"Prefiero creerlo un germen transformador de la realidad social". Con esas palabras respondía Antoni Tàpies a una pregunta sobre si el arte era un lenguaje transmisor de la realidad social (Francesc Vicens, Arte abstracto y arte figurativo, Barcelona, 1975).
He acudido a esta cita por ser uno de los componentes primordiales del conocido artista catalán que acaba de fallecer. Uno de los exponentes más relevantes del arte surgido después de 1945, de las variadas tendencias y vanguardias que se fueron sucediendo y, a la vez, simultaneando durante décadas. Un arte heterogéneo y heterodoxo que resurgía tras la implosión de la segunda guerra mundial, que recogía en herencia muchos de los logros de los años anteriores para redefinirlos e interpretarlos de múltiples maneras. Un arte donde lo figurativo y lo abstracto diluían las fronteras que tradicionalmente los había separado. Un arte heredero, si no continuador, de la estela marcada por tantos artistas que fueron abriendo nuevos caminos y, principalmente, de Paul Klee y Joan Miró. Técnicas, materiales y pigmentos se mezclaban, no a rebujo, sino como una forma más de aportar un lenguaje atrevido y ajustado a los nuevos tiempos.
Iniciado en la abstracción geométrica y, ante todo, en el informalismo desgarrador que reaccionó contra los desastres de la guerra recién terminada, Tàpies es quizás la figura más destacada de la conocida como pintura matérica, inspirada en objetos tomados de la realidad, de la que recogía los objetos más insospechados para integrarlos en sus cuadros. Sacos, sombreros, barras de metal, trozos de madera... y hasta la barretina catalana con la que quería reflejar la existencia y su pertenencia a un pueblo que hubo de luchar duro para deshacerse de la dictadura. Una lucha a la que se vinculó desde el principio, para llegar a decir que "el gran artista debe aspirar a cambiar el mundo".
Tàpies fue una persona que como artista quiso aunar lo que aparentemente podía resultar contradictorio. El mundo de la realidad material, con el espiritual. La cultura europea de la racionalidad, con el espiritualismo oriental. Su adscripción al comunismo, con la defensa de la libertad humana. No le faltó un claro posicionamiento contra aquello que detestaba o simplemente no le gustaba en lo político y lo artístico. Fue rotundo en sus críticas demoledoras hacia el realismo socialista, al que veía anquilosado, o el arte conceptual, del que decía que era artificioso.
En una época donde el centro de gravedad del mundo del arte, y especialmente el mercado de obras, se trasladó a EEUU, Tàpies desarrolló su obra en Europa. Fue consciente de ello y, ante todo, no tuvo reparos en denunciar todo aquello que suponía reducir la creación artística al puro consumismo, que, por lo demás, suele conllevar a que acaba convirtiéndose en algo efímero. Supo observar y participar de las numerosas tendencias que conoció, bebió de ellas para aportar un sentido personal de su creación. En una entrevista concedida hace dos años (Lidia Penelo, Público, 14-05-2010), hizo un repaso de lo que fue su trayectoria vital, llegando a decir, fiel a su visión comprometida del arte, que "encontrando mi verdad, creo que hago algo útil para la sociedad".