Hace
unas semanas Luis García Montero, a la sazón director del Instituto Cervantes,
se entrevistó con el papa Francisco, Jorge Mario Bergoglio. Pormenores de lo ocurrido en esa visita lo
ha contado el propio García Montero en el artículo que publicó el día 21 de
septiembre el diario digital infoLibre.
Y entre las cosas que trataron fue el contenido del poema "Grito hacia
Roma", de Federico García Lorca, escrito en 1929 en Nueva York, como respuesta/reacción
del poeta granadino al acuerdo firmado entre Benito Mussolini y el papa Pío XI,
ambos en representación de sus respectivos estados: Italia y el Vaticano. En ese momento, todavía lejos de lo que acabó
siendo la segunda de las grandes y terribles guerras del siglo XX, aún sin
Hitler y el partido nazi en el poder. Pero en la plenitud de la dictadura que
Mussolini y su Partido Nacional Fascista llevaban construyendo desde 1922.
El poema fue publicado tardíamente: en 1940. Primero, en la revista España peregrina (n. 1, febrero de 1940) en solitario, para, casi de inmediato, en el mismo año, pasar a formar parte de la conocida obra Poeta en Nueva York. Habían pasado, pues, once años desde su creación y cuatro desde su vil asesinato. En el fragor de la violenta conflagración mundial salió a la luz ese libro y dentro de él, ese poema.
Leerlo
supone un ejercicio de amor frente al odio. Un canto al amor universal. Sin
fronteras. De amor frente a la intolerancia, el racismo, las guerras, las
injusticias, el hambre, los genocidios, el sexismo, la homofobia...
Por
todo eso su rabiosa actualidad está -sigue- presente en nuestros días. En medio
de guerras cruentas, como las de Rusia contra Ucrania, e Israel contra el
pueblo palestino en Gaza y Cisjordania, y contra Líbano. En medio de la ola de
odio que es propagado por grupos que hacen de ello su razón de ser y se va
extendiendo entre la gente. Lejos de lo que nos dicen versos, los últimos del
poema, como éstos: "Porque queremos
el pan nuestro de cada día, / flor de aliso y perenne ternura desgranada, /
porque queremos que se cumpla la voluntad de la Tierra / que da sus frutos para
todos".
Con
anterioridad a la entrevista entre el Papa y el poeta, el poema había sido
traducido, para su edición, a todas las lenguas de España y las oficiales de la
Unión Europa por el Instituto Cervantes. Incluso se ha hecho lo propio con 28
lenguas indígenas de América Latina.
Ofrezco
su lectura, que reproduzco siguiendo la edición de Poeta en Nueva York
realizada por Cátedra en 1996, a su vez bajo la supervisión de María
Clementa Millán.
Grito hacia Roma (Desde la torre deL
Chrysler Building)
Manzanas
levemente heridas
por
finos espadines de plata,
nubes
rasgadas por una mano de coral
que
lleva en el dorso una almendra de fuego,
peces
de arsénico como tiburones,
tiburones
como gotas de llanto para cegar una multitud,
rosas
que hieren
y agujas
instaladas en los caños de la sangre,
mundos
enemigos y amores cubiertos de gusanos,
caerán
sobre ti. Caerán sobre la gran cúpula
que
untan de aceite las lenguas militares,
donde
un hombre se orina en una deslumbrante paloma
y
escupe carbón machacado
rodeado
de miles de campanillas.
Porque
ya no hay quien reparte el pan ni el vino,
ni
quien cultive hierbas en la boca del muerto,
ni
quien abra los linos del reposo,
ni
quien llore por las heridas de los elegantes.
No hay
más que un millón de herreros
forjando
cadenas para los niños que han de venir.
No
hay más que un millón de carpinteros
que
hacen ataúdes sin cruz.
No
hay más que un gentío de lamentos
que
se abren las ropas en espera de la bala.
El
hombre que desprecia la paloma debía hablar,
debía
gritar desnudo entre las columnas
y
ponerse una inyección para adquirir la lepra
y
llorar un llanto tan terrible
que
disolviera sus anillos y sus teléfonos de diamante.
Pero
el hombre vestido de blanco
ignora
el misterio de la espiga,
ignora
el gemido de la parturienta,
ignora
que Cristo puede dar agua todavía,
ignora
que la moneda quema el beso de prodigio
y da
la sangre del cordero al pico idiota del faisán.
Los
maestros enseñan a los niños
una
luz maravillosa que viene del monte;
pero
lo que llega es una reunión de cloacas
donde
gritan las oscuras ninfas del cólera.
Los
maestros señalan con devoción las enormes cúpulas sahumadas,
pero
debajo de las estatuas no hay amor,
no
hay amor bajo los ojos de cristal definitivo.
El
amor está en las carnes esgarradas por la sed,
en la
choza diminuta que lucha con la inundación.
El
amor está en los fosos donde luchan las sierpes del hambre,
en el
triste mar que mece los cadáveres de las gaviotas
y en
el oscurísimo beso punzante debajo de las almohadas.
Pero
el viejo de las manos traslucidas
dirá:
amor, amor, amor,
aclamado
por millones de moribundos.
Dirá:
amor, amor, amor,
entre
el tisú estremecido de ternura;
dirá:
paz, paz, paz,
entre
el tirite de cuchillos y melones de dinamita.
Dirá:
amor, amor, amor,
hasta
que se le pongan de plata los labios.
Mientras
tanto, mientras tanto, ¡ay!, mientras tanto,
los
negros que sacan las escupideras,
los
muchachos que tiemblan bajo el terror pálido de los directores,
las
mujeres ahogadas en aceites minerales,
la
muchedumbre de martillo, de violín
de nube,
ha de
gritar aunque le estrellen los sesos en el muro,
ha de
gritar frente a las cúpulas,
ha de
gritar loca de fuego,
ha de
gritar loca de nieve,
ha de
gritar con la cabeza llena de excremento,
ha de
gritar como todas las noches juntas,
ha de
gritar con voz tan desgarrada
hasta
que las ciudades tiemblen como niñas
y
rompan las prisiones del aceite y la música.
Porque
queremos el pan nuestro de cada día,
flor
de aliso y perenne ternura desgranada,
porque
queremos que se cumpla la voluntad de la Tierra
que
da sus frutos para todos.