domingo, 29 de marzo de 2020

Chato Galante, un imprescindible







































Esta noche ha muerto José María Galante, conocido también como Chato Galante. Una persona que fue a lo largo de su vida un resistente. Primero, desde joven, como luchador contra el franquismo, militando en la Liga Comunista Revolucionaria. Fue por ello detenido varias veces y estuvo entre las víctimas del torturador Antonio González Pacheco, conocido por "Billy el Niño". 

Luego, desde principios de los años 80, participó en el incipiente movimiento ecologista, y en las movilizaciones pacifistas y antimilitaristas que se fueron dando para hacer frente a la presencia en la OTAN. 

Pero nunca perdió de vista la memoria del sufrimiento de cuarenta años de franquismo. Hace unos años participó en la fundación de la Asociación La Comuna, que entre sus objetivos tiene desarrollar una estrategia jurídica de lucha contra la impunidad de los crímenes del franquismo. Gracias a la labor de esa asociación se ha logrado que la jueza argentina María Servini haya aceptado las querellas presentadas bajo el principio de crímenes contra la humanidad. Hasta ahora han sido alrededor de medio centenar las querellas, aunque la postura de la Justicia española está mostrando muy poco interés, amparada en que la ley de amnistía de 1977 ha dejado los crímenes prescritos. Una Justicia a la que no le importa ni la dimensión ni la naturaleza de lo que ocurrió, como tampoco que sigamos siendo el segundo país del mundo con más personas desaparecidas víctimas de la represión.

Hace cuatro años coincidí con él en Jerez de la Frontera en una reunión convocada para promover la presentación de querellas. Al año siguiente participó en el Congreso de historia "Las otras protagonistas de la Transición" celebrado en Madrid y asistí a la mesa donde se debatía sobre el tema. Aun siendo una tarea difícil, en esas dos ocasiones, como en algunas entrevistas en las que he podido escucharlo, dio muestras, siempre con su voz pausada y su semblante tranquilo, del entusiasmo de quien se siente cargado de razón. 

Lo que no pudo en su día la dictadura, ahora lo ha hecho el maldito coronavirus. A pesar de todo, nos queda su infatigable trabajo por los derechos humanos, que es todo un ejemplo ético. El de un imprescindible.   

Silvio Rodríguez en seis canciones






























Es Silvio Rodríguez para mí uno de los grandes de la música. Autor prolífico, sus letras están cargadas de poesía y como intérprete sigue dejando huella, pese al paso de los años, con una singular voz y la presencia cuasi permanente de su guitarra. Se ha atrevido a casi todo. En la música y fuera de la música. Solo o con otros artistas. En directo o en estudios de grabación.  En espacios reducidos o en los más amplios. Han colaborado con él, mediante arreglos o en actuaciones,  músicos cubanos tan importantes como Chucho Valdés, Frank Fernández, Eduardo Ramos o Leo Brouwer.  


Voy a proponer seis canciones suyas. Dos de ellas están entre las más conocidas. En todo caso, son las que me han apetecido para la ocasión.  

Una de las canciones más reconocibles y que está entre las favoritas de la gente es "Ojalá". Pertenece al álbum Al final de este viaje, que data de 1978. En su día fue motivo de comentarios en algunos sectores del exilio de Miami, pues se decía que escondía un mensaje entre crítico, y críptico, sobre la revolución cubana. Nada más lejos de la realidad, porque como el propio Silvio ha contado en varias ocasiones, se trata de una canción dedicada a una antigua novia que tuvo y que compuso mientras navegaba por el océano Atlántico en el famoso pesquero "Playa Girón". Me he atrevido a presentar una versión reciente, de 2016, que es muy novedosa. Con un acompañamiento instrumental que introduce el ritmo del jazz, la interpreta acompañada de su compañera Niurka González al saxofón y Enrique Pla al piano. Creo que merece la pena.  

"Rabo de nube" es la misma canción que da título al disco que salió en 1980.  Bella y cargada de intimismo, puede resultar enigmática en su contenido, como ocurre con tantas otras suyas. Hace unos años la artista argentina Hebe Rosell desentrañó el contexto en que Silvio la compuso*: "Nos habíamos enfrascado en una reflexión bastante briosa sobre la sinceridad y sobre la decepción cuando las relaciones se resolvían, no digo hipócritamente, pero sí superficialmente (...), sin conjugar el verbo «conocer» realmente. (...) A la mañana siguiente fue que él se apareció con esta canción, donde pone la esperanza de la redención de las relaciones humanas, delante de sí mismo, como esperando en ese sentido que todos pudiéramos cambiar y ser mucho más honestos, verdaderos y amorosos". La versión que ofrezco es de 1982, está grabada en Puerto Rico y la canta con Pablo Milanés. La he elegido porque fue precisamente, dos años antes y en directo, cuando tuve la suerte de escuchar esa canción por primera vez interpretada a dúo con su compatriota.   

Unicornio es uno de los álbumes más conocidos de Silvio. Data de 1982 y contiene su famosa canción "Mi unicornio azul". No es la que he elegido, sino otra: "Por quien merece amor". Un canto de amor, pero entendido como proyección a la gente, como "amor de humanidad". Ya en este siglo, antes de su muerte, fue la canción que sirvió de base musical a un pequeño vídeo dedicado a Fidel Castro.   

"La vida" forma parte de su disco Rodríguez, aparecido en 1994, el segundo de la trilogía que toma su título de su nombre completo: Silvio Rodríguez Domínguez. Empecé a prestar atención a la canción a partir de 2008. Me gustó por sí misma, en cuanto al título, la música y el contenido. Y, aunque fuera algo de menor importancia, tuve curiosidad por descifrar la dedicatoria que tiene: "A Liliana y Carlos, los casi médicos de Medellín". Algo que he logrado gracias al propio Silvio, cuando he descubierto unas palabras suyas de una entrevista que le hicieron en 1996*: "yo llevaba ese tema musical, o sea, esa melodía con la guitarra, ya lo tenía construido, pero no me salían las palabras de esa música y llegué a Colombia, llegué a Bogotá (...), y empecé a recibir cartas de amigos, de admiradores (...).  Entre las cartas (...) tomé una al azar, la abrí; venía un papel azul y había una gaviota recortada en el azul del papel, (...), firmada por 'Carlos y Liliana, los casi médicos de Medellín' -estaban en el último año de Medicina- y cuando miré arriba y veo el pájaro, digo: 'la vida de un pájaro en vuelo', solté la carta, y ese fue el primer verso de la canción".  

Silvio tiene en su familia de origen una de las raíces musicales, aun cuando sean modestas. Unas raíces que viene sobre todo de algunas de las mujeres. En el disco Domínguez, de 1996, dejó que dos de ellas apareciesen en sendas canciones. Su madre, Argelia Domínguez, cantó a dúo con su hijo "El viento eres tú". Algo que resulta original e interesante.  

La última canción que ofrezco es "Venga la esperanza". No es muy conocida, pero no por ello resulta menos importante. Es la que cerró su memorable concierto de tres horas en Santiago de Chile en 1990 ante decenas de miles de personas. Todo un acontecimiento por lo emotivo del reencuentro con esa ciudad y su gente después de 17 años de dictadura militar. Y todo un espectáculo por la calidad de la interpretación y de la compañía del grupo Irakere, que estuvo en dirigido por Chucho Valdés, autor de los arreglos musicales. La interpretación de la canción es todo un monumento a la belleza. Una fusión de voz, instrumentos y mensaje inigualable. Con un final apoteósico, en el que los instrumentos de viento acaban entonando las notas del "Himno de la alegría".



Ojalá

Ojalá que las hojas no te toquen el cuerpo cuando caigan
para que no las puedas convertir en cristal.
Ojalá que la lluvia deje de ser el milagro que baja por tu cuerpo.
Ojalá que la luna pueda salir sin ti.
Ojalá que la tierra no te bese los pasos.

Ojalá se te acabe la mirada constante,
la palabra precisa, la sonrisa perfecta.
Ojalá pase algo que te borre de pronto,
una luz cegadora, un disparo de nieve.
Ojalá por lo menos que me lleve la muerte
para no verte tanto, para no verte siempre
en todos los segundos, en todas las visiones.
Ojalá que no pueda tocarte ni en canciones.

Ojalá que la aurora no dé gritos que caigan en mi espalda.
Ojalá que tu nombre se le olvide a esa voz.
Ojalá las paredes no retengan tu ruido de camino cansado.
Ojalá que el deseo se vaya tras de ti
a tu viejo gobierno de difuntos y flores.

Ojalá se te acabe la mirada constante,
la palabra precisa, la sonrisa perfecta.
Ojalá pase algo que te borre de pronto,
una luz cegadora, un disparo de nieve.
Ojalá por lo menos que me lleve la muerte
para no verte tanto, para no verte siempre
en todos los segundos, en todas las visiones.
Ojalá que no pueda tocarte ni en canciones.
Ojalá pase algo que te borre de pronto,
una luz cegadora, un disparo de nieve.
Ojalá por lo menos que me lleve la muerte
para no verte tanto, para no verte siempre
en todos los segundos, en todas las visiones.
Ojalá que no pueda tocarte ni en canciones.



Rabo de nube

Si me dijeran pide un deseo
preferiría un rabo de nube,
un torbellino en el suelo
y una gran ira que sube.
Un barredor de tristezas,
un aguacero en venganza
que cuando escampe parezca
nuestra esperanza.

Si me dijeran pide un deseo,
preferiría un rabo de nube,
que se llevara lo feo
y nos dejara el querube.
Un barredor de tristezas,
un aguacero en venganza
que cuando escampe parezca
nuestra esperanza.


Por quien merece amor 

Te molesta mi amor,
mi amor de juventud,
y mi amor es un arte de virtud.
Te molesta mi amor,
mi amor sin antifaz,
y mi amor es un arte de paz.
Te molesta mi amor,
mi amor de humanidad,
y mi amor es un arte en su edad.
Te molesta mi amor,
mi amor de surtidor,
y mi amor es un arte mayor.

Mi amor es mi prenda encantada,
es mi extensa morada,
es mi espacio sin fin.
Mi amor no precisa frontera,
como la primavera
no prefiere jardín.

Mi amor no es amor de mercado,
porque un amor sangrado
no es amor de lucrar.
Mi amor es todo cuanto tengo,
si lo niego o lo vendo
¿para qué respirar?

Te molesta mi amor,
mi amor de juventud,
y mi amor es un arte de virtud.
Te molesta mi amor,
mi amor sin antifaz,
y mi amor es un arte de paz.

Te molesta mi amor,
mi amor de humanidad,
y mi amor es un arte en su edad.
Te molesta mi amor,
mi amor de surtidor,
y mi amor es un arte mayor.

Mi amor no es amor de uno solo,
sino alma de todo,
lo que urge sanar.
Mi amor es un amor de abajo
que el devenir me trajo
para hacerlo empinar.

Mi amor, el más enamorado,
es el más olvidado
en su antiguo dolor.
Mi amor abre pecho a la muerte
y despeña su suerte
por un tiempo mejor.
Mi amor, este amor aguerrido,
es un sol encendido
por quien merece amor.


La vida

A Liliana y Carlos,
los casi médicos de Medellín


La vida de un pájaro en vuelo,
la vida de un amanecer,
la vida de un crío,
de un bosque y de un río,
la vida me ha hecho saber.

La vida del sordo y del ciego,
la vida que no sabe hablar,
la del triste loco,
la que sabe a poco,
la vida me ha hecho soñar.

La vida voraz que se enreda,
la vida que sale a jugar,
la vida consciente que queda,
la vida que late en el mar.

La vida que brota de un muerto,
la vida que no se murió,
la de los desiertos,
la de un libro abierto,
la vida me ha hecho cual yo.

La vida que alumbra en el trueno,
la vida final de un adiós,
la vida goteando de un seno,
la vida secreta de un dios.

La vida que pende de todo,
la vida de cada emoción,
la vida en exceso,
la vida de un beso,
la vida me ha hecho canción. 



El viento eres tú

A veces entra en el bosque un silbido veloz
que recorre fugaz la penumbra y la luz,
y los árboles fríos del bosque soy yo.

Todas las copas se postran a fin de existir;
de no hacerlo, deshechas habrían de morir,
y ese viento que trae la muerte eres tú.

Eres la llama que abraza la flor
y la violencia del fiero huracán,
la sombra oscura que sigue mi amor.
¿Por qué, por qué tú sigues, di,
matando este amor que hoy dejas?


Venga la esperanza

Dice que se empina y que no alcanza,
que sólo ha llegado hasta el dolor.
Dice que ha perdido la buena esperanza
y se refugia en la piedad de la ilusión.

Sé de las entrañas de su queja,
porque padecí la decepción.
Fue una noche larga que el tiempo despeja
mientras suena en mi memoria esta canción:

Venga la esperanza, venga sola a mí,
lárguese la escarcha, vuele el colibrí,
hínchese la vela, ruja el motor,
que sin esperanza ¿dónde va el amor?

Cuando niño yo saqué la cuenta
de mi edad por el año dos mil
(el dos mil sonaba como puerta abierta
a maravillas que silbaba el porvenir.

Pero ahora que se acerca saco en cuenta
que de nuevo tengo que esperar,
que las maravillas vendrán algo lentas
porque el mundo tiene aún muy corta edad.

Venga la esperanza, venga sola a mí,
lárguese la escarcha, vuele el colibrí,
hínchese la vela, ruja el motor,
que sin esperanza ¿dónde va el amor?


*Eduardo Valtierra (2010). Silvio aprendiz de brujo. La Habana, Centro Cultural Pablo de la Torriente Brau (http://www.centropablo.cult.cu/wp-content/uploads/2017/09/Silvio_aprendizdebrujo.pdf

viernes, 27 de marzo de 2020

Impresiones sobre La peste, de Albert Camus

























La peste, de Albert Camus*, fue la novela propuesta en el mes de enero en el Club de Lectura del Trafalgar. Una decisión de la que ignoro si fue intencionada, pero que coincidió con las noticias que iban saliendo sobre lo que ocurría en China con la epidemia del coronavirus. Como la preocupación fue in crescendo, a lo largo de febrero se llegó a decir que habían aumentado las ventas del libro. Lo que resultaba lógico, teniendo en cuenta el tema que trata.

Han pasado unas tres semanas desde que acabé de leer la novela y casi dos desde que se inició la cuarentena general por el coronavirus. Mientras la leía, iba haciendo señales en el libro sobre aquellos aspectos que resultaban llamativos. Pretendía dejar algunas referencias de cara a una prevista tertulia que acabó siendo suspendida. Por eso no fui más allá y me dediqué a otras lecturas, entre ellas, la novela de Augusto D'Halmar Pasión y muerte del cura Deusto (Tafalla, Txalaparta, 2020). 


Ha sido esta mañana cuando me ha dado por volver sobre La peste e indagar sobre ella. Y a ello me han ayudado las señales a las que antes aludí. Recordar sus personajes y sus actitudes, e intentar comprender mejor lo que Camus pretendía cuando la escribió. 


Publicada por primera vez en 1947, fue al poco de acabada la Segunda Guerra Mundial. Por eso se ha buscado establecer un paralelismo entre el ambiente que se vive en la novela y el que se vivió durante el nazismo. No debemos olvidar que Camus fue un activo integrante de la resistencia francesa y tuvo por ello conciencia de lo que supuso en su país, ocupado entre junio de 1940 y agosto de 1944, y en Europa.


Es todo un canto a la solidaridad y, sobre todo, a la necesidad que tenemos de tenerla siempre presente. Es lo que permite que se pueda salir de las situaciones difíciles. Lo que hace que cada cual salga retratado según actúe en las circunstancias extremas. 


Entre sus personajes podemos percibir el rotundo sentido del deber del doctor Rieux, pero también su capacidad de reflexión, que le lleva a entender, le guste o no, la reacción de la gente. La entrega generosa de Tarrou, que ha vivido durante buena parte de su vida con el recuerdo del horror de la ejecución que vio durante su adolescencia y que, descreído a su manera, se ha puesto al servicio del combate contra la peste. Las contradicciones del cura Paneloux, feroz en los sermones en que recordaba los pasajes bíblicos sobre el castigo divino de quienes se apartaban del buen camino, pero entregado finalmente a salvar vidas reales. La evolución del periodista Rambert, al principio sólo preocupado por irse de la ciudad y luego decidido a quedarse para no avergonzarse ante su mujer y porque, al fin y a cabo, no dejaba de ser uno más de la ciudad. El más que oportunismo de Cottard, que aprovechó la situación para que se diluyera el caso por el que era investigado y, de paso, para sacar partido de sus negocios ilícitos. O la generosidad y coherencia de Grand, un aparentemente anodino funcionario del ayuntamiento que, además de su colaboración, acabó aportando al narrador, con las notas que tomaba, los datos que necesitaba para poder completar el relato.        

Y, en efecto, el doctor Bernard Rieux (¿alter ego del propio Camus?) como protagonista-narrador de La peste, el mismo que al final de la novela, cuando parece que todo ha acabado, nos deja esta seria advertencia: "Oyendo los gritos de alegría que subían de la ciudad, Rieux tenía presente que esta alegría está siempre amenazada (...), que el bacilo de la peste no muere ni desaparece jamás, que puede permanecer durante decenios dormido".

¿Es Camus, en su existencialismo filosófico, pesimista y nihilista? Periodista, literato y filósofo, es un pensador complejo. Pero, vista lo que fue su vida, nada más lejos de la realidad. En su obra El hombre rebelde**, publicada cuatro años después, dejó escrito lo siguiente: "En el mediodía del pensamiento, el rebelde rehúsa así a la divinidad para compartir la luchas y el destino comunes. Nosotros elegiremos Ítaca, la tierra fiel, el pensamiento audaz y frugal, la acción lúcida, la generosidad del hombre que sabe". 



*Barcelona, Seix Barral, 1983; traducción de Rosa Chacel.
** Madrid, Siglo XXI, 2000.

Después de clase










































Serían las 7,30 de la tarde y ya estaba en casa. Acababa de llegar de clase y las niñas me habían recibido con su natural cariño:

-¡Cuánto tiempo hace que no te vemos! –fueron sus primeras palabras.

Les agradaba verme. La mayor estaba haciendo sus deberes. Muy dócilmente realizaba la tarea lápiz en mano y con la cabeza concentrada.

-¿Me miras esto para ver si me he confundido?

Tenía algún error, como es natural, pero así se aprende. Su hermana pequeña no se separaba de mí. Quería jugar, quería distraerse. Miramos un libro de la mayor, sus dibujos, los títulos de los capítulos... El abuelo dormía en el sillón. Estaba cansado. La huella del infarto y de la aterosclerosis tenía la culpa.

-Pssss, calla, no hables alto –le decía a la pequeña, cuando levantaba la voz.

En la cocina, m
ientras tanto, la abuela hacía la cena. Con sus manos y su cariño preparaba los ricos manjares de la comida más agradable del día para mí. Y yo ya empezaba cansarme de la niña pequeña, de mirar cuentos, de darle vueltas al aire, de hacer el columpio... 


-Pareces un pulpo. ¿No me puedes dejar un poco tranquilo? –llegué a decirle pesaroso.


-¿Quieres que juguemos a estar detrás de la puerta? –me contestó alegremente, igual que me podía haber dicho cualquier otra cosa, manifestando sus deseos de seguir jugando.

El abuelo, dormido; su hermana mayor, haciendo la tarea; la abuela, haciendo la cena... Cada cual con su cosa. Y yo, medio mareado por el tormento -¡qué barbaridad que una niña puede atormentar a un hombre! Pero la pequeña seguía inquieta. Sin poder hacer nada, sin poder hablar, sin poder jugar, con una hermana ocupada... ¿qué podía hacer la pobre niña de pantalón azul con tirantas del mismo color?

-¿Quieres que juguemos a estar callados? -me dijo ilusionada.

Pero en seguida cambió de opinión. Y no sin razón. Porque se había dado cuenta que con eso se estaba condenando al silencio. Y es que una niña, en este caso, nunca puede callarse y menos se le puede mandar callar.

(1979).

jueves, 26 de marzo de 2020

Cantemos con Víctor Heredia
























Voy a ofrecer tres canciones del músico argentino Víctor Heredia, 
autor de una larga lista que arranca de finales de los años sesenta. Canciones, algunas, muy conocidas, que cantó en solitario o en compañía de artistas como Mercedes Sosa o León Gieco. 


De mi juventud tengo el recuerdo de una canción que escuchaba en casa de mi hermano Jorge. Se titulaba "El viejo Matías" y la interpretaba un grupo suramericano del que no recuerdo su nombre. Era una versión polifónica, que hacía del final algo prodigioso, aunaban el recitado de los últimos versos con un fondo de voces que acababan imitando el silbido de una máquina de tren que se iba alejando. Luego supe que su autor era el propio Víctor Heredia. La compuso en 1968 y estaba dedicada a un amor de esos años, pero su inspiración provenía de sus vivencias de infancia, cuando acompañaba a su padre a la estación de tren desde donde partía para ir a trabajar y veía sentado en un banco de madera al viejo Matías que da título a la canción.  

La segunda de las canciones es "Todavía cantamos", en la que Víctor Heredia está acompañado de León Gieco y Mercedes Sosa. Salió a la luz en 1984, recién acabada la dictadura militar en su país. Todo un canto a la dignidad humana convertida en uno de los himnos oficiosos del repudio contra la barbarie que vivió Argentina desde 1976 y, por extensión, tantos otros países latinoamericanos. 


Y la tercera canción es "Razón de vivir", que apareció al año siguiente dentro del álbum Coraje. Como su autor ha confesado en alguna ocasión, se trata de una canción de amor, dedicada a su compañera, pero también extensible a la necesidad que tenemos de ayudarnos: "es una canción de puro agradecimiento, porque yo creo que nadie puede hacer por sí solo su tarea en el mundo, en la vida. Se necesita una compañía, indudablemente". Esta versión está grabada en directo en 1992, dentro del Festival de Viña del Mar, en Chile, y cuenta con la presencia de Mercedes Sosa. 



El viejo Matías 


La lluvia y el viento eran dos hermanos
corriendo furiosos por el terraplén
y en un banco oscuro, mojado y mugriento,
él se acomodaba su uniforme gris.

El viejo Matías duerme en cualquier parte,
un fantasma errante le toca la piel,
pero cuando llueve sus despojos buscan
la estación de chapas de Paso del Rey.

Es cuco de niños y de no tan niños
su figura triste cruzando el andén,
porque nadie ha visto sus ojos cansados,
la cruz del olvido temblando en sus pies.

A veces murmura cosas incoherentes,
habla de la guerra, imita al cañón,
y otras veces pone en sus ojos un niño
y acuna en sus brazos su bolso marrón.

Cuando llegan los trenes repletos de obreros
se pone contento, brilla su mirar.
Gorrión de la tarde, quiere hablar con todos,
y después se queda solo en el andén.

Se queda mirando las vías vacías,
la luz que se pierde del tren que pasó,
y después se aleja murmurando cosas,
el viejo Matías, ogro del lugar.

La lluvia y el viento eran dos hermanos
corriendo furiosos por el terraplén
y en un banco oscuro, mojado y mugriento,
él se acomodaba su uniforme gris.


Todavía cantamos

Todavía cantamos, todavía pedimos,
Todavía soñamos, todavía esperamos,
A pesar de los golpes
Que asestó en nuestras vidas
El ingenio del odio
Desterrando al olvido
A nuestros seres queridos.
Todavía cantamos, todavía pedimos,
Todavía soñamos, todavía esperamos;
Que nos digan adónde
Han escondido las flores
Que aromaron las calles
Persiguiendo un destino
¿Dónde, dónde se han ido?
Todavía cantamos, todavía pedimos,
Todavía soñamos, todavía esperamos;
Que nos den la esperanza
De saber que es posible
Que el jardín se ilumine
Con las risas y el canto
De los que amamos tanto.…


Razón de vivir

Para decidir si sigo poniendo esta sangre en tierra
Este corazón que bate su parche, sol y tinieblas.
Para continuar caminando al sol por estos desiertos.
Para recalcar que estoy vivo en medio de tantos muertos;
Para decidir,
Para continuar,
Para recalcar y considerar,
Sólo me hace falta que estés aquí con tus ojos claros.

¡Ay! Fogata de amor y guía,
Razón de vivir mi vida.
¡Ay! Fogata de amor y guía,
Razón de vivir, mi vida.

Para aligerar este duro peso de nuestros días,
Esta soledad que llevamos todos, islas perdidas.
Para descartar esta sensación de perderlo todo,
Para analizar por donde seguir y elegir el modo;
Para aligerar,
Para descartar,
Para analizar y considerar,
Sólo me hace falta que estés aquí con tus ojos claros.

¡Ay! Fogata de amor y guía,
Razón de vivir mi vida.
¡Ay! Fogata de amor y guía,
Razón de vivir, mi vida.


Post data (21-04-2020)

He dado, por fin, con la primera versión que conocí de la canción  "El viejo Matías" y gracias a la información que me ha dado mi hermano. La interpretó el grupo argentino Gauchos 4. Escucharla es una gozada. 

miércoles, 25 de marzo de 2020

Federico García Lorca y Carlos Cano, en El diván del Tamarit
















Escuchar música y leer poesía gratifica la mente. Y para la ocasión, propongo fundirlas a través de dos granadinos: Federico García Lorca y Carlos Cano. En 1998 el cantante sacó un un disco maravilloso titulado Diván del Tamarit, basado en una colección de poemas de García Lorca que estaban en proceso de preparación para ser editados, pero su asesinato lo truncó. Hubo de ser en 1940, fuera de la España fascista recién inaugurada, cuando el libro saliera a la luz en Argentina y EEUU. 


Como poesía estamos ante una obra que busca aunar dos universos: el eco nostálgico de la Granada andalusí y, por extensión, de la cultura oriental; y la angustia vital que produce el amor. Su contenido se ha interpretado comúnmente con un claro sentido homoerótico. E incluso ha habido quienes han ido más allá, porque se ha pretendido encontrar los dilemas interiores del poeta sobre su homosexualidad y la amargura de amores imposibles. Los poemas están agrupados en dos bloques: las gacelas, que llevan al amor, y las casidas, al sufrimiento.   


Poco conocidos, Carlos Cano fue quien los popularizó con su trabajo, que está divido en dos partes/discos: gacelas y casidas. Mario Hernández, autor de la presentación, escribió: "Carlos Cano ha aceptado la propuesta de dotar de otro sonido a esos versos lorquianos, convirtiéndolos en canción para todos. Las palabras de amor, sufrimiento y agónica afirmación (...) ruedan en la voz rasgada e intima del cantante como perlas desgranadas que buscan hallar, el engarzarse con la melodía, su más pleno y acogedor sentido. La música las asume y enciende". 


No es un libro al que se pueda acceder con facilidad, pero ofrezco los poemas que componen el trabajo musical a través del enlace http://usuaris.tinet.cat/. Y  si no se dispone de los discos, resulta fácil poder acceder a las distintas canciones a través de la red electrónica. Por mi parte, he seleccionado cuatro poemas/canciones, que acompaño con el enlace correspondiente. Invito a disfrutar de tanta maravilla.




Con todo el yeso
de los malos campos,
eras junco de amor, jazmín mojado.

Con sur y llamas
de los malos cielos,
eras rumor de nieve por mi pecho.

Eras junco de amor, jazmín mojado.
Eras rumor de nieve por mi pecho.

Cielos y campos
anudaban cadenas en mis manos.

Campos y cielos
azotaban las llagas de mi cuerpo.


Gacela del mercado matutino

Por el Arco de Elvira
quiero verte pasar,
para saber tu nombre
y ponerme a llorar.

¿Qué luna gris de las nueve
te desangró la mejilla?
¿Quién recoge tu semilla
de llamaradas en la nieve?
¿Qué alfiler de cactus breve
asesina tu cristal?

Por el Arco de Elvira
voy a verte pasar,
para beber tus ojos
y ponerme a llorar.

¡Qué voz para mi castigo
levantas por el mercado!
¡Qué clavel enajenado
en los montones de trigo!
¡Qué lejos estoy contigo,
qué cerca cuando te vas!

Por el Arco de Elvira
voy a verte pasar,
para sentir tus muslos
y ponerme a llorar.



Quiero bajar al pozo,
quiero subir los muros de Granada,
para mirar el corazón pasado
por el punzón oscuro de las aguas.

Quiero bajar al pozo,
quiero morir mi muerte a bocanadas,
quiero llenar mi corazón de musgo,
para ver al herido por el agua.

El niño herido gemía
con una corona de escarcha.
Estanques, aljibes y fuentes
levantaban al aire sus espadas.

El niño estaba solo
con la ciudad dormida en la garganta.
Un surtidor que viene de los sueños
lo defiende del hambre de las algas.

El niño y su agonía, frente a frente,
eran dos verdes lluvias enlazadas.
El niño se tendía por la tierra
y su agonía se curvaba.

¡Ay, qué furia de amor, qué hiriente filo,
qué nocturno rumor, qué muerte blanca!
¡Qué desiertos de luz iban hundiendo
los arenales de la madrugada!



La muchacha dorada
se bañaba en el agua
y el agua se doraba.

Las algas y las ramas
en sombra la asombraban
y el ruiseñor cantaba
por la muchacha blanca.

Vino la noche clara
turbia de plata mala
con peladas montañas
bajo la brisa parda.

La muchacha mojada
era blanca en el agua
y el agua, llamarada.

Vino el alba sin mancha
con cien caras de vaca,
yerta y amortajada
con heladas guirnaldas.

La muchacha de lágrimas
se bañaba entre llamas
y el ruiseñor lloraba
con las alas quemadas.

La muchacha dorada
era una blanca garza
y el agua la doraba.