leve como una pluma?

 

La muchacha cuyo padre había caído en Burgos sentía deseos de gritar a la mujer aquella, a quien la había unido el azar sólo en apariencia. “¿Para qué quiere una maleta vacía? ¿Está usted loca?”. Pero no llegó a decirlo. Los ojos de la fugitiva, antes humedecidos en el fuego y ahora dando cara al camino cortado por la niebla, la aterrorizaban.

 

Involuntariamente, se acercó a la mujer cuyo hijo había muerto en la guerra y le dijo en voz baja, refiriéndose a la otra:

 

–¿Y si estuviese loca?

 

–¡Sólo eso nos faltaba!

 

No hablaron más. El viento helado las penetraba pesando bajo su piel como un bloque de piedra. Delgadas agujas traspasaban sus gargantas y sus párpados secos.

 

Las manos de las dos mujeres habían soltado cesta y saco: buscaban su propio cuerpo; trataban de comunicarse un poco de calor. Sus figuras habían disminuido y las plantas de sus pies estaban rígidas.

 

En tanto, la mujer de la maleta parecía haber crecido. Mujer y maleta se elevaban a un lado de las otras dos fugitivas, como altivo dolmen, firmes, sin claudicar.

 

Cuando llegaron a la línea divisoria y un gendarme francés las deslumbró con su linterna, como a inocentes codornices el espejuelo cazador, sólo eran dos pequeños montones de huesos, empujados por un mar de cuerpos enflaquecidos.

 

A su lado la mujer de la maleta más endurecida y seca, totalmente madera ya, penetró en el Pirineo francés y fue a sentarse lejos, sola, ausente de quejas y denuestos.

 

Enseguida, abrió su maleta.

 

Sus compañeras de huida se inclinaron sobre aquella cosa, medio velada por la oscuridad: era un niño muerto. Tenía los ojos abiertos y la ropita blanca enrojecida por la sangre.

 

La mujer impasible había cruzado los brazos y se mecía a sí misma. Sus ojos, clavados en el niño muerto, en el centro ya del camino que buscara en el fuego y en la carretera oscura, habían derretido su hielo.

 

A su alrededor sobrevino un silencio denso. De todas partes fueron afluyendo borrosas figuras de fugitivos.

 

A las cuatro esquinas de la maleta le brotaron cuatro hogueras.

 

Y ningún niño asesinado por el fascismo fue llorado por más llanto…

martes, 8 de octubre de 2024

Juan Caballero, de Luisa Carnés: entre la guerrilla y el amor a dos congelado a través del tiempo


Luisa Carnés nació en Madrid, en 1905, y falleció en Ciudad de México, en el exilio, en 1964. Estamos ante una escritora vocacional, con una formación autodidacta. Su origen humilde no le impidió que desde joven fuera labrando una carrera en la que unió la independencia laboral y el gusto por la escritura, tanto en lo literario como en lo periodístico. Trabajó de mecanógrafa y secretaria, a la vez que fue escribiendo cuentos y novelas. Convivió durante un tiempo con el dibujante algecireño Ramón Puyol, con quien tuvo un hijo, si bien la relación acabó agotándose cuando, tras una breve estancia en Algeciras por la pérdida del trabajo de su esposo, decidió regresar a Madrid. 

Entre sus primeras novelas destacan Natacha (1930) y Tea Rooms. Mujeres obreras (1934), esta última inspirada en la experiencia que vivió como camarera en un céntrico establecimiento hostelero de la capital española. Precisamente en marzo pasado, con motivo de la celebración del Día Internacional del Teatro, pudimos ver por RTVE una adaptación de esa obra.
 
En la temática de sus obras Carnés aúna lo social y el feminismo, a lo que no es ajena su militancia en el PCE. Durante la Guerra Española intensificó su orientación política y su labor como escritora, colaborando en diversos medios hasta su marcha al exilio a México. De 1940 data uno de sus cuentos más conocidos, el estremecedor "La mujer de la maleta", en el que narra la huida de un grupo de personas hacia Francia, centrado en una mujer que protege la maleta en la que lleva el cuerpo de su hijo muerto. En el país americano Luisa Carnés siguió con esa doble labor, ya con la compañía del poeta Juan Rejano, con quien conviviría hasta su fallecimiento en 1964.    

Juan Caballero (Xixon, Asturies, Hoja de Lata, 2024) es una novela escrita a finales de los años cuarenta, tras el fin de la Segunda Guerra Mundial, en un contexto que podría considerarse cargado de optimismo entre los perdedores de la contienda española. Con la derrota del fascismo alemán e italiano estuvieron confiando durante un tiempo que iba a llegar también la del español: 

"Pero nosotros ganaremos la última batalla... Pronto los aliados ganarán la guerra y eros caerán, con sus amos alemanes e italianos... ¡Ay de los traidores cuando se abran los penales y bajen los guerrilleros a los llanos!...".

Pero la realidad fue otra. Esa derrota militar germano-italiana no estuvo acompañada de la subsiguiente en España cuando se inició la Guerra Fría y nuestro país se convirtió en una valiosa pieza para EEUU y sus aliados. Y a esa decepción general le acompañó otra personal para Luisa Carnés: pese a que su novela había obtenido en 1949 un premio  por parte del diario mexicano La Nación, no se publicó en ese país hasta, nada menos, que ¡siete años más tarde!  

Hace unas semanas leí la novela Eras la noche (Libros de la Herida, 2020), de Ramón Pérez Montero, cuyos  protagonistas son los guerrilleros de las sierras colindantes situadas entre las provincias de Málaga y Cádiz. Teniendo Juan Caballero la misma temática y hasta el mismo marco geográfico, en esta ocasión nos encontramos con dos diferencias. Una es  la inserción de la narración en un marco imaginario, aunque podemos decir que cuasi identificable. Así, aparecen los pueblos de Puebla del Alcor, en mayor medida y como eje principal de la historia; y La Aljama, trasunto, quizás, de Algeciras, y, en todo caso, situado en el Campo de Gibraltar. Esto nos lleva a la estancia de la autora en Algeciras durante 1931: 

"¡La Aljama!... En invierno sus calles estaban asoleadas, y el aire salobre se rasgaba con el pregón de los pescadores: '¡Sardinas mocitas!', '¡Sardinas de alba!'. Gentes sencillas recorrían sus calles; mientras en la del Jazmín se paseaban los comerciantes, los empleados y militares retirados, en el Calvario las gitanas arrancaban las liendres a sus críos. En los patios de vecindad se regateaba el pescado, y la ditera, que vendía sus mercancías a plazos, extendía ante los asombrados ojos pueblerinos los pañuelos de seda a colores y las piezas de tela blanca, sacadas de contrabando de Gibraltar".

La otra diferencia tiene que ver con el tratamiento de los personajes, en el que se tiende a mitificar la heroicidad de los guerrilleros, incluida la de un personaje femenino: Nati/Natividad BlancoLuis Carnés nos muestra una historia que puede parecer más sencilla en la construcción de los personajes, si bien es algo que puede matizarse con el doble cariz que contiene lo que se cuenta. Por un lado está el enfrentamiento entre quienes -vencedores- ocupan el poder derivado de la guerra y quienes  -perdedores- decidieron, en este caso, echarse al monte para resistir y esperar a que el signo de los tiempos cambie a su favor. Aquí no hay duda de la profunda falla existente entre las dos partes enfrentadas, así como del posicionamiento de la autora. 

Pero nos falta un aspecto importante, cual es la decisión, entre valiente y trágica, de una mujer, Nati/Natividad Blanco, que, casada con el jefe local de la Falange de Puebla del Alcor, a su vez nuera del alcalde, acaba uniéndose a la partida de guerrilleros, recuperando el amor juvenil que había quedado truncado con el golpe militar de 1936 y el estallido de la guerra. El amor,  precisamente, hacia el propio cabecilla, Juan Caballero. Un amor, en fin, que, más que diluirse, se congeló con la muerte:

"Habíase quebrado ella por el fino talle y su cabeza descansaba sobre el cuerpo de Juan Caballero.
Sus últimos gritos resonaban todavía en los oídos de sus asesinos: '¡Perderéis también la última batalla!'.
Y el eco de su voz parecía temblar en el espacio limpio, como la llamada a una batalla prodigiosa que encendería toda la tierra española y haría estremecer en su seno los blancos huesos de los héroes".