sábado, 12 de octubre de 2024

Federico García Lorca y su poema "Grito hacia Roma": contra el odio, por un amor universal


Hace unas semanas Luis García Montero, a la sazón director del Instituto Cervantes, se entrevistó con el papa Francisco, Jorge Mario Bergoglio. Pormenores de lo ocurrido en esa visita lo ha contado el propio García Montero en el artículo que publicó el día 21 de septiembre el diario digital infoLibre. Y entre las cosas que trataron fue el contenido del poema "Grito hacia Roma", de Federico García Lorca, escrito en 1929 en Nueva York, como respuesta/reacción del poeta granadino al acuerdo firmado entre Benito Mussolini y el papa Pío XI, ambos en representación de sus respectivos estados: Italia y el Vaticano.  En ese momento, todavía lejos de lo que acabó siendo la segunda de las grandes y terribles guerras del siglo XX, aún sin Hitler y el partido nazi en el poder. Pero en la plenitud de la dictadura que Mussolini y su Partido Nacional Fascista llevaban construyendo desde 1922.

El poema fue publicado tardíamente: en 1940. Primero, en la revista España peregrina (n. 1, febrero de 1940) en solitario, para, casi de inmediato, en el mismo año, pasar a formar parte de la conocida obra Poeta en Nueva York. Habían pasado, pues, once años desde su creación y cuatro desde su vil asesinato. En el fragor de la violenta conflagración mundial salió a la luz ese libro y dentro de él, ese poema.

Leerlo supone un ejercicio de amor frente al odio. Un canto al amor universal. Sin fronteras. De amor frente a la intolerancia, el racismo, las guerras, las injusticias, el hambre, los genocidios, el sexismo, la homofobia...

Por todo eso su rabiosa actualidad está -sigue- presente en nuestros días. En medio de guerras cruentas, como las de Rusia contra Ucrania, e Israel contra el pueblo palestino en Gaza y Cisjordania, y contra Líbano. En medio de la ola de odio que es propagado por grupos que hacen de ello su razón de ser y se va extendiendo entre la gente. Lejos de lo que nos dicen versos, los últimos del poema,  como éstos: "Porque queremos el pan nuestro de cada día, / flor de aliso y perenne ternura desgranada, / porque queremos que se cumpla la voluntad de la Tierra / que da sus frutos para todos".

Con anterioridad a la entrevista entre el Papa y el poeta, el poema había sido traducido, para su edición, a todas las lenguas de España y las oficiales de la Unión Europa por el Instituto Cervantes. Incluso se ha hecho lo propio con 28 lenguas indígenas de América Latina.

Ofrezco su lectura, que reproduzco siguiendo la edición de Poeta en Nueva York  realizada por Cátedra en 1996, a su vez bajo la supervisión de María Clementa Millán.


Grito hacia Roma (Desde la torre deL Chrysler Building)

Manzanas levemente heridas
por finos espadines de plata,
nubes rasgadas por una mano de coral
que lleva en el dorso una almendra de fuego,
peces de arsénico como tiburones,
tiburones como gotas de llanto para cegar una multitud,
rosas que hieren
y agujas instaladas en los caños de la sangre,
mundos enemigos y amores cubiertos de gusanos,
caerán sobre ti. Caerán sobre la gran cúpula
que untan de aceite las lenguas militares,
donde un hombre se orina en una deslumbrante paloma
y escupe carbón machacado
rodeado de miles de campanillas.

Porque ya no hay quien reparte el pan ni el vino,
ni quien cultive hierbas en la boca del muerto,
ni quien abra los linos del reposo,
ni quien llore por las heridas de los elegantes.
No hay más que un millón de herreros
forjando cadenas para los niños que han de venir.
No hay más que un millón de carpinteros
que hacen ataúdes sin cruz.
No hay más que un gentío de lamentos
que se abren las ropas en espera de la bala.
El hombre que desprecia la paloma debía hablar,
debía gritar desnudo entre las columnas
y ponerse una inyección para adquirir la lepra
y llorar un llanto tan terrible
que disolviera sus anillos y sus teléfonos de diamante.
Pero el hombre vestido de blanco
ignora el misterio de la espiga,
ignora el gemido de la parturienta,
ignora que Cristo puede dar agua todavía,
ignora que la moneda quema el beso de prodigio
y da la sangre del cordero al pico idiota del faisán.

Los maestros enseñan a los niños
una luz maravillosa que viene del monte;
pero lo que llega es una reunión de cloacas
donde gritan las oscuras ninfas del cólera.
Los maestros señalan con devoción las enormes cúpulas sahumadas,
pero debajo de las estatuas no hay amor,
no hay amor bajo los ojos de cristal definitivo.
El amor está en las carnes esgarradas por la sed,
en la choza diminuta que lucha con la inundación.
El amor está en los fosos donde luchan las sierpes del hambre,
en el triste mar que mece los cadáveres de las gaviotas
y en el oscurísimo beso punzante debajo de las almohadas.
Pero el viejo de las manos traslucidas
dirá: amor, amor, amor,
aclamado por millones de moribundos.
Dirá: amor, amor, amor,
entre el tisú estremecido de ternura;
dirá: paz, paz, paz,
entre el tirite de cuchillos y melones de dinamita.
Dirá: amor, amor, amor,
hasta que se le pongan de plata los labios.

Mientras tanto, mientras tanto, ¡ay!, mientras tanto,
los negros que sacan las escupideras,
los muchachos que tiemblan bajo el terror pálido de los directores,
las mujeres ahogadas en aceites minerales,
la muchedumbre de martillo, de violín 
 de nube,
ha de gritar aunque le estrellen los sesos en el muro,
ha de gritar frente a las cúpulas,
ha de gritar loca de fuego,
ha de gritar loca de nieve,
ha de gritar con la cabeza llena de excremento,
ha de gritar como todas las noches juntas,
ha de gritar con voz tan desgarrada
hasta que las ciudades tiemblen como niñas
y rompan las prisiones del aceite y la música.
Porque queremos el pan nuestro de cada día,
flor de aliso y perenne ternura desgranada,
porque queremos que se cumpla la voluntad de la Tierra
que da sus frutos para todos.