viernes, 24 de abril de 2020

Lenin, un revolucionario que marcó el signo de la historia

Estamos en el 150 aniversario del natalicio de Vladimir Ilich Ulianov, de la historia. Ensalzado y denostado por igual, según el posicionamiento ante su figura, no cabe duda que, como revolucionario, resultó decisivo en uno de los grandes hitos acaecidos a lo largo del tiempo más conocido como Lenin. Nacido en la ciudad rusa de Simbirsk, rebautizada en su honor como Ulianovsk, es uno de los grandes personajes: la revolución rusa.

Su vida y obra han estado ligadas a esa revolución en sí misma, pero no son sólo, porque han trascendido, en distinto grado, a todos los rincones del planeta. En nuestros días, sin embargo, su figura resulta menos familiar, cuando no más desconocida. Para amplios sectores de quienes lo conocen, incluso del campo de la izquierda, resulta poco o nada atractivo. Está vinculado a un proyecto social y político que fracasó y desapareció hace unas tres décadas. La lectura y el estudio de sus obras han decrecido enormemente. Pero no tener en cuenta lo que hizo y lo que propuso, más que ser un gran error, supone negar una evidencia de algo que sigue presente, aun cuando lo sea bajo formas diferentes.  

Con la revolución ha habido un antes y un después. Y aun cuando su significado puede resultar controvertido, todavía en nuestros días están presentes, más allá de los recuerdos nostálgicos o las alusiones denigratorias, realidades que forman parte de un acervo político-cultural que se resiste a desaparecer. Fue con esa revolución cuando se establecieron derechos sociales universales, como el trabajo, la educación, la sanidad, la atención maternal, las pensiones o el descanso semanal y vacacional, entre otros.

Veamos a continuación el contexto en el que vivió Lenin hasta 1917, las aportaciones teóricas que hizo y su relación con los acontecimientos habidos. Y subrayo, unas aportaciones, imbricadas en la realidad vivida, que han dado lugar a cuerpo teórico o, incluso, una teoría política propia.

La situación de Rusia antes de 1917

Rusia era a principios del siglo XX un país atrasado de base agraria, con una agricultura orientada tradicionalmente a la exportación de granos hacia los países occidentales, en detrimento del consumo de la población. El decreto del zar Alejandro II que abolió la servidumbre en 1861 fue el punto de partida del proceso de modernización económica. Permitió el libre movimiento del campesinado, su acceso a la propiedad de pequeñas parcelas y, lo que fue más importante, supuso una fuente de ingresos para el estado a través de los impuestos. Dio lugar también a una diferenciación entre el campesinado, una parte del cual fue perdiendo las tierras, convirtiéndose en mano de obra asalariada en el campo o en la industria. La industrialización iniciada tuvo como objetivo principal la obtención de suministros para la guerra. Se financió a través de los recursos aportados por el estado (impuestos campesinos), la exportación de granos y las inversiones de capital extranjeras (Francia y Gran Bretaña). El ferrocarril conectó los centros de producción, en especial las zonas productoras de granos con destino a Europa occidental. Se crearon varias zonas industriales, aprovechando las ciudades más importantes (San Petersburgo y Moscú) o áreas ricas en recursos naturales (Donetz, en Ucrania, con carbón y hierro; Bakú, en el Cáucaso, con petróleo, etc.).

Los grandes terratenientes (el propio zar, la nobleza y la Iglesia ortodoxa) constituían el grupo social más importante, con más poder y riqueza. La  burguesía era, en cambio, débil en número e influencia. Las clases medias (funcionariado, profesionales liberales, pequeña propiedad, etc.) eran conformistas con la situación y tendieron a apoyar al régimen político. La gran mayoría de la población la formaba el campesinado, que vivía en la más absoluta miseria, acosado por la falta de tierras, los impuestos y el hambre. Por último, estaba el  proletariado industrial, que sufría penosas y largas jornadas de trabajo a cambio de sueldos bajísimos.
               
El poder político estaba fuertemente concentrado en el zar, que se negó a establecer un régimen liberal y reprimió con dureza cualquier oposición. Esto, lejos de resolver los problemas, generó más descontento, aumentando el número de personas vinculadas a los grupos políticos de oposición. Había una gran variedad de estos grupos,  que, a su vez, estaban vinculados a los grupos sociales.  Los kadetes (del partido KDT) eran partidarios de un régimen liberal y tenían su principal apoyo en la burguesía. Socialrevolucionarios, socialdemócratas y anarquistas, por su parte, estaban ligados al campesinado y la clase obrera industrial, teniendo en común su carácter anticapitalista.

La política del régimen zarista con los distintos pueblos y territorios que componían el extenso imperio tendió a la rusificación, lo que generó resistencias y la aparición de sentimientos nacionalistas, lo que aportó nuevos problemas a la situación general.

La evolución política de Rusia en los primeros años del siglo XX

La derrota en la guerra ruso-japonesa, acaecida  entre los años 1904 y 1905, agravó aún  más la situación. En 1905 se produjo un estallido revolucionario importante,  iniciado con el llamado Domingo Sangriento de 22 de enero, en el que el ejército llevó a cabo una matanza  ante un grupo numeroso de manifestantes pacíficos que reclamaban al zar medidas que paliaran el hambre y la miseria.  Levantamientos sucesivos en las principales ciudades del país durante los meses siguientes forzaron al zar Nicolás II a convocar una asamblea representativa, a la que se denominó Duma y que elaboró una constitución. Paralelamente surgieron en San Petersburgo asambleas populares, conocidas como soviets, que supusieron una forma nueva de organización política y que habría de reaparecer en años posteriores.

Aunque lo que vino después fue un periodo de mayor calma, se mantuvo una cierta tensión, derivada de las limitaciones del régimen político, la hostilidad del zar ante las iniciativas que salían de la Duma y un miedo creciente entre los kadetes ante el aumento de influencia de los grupos revolucionarios.

La entrada en 1914 del imperio ruso en la Gran Guerra fue decisiva para entender los acontecimientos posteriores. El descontento de la población por la guerra, cuyos combatientes en su mayoría eran campesinos, y los desastres militares generaron una oposición cada vez más abierta contra el zar, que fue señalado como el principal responsable de los desastres que sufría el país. En este sentido, el partido bolchevique, contrario a la guerra, jugó un papel muy importante.

El movimiento revolucionario ruso    

El movimiento revolucionario fue la expresión del descontento social y político existente en Rusia y, aunque los objetivos no eran coincidentes entre los distintos grupos, amenazó a un orden social y político que condenaba a la mayoría de la población a la pobreza y le negaba los derechos más elementales.

El grupo más numeroso era el socialrevolucionario, que tenía su apoyo principal entre el campesinado. Defendía ante todo el reparto de las grandes propiedades y consideraban que, junto con la recuperación de las tradicionales prácticas comunales en las aldeas, conocidas como mir, se sentarían las bases de la organización futura de la sociedad.

El POSDR, que era el partido socialdemócrata, se basaba en los planteamientos marxistas y por ello centró su apoyo en la clase obrera industrial. Estaba dividido en dos fracciones, menchevique y bolcheviques, que acabaron dando lugar a sendos partidos independientes en 1912. El partido menchevique, más moderado, creía necesario el establecimiento de un régimen político parlamentario y el desarrollo de la industrialización, a fin de que con el tiempo la clase obrera aumentase en número y pudiera hacerse efectivo el cambio social y político.

El partido bolchevique se oponía al parlamentarismo, que consideraba burgués, y propugnaba la necesidad de una revolución socialista con el apoyo del campesinado. Su principal dirigente fue Vladimir Ilich Ulianov, más conocido por el sobrenombre de Lenin, que influyó en gran medida mediante sus escritos (periódicos, folletos y libros) en los hechos que se sucedieron en esos años.

La obra teórica de Lenin (hasta 1917)

Lenin partió de los planteamientos teóricos marxistas, a cuyo autor  rindió tributo explícitamente en varias ocasiones. Entre ellas, un largo artículo de 1913, que tituló con su nombre: “Karl Marx”, dividido en dos partes, una, sobre la doctrina filosófica e histórica, y la otra, sobre la económica. También, del mismo año, otro artículo más breve: “Tres fuentes y tres partes integrantes del marxismo”. No se olvidó tampoco de su compañero y amigo Engels, a quien años atrás, en 1895, dedicó el breve artículo “Friedrich Engels”.  

En el campo más específico de la Filosofía y desde los postulados del materialismo dialéctico en 1908 escribió Materialismo y empiriocriticismo, donde llevó a cabo una crítica muy dura a las concepciones idealistas del pensamiento, especialmente en la forma que había adoptado a mediados del siglo XIX en base a la obra del austriaco Mach. Esa teoría, que caracterizó como burguesa, se basaba en la negación de objetividad en las leyes de la naturaleza y se había extendido en Rusia en algunos sectores de la ciencia.

Pero,  ante todo, el mayor esfuerzo de Lenin fue su pretensión de adaptar el pensamiento de Marx a las condiciones particulares de un país atrasado, de base agraria y con un débil proletariado. A finales del siglo XIX analizó la realidad socioeconómica en El desarrollo del capitalismo en Rusia. Años más tarde, dentro de la vorágine destructiva de la Gran Guerra, dio una dimensión mundial a la situación del capitalismo en su obra El imperialismo, fase superior del capitalismo, para la que inspiró en los trabajos de Hobson y Hilferding, definiendo el imperialismo como el sistema de dominio de las grandes empresas en el ámbito internacional, fuera del marco de sus países. Una buena forma para entender la naturaleza de las guerras del siglo y la dimensión que adquirió la que en su momento se estaba llevando a cabo, todo ello dentro de la confrontación de las potencias imperialistas.

Dentro de la especificidad rusa dejó constancia de una evolución en su posicionamiento sobre el papel que debería jugar el campesinado. Si en 1908, en El programa agrario de la socialdemocracia en la primera revolución rusa, se denotaban mayores influencias de Marx, apostando por la lucha contra el latifundismo de origen feudal y la gran propiedad burguesa, posteriormente defendió la necesidad de una alianza estratégica con el campesinado, basándose en la realidad de una clase obrera minoritaria en Rusia.

No se olvidó tampoco Lenin de otra característica de la realidad plurinacional del imperio ruso, conformado por una amalgama de pueblos y nacionalidades, en bastantes casos muy diferentes. Defendió el marco de clase como eje de la lucha política y criticó que lo fuera el marco del estado-nación. Pero también defendió en El derecho de las naciones a la autodeterminación, de 1914, la posibilidad de que las nacionalidades oprimidas pudieran sacudirse del corsé impuesto por un imperio o un gran estado-nación. Algo en lo que no coincidió con Rosa Luxembur, para quien el nacionalismo sólo tenía una naturaleza burguesa.

En el libro ¿Qué hacer?, de 1902, se refirió  a la formación de un partido centralizado y disciplinado, compuesto por personas dedicadas de lleno a las tareas revolucionarias. La lucha contra el reformismo, y con ello también sus disputas con los mencheviques, lo reflejó en 1905 en Dos tácticas de la socialdemocracia en la revolución rusa y posteriormente, en 1918, en La revolución proletaria y el renegado Kautsky.

Y ya en la coyuntura surgida con la revolución de febrero de 1917, apostó en las “Tesis de abril” por la necesidad inmediata de la conquista del poder, rechazando el modelo  político parlamentario y optando por un modelo nuevo basado en los soviets. La evolución de los acontecimientos revolucionarios, especialmente durante el verano, lo llevó a escribir una de sus obras más conocidas, publicada en la antesala de los acontecimientos de octubre/noviembre. Fue el momento de El estado y la revolución, pieza teórica, con una lejana inspiración de Maquiavelo, donde desarrolló el concepto de dictadura del proletariado, ya utilizado por Marx en su Crítica del programa de Gotha, a la que opuso el de dictadura de la burguesía.


Algunas obras de Lenin consultadas

Dos tácticas de la socialdemocracia en la revolución rusa (Moscú, Progreso).
El derecho de las naciones a la autodeterminación (https://www.marxists.org/espanol/lenin/obras/1910s/derech.htm)
El desarrollo del capitalismo en Rusia (Barcelona, Ariel, 1974).
El estado y la revolución (Diario Público, 2009).
El imperialismo, fase superior del capitalismo (Madrid, Fundamentos, 1974).
El programa agrario de la socialdemocracia en la primera revolución rusa (Moscú, Progreso, 1978).
El problema de la tierra y la lucha por la libertad (Moscú, Progreso).
K. Marx / F. Engels (Barcelona, Laia, 1974).
La revolución proletaria y el renegado Kautsky (Moscú, Progreso).
Materialismo y empiriocriticismo (Madrid, Akal, 1977).
¿Qué hacer? (Moscú, Progreso).
“Tres fuentes y tres partes integrantes del marxismo” (extraído de Obras completas, Moscú, Progreso v. 23, basado en la 5ª edición rusa).