De este último se conserva el "Retrato de la actriz Antonia Zárate", que, a diferencia de la mayor parte de esas obras, adquiridas por el museo entre finales del siglo XVII y a lo largo del XIX, lo fue en 1972, gracias a la donación del empresario del petróleo multimillonario y coleccionista estadounidense Armand Hammer. Un tipo raro, hijo de un viejo militante socialista y comunista, y que se formó como médico en la URSS, un país con el que mantuvo estrechos lazos, incluso durante los años de la Guerra Fría.
Se ha escrito que la obra pudo haberse realizado en 1811, durante los años de la Guerra de Independencia, ya que fue un encargo del hijo de la actriz, el literato y pedagogo Antonio Gil y Zárate, hecho tras su muerte en ese mismo año. Curiosamente -o quizás, no- una persona, formada académicamente en la Francia revolucionaria, que se caracterizó a lo largo de su vida por su posicionamiento político liberal frente al absolutismo, lo que hizo que tuviera ciertas similitudes con el artista rebelde que acabó poniendo en solfa a la España autoritaria, supersticiosa y mojigata.
Con este retrato estamos ante el pintor en su plenitud. Ante uno más de los tantos retratos que hizo en su vida y que le han hecho merecedor de ser uno de los mayores genios en ese género. El mismo artista que había hecho de la pintura un continuum de creatividad e innovación, capaz de irse superando y de ir aportando sendas que en décadas posteriores continuaron otros artistas. Uno más, Goya, que recogió el testigo de la concepción pictórica de la pintura. Pese a ser también un excelente dibujante, como demostró en sus excelentes series de grabados. Una visión, como ya cultivaron Tiziano, El Greco, Rembrandt o Velázquez, que hizo del color y de la pincelada ancha su preferencia en la representación de imágenes. Y un artista, como hicieron también Rembrandt o Velázquez, que supo aplicar la técnica de las veladuras con una maestría inigualable, la misma que está presente en el retrato de la actriz.
Goya nos muestra a una mujer joven, casi adolescente, y bella, con unas facciones de su cara basadas en otro suyo pintado un año antes, pero con algunas variaciones llamativas. En esta ocasión se trata de un busto, presentando a la actriz ataviada con un gabán que nos permite ver su vestido escotado y cuasi transparente, y un pañuelo también transparente que cubre su pelo y cae hacia su pecho. Todo un juego de sensualidad e insinuaciones que busca poner de relieve su belleza.