Confieso que el cuadro "San Sebastián" de Perugino fue uno de los que más me llamó la atención del Museo del Hermitage, en parte, quizás, porque fue de los primeros que vi de la pintura del Renacimiento italiano, destacando la sensualidad homoerótica que desprendía la figura del santo y la irrelevancia de los signos de su martirio. Confieso también que en un primer momento creí que estábamos ante Rafael, lo que corregí al momento cuando pude ver la placa identificativa. Y confieso, por qué no, que poco sabía de su autor, salvo que existía y era uno más de los artistas del Quattrocento. Ni siquiera tengo el recuerdo suyo de mi visita tiempo ha a la Galería Uffizi florentina.
Por todo eso he tenido que hacer un esfuerzo en documentarme, cuyo resultado ha sido saber más de Pietro Vanucci, el nombre de pila del artista, e incluso entender por qué inicialmente pensé en Rafael.
Contemplar este "San Sebastián" es sentir, como señalé al principio, el impacto del torso desnudo de un joven cargado de sensualidad. También, por supuesto, la idealización de su figura, algo que, por otra parte, se corresponde con la época en que se hace. Siendo como es la imagen de un santo martirizado cruelmente a base de flechas, sorprende la ausencia de señales de violencia, salvo una, poco perceptible y cuasi disimulada, como es la flecha clavada sobre su cuello, precisamente la que el artista utilizó para dejar constancia escrita de su autoría mediante las palabras PETRUS PERUSINUS PINXIT.
¿Y a qué puede deberse este tratamiento del personaje? Se dice que, aunque formado en Florencia, sus obras exhalan la influencia de la escuela de pintura de su lugar de origen, la región de Umbría, a la que perteneció Piero de la Francesca y de la que el propio Perugino fue de los artistas más representativos. Desde ahí sus obras destacan por el empleo de tonos suaves, una mayor preocupación por el color y la luz, y el gusto por los temas religiosos, que derivan incluso hacia lo piadoso, la devoción y la ternura, todo ello muy del gusto de la gente. En una parte de sus cuadros destaca también por la manera que tiene de componer las escenas en espacios arquitectónicos y hacer uso de fondos con paisajes reales, con frecuencia los de su región de origen. Y hasta se puede añadir que estuvo entre los primeros que añadió a la técnica del fresco el empleo del óleo.
Se le ha criticado mucho el excesivo empalagamiento que transmite y lo repetitivo de sus figuras. Vasari, artista y tratadista de su época, lo trató por eso con escasa consideración, en gran medida porque lo comparó con los grandes del Cinquecento y en especial con Miguel Ángel.
Aun con eso, Perugino es considerado como uno de los artistas de tránsito del Quattrocento al Cinquecento. Fue uno de los maestros de Rafael, que recogió de él aspectos identificables. No se entendería, así, el famoso cuadro "Los desposorios de la Virgen" si no acudiéramos al fresco "Jesús entregando las llaves a san Pedro", conservado en las estancias de la Capilla Sixtina de Roma. Como tampoco se entenderían -en lo que es un atrevimiento por mi parte- obras como "El cardenal", del mismo Rafael, o "San Juan Bautista", de Leonardo da Vinci, si no hiciéramos lo propio con el cuadro que nos ocupa. ¿Por qué digo esto? Intentaré explicarme.
Una de las cosas que llama la atención de este "San Sebastián" idealizado en extremo es su llamativo claroscuro, en el que se percibe un fuerte contraste entre la claridad del cuerpo y el fondo negro. No es la única vez que Perugino hizo uso de los contrastes lumínicos, pues, como ya se ha dicho, prefirió más los fondos arquitectónicos y
con paisaje. Incluso en otras versiones del mismo tema optó por esto último (el fresco vaticano "San Sebastián entre los santos Roque y Pedro", o los óleos conservados en Estocolmo y París). Y es que lo que Perugino está reflejando en su cuadro es lo que su tiempo se denominó la maniera moderna, el estilo moderno, donde Perugino fue un pionero. Esto es, una pureza formal, un contraste lumínico en el que el personaje principal se percibe con claridad y hasta cierta difuminación del color, que no es otra cosa que el sfumato leonardesco.