El espacio natural del valle del río Genal, en la Serranía de Ronda, está siendo pasto de las llamas. Un incendio devorador que lleva destruidas, por ahora, más de siete mil hectáreas de bosque y está obligando al desalojo de viviendas esparcidas por el monte e incluso de algunos de los pueblos.
No se sabe si el origen ha sido intencionado. Lo haya sido o no, estamos ante una catástrofe que pone de relieve, una vez más, las consecuencias de una acción humana despiadada, basada en la obtención de beneficios inmediatos a toda costa para sostener un sistema que hace de la apropiación de una minoría y el despilfarro sus baluartes. Una constatación más de la realidad del cambio climático, con consecuencias cada vez más agresivas en forma de incendios, inundaciones, deshielos...
La relevancia del ecosistema es muy grande. No deja de ser un vestigio de lo que supone la armonía entre la naturaleza y una acción humana que viene de milenios. Un vestigio, así mismo, del sincretismo cultural de quienes han morado en esas tierras a lo largo de los siglos y han sufrido los avatares históricos que se han ido sucediendo. En las proximidades se encuentra el recién declarado Parque Nacional de la Sierra de las Nieves, lo que realza el valor de todo lo que allí se encuentra.
Hace seis años visité por última vez los pueblos de ese valle. Fue un viaje precioso, en el que un grupo de siete amigos y amigas disfrutamos de los pueblos y su entorno: Alpandeire, Benadalid, Benalauría, Benarrabá, Gaucín, Genalguacil, Jubrique, Júzcar y hasta el colindante karst de Casares, este último sito en la sierra de Utrera. En su día dejé constancia de la visita en una entrada, que titulé "Es-cultura en Genalguacil", entre otras cosas porque me quedé sorprendido por el cúmulo de esculturas instaladas en sus calles.
Lástima lo que está ocurriendo. Buena parte de lo destruido no va a poder ser recuperado. Se requiere, en todo caso, una labor de reconstrucción y reparación decidida. Que tenga en cuenta que el crecimiento económico per se no es el camino. No caben, por tanto, la urbanización especulativa ni la producción irracional. A no ser que se quiera seguir ahondando en la destrucción del planeta donde vivimos.