El trabajo, en forma de cantata, recordaba mucho a otros que Llach había creado con anterioridad, como Viatge a Itaca y Campanades a morts, en los que mezclaba música, poesía, coro, orquesta y voces solistas. En el caso de Un pont de mar blava, añadió otros elementos. La presencia de las cantantes antes aludidas conformó un conglomerado de lenguas (catalán, árabe y griego), a lo que se unieron algunos instrumentos característicos de las otras culturas mediterráneas. No faltó una puesta en escena que, aunque austera, realzó el resultado final, que fue, para mí, algo impresionante.
Y para estos malos tiempos que corren en el Mediterráneo, convertido en una barrera fronteriza en la que cada año acaban ahogadas en sus aguas miles de personas, nada mejor que invitar a escucharla. Al hacerlo se tiene una doble sensación: de un lado, deleitarse en la obra en sí; pero de otro, percibir que el mensaje que lanza en el texto está siendo pervertido por la triste realidad que estamos viviendo y tantas personas están sufriendo.
El concierto lo grabé y todavía lo conservo. Y hasta en alguna ocasión llegué a utilizarlo en mi tarea docente. Era el tiempo en que el fenómeno de las migraciones comenzaba a ser una realidad en nuestro país y consideraba que el contenido del texto ayudaba a entenderla mejor desde una visión que contemplara la tolerancia y la diversidad.
En una de las canciones, "Et deixo un ponte de mar blava" ["Te dejo un puente de mar azul"], precisamente la que da título a la cantata, se dice lo siguiente:
Un pont de mar blava per sentir-nos frec a frec,
un pont que agermani pells i vides diferents,
diferents.
[Un puente de mar azul para sentirnos muy juntos,
un puente que una pieles y vidas diferentes,
diferentes].
No está de más tenerlo en cuenta.