Mil quinientos veintiuno,
y en abril para más señas,
en Villalar ajustician
a quienes justicia pidieran.
Y es que en tal día se conmemora lo que fue la batalla de Villalar. Que tenga que serlo como una batalla perdida, puede resultar un motivo paradójico. Hay quienes se han reído por ello. Y es que el 23 de abril de 1521 las Comunidades de Castilla, dentro de un amplio movimiento popular conocido como comunero, fueron derrotadas militarmente por las huestes imperiales. En ese momento tenían en su cabeza a un joven flamenco, llamado Carlos, que había heredado -por la línea paterna- el imperio austro-germánico y algunas posesiones que hoy pertenecen a los Países Bajos, Bélgica y Francia, y -por la materna- la monarquía castellana-aragonesa-navarra y las diversas posesiones que las dos primeras coronas tenían por otros continentes, incluyendo las más extensas, en proceso de conquista, de América.
Un movimiento, el comunero, que retó al joven emperador por pretender acaparar en sus manos las instituciones construidas desde siglos atrás y que, en el proceso de confrontación, con sus contradicciones, tomó unas formas -en palabras de José Antonio Maravall- protodemocráticas y que pudo haber llegado a ser la primera revolución moderna**. El resultado fue que desde 1521 se consolidó una orientación que hizo de Castilla el corazón del imperio, pero que con el tiempo ese imperio acabaría con la propia Castilla. O que, dicho en palabras del poeta,
Desde entonces ya Castilla
no se ha vuelto a levantar.
Lo ocurrido después fue el intento de construcción de un ente político llamado España, que ni siquiera en nuestros días ha acabado de tomar una forma definida. Cargado de una gran complejidad, por estar conformado por un abanico de realidades que tienen raíces políticas y culturales diversas, el papel que se ha jugado desde Castilla ha sido erigirla en la guardiana de la esencia de un todo uniforme y negador de la diversidad.
Las primeras convocatorias de Villalar corrieron a cargo del Instituto Regional Castellano-Leonés, el grupo que hizo de palanca de un regionalismo débil y adormecido. Buscaba despertar la conciencia de un pueblo que, anclado en el recuerdo de un pasado mitificado, había acabado confundiéndose como la esencia falsa de una nueva realidad. Luego fueron ganando importancia los grupos políticos, en mayor medida de izquierda y sobre todo de la más radical.
Pretendíamos que Castilla-León -así era como en mi partido, el PTC-L/PTE, la denominaba- participase como una actor más dentro de un modelo de estado descentralizado. Y, al abrigo de la nueva Constitución, que lo hiciese a través de la vía del artículo 151, que posibilitaba el acceso rápido y con mayores competencias a la autonomía. Fue un vano esfuerzo, porque, salvo el caso de Andalucía -que entre 1980 y 1982 se atrevió a hacerlo y lo consiguió-, los grupos políticos de la derecha se opusieron frontalmente, mientras PSOE y PCE se dedicaron a mirar para otro lado.
Fue en los años centrales de los ochenta cuando surgió un embrión de movimiento aglutinador de lo castellano, que incluyera los territorios de las dos Castillas autonómicas y las diversas provincias atomizadas que en otro tiempo formaron parte de la corona de Castilla, sin contar el País Vasco, Galicia y Andalucía. La Unión del Pueblo Castellano y otras, como Tierra Comunera, no dejaron de ser pequeñas muestras de unas pretensiones que superaban con creces la realidad.
Normalizada institucionalmente como comunidad autónoma, Castilla y León acabó convirtiéndose desde finales de los años ochenta en uno de los bastiones de la derecha españolista. Para ello hizo uso, entre otras cosas, de la sobrerrepresentación que le confiere la ley electoral inalterada en sus fundamentos desde 1976, cuando tuvo lugar el referendo de la ley para la Reforma Política. Tampoco debemos olvidar que fue en esta comunidad donde AP, rebautizada al poco como PP, inició la "reconquista" de las parcelas de poder que había perdido la derecha españolista unos años antes. Al frente tuvo nada menos que a José María Aznar, que casi una década después se acabó convirtiendo en inquilino de la Moncloa.
Hoy me han llegado algunos mensajes recordándome el Día. Claro que estaba al tanto. Y esta tarde me han venido las ganas de escribir estas líneas. Con nostalgia y, por qué no, con deseos. Y es que, acabando con el mismo poeta y su "Canto de esperanza",
Quién sabe si las cigüeñas
han de volver por San Blas,
si las
heladas de Marzo
los brotes
se han de llevar,
si las
llamas comuneras
otra vez
crepitarán.
Cuanto más
vieja la yesca,
más fácil
se prenderá.
Cuanto más
vieja la yesca
y más duro
el pedernal,
si los
pinares ardieron,
aún nos
queda el encinar.
*El disco Los Comuneros apareció en 1976 y el texto estaba basado en el poema homónimo de Luis López Álvarez, escrito en 1972.
** José Antonio Maravall: Las Comunidades de Castilla. Una primera revolución moderna (Madrid, Alianza, 1979).
** José Antonio Maravall: Las Comunidades de Castilla. Una primera revolución moderna (Madrid, Alianza, 1979).