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lunes, 16 de octubre de 2023

Tomás Iglesias. Izquierda y derecho, un libro de Antonio Roldán sobre un demócrata radical


El viernes pasado asistí a la presentación del libro
Tomás Iglesias. Izquierda y derecho (Andalucía, Atrapasueños, 2023), escrito por Antonio J. Roldán Muñoz.  
Mi asistencia al acto partió de la afinidad política con la persona objeto del libro y con el autor, con quien además me unen lazos de amistad. Tomás Iglesias era un destacado y conocido miembro del PTE/PTA, partido en el que milité siendo joven en los últimos momentos de la dictadura y los primeros de la Transición. Su imagen y su actividad eran frecuentemente reflejadas en las publicaciones del partido (como El Correo del Pueblo o La Unión del Pueblo), resaltando, de una manera especial, su fuerte ligazón con los obreros y las obreras del campo y el sindicato SOC, al que asesoró como abogado. Luego, tras la desaparición del partido en 1980, no dejé de conocer sus andanzas, a las que unió el papel que jugó en la defensa de los derechos humanos. Unos años más tarde, en 1999, tuve la ocasión de dedicarle una semblanza (1), después que, ya fallecido en 1996, un grupo de vecinos de Sevilla se opusiera a que su calle recibiera su nombre (pendiente queda que la edite en mi cuaderno). No hace mucho leí el artículo que le dedicó Bartolomé Clavero en 2016, titulado "La forja de un jurista, Tomás Iglesias" (2), basado en su intervención en el acto de recuerdo organizado con motivo del 20 aniversario de su fallecimiento. Y ahora, de nuevo, ha aparecido su figura, después que Antonio Roldán haya tomado las riendas de un trabajo en forma de libro dedicado íntegramente a su persona.  

El acto en el que estuve presente fue todo un éxito. Primero, por el aforo completo del salón de actos de la Casa de la Cultura de Conil, Segundo, por la asistencia de numerosas personas que conocieron a Tomás y que se desplazaron desde diversos lugares de Andalucía. Y por último, por el contenido de lo que se habló: empezando por Joaquín Recio, de la editorial Atrapasueños, siguiendo por María Iglesias Real, hija de Tomás y autora del prólogo,  después por el propio Antonio Roldán, que descubrió algunos aspectos del libro, y finalmente por las interesantes intervenciones desde el público, abundando en la relevancia que Tomás tuvo como jurista.

La lectura del libro puede llevar a creer que estamos ante una biografía al uso del personaje. Cosa que no es así sensu stricto. A lo largo de las páginas podemos ir descubriendo, por orden cronológico, como fue transcurriendo su vida. Empezando desde sus orígenes en su Conil natal hasta llegar a Sevilla y su Universidad, pasando por los años del seminario diocesano de Cádiz entre los 10 y los 18 años. Pero Antonio Roldán no se ha quedado en los pormenores propiamente biográficos, sino en aquellos aspectos que nos permiten saber cómo se fue fraguando su personalidad. Para ello ha ahondado en su vida a través de testimonios personales (compañeros de estudios, amistades, familiares, compañeros de partido, de profesión...) y de la lectura de una documentación diversa, que se ha basado en los escritos propios de Tomás, bien lo fueran en forma de borradores y apuntes o bien como publicaciones (en medios de comunicación, revistas jurídicas...), todo ello conservado en el archivo familiar. También ha accedido a la biblioteca personal, indagando en el tipo de lecturas y en la forma que tenia de abordarlas. Y junto a todo ello, Antonio Roldán, a luz de su vasta cultura lectora y sumergiéndose en la teoría política, nos van ofreciendo sus propias reflexiones sobre la labor desarrollada por Tomás.

Y el resultado es un excelente trabajo, que nos permite adentrarnos en un personaje muy rico en vivencias y aportaciones, y -me atrevo a decirlo- rara avis en un mundo donde prima lo que cada cual puede hacer para sí, independientemente de lo que quiera hacer para las demás personas. Y es que Tomás fue una persona entregada principalmente en ayudar a la gente desde una perspectiva solidaria, si no fraternal, y democrática. Después que decidiera abandonar el seminario para dedicarse a los estudios de Derecho, paralelamente inició una actividad antifranquista que acabó derivando en la militancia en un partido comunista, el Partido del Trabajo de España. De esa manera aunó su profesión de jurista con la del compromiso político. Y dejó al margen lo que podía haber sido una carrera profesional, para lo que abandonó la tesis doctoral iniciada, y se embarcó como abogado de la clase trabajadora y de las personas represaliadas por la dictadura.   

Ya desde 1977 añadió en su labor la necesidad de que, en la conformación de un sistema democrático, no faltara nunca la perspectiva de que se hiciera para todo el mundo, garantista y sin privilegios, esto es, desde una perspectiva radical. Por eso siguió en su afán por seguir defendiendo a la clase trabajadora, donde consiguió en abril 1981 que el Tribunal Constitucional aceptara su recurso sobre la inconstitucionalidad del despido laboral cuando concurre el derecho de huelga, recogido en el texto de nuestra Carta Magna como fundamental. Y por eso mantuvo una postura activa y radicalmente crítica con todo aquello que supusiese una vulneración de los derechos de las personas, como hizo, por ejemplo, contra el terrorismo de estado o contra la conocida como ley de "la patada en la puerta" de José Luis Corcuera, etc. 

Y a todo ello Tomás Iglesias añadió un rasgo que haría de él un jurista de prestigio. Y es que a su intensa entrega profesional y su fuerte sensibilidad social unió una enorme capacidad de raciocinio gracias a su vasta formación política y jurídica. Eso le llevó a manejarse con éxito en el campo de la abogacía, con razonamientos jurídicos entre sólidos y atrevidos. Y también, a prodigarse en el campo de la teoría jurídica: primero, a mediados de los 70, con lo que pudo haber sido su tesis doctoral en la rama Historia del Derecho; luego, a principios de los 90, cuando inició una nueva tesis, esta vez dentro del Derecho del Trabajo y colindante con el Constitucional; y siempre aportando sus colaboraciones en revistas especializadas. Eso le sirvió para que con el paso del tiempo fuera aumentando su reconocimiento como jurista de prestigio, que  le llevó, por ejemplo, a ser elegido miembro del Consejo Consultivo de Andalucía o que se le propusiese como Defensor del Pueblo Andaluz.   

Tomás murió joven, con apenas 47 años, y con él se perdió una excelente persona y un profesional de gran valía. Y siguiendo a Bertolt Brecht, uno de los imprescindibles. Pero su ejemplo y su obra perduran. Y más, con lo que el amigo Antonio Roldán nos ofrece.


Notas 

(1) "Tomás Iglesias", en Debate Ciudadano de Barbate, n. 40, noviembre de 1999.
(2) Publicado en Pasos a la izquierda, n. 7, 21-12-2016 (https://pasosalaizquierda.com/la-forja-de-un-jurista-tomas-iglesias/).


jueves, 27 de mayo de 2021

Hacer de lo común el aire en el que podamos respirar

Durante la Revolución Francesa se acuñó una consigna que se ha hecho muy conocida: liberté, egalité, fraternité [libertad, igualdad, fraternidad]. Una tríada de palabras que con frecuencia, si no en la mayoría de las ocasiones, se pretende disociar. Se hace prevalecer
, así, la primera de esas palabras sobre las otras dos, cuando no convertirla simplemente en la única. Es lo que se defiende desde el liberalismo burgués, una ideología que está cargada de un inequívoco contenido de clase, de manera que la libertad ha acabado siendo reducida a la posesiva libertad de propiedad.

Lo que ocurrió en Francia entre 1789 y 1799 está lleno de enseñanzas, presentes a lo largo de las décadas siguientes. Incluso en nuestros días, en ese país y en el resto del mundo, siguen rondando en muchas cabezas, aunque muchas veces no se tenga conciencia de que así sea. 

En la Convención republicana francesa, allá por junio de 1793, se pronunciaron estas palabras: “La libertad no es sino un vano fantasma cuando una clase de hombres puede dominar por el hambre a la otra impunemente. La igualdad no es más que un vano fantasma cuando el rico, por el monopolio, ejerce el derecho de vida y muerte sobre sus semejantes”. Quien se expresó con esa claridad y rotundidad fue Jacques Roux, uno de los más genuinos representantes de los que por entonces se conocía como enragés (furiosos) y sans culottes (sin calzones), los grupos que mejor reflejaron durante esa revolución las aspiraciones de los sectores populares.

De la misma forma que la libertad sin igualdad se convierte en algo vacío, las dos, a su vez, necesitan de la tercera parte de su tríada: la fraternidad. Pues sólo así será posible que los seres humanos podamos unir solidariamente nuestros destinos sin las estridencias de la explotación, la injusticia, la miseria, la incultura, la intolerancia… 

Es por eso por lo que, desde la perspectiva de respeto hacia los valores de esa tríada de conceptos revolucionarios, debemos situarnos enfrente de quienes sólo se interesan por la libertad para hacer de ella un simple fetiche. Impedir que sea apropiada por quienes disponen de los recursos necesarios para vivir y se los quitan a una buena parte, si no a la mayoría, de los seres humanos. No debemos dejar que eso ocurra y que la libertad quede reducida al arbitrio de una minoría en razón de la riqueza, un color de la piel, un credo religioso, un sexo y/o una orientación sexual...

Para ser libres sólo sirve que nadie deje de serlo y eso conlleva que tengamos la capacidad de desprender la fraternidad necesaria para que podamos ser y sentirnos iguales. Se trata, en suma, de compartir lo que existe, para hacer de lo común el aire en el que podamos respirar socialmente y hacer con ello el ejercicio más humano que pueda existir.

¿Una utopía? Pues claro, pero no por ello irrealizable. Nos lo ilustró Bertolt Brecht en forma de parábola con ese sastre de Ulm que intentó volar -loco le dijeron- y que acabó estrellándose contra el suelo: “Como el hombre no es un ave / -dijo el obispo a la gente- / ¡nunca el hombre volará!”. Y lo hizo también José Saramago en su novela Memorial del convento y la passarola inventada por el cura Bartolomeu Lourenço de Gusmao, esa máquina voladora sobre la que, al morir, dijo como un consejo: “Cuidadla, cuidadla, puede que vuelva a volar un día”.

sábado, 9 de enero de 2021

El trumpismo, como expresión de la crisis política y el declive imperial de EEUU


Hace un par de días salió en Público un artículo de Manuel Ruiz Rico (1) en la que hizo una interesante disección de los grupos de extrema derecha que protagonizaron el episodio del pasado día 6, cuando asaltaron la sede del Congreso de EEUU. Entre ellos se encontraban QAnon, The Proud Boys [Los chicos orgullosos], The Patriots [Los Patriotas], The Kek Flag [La Bandera de Klek], The Three Percenters [Los Tres por Ciento], el movimiento Stop the Steal [Detened el Robo] o el National Anarchist Movement [Movimiento Nacional Anarquista]. 
Ayer leí otro artículo, escrito por Kevin Roose y publicado en la edición en castellano de The New York Times (2), en el que, como su título indica, se centra en uno de esos grupos, el mismo que está siendo considerado desde distintos medios como el más importante, con una expansión creciente durante los últimos meses.

La existencia de esos grupos en la sociedad estadounidense entronca con una tradición que tiene el supremacismo blanco y la defensa del uso de las armas como algunos de los principales elementos comunes, lo que les vincula a una ideología anclada en la extrema derecha. Otros elementos son más variopintos, en relación a la diversidad de grupos religiosos que hay en el país, el eco lejano que en algunos estados del sur sigue teniendo la Confederación surgida en 1861 durante la Guerra de Secesión, la ligazón de algunos sectores con la ideología y los símbolos nazis, etc. 

Toda esa amalgama forma parte de un magma social y político más amplio, que está muy estrechamente relacionado con el Partido Republicano y que eclosionó de una forma especial durante las presidencias de Ronald Reagan y George Bush padre. Fue el momento en que insertaron el credo neoliberal en el sistema económico y, en los momentos finales de la Guerra Fría, cultivaron la idea de unos EEUU todopoderosos. Una y otra cosa persistieron durante los ochos de mandato del demócrata Bill Clinton, quien, salvo algunos guiños de corte progresista (incluido el fracaso a la hora de sacar adelante una reforma sanitaria que hiciera universales los servicios de salud), se encargó de adaptar la maquinaria imperial a los nuevos tiempos.  

Desde 2001, con George Bush hijo como presidente, fue cuando se acabó forjando la alianza del neoliberalismo económico y el neoconservadurismo político. Es lo que hace algo más de una década Susan George analizó en un libro suyo, referido al secuestro del pensamiento por la derecha laica y religiosa en EEUU (3)

Tras el paréntesis de Barak Obama, que apenas varió la senda marcada por su predecesor demócrata y tuvo a Hillary Clinton como secretaria de Estado en sus últimos cuatro años, el acceso a la presidencia de Trump supuso la vuelta al poder de la alianza de las dos neos antes referidos. Aunque, en esta ocasión, con la aparición de elementos de nuevo tipo, que se han hecho visibles cada vez más en los últimos meses y de una manera especial durante el asalto al Capitolio. Durante sus cuatro años de mandato Trump ha sabido entroncar, a la vez, con ese magma conservador tan enraizado en la sociedad y con la aparición y desarrollo de los grupos antes referidos. 

Estos últimos han intensificado las nociones de supremacismo blanco, cristianismo rigorista, gran nación e incluso nación elegida, pero también han incorporado la idea de una conspiración que se ha instalado en los ámbitos interno e internacional. Esto está suponiendo el declive de EEUU como nación y como potencia, y también el de la civilización occidental. Su actividad se ha visto facilitada por el uso intensivo de portales (4chan, 8cham, 8kun...) y redes sociales electrónicas (twiter, facebook, instagram...), que están sirviendo de  plataformas para un permanente lanzamiento de mensajes, intercambio de ideas y experiencias, y, cuando es necesario, convocatoria de acciones. Todo un cúmulo de información, en gran medida falsa o manipulada, que ha ido conformando una visión de la realidad donde las propuestas políticas se han mezclado con lo fantasmagórico. El centro de este gran movimiento en estos momentos es el propio Trump, sobre quien lo esperpéntico de su personaje no sólo está siendo visto como normal por quienes lo siguen, sino que es considerado como el líder que va salvar al país del caos.   

Los guiños que Trump ha dirigido a esos grupos a lo largo de su presidencia han sido continuos. Los ha llevado a cabo tanto a través de sus mensajes por las redes sociales como en los discursos pronunciados en los actos públicos donde ha participado, en su mayoría atiborrados de gente. De alguna manera esos grupos se han comportado como una milicia en las redes y en las calles, haciendo gala de la parafernalia de símbolos y mensajes que les caracterizan. Fueron el aliento del presidente durante los cuatro años de mandato, uno de sus principales agentes electorales durante la última campaña y después, conocidos los datos de una derrota sin paliativos, las voces que han coreado persistentemente la (falsa) noticia de que ha sufrido un robo en el escrutinio de los votos.  

La idea de conspiración está muy extendida por una buena parte del magma social conservador. Con la aparición de la pandemia del covid-19 han encontrado un nuevo motivo para su propagación. Aun cuando existe un elevado grado de escepticismo sobre la existencia de ese virus, junto al mensaje lanzado por Trump de que estamos ante el virus chino, en consonancia con la disputa con el gigante oriental por la supremacía en el mundo, desde otros sectores se defienden posturas negacionistas o de minimización de las secuelas del virus. Esto entronca con los sectores antivacunas, como también lo hacen con los negacionistas del cambio climático.

El grupo QAnon se encuentra entre los que más han contribuido a la difusión de la postura conspirativa. De hecho, su presencia ha sido la más visible durante el asalto al Capitolio. Como ha señalado Kevin Roose en su artículo: "QAnon es el término en general para un extenso conjunto de teorías de conspiración de internet que alegan, de manera falsa, que el mundo está gobernado por una camarilla de pedófilos adoradores de Satán que están conspirando en contra de Trump y al mismo tiempo operan una red global de tráfico sexual de menores". Nada más y nada menos

No se trata de creer que la totalidad de quienes conforman o simpatizan con este tipo de grupos coinciden en todo lo que se propaga por las redes sociales. Puede que los aspectos más esperpénticos no sean aceptados por una buena parte, aunque quién sabe su dimensión, teniendo en cuenta el amplio eco que en esa sociedad se tiene acerca de creencias como, por ejemplo, la del creacionismo. En lo que sí concuerdan es en la idea de una conspiración que busca acabar con la gran nación norteamericana y que ha impedido que su líder, Donald Trump, haya podido revalidar su triunfo electoral.

Lo ocurrido estos días guarda relación, pues, con un amplio movimiento que viene de lejos, pero se ha puesto al día con las nuevas realidades surgidas en EEUU durante los últimos años. El contenido y la forma que tiene están cargados de elementos claramente antidemocráticos. Al buscar el aunamiento de voluntades en torno a un amplio colectivo de gentes, en este caso el de la población blanca, implica la exclusión en su país de quienes no pertenecen a él. Y desde el lema "Haz que EEUU siga siendo grande" pretenden seguir manteniendo la primacía del país como potencia hegemónica en el mundo, incluyendo la tradición intervencionista en el exterior.  

Atilio Borón señaló el otro día en el diario bonaerense Página/12 que "el episodio [del día 6] marca la gravedad de la crisis de legitimidad que hace mucho tiempo está carcomiendo al sistema político norteamericano" (4). Algo que concuerda con lo que intelectuales de ese país defienden, hasta el punto que lo que se denomina comúnmente como democracia estadounidense es calificada por Noam Chomsky, Sheldon Wolin o Jeffrey Sachs como una plutocracia, en la que el 1% de la población acumula nada más y nada menos que el 80% de la riqueza.

En todo caso, lo que está ocurriendo no deja de ser la expresión del declive de una potencia imperial. Algo que tantas otras han ido sufriendo en otros momentos de la historia. El problema derivará de la forma como implosione y las consecuencias que traerá consigo.


Notas

(3) El pensamiento secuestrado. Cómo la derecha laica y religiosa se han apoderado de Estados Unidos (Barcelona, Público, 2009).

martes, 1 de diciembre de 2020

Friedrich Engels, en el segundo centenario de su nacimiento

El pasado 28 de noviembre se cumplió el segundo centenario del nacimiento de Friedrich Engels. Amigo y compañero de Karl Marx, su obra personal es menos conocida y ha quedado relegada en un segundo plano. Pero eso no quita para restarle mérito, sino todo lo contrario. 

Fue el principal colaborador de Marx, al que conoció en 1844 y con el que participó en la elaboración de algunos escritos, como La Sagrada Familia (1844) o Manifiesto del Partido Comunista (1948). Lo acompañó en su tarea política, primero en la todavía no nacida Alemania y finalmente en Gran Bretaña, donde Marx acabó instalándose de por vida como refugiado político y Engels llevaba a cabo su actividad como empleado de una empresa familiar. Y tras la muerte de Marx, fue su principal albacea, actuando como difusor y, a veces, reordenador de su obra póstuma, en especial la voluminosa El capital. Crítica de la economía política. Por otro lado, en el ámbito más privado, la ayuda económica que prestó a la familia de Marx, que en muchas ocasiones estuvo llena de grandes estrecheces, a veces rayando en la miseria, no sólo le permitió la sobrevivencia material, sino que el propio Marx pudiera seguir desarrollando su labor intelectual.

No voy a extenderme sobre los orígenes burgueses de la familia de Engels y su trayectoria profesional, ligada a una empresa familiar que actuaba en varios países y que le permitió un sustento holgado, además  de ofrecer las ayudas antes aludidas a la familia Marx o a los grupos que iban surgiendo en el seno del movimiento obrero. Su vida, empero, no se desligó de una gran preocupación por la masa obrera marginada y luchadora que iba creciendo con el transcurso del tiempo. De hecho, sus relaciones sentimentales en Gran Bretaña fueron las de dos mujeres trabajadoras de origen irlandés: primero, Mary Burns, con la que convivió hasta su muerte temprana; y luego su hermana Lizzy, que  acabaría falleciendo antes que el propio Engels.

Además de las dos obras antes aludidas o algunos artículos periodísticos, que hicieron en colaboración, he podido leer propiamente de Engels algunas otras, que creo que son suficientemente representativas: Anti-Dühring (1878), Del socialismo utópico al socialismo científico (1880) y El origen de la familia, la propiedad privada y el estado (1884). Junto a ellas, varios de los numerosos prólogos que fue escribiendo para las diversas obras de Marx. Dos breves escritos dedicados a España, como el artículo "La guerra mora" (1860) y "Los bakuninistas en acción. Informe la sublevación española del verano de 1873". Y también, una recopilación titulada Cartas sobre el materialismo histórico. 1890-1894; y el opúsculo El problema campesino en Francia y Alemania (1894). Por otro  lado, no he leído otras de sus obras conocidas, como son los casos de La condición de la clase obrera en Inglaterra (1845) o Dialéctica de la naturaleza (1883).

Acerca del contenido de la obra de Engels se ha escrito bastante. Fue el ambiente del grupo de los jóvenes hegelianos de izquierda donde inició una orientación filosófica y política que fue enriqueciéndose con el tiempo. Y también donde conoció a quien acabó siendo su amigo y compañero inseparable. Lo que inicialmente fue una crítica a Hegel, por idealista, desde planteamientos materialistas, acabó siendo un camino que fue derivando hacia el republicanismo político y finalmente enfocado a la búsqueda de la justicia social. La Sagrada Familia (1844) fue el resultado conjunto de esa experiencia e incluso la firma de la ruptura con el grupo. 

Fue en ese contexto en el que desarrollaron, paralelamente, una labor práctica, dentro de la lucha social y política en favor de una sociedad igualitaria. Comunista, como les gustó denominar, entendida como una fase superior de la humanidad en la que no habría clases. Por eso los dos amigos acabaron ingresando en la Liga de los Justos, transformada en 1847 en la Liga de los Comunistas, para cuyo grupo escribieron entre 1847 y principios de 1848 el Manifiesto del Partido Comunista, a las puertas de un proceso revolucionario que se preveía como el inicio de una nueva era ("Un fantasma recorre Europa..."), pero que al final quedó marchitado por la dura realidad. Si el lema del grupo original era "Todos los hombres son hermanos", el Manifiesto acababa con una otra frase que se hizo famosa: "Proletarios de todos los países, uníos". De esa manera, a la vocación de fraternidad universal para crear una humanidad sin clases le dieron un contenido de lucha internacionalista. La misma que los llevó a relativizar, que no negar, las luchas nacionales, por estar ante todo vinculadas a los intereses de la burguesía, y priorizar la lucha internacionalista, que debería ser protagonizada por quienes no tenían patria, el naciente y creciente proletariado y el resto de los grupos populares.

Algún año antes Engels había escrito una de sus obras más conocidas, La condición de la clase obrera en Inglaterra (1845), donde hizo una descripción profunda y detallada de la vida de las gentes que componían esa clase social. Un verdadero trabajo de sociología política, basado en sus vivencias durante su estancia en la región industrial de Manchester, donde descubrió, observó y conoció a los líderes del movimiento cartista y del owenismo. Fue lo que le ayudó a configurar y enriquecer su pensamiento social y que transmitió, influyéndolo, a su fiel amigo.  

Años después, en 1864, los dos estuvieron en la cabeza de la Asociación Internacional de Trabajadores. Nacida en Londres, pero extendida por diversos países europeos y EEUU, intentó ser la plasmación del internacionalismo deseado. Las divergencias internas que surgieron, principalmente con los grupos anarquistas, en torno a la forma de organizarse y la relación con lo propiamente político fueron los motivos de una penosa división que tuvo lugar ocho años después. Marx y Engels defendieron una organización más centralizada de la AIT, por considerarlo más eficaz, y no rechazaron el papel que podía jugar el parlamentarismo, como una más de las variantes tácticas.

Y fue precisamente lo ocurrido en España durante esos años uno de los motivos y escenarios de la ruptura. Entre las acusaciones que en 1872 Engels hizo en el Congreso de La Haya acerca del fraccionalismo llevado a cabo por el grupo bakuninista, una de ellas tuvo a cuatro de los delegados de la sección española como protagonistas. Aun con ello, al año siguiente, en "Los bakuninistas en acción. Informe la sublevación española del verano de 1873", una narración periodística del movimiento cantonalista, Engels puso de relieve que en España el bakuninismo estaba más fuertemente arraigado que el marxismo. Y no lo olvidemos: el marxismo, que había llegado a través de Paul Lafargue, tuvo grandes problemas para arraigar en nuestro país. Durante bastantes años estuvo relegado al foco madrileño surgido en torno al grupo de tipógrafos, que tenía como referente principal a Pablo Iglesias.  

Se ha escrito que el Engels más maduro prestó una mayor atención a los aspectos filosóficos, precisamente cuando Marx se había centrado en la economía. En gran medida así fue, como hizo con Anti-Dühring (1878) o Dialéctica de la naturaleza (1883), desde las que fue profundizando en la perspectiva del materialismo dialéctico. Eso lo llevó a dedicarse al estudio de otras ciencias que no fueran sólo la historia y la economía, como fue el caso de su preocupación por las ciencias naturales o la antropología. El resultado, en todo caso, fue la elaboración de varias obras en las que hizo uso de una diversidad de temas, que se basaron, a su vez, en el conocimiento de diversas fuentes de conocimiento. Junto a la filosofía, pues, se le unieron las ciencias antes aludidas, como se reflejó en Del socialismo utópico al socialismo científico (1880) o El origen de la familia, la propiedad privada y el estado (1884).

En este último libro es donde Engels pone el acento en lo referente al papel de las mujeres y las relaciones entre ellas y los varones. Desde un posicionamiento avanzado en su momento, se sitúa en la estela del feminismo naciente, aun cuando no hizo uso del término en sus obras. La influencia de Fourier fue clara, sobre todo en su postura sobre la relación existente entre el desarrollo de las sociedades y la situación de las mujeres. 

Fue defensor de la libertad de las personas en lo relativo al establecimiento de las relaciones sexuales y sentimentales, y, a la vez, crítico acérrimo del modelo institucionalizado de relaciones, tanto dentro como fuera del matrimonio, que se había establecido en la sociedad burguesa. El mismo que hacía de las mujeres un objeto de posesión como propiedad dentro del matrimonio y de deseo mercantilizado, fuera de él, a través de la prostitución. Es lo que le llevó a escribir que tras la supresión de la producción capitalista iría surgiendo "una generación de hombres que no sepan lo que es comprar a una mujer con dinero ni con ayuda de ninguna otra fuerza social; una generación de mujeres que no sepan lo que es entregarse a un hombre por miedo a las consecuencias económicas que pudiera acarrear una negativa en virtud de otra consideración que no sea un amor real".

En ocasiones se ha tratado a Engels con un claro contenido crítico y en un doble sentido. De un lado, presentándolo como simplificador de la obra de Marx, sobre todo en lo concerniente a la perspectiva del materialismo en sus vertientes filosófica de la dialéctica e histórica. De esto último se le ha llegado a acusar de ser el inductor del materialismo histórico, cargado de una visión teleológica del devenir del tiempo humano. En cierta medida, la lectura de Del socialismo utópico al socialismo científico (1880) puede llevar a esa consideración ("el socialismo científico, expresión teórica del movimiento proletario").

A Engels también se le ha atribuido ser el origen de una deriva política que lo llevó a desviarse de los planteamientos revolucionarios que mantuvo mientras vivió Marx. En este sentido, habría sido el inspirador de una práctica con claros tintes reformistas que a finales del siglo se conformó en torno a la socialdemocracia europea.

Y un apunte más para acabar. Leí hace unos días una entrevista a Michael Roberts en la que, además de destacar que Engels se había adelantado a Marx en algunos aspectos de su obra teórica, se refería a su temprana preocupación por el medio ambiente. Eso me trajo como recuerdo una intervención de Eladio García Castro, durante el Congreso de unificación del PTE y la ORT en la primavera de 1979 y que dio lugar al Partido de los Trabajadores, en la que mencionó al respecto una cita del pensador alemán. Y es que no debemos olvidar que el capitalismo (con su afán desmedido por producir y por el enriquecimiento de una minoría) y la degradación de la naturaleza conforman un todo perverso, cuyas consecuencias so cada vez más que evidentes.     

Más allá de la imagen canonizada que se ha hecho en la tradición comunista del siglo XX, considerado como uno de los grandes del movimiento, después de los dos siglos que han pasado desde su nacimiento, la figura de Engels, con todo su bagaje de pensamiento,  no sólo sigue teniendo actualidad, sino que debe ser tenida en cuenta.


Obras de referencia 

Anderson, Bonnie S. y Zinsser, Judith P. (1991). Historia de las mujeres: una historia propia, v. 2. Barcelona, Crítica. 
Eley, Geoff (2002). Un mundo que ganar. Historia de la izquierda en Europa, 1850-2000. Barcelona, Crítica.
Engels, Friedrich (1968). Anti-Dühring. La revolución de la ciencia del Sr. Eugen Dühring. Madrid, Ciencia Nueva. 
Engels, Friedrich (1973). "Prólogos" de la obra de Karl Marx El capital. Crítica de la economía política. México, Fondo de Cultura Económica.
Engels, Friedrich (1973). "La guerra mora", en Karl Marx y Friedrich Engels, Revolución en España. Barcelona, Ariel.
Engels, Friedrich (1973). "Los bakuninistas en acción. Informe la sublevación española del verano de 1873", en Karl Marx y Friedrich Engels, Revolución en España. Barcelona, Ariel.
Engels, Friedrich (1974). El problema campesino en Francia y Alemania. Moscú, Progreso.
Engels, Friedrich (1979). Del socialismo utópico al socialismo científico. Moscú, Progreso.
Engels, Friedrich (1980). Cartas sobre el materialismo histórico. 1890-1894Moscú, Progreso.
Engels, Friedrich (1988). El origen de la familia, la propiedad privada y el estado. Madrid, Endymión.
Engels, Friedrich (2000). "El papel del trabajo en la transformación del mono en hombre"; Marxists Internet Archive, noviembre; https://www.marxists.org/espanol/m-e/1870s/1876trab.htm
Enzensberger, H. M. (1999). Conversaciones con Marx y Engels. Barcelona, Anagrama.
Lenin, V. I. (1974). "Federico Engels", en V. I. Lenin, K. Marx / F. Engels. Barcelona, Laia.
Roberts, Michael (2020). “Engels se adelantó a Marx”, entrevista de David Broder de Jacobin, en Sin Permiso, 5 de diciembre; https://www.sinpermiso.info/textos/engels-se-adelanto-a-marx-entrevista.
Sacristán, Manuel (1983).  "Prólogo" de Karl Marx y Friedrich Engels, Revolución en España. Barcelona, Ariel. 
Sacristán, Manuel (1987). "Karl Marx", en autoría colectiva, El pensamiento filosófico. Barcelona, Salvat.
Stedman Jones, Gareth (2005). "Introducción" de la obra de Karl Marx y Friedrich Engels El manifiesto comunista. Madrid, Turner.


(Esta entrada ha sido remodelada en su parte final el 10-12-2020).

viernes, 24 de abril de 2020

Lenin, un revolucionario que marcó el signo de la historia

Estamos en el 150 aniversario del natalicio de Vladimir Ilich Ulianov, de la historia. Ensalzado y denostado por igual, según el posicionamiento ante su figura, no cabe duda que, como revolucionario, resultó decisivo en uno de los grandes hitos acaecidos a lo largo del tiempo más conocido como Lenin. Nacido en la ciudad rusa de Simbirsk, rebautizada en su honor como Ulianovsk, es uno de los grandes personajes: la revolución rusa.

Su vida y obra han estado ligadas a esa revolución en sí misma, pero no son sólo, porque han trascendido, en distinto grado, a todos los rincones del planeta. En nuestros días, sin embargo, su figura resulta menos familiar, cuando no más desconocida. Para amplios sectores de quienes lo conocen, incluso del campo de la izquierda, resulta poco o nada atractivo. Está vinculado a un proyecto social y político que fracasó y desapareció hace unas tres décadas. La lectura y el estudio de sus obras han decrecido enormemente. Pero no tener en cuenta lo que hizo y lo que propuso, más que ser un gran error, supone negar una evidencia de algo que sigue presente, aun cuando lo sea bajo formas diferentes.  

Con la revolución ha habido un antes y un después. Y aun cuando su significado puede resultar controvertido, todavía en nuestros días están presentes, más allá de los recuerdos nostálgicos o las alusiones denigratorias, realidades que forman parte de un acervo político-cultural que se resiste a desaparecer. Fue con esa revolución cuando se establecieron derechos sociales universales, como el trabajo, la educación, la sanidad, la atención maternal, las pensiones o el descanso semanal y vacacional, entre otros.

Veamos a continuación el contexto en el que vivió Lenin hasta 1917, las aportaciones teóricas que hizo y su relación con los acontecimientos habidos. Y subrayo, unas aportaciones, imbricadas en la realidad vivida, que han dado lugar a cuerpo teórico o, incluso, una teoría política propia.

La situación de Rusia antes de 1917

Rusia era a principios del siglo XX un país atrasado de base agraria, con una agricultura orientada tradicionalmente a la exportación de granos hacia los países occidentales, en detrimento del consumo de la población. El decreto del zar Alejandro II que abolió la servidumbre en 1861 fue el punto de partida del proceso de modernización económica. Permitió el libre movimiento del campesinado, su acceso a la propiedad de pequeñas parcelas y, lo que fue más importante, supuso una fuente de ingresos para el estado a través de los impuestos. Dio lugar también a una diferenciación entre el campesinado, una parte del cual fue perdiendo las tierras, convirtiéndose en mano de obra asalariada en el campo o en la industria. La industrialización iniciada tuvo como objetivo principal la obtención de suministros para la guerra. Se financió a través de los recursos aportados por el estado (impuestos campesinos), la exportación de granos y las inversiones de capital extranjeras (Francia y Gran Bretaña). El ferrocarril conectó los centros de producción, en especial las zonas productoras de granos con destino a Europa occidental. Se crearon varias zonas industriales, aprovechando las ciudades más importantes (San Petersburgo y Moscú) o áreas ricas en recursos naturales (Donetz, en Ucrania, con carbón y hierro; Bakú, en el Cáucaso, con petróleo, etc.).

Los grandes terratenientes (el propio zar, la nobleza y la Iglesia ortodoxa) constituían el grupo social más importante, con más poder y riqueza. La  burguesía era, en cambio, débil en número e influencia. Las clases medias (funcionariado, profesionales liberales, pequeña propiedad, etc.) eran conformistas con la situación y tendieron a apoyar al régimen político. La gran mayoría de la población la formaba el campesinado, que vivía en la más absoluta miseria, acosado por la falta de tierras, los impuestos y el hambre. Por último, estaba el  proletariado industrial, que sufría penosas y largas jornadas de trabajo a cambio de sueldos bajísimos.
               
El poder político estaba fuertemente concentrado en el zar, que se negó a establecer un régimen liberal y reprimió con dureza cualquier oposición. Esto, lejos de resolver los problemas, generó más descontento, aumentando el número de personas vinculadas a los grupos políticos de oposición. Había una gran variedad de estos grupos,  que, a su vez, estaban vinculados a los grupos sociales.  Los kadetes (del partido KDT) eran partidarios de un régimen liberal y tenían su principal apoyo en la burguesía. Socialrevolucionarios, socialdemócratas y anarquistas, por su parte, estaban ligados al campesinado y la clase obrera industrial, teniendo en común su carácter anticapitalista.

La política del régimen zarista con los distintos pueblos y territorios que componían el extenso imperio tendió a la rusificación, lo que generó resistencias y la aparición de sentimientos nacionalistas, lo que aportó nuevos problemas a la situación general.

La evolución política de Rusia en los primeros años del siglo XX

La derrota en la guerra ruso-japonesa, acaecida  entre los años 1904 y 1905, agravó aún  más la situación. En 1905 se produjo un estallido revolucionario importante,  iniciado con el llamado Domingo Sangriento de 22 de enero, en el que el ejército llevó a cabo una matanza  ante un grupo numeroso de manifestantes pacíficos que reclamaban al zar medidas que paliaran el hambre y la miseria.  Levantamientos sucesivos en las principales ciudades del país durante los meses siguientes forzaron al zar Nicolás II a convocar una asamblea representativa, a la que se denominó Duma y que elaboró una constitución. Paralelamente surgieron en San Petersburgo asambleas populares, conocidas como soviets, que supusieron una forma nueva de organización política y que habría de reaparecer en años posteriores.

Aunque lo que vino después fue un periodo de mayor calma, se mantuvo una cierta tensión, derivada de las limitaciones del régimen político, la hostilidad del zar ante las iniciativas que salían de la Duma y un miedo creciente entre los kadetes ante el aumento de influencia de los grupos revolucionarios.

La entrada en 1914 del imperio ruso en la Gran Guerra fue decisiva para entender los acontecimientos posteriores. El descontento de la población por la guerra, cuyos combatientes en su mayoría eran campesinos, y los desastres militares generaron una oposición cada vez más abierta contra el zar, que fue señalado como el principal responsable de los desastres que sufría el país. En este sentido, el partido bolchevique, contrario a la guerra, jugó un papel muy importante.

El movimiento revolucionario ruso    

El movimiento revolucionario fue la expresión del descontento social y político existente en Rusia y, aunque los objetivos no eran coincidentes entre los distintos grupos, amenazó a un orden social y político que condenaba a la mayoría de la población a la pobreza y le negaba los derechos más elementales.

El grupo más numeroso era el socialrevolucionario, que tenía su apoyo principal entre el campesinado. Defendía ante todo el reparto de las grandes propiedades y consideraban que, junto con la recuperación de las tradicionales prácticas comunales en las aldeas, conocidas como mir, se sentarían las bases de la organización futura de la sociedad.

El POSDR, que era el partido socialdemócrata, se basaba en los planteamientos marxistas y por ello centró su apoyo en la clase obrera industrial. Estaba dividido en dos fracciones, menchevique y bolcheviques, que acabaron dando lugar a sendos partidos independientes en 1912. El partido menchevique, más moderado, creía necesario el establecimiento de un régimen político parlamentario y el desarrollo de la industrialización, a fin de que con el tiempo la clase obrera aumentase en número y pudiera hacerse efectivo el cambio social y político.

El partido bolchevique se oponía al parlamentarismo, que consideraba burgués, y propugnaba la necesidad de una revolución socialista con el apoyo del campesinado. Su principal dirigente fue Vladimir Ilich Ulianov, más conocido por el sobrenombre de Lenin, que influyó en gran medida mediante sus escritos (periódicos, folletos y libros) en los hechos que se sucedieron en esos años.

La obra teórica de Lenin (hasta 1917)

Lenin partió de los planteamientos teóricos marxistas, a cuyo autor  rindió tributo explícitamente en varias ocasiones. Entre ellas, un largo artículo de 1913, que tituló con su nombre: “Karl Marx”, dividido en dos partes, una, sobre la doctrina filosófica e histórica, y la otra, sobre la económica. También, del mismo año, otro artículo más breve: “Tres fuentes y tres partes integrantes del marxismo”. No se olvidó tampoco de su compañero y amigo Engels, a quien años atrás, en 1895, dedicó el breve artículo “Friedrich Engels”.  

En el campo más específico de la Filosofía y desde los postulados del materialismo dialéctico en 1908 escribió Materialismo y empiriocriticismo, donde llevó a cabo una crítica muy dura a las concepciones idealistas del pensamiento, especialmente en la forma que había adoptado a mediados del siglo XIX en base a la obra del austriaco Mach. Esa teoría, que caracterizó como burguesa, se basaba en la negación de objetividad en las leyes de la naturaleza y se había extendido en Rusia en algunos sectores de la ciencia.

Pero,  ante todo, el mayor esfuerzo de Lenin fue su pretensión de adaptar el pensamiento de Marx a las condiciones particulares de un país atrasado, de base agraria y con un débil proletariado. A finales del siglo XIX analizó la realidad socioeconómica en El desarrollo del capitalismo en Rusia. Años más tarde, dentro de la vorágine destructiva de la Gran Guerra, dio una dimensión mundial a la situación del capitalismo en su obra El imperialismo, fase superior del capitalismo, para la que inspiró en los trabajos de Hobson y Hilferding, definiendo el imperialismo como el sistema de dominio de las grandes empresas en el ámbito internacional, fuera del marco de sus países. Una buena forma para entender la naturaleza de las guerras del siglo y la dimensión que adquirió la que en su momento se estaba llevando a cabo, todo ello dentro de la confrontación de las potencias imperialistas.

Dentro de la especificidad rusa dejó constancia de una evolución en su posicionamiento sobre el papel que debería jugar el campesinado. Si en 1908, en El programa agrario de la socialdemocracia en la primera revolución rusa, se denotaban mayores influencias de Marx, apostando por la lucha contra el latifundismo de origen feudal y la gran propiedad burguesa, posteriormente defendió la necesidad de una alianza estratégica con el campesinado, basándose en la realidad de una clase obrera minoritaria en Rusia.

No se olvidó tampoco Lenin de otra característica de la realidad plurinacional del imperio ruso, conformado por una amalgama de pueblos y nacionalidades, en bastantes casos muy diferentes. Defendió el marco de clase como eje de la lucha política y criticó que lo fuera el marco del estado-nación. Pero también defendió en El derecho de las naciones a la autodeterminación, de 1914, la posibilidad de que las nacionalidades oprimidas pudieran sacudirse del corsé impuesto por un imperio o un gran estado-nación. Algo en lo que no coincidió con Rosa Luxembur, para quien el nacionalismo sólo tenía una naturaleza burguesa.

En el libro ¿Qué hacer?, de 1902, se refirió  a la formación de un partido centralizado y disciplinado, compuesto por personas dedicadas de lleno a las tareas revolucionarias. La lucha contra el reformismo, y con ello también sus disputas con los mencheviques, lo reflejó en 1905 en Dos tácticas de la socialdemocracia en la revolución rusa y posteriormente, en 1918, en La revolución proletaria y el renegado Kautsky.

Y ya en la coyuntura surgida con la revolución de febrero de 1917, apostó en las “Tesis de abril” por la necesidad inmediata de la conquista del poder, rechazando el modelo  político parlamentario y optando por un modelo nuevo basado en los soviets. La evolución de los acontecimientos revolucionarios, especialmente durante el verano, lo llevó a escribir una de sus obras más conocidas, publicada en la antesala de los acontecimientos de octubre/noviembre. Fue el momento de El estado y la revolución, pieza teórica, con una lejana inspiración de Maquiavelo, donde desarrolló el concepto de dictadura del proletariado, ya utilizado por Marx en su Crítica del programa de Gotha, a la que opuso el de dictadura de la burguesía.


Algunas obras de Lenin consultadas

Dos tácticas de la socialdemocracia en la revolución rusa (Moscú, Progreso).
El derecho de las naciones a la autodeterminación (https://www.marxists.org/espanol/lenin/obras/1910s/derech.htm)
El desarrollo del capitalismo en Rusia (Barcelona, Ariel, 1974).
El estado y la revolución (Diario Público, 2009).
El imperialismo, fase superior del capitalismo (Madrid, Fundamentos, 1974).
El programa agrario de la socialdemocracia en la primera revolución rusa (Moscú, Progreso, 1978).
El problema de la tierra y la lucha por la libertad (Moscú, Progreso).
K. Marx / F. Engels (Barcelona, Laia, 1974).
La revolución proletaria y el renegado Kautsky (Moscú, Progreso).
Materialismo y empiriocriticismo (Madrid, Akal, 1977).
¿Qué hacer? (Moscú, Progreso).
“Tres fuentes y tres partes integrantes del marxismo” (extraído de Obras completas, Moscú, Progreso v. 23, basado en la 5ª edición rusa).

jueves, 15 de agosto de 2019

Clases trabajadoras y voto en España, según Alberto Garzón

Hace unos días laU. Revista de cultura y pensamiento publicó un artículo de Alberto Garzón titulado "¿A quién vota la clase trabajadora en España?". Basado en los datos aportados por el CIS y enriquecido por estudios relevantes de los campos de la sociología y la ciencia política, hace un análisis de la correlación que hay entre la orientación del voto y el componente de clase en España, contemplando en todo momento una perspectiva marxista. Se trata de un artículo que antecede a un libro, próximo a publicarse, que llevará el título ¿Quién vota a la derecha?.

Garzón parte de una doble hipótesis: si desde 2015 el comportamiento electoral ha sufrido algún tipo de desclasamiento y si el reciente ascenso electoral de Vox se encuentra en el apoyo de la clase trabajadora. Lo primero tiene que ver con la aparición  hace algo más de un lustro de dos nuevos partidos en el panorama político, como son Podemos y Ciudadanos, y lo segundo con la irrupción reciente de otro partido, como es Vox, en los tres casos trastocando el mapa político del país, caracterizado hasta hace poco por el predominio de dos grandes partidos: PSOE y PP.

Con el fin de aquilatar los términos, Garzón, sin perder la perspectiva de clase marxista, se desliza hacia los planteamientos del neomarxismo, haciendo uso de la tipología ocupacional propuesta en el esquema neoweberiano de Erikson-Goldthorpe-Portocarero, mediante el cual se divide a las clases medias en diversos segmentos, desde los cuales se puede observar mejor la diversidad de situaciones que contienen en su seno. Así mismo, en su análisis utiliza la técnica de regresión logística binomial, que permite establecer el grado de probabilidad que existe en cada segmento de clase a la hora de posicionarse en el voto.


Siguiendo a Miguel Caínzos, el voto en España había tenido hasta principios del siglo actual un claro componente de clase: las clases trabajadoras optaban por los grupos de izquierda, especialmente el PSOE, y las clases medias, por los de derecha, sobre todo el PP. Sólo era una excepción el segmento de las profesiones socioculturales, muy escoradas a la izquierda y donde IU ha dispuesto de importantes apoyos relativos. 


Lo ocurrido a partir de 2008, con la instalación de la crisis económica y la intensificación de las medidas neoliberales, no ha dado lugar a que esa tendencia haya cambiado. Y ello a pesar de que Podemos y Ciudadanos se hayan presentado en un principio como partidos interclasistas, capaces de superar el cambiante entramado social desde sus propuestas, que han sido siempre -eso sí- muy diferentes.

De esta manera, en la actualidad siguen optando por los grupos de izquierda (PSOE y Unidas Podemos) los diversos grupos que conforman las clases trabajadoras, a los que hay que unir dos segmentos de las actividades de los servicios: profesiones socioculturales y técnicas. Aun cuando el PSOE sigue siendo el que recoge mayor apoyo en las clases trabajadoras, Unidas Podemos, como antes ocurría con IU, obtiene importantes apoyos en los dos segmentos de los servicios aludidos. 


El primero, precisamente, es más preferido entre unos grupos que desde los años 80 del siglo pasado están en declive, en la línea del proceso de desindustrialización que están viviendo los países más desarrollados. La principal diferencia sobre el pasado es que en el seno de estos grupos se ha ido dando un proceso de moderación, lejos de lo que representaron en los años 80 y 90. En el caso del segundo grupo, Unidas Podemos, está claramente vinculado a unos segmentos de alto nivel de estudios, pero que o bien están muy ideologizados (sobre todo en las profesiones socioculturales, que representan el mayor grado de autoubicación en la izquierda) o bien muy precarizados (en mayor medida entre las profesiones técnicas), a lo que se une la variable de edad, dado el mayor apoyo que tienen entre las cohortes más jóvenes.


Por el contrario, los grupos de derecha (PP, Ciudadanos y Vox) están respaldados en mayor medida por el resto de segmentos sociales medios y altos (directivos y cuadros, profesiones tradicionales, profesiones de gestión, clero y mandos militares y de policía, y pequeña propiedad). Entre esos grupos puede destacarse los escasos apoyos de Ciudadanos entre el segmento de la pequeña propiedad agraria o la preferencia que tiene entre quienes tienen mayor nivel de estudios y edades más jóvenes; el claro condicionante de edad en el PP, con grandes apoyos en la gente mayor; o las preferencias que tiene Vox entre directivos y cuadros, profesiones tradicionales, pequeña propiedad, clero y mandos militares y de policía.


Como conclusión, Garzón considera que pueden rechazarse las dos hipótesis planteadas: ni Podemos ni Ciudadanos han desclasado el voto en España; ni las clases trabajadoras están alimentando a la extrema derecha (Vox) y al resto de las derechas (PP y Ciudadanos).

miércoles, 27 de marzo de 2019

La clase trabajadora como sujeto de cambio, motivo de análisis y consideración

Hace unas semanas llegó a mis manos el libro La clase trabajadora. ¿Sujeto de cambio en el siglo XXI? (Madrid, Siglo XXI, 2018), coordinado por Adrián Tarín Sanz y José Manuel Rivas Otero y en el que participan otras 12 personas, sin contar el breve "Prólogo" escrito por Diego Cañamero Valle. Estamos ante una obra interesante, por supuesto, y novedosa, en la medida que buena parte de los planteamientos que se ofrecen buscan superar esquemas que se consideran caducos, fracasados y/o incompletos. El interrogante que refleja su subtítulo deja, no obstante, una puerta abierta a la duda. 

Me atrevo a decir que varios de los artículos del libro se pueden circunscribir a reflexiones que se hacen desde el entorno de Podemos. Esto no supone que sean posturas oficiales o que se viertan críticas a algunas teorías con gran influencia en algunos dirigentes de dicho grupo, como ocurre, por ejemplo, con la de Ernesto Laclau. Entiendo todo esto como el hecho de un grupo que recogió planteamientos teóricos de nuevo tipo, muchos de los cuales afloraron en los momentos culminantes del 15M, y críticos con la tradición marxista en sus distintas vertientes, así como con buena parte de las variantes del postmodernismo que surgieron en el último cuarto del siglo XX. 

Yendo a su contenido, interesante en la diversidad de aspectos que se tocan y en los puntos de vista que dejan traslucir, he clasificado los artículos en dos grandes bloques, atendiendo al grado de distanciamiento de lo que podrían ser los planteamientos marxistas. Empezaré por los más distantes y críticos. Seguiré con los que considero que no se alejan tanto, lo que no tiene por qué estar exento de crítica. Y acabaré con otros que se sitúan en paradigmas como el indigenismo, el anarquismo y el
 ecologismo. Dentro de la dificultad, voy a hacer un ejercicio de síntesis que permita completar el recorrido de los diferentes artículos.


La mayor distancia y/o crítica respecto a los planteamientos marxistas

En la "Introducción" Tarín y Rivas se refieren a lo ocurrido en 2011 en el 15M y se preguntan si lo que se reflejó fue una mutación del sujeto revolucionario, tradicionalmente atribuido a la clase obrera por la izquierda tradicional, para dar paso a un un sujeto más amplio, que pudiera denominarse "pueblo" o "los de abajo", lo que supone una ampliación del espectro social hacia las clases medias. Se preguntan también acerca de la confluencia política formada para las elecciones de 2016 con la denominación Unidos Podemos, de la que señalan que no dejó de ser una reproducción de la hegemonía de las élites, lo que a la postre ocasionaría los resultados adversos que tuvo. 


José Manuel Rivas ("De la clase al pueblo: una revisión crítica de la teoría marxista de la lucha de clases") se lanza de lleno, por limitados, a lo que destaca como tres aspectos fundamentales del marxismo tradicional: el historicismo, que conlleva la postura teleológica de la desaparición de las clases; la concepción objetivista, que supone que la conciencia viene dada, descartándose la autoconsciencia; y el reduccionismo de clase, en este caso considerando a la clase obrera como protagonista del cambio. Aunque el autor aporta los intentos desde el propio marxismo por superar estas limitaciones, defiende un discurso centrado en lo popular democrático, donde el pueblo y no la clase social, esto es, la dicotomía privilegiados/gente común, y no burguesía/proletariado, se convierta en el eje de construcción de una nueva alternativa.


Santiago Alba ("Sujetos políticos y relevo civilizacional") se centra en el cambio civilizatorio, basado en el relevo que se ha dado en el principio generador de la hegemonía. Considera que ahora es el mercado el que ha sustituido a la clase, de manera que la clase trabajadora tradicional, ubicada antaño en el espacio de la fábrica, se ha volatizado para dar paso a una clase consumidora, lo que conlleva la necesidad de un "Sujeto Humano global". Y en ello, por ahora, las derechas van ganando a las izquierdas. Las primeras han sabido asociar la protección de la gente con viejos significantes (nación, identidad cultural....) y con nuevos cuños reaccionarios (neomachismo, twiterización del exabrupto clásico, rechazo del elitismo progresista...). De las segundas considera que están carentes de "una propuesta común y realista", ancladas en el radicalismo, la especialización militante y el culturalismo.


Para Antonio Antón ("El sujeto de cambio"), que parte de las enormes transformaciones sociales y de comportamiento habidas en las últimas décadas, se está empezando a configurar "una identificación del adversario común, así como una conciencia emergente de un bloque social alternativo y democrático". Desecha el concepto de clase objetiva y se alinea con la consideración de la experiencia popular como forma de construcción del sujeto. Defiende los grandes valores (igualdad, libertad, solidaridad, democracia...), de los que dice que, lejos de ser significantes vacíos, son componentes fundamentales de un proyecto emancipador-igualitario. Por ello considera justificadas las reservas a la denominación de izquierda, que se asocia a la deriva  socioliberal de la socialdemocracia o al autoritarismo de los regímenes socialistas del este de Europa.


Silvia Federici ("Acerca del trabajo de cuidado de ancianos y los límites del marxismo") se sitúa en el paradigma feminista. Parte del aumento de
 la población anciana en número y de la esperanza. Si bien su artículo se centra más en lo que está ocurriendo en EEUU, no por ello se supone que no pueda extrapolarse a la realidad de otros países. Su enfoque está inscrito dentro del feminismo, desde el que se ha focalizado la lucha anticapitalista en la casa, el barrio y el territorio. esto supone una crítica a la importancia que ha dado el marxismo al trabajo industrial asalariado y a la producción de mercancías, descuidando la reproducción de los seres humanos y de la fuerza de trabajo. E incluye, así mismo, a la teoría marxista más reciente del trabajo inmaterial y afectivo expuesta por Negri y Hardt, por eludir el análisis feminista del trabajo reproductivo en el capitalismo. En la actualidad  existe la paradoja de que las mujeres, asalariadas o dentro del hogar, cuando más cuidan a otros, menos reciben a cambio.


Adrián Tarín, por su parte ("La sociedad sin clases: tampoco la trabajadora"), se ocupa de una propuesta controvertida: la abolición del trabajo. Se muestra crítico con lo que considera un "fantasma" de la izquierda y del marxismo, como es la noción del trabajo como derecho. También lo hace con quienes desde la izquierda defienden actualmente la propuesta del trabajo garantizado, por considerar que la glorificación del trabajo coincide con los postulados del neoliberalismo. Desde la consideración de que "el trabajo sacrifica", el autor apuesta por la renta básica universal, que, en todo caso, obligaría "a los empleadores a aumentar las condiciones ofrecidas". No obstante, proponiéndolo como un horizonte a largo plazo, acaba proponiendo "la reducción de la jornada laboral a un mínimo compatible con las garantías sociales". 

El menor distanciamiento de los planteamientos marxistas

Jorge Luis Acanda González y Meysis Carmenati González ("La  problemática del sujeto desde una teoría critica del concepto") inician su artículo con una crítica a los postulados ilustrados y postmodernos del concepto sujeto. Niegan que Marx mantuviera una postura esencialista de la clase obrera y defienden, como ya apuntó el propio Marx, el sujeto colectivo, donde el individuo lo es en relación con otros y en conflicto. Desde lo que denominan la teoría crítica niegan al sujeto como sustancia y por ello con intereses individuales. Su concepto de sujeto lo relacionan con la teoría de la intesubjetividad, desde donde los individuos se relacionan entre sí de forma mediada. Consideran un error la idea de un sujeto revolucionario en sí mismo, siendo necesario superar la hegemonía burguesa, que es la que ha creado la subalternidad de la clase obrera. Esto supone optar 
por "la naturalización de la contrahegemonía, revolución cultural, capaz de [...] recrear una concepción del mundo [que permita] relacionarnos entre nosotros y con los objetos que nos rodean". 


Jorge Sola Espinosa ("La invisibilización de la clase trabajadora") considera que la invisibilización y la demonización de la clase trabajadora forman parte del "macizo ideológico" dominante, aun cuando lo segundo haya perdido peso. Lejos de desaparecer, la clase trabajadora, que en nuestro país supone al menos la mitad de las personas que venden su fuerza de trabajo, lo que ha conocido es una modificación en su composición: ha disminuido la tradicional y han aumentado las "nuevas clases medias" (diferentes a la vieja clase media vinculada a la pequeña propiedad). Y es en esta novedad y desde la vertiente de autopercepción donde se centra más el autor. Destaca el "clasemedianismo", al que califica como falsa conciencia por la ilusión de un mundo igualitario. Es lo que explica la idea de sentirse ante todo como ciudadano (que vota) y consumidor (que compra). Está fomentado desde los grupos que desarrollan el trabajo de representación (medios políticos y de comunicación) y ha estado presente desde la Transición e incluso en el movimiento 15M. Es desde aquel entonces, paralelo al proceso de neoliberalización de la economía, cuando la clase  trabajadora, que nunca fue homogénea, ha ido perdiendo su papel de actor político destacable y con ello ha ido invisibilizándose.


El artículo de Arantxa Tirado Sánchez y Ricardo Romero Laullón (Nega) ("Los trabajadores culturales en el capitalismo del siglo XXI: obreros culturales o privilegiados sociales") presenta dos partes diferenciadas, pero relacionadas en entre sí. En la primera critican los discursos acerca de la desaparición de la clase trabajadora. También marcan distancia de teorías como la del capitalismo cognitivo, basado en los aspectos informacionales, culturales y del conocimiento, o la del fin del trabajo, con máquinas y robots sustituyendo a los seres humanos. Muy al contrario, consideran que la clase trabajadora es ahora más numerosa que nunca, pese a su mayor grado de heterogeneidad,  fragmentación y complejidad. En la segunda parte se centran en los trabajadores de la cultura, uno de cuyos rasgos es la creciente precarización. Defienden el aumento de la inversión pública para la realización de sus actividades, a la vez que advierten el riesgo que aspectos como las subvenciones sean una forma de comprar voluntades. No les falta resaltar como positivo el modelo cubano.


Carlos del Valle Rojas ("Clase trabajadora, lucha de clases y prensa obrera: repolitizar el trabajo periodístico") plantea que la mercancía de los medios de comunicación no es la información, sino las audiencias. Esto pone en desventaja a la clase obrera desde tres perspectivas: el control de dichos medios por parte de las grandes corporaciones transnacionales y su creciente concentración; la existencia de una prensa popular que banaliza los contenidos; y la clasificación de la audiencia en relación a su nivel de renta. Todo esto está conllevando el despojo de la identidad la clase trabajadora, por lo que defiende la recuperación de la prensa obrera, que tenga una conciencia crítica de clase, y una repolitización de la actividad periodística.

Indigenismo, anarquismo y ecologismo

Tomás Quevedo Ramírez ("Del indio como sujeto revolucionario: el caso del movimiento indígena ecuatoriano") nos recuerda que la raza ha sido históricamente el elemento esencial en la jerarquización social de América Latina. La situación de subordinación de la población indígena intentó ser paliada hace un siglo a través de la mediación indígena, en la que la izquierda jugó un "rol de ventrilucuo". Desde ésta se llegó a reconocer, como hizo Mariátegui, a lo indígena como sujeto revolucionario dentro de la lucha por la tierra, reivindicando, a su vez, los elementos comunitarios que han ido perviviendo. En el caso más concreto de Ecuador se ha estado dando  recientemente un diálogo intelectual con el mundo indígena desde posiciones marxistas y cristianas, pero siempre subordinando al mundo indígena. El levantamiento indígena de 1990 ha permitido la conformación del Movimiento Indígena Ecuatoriano, que abarca un triple condicionamiento: territorial, étnico y de clase. El autor, no obstante, defiende la necesidad de "puentes de diálogo con otros actores, como los obreros, ecologistas o estudiantes".

Miguel Vázquez Liñán ("Agenda para una memoria de la liberación") mantiene que existe una continuidad de la discusión habida a finales del siglo XIX entre el darwinismo social defendido por T. H. Kuxley y la defensa del instinto de sociabilidad y la solidaridad humana del anarquista Piotr Kropotkin. La caída del muro de Berlín habría servido para considerar como inevitable la derrota de un visión del mundo basada en el apoyo mutuo. El autor propone una memoria de la autogestión, de formas alternativas de consumo y de relación con la naturaleza apoyo mutuo; la recuperación de las luchas pasadas y las experiencias satisfactorias de vida; la memoria de las víctimas... Nos recuerda la dependencia de las élites político-empresariales y propone la necesidad de
 crear un circuito alternativo de medios de comunicación, junto con la democratización del sistema de medios. 


Una perspectiva ecologista del cambio social la plantea Jesús M. Castillo ("Clase trabajadora y ecología del trabajo"). Mantiene que la clase trabajadora, diversa y en continua metamorfosis, sigue siendo el sujeto revolucionario social. Propone huir de la práctica del hipercrecimiento y advierte que el crecimiento de las ciudades conlleva una mayor dependencia del mercado y el trabajo asalariado. El conocimiento colectivo, esto es, la noosfera, podría ser el comienzo de la transformación del trabajo hacia la sostenibilidad. Defiende el trabajo colaborativo, que puede generar nuevas fuerzas productivas, haciendo la propiedad privada más social, disminuyendo el impacto ambiental, mejorando las condiciones de las mujeres... Pero advierte del riesgo de que sea adueñado por el capitalismo. Considera, en fin, que la actual crisis económica y ecológica ha configurado en muchos lugares una nooesfera que aúna a comunidades indígenas, pequeño campesinado y gente trabajadora.