lunes, 12 de julio de 2010

Las vicisitudes de Federico García Lorca después de su muerte (y 2)

Aunque en este cuaderno el articulo se ha editado en dos partes, su contenido se ha sido publicado completo en www.rebelion.org, con fecha el 5 de agosto de 2010. 


El intento exculpatorio de un falangista: Eduardo Molina Fajardo

En 1983 salió a luz, post mortem, el libro Los últimos días de García Lorca del periodista granadino Eduardo Molina Fajardo. Desde años antes había estado investigando acerca de la muerte de Lorca y por su condición de falangista pudo acceder a personas y documentos con cierta facilidad. En el libro, publicado por iniciativa de su viuda, aparece una recopilación de 48 entrevistas y 79 documentos.

Las principales novedades están relacionadas con la fecha y los lugares de fusilamiento y enterramiento, y con la procedencia de los testimonios (Castro, 1983; Arias, 2008; y Tapia, 2009). Molina se había entrevistado con José María Nestares Cuéllar, capitán y jefe de la Falange de Víznar en agosto de 1936, quien le relató la llegada de García Lorca y otros tres detenidos más el día 16 de agosto a La Colonia, en Víznar, lugar donde quedaban recluidos quienes iban con destino a la muerte en el Barranco de Víznar. Allí llegó por la noche el teniente de la Guardia de Asalto Rafael Martínez Fajardo con las cuatro futuras víctimas y la orden de fusilamiento firmada por el gobernador Valdés, y desde allí salió horas más tarde para el lugar de fusilamiento, “en el campo de instrucción de las tropas, antes de llegar a la Fuente Grande, a la derecha de la carretera, según se va a Alfacar, después de pasado el puentecillo”. El fusilamiento ocurrió, por tanto, en la madrugada del 17 de agosto.

Otro testigo, Pedro Cuesta Hernández, carcelero falangista en La Colonia, le informó a Molina en 1969 sobre el mismo lugar: “Pasando por Víznar hacia allá, antes de llegar a la Fuente Grande, a la derecha, en un sitio como un pozo; era algo así como un pozo alargado, pero con forma de pozo, de haber sacado de allí tierra gris; pero ya estaban los muertos en la sepultura”. Sin embargo, para Cuesta el piquete lo mandaba otra persona, José Hernández, cabo de la Guardia de Asalto.

En el libro de Molina se detallan otros pormenores de Nestares, que escuchó de su subordinado Manuel Martínez Bueso cosas que Cuesta ya había contado, como lo del pijama de Lorca, la muleta de Dióscoro Galindo e incluso unas palabras del poeta, que, herido tras los primeros disparos, dijo: “¡Creed en Dios, tened piedad!”.

La implicación de nuevas personas llevó a que un hijo de Rafael Martínez Fajardo llegara a querellarse contra la viuda de Molina Fajardo. En el acto de presentación del libro, el también periodista Juan Bustos aludió entre las razones de que no publicara que temía “alterar la tranquilidad de ciertas gentes”. El que no se hayan encontrado los restos de Lorca en la excavación de Fuente Grande ha vuelto a sacar a luz algunas de las aportaciones de Molina.

Se ha escrito de Molina que sus aportaciones en general han sido escasas, buscando ante todo la exculpación del falangismo, a la vez que ha culpado directamente a los miembros de la CEDA como responsables de la muerte de Lorca. Las escasas aportaciones en parte se pueden explicar por lo tardío de la salida del libro, teniendo en cuenta que Gibson había escrito ya sus dos primeras obras sobre el tema.

La polémica en torno al archivo de Penón

Siguiendo a Marta Osorio (2009), Layton llegó en 1980 a un acuerdo con Gibson para que se hiciera cargo temporalmente del archivo lorquiano heredado de Penón, con el fin de que pusiera orden a la información y publicara una obra sobre las investigaciones de su amigo. Al pasar bastante tiempo sin que se hiciera realidad el acuerdo y ver además que Gibson utilizaba parte de la documentación de Penón en la biografía que el escritor irlandés estaba publicando sobre Lorca, Layton le requirió en 1989 que devolviera el archivo. En 1990, antes de hacerlo, Gibson editó Diario de una búsqueda lorquiana (1955-1956), basado en una parte pequeña de la documentación de Penón y con una pobre aportación documental. El escaso éxito del libro y la decepción por lo ocurrido llevó a que Layton dejara en manos de Marta Osorio la responsabilidad de sacar a la luz el trabajo de Penón.

En 2000 salió a la luz Miedo, olvido y fantasía. Crónica de su investigación sobre Federico García Lorca (1955-1956), una recopilación más amplia de lo escrito por Penón, acompañada de varias fotografías y la reproducción de varios documentos escritos. La había hecho Marta Osorio, que fue la autora del prólogo, que tituló “Historia de una investigación”, y que sirve como referencia para conocer los avatares del archivo de Penón.

Siguen apareciendo más testimonios

En 1998 apareció en la exposición Federico García Lorca y Granada una carta escrita por Manuel Luna durante la guerra (para Gibson, en 1939; para Miguel Domingo, entre febrero de 1937 y agosto de 1938) y dirigida a Melchor Fernández Almagro. El primero era un fascista de la época, mientras el segundo, conocido historiador durante el franquismo, había coincidido en los años 20 en la Residencia de estudiantes con Lorca y otros miembros de la Generación del 27. Su contenido no tiene desperdicio dentro de la “literatura” fascista de la época y en ella se hace mención a su participación en la muerte de Lorca: “Hicimos una buena limpia. Algunos días después cogimos al gran canalla de García Lorca -el peor de todos- y lo fusilamos en la Vega, junto a una acequia. ¡Qué cara ponía! Abrazaba los brazos al cielo. Pedía clemencia. ¡Cómo nos reíamos viendo sus gestos y sus muecas! Pertenecí a la ronda depuradora de Ruiz Alonso”.

Una obra de última hora

Recientemente se ha publicado de Gabriel del Pozo Lorca, el último paseo. La obra ha sido presentada como un paso más en el esclarecimiento del rompecabezas. Una de las cosas que ha rebatido ha sido la validez del testimonio de Manuel Castilla acerca del lugar de fusilamiento y enterramiento de Lorca y sus compañeros. Los resultados de la excavación le han dado la razón. Para él se trató de una información llevada por el miedo, en la confianza de Castilla de que no se hiciera una excavación. Del Pozo, por su parte, apunta que Lorca la dimensión internacional que tomó el suceso llevó al régimen a eliminar cuantas pruebas pudieran incriminarlo. Por eso fue desenterrado, sin que sepa dónde puede estar. Para ello se basa en Penón, quien durante su estancia en España recogió de Antonio Gallego y Burín, alcalde de Granada durante la guerra, lo siguiente: “El lugar de la tumba en Víznar había sido cambiado por orden de las autoridades, que temiendo las consecuencias de aquel asesinato decidieron ocultarlo para impedir que pudiera convertirse en un arma propagandística de enorme valor para el bando republicano”.

Del Pozo es tajante a la hora de señalar a José Valdés, gobernador de Granada, como el culpable: “Aquellos días era el único hombre que tenía poder para ello en Granada”. Y con ello exime de responsabilidad a Franco, aunque no así de la eliminación de las pruebas, y también a Queipo de Llano. Para este último se basa en unas declaraciones de la actriz Emma Penella, hija de Ramón Ruiz Alonso, quien le transmitió el testimonio de que la orden sólo era la de asustar a Lorca con el fin de que le llevara al paradero de Fernando de los Ríos.

Y entramos así en una de las partes más controvertidas del libro. Del Pozo mantuvo una entrevista hace unos años con Penella, con la condición de ser sólo publicable tras su muerte, en la que exonera a su padre de la responsabilidad de la detención y muerte de García Lorca. Señala a Miguel Rosales como la persona que sacó al poeta de la casa de los Rosales, siendo el propio Miguel y Ramón Ruiz Alonso quienes lo condujeron sin esposar al Gobierno Civil. Llama la atención, sin embargo, que esa exoneración, que abarca a otra de las personas que se había relacionado con la detención y muerte, Juan Luis Trescastro, se contradiga con la ostentación que en su tiempo hicieron los dos como verdugos de Lorca. La frase de Penella “[mi padre] fue víctima de las disputas por el poder entre la CEDA y los falangistas” destila o inocencia o indecencia, como si su padre, dirigente provincial de la CEDA y diputado en 1933, fuera un simple militante.

La imputación de Miguel Rosales exonera a la vez a Concha García Lorca, mujer de Manuel Fernández Montesinos, alcalde de Granada fusilado días antes. Para Antonio Ramos Espejo (Crónicas de Gerald Brenan. Desde la Alpujarra a Málaga) fue la hermana del poeta quien delató el paradero de Federico ante las amenazas sufridas. Una acusación que sirvió a la familia Rosales para salir indemne de los hechos.

Para acabar

El “Guernica” de Picasso, la poesía de García Lorca, las novelas y películas de Hemingway y Malraux, y la poesía inglesa sobre la guerra española “fueron manifestaciones de esta inmensa conmoción moral que la propaganda comunista utilizó con tenacidad y maestría para crear la más odiosa imagen de la España nacional, y con ella, de la Iglesia Católica” (Southworth, 1963: 170). Lo escribió Rafael Calvo Serer en 1962 en su obra La literatura universal sobre la guerra de España. Más recientemente Ricardo de la Cierva escribió en 1999 en La victoria y el caos que “Sobre Lorca se ha cebado de tal forma la propaganda de la izquierda cultural en la posguerra y en la transición, con la cooperación sospechosísima de grandes órganos de la derecha, y con tal sentido de la unilateralidad y la manipulación, que provocan la hartura de la opinión pública y el propio desdoro del poeta” (Martín Rubio, 2005: 208). Para Ángel David Martín Rubio, autor de Los mitos de la represión en la guerra civil (2005: 208), “La muerte de Federico García Lorca, desgraciada y lamentable como tantos otros asesinatos, ha servido para que se difundiera la idea de que el Frente Popular tuvo a su lado los primeros intelectuales de España y de todo el mundo mientras los sublevados no habrían contado con ningún apoyo relevante en el terreno de la cultura”. José Manuel Rodríguez Pardo, por su parte, hace un año se expresó en estos términos en su artículo “Revisionismo histórico de la Leyenda Negra antiespañola”: “Nadie niega su asesinato, pero fue producto de una venganza personal, no de la aversión de los rebeldes a la figura del personaje” (2009). Meses después, en octubre, cuando se iniciaban las excavaciones en la fosa de Alfacar, el diario La Razón titulaba un artículo de Víctor Fernández así: “Pasen y vean: el circo de Federico García Lorca”. Todos ellos son testimonios de lo que ha suscitado la muerte de García Lorca entre la derecha española a lo largo de los años.

La postura de la familia de García Lorca ha sido la de mostrarse contraria a la exhumación de los restos de García Lorca y por ello a que se haya llevado a cabo la excavación en Fuente Grande. En 2005 hizo público un comunicado en el que manifestaba estar en contra de una excavación, sin que eso supusiera negar la legitimidad de quienes la pedían. La argumentación hacían de la siguiente manera: “Estamos convencidos, y en ello basamos nuestras opiniones, de que las circunstancias de la muerte de Federico García Lorca, por lo que se refiere a la constatación de la memoria histórica, son lo suficientemente conocidas como para que en su caso particular no haya que remover sus huesos”. Así mismo, han defendido que sus restos, de encontrase, deben mantenerse donde fueran depositados, pues “la existencia de una fosa común es parte de la verdad histórica”.

En las excavaciones de finales de 2009 no se descubrieron los restos de García Lorca ni los de las personas que le acompañaron en la muerte por fusilamiento. Para José Mª Pedreño (2009), de la Federación Estatal de Foros por la Memoria, el intento por localizarlos “tan sólo ha servido para poner en bandeja a la “derechona” española la posibilidad de atacar más despiadadamente la memoria democrática en el estado español y fortalecer las tesis revisionistas de los pseudo-historiadores pro-franquistas”. Palabras duras que buscan que se tome en serio por parte de las autoridades políticas la recuperación de la memoria histórica para todas las víctimas, esas miles de personas que perecieron en Granada por una represión cruel y despiadada.

Luis García Montero (2009), también en el fragor de la desilusión por los resultados de las excavaciones, ha coincidido en resaltar lo importante: “volvamos a lo incontestable. García Lorca fue ejecutado por el ejército franquista, entre Víznar y Alfacar, con la implicación de las más altas instancias militares, como uno más de los 5.000 republicanos granadinos”. Pero no ha olvidado que “García Lorca era también un poeta único, y por eso su muerte pasó a representar de forma inmediata el sufrimiento de las víctimas y la dignidad del ser humano contra la barbarie”.

Desde el primer momento quienes se encargaron de matar al poeta, quienes lo permitieron o quienes se alegraron, no han parado de decir y desdecirse, de encubrir y ocultar, de mentir y calumniar, de manipular y justificarse… Todo un juego macabro que ha buscado despistar sobre lo que realmente ocurrió. Muchas son las personas que lo supieron y en esta ceremonia de la confusión que han ido tejiendo, han pretendido irse con sus secretos a la tumba, quizás con la certeza de que todo quedaba oculto. Pero no debemos olvidar que las manos que firmaron las sentencias, las que las ejecutaron o las que las saludaron brazos en alto, formaban parte de lo mismo: un proyecto político y social de muerte que hubo de durar cuatro décadas. Ese fascismo que todavía sigue extendiendo su sombra en nuestros días.


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