Con "Eros y Psique" estamos ante una de las obras más conocidas del escultor más representativo del arte neoclásico, que no es otra cosa que una reacción a los excesos del barroco y su fase final del rococó. El arte de una nueva época, que hizo del optimismo vital y del culto a la razón dos de sus principales componentes: al principio, en el marco de la Ilustración y de inmediato, en el de de las primeras revoluciones liberales, empezando por la de América del Norte y el nacimiento de EEUU, y siguiendo por la francesa.
Con Canova nos encontramos con un artista que buscaba su inspiración, que podría parecer obsesiva, en los modelos de la Antigüedad y su ideal de belleza. Muy minucioso en el proceso creativo, partía de un boceto dibujado sobre papel; le seguía con un prototipo hecho en arcilla, cera o yeso; y lo culminaba, mediante una técnica exquisita, trabajando sobre el mármol, al que finalmente aplicaba un acabado con un pulimento fino. El resultado, una clara idealización de las figuras, en las que se puede percibir orden, sencillez, claridad y serenidad en sus formas.
Contemplar "Eros y Psique" es hacerlo sobre un tema al que se ha despojado de todo dramatismo. Si durante el barroco se hubiera buscado uno de los momentos de tensión dramática (recuérdese, por ejemplo, el "Apolo y Dafne" de Bernini), aquí Canova evita los episodios de celos de Afrodita, de intervención de Apolo y de paso de Psique por el inframundo de Hades. Nos presenta el momento en que, superado los contratiempos, triunfa el amor de los dos protagonistas: Eros, el dios del amor, prendado de la hermosura de una Psique que ha acabado simbolizando el alma.