Informa hoy El País de la demolición parcial del aeropuerto de Castellón como consecuencia de un error de cálculo en el lugar donde los aviones deberían dar el giro cuanndo aterrizan. Algo que, al parecer, se ocultó cuando se inauguró hace once meses a bombo y platillo por Francisco Camps, entonces presidente de la Generalitat valenciana, y Carlos Fabra, presidente de la Diputación Provincial. Un incidente más a añadir al despropósito que iniciaron hace años y culminó con una inauguración sin que tuviera el permiso oficial para ponerse en funcionamiento y, como consencuencia, sin que se haya podido estrenar todavía. Un derroche muy caro que costó, que sepamos, más de 150 millones de euros (más de 25.000 millones de las antiguas pesetas). Que tiene como añadido una escultura colosal (por sus dimensiones: 24 metros de altura y 20 tolenadas de peso), por no decir que horrorosa, cuyo precio, según dicen, es de 300.000 euros (50 millones de pelas). Su autor, Juan Ripollés, ha dicho que se trata de "una figura a la que le saldrá de la cabeza un avión; ése es el germen y el esperma del nacimiento de la obra", que está dedicada al ínclito señor Fabra. El mismo que en un baño de multitudes ñoñas y alienadas invitaba a la gente a pasear por sus pistas mientras llegaban los aviones, pero que no ha tenido empacho en impedir a toda costa las protestas de quienes han ido a protestar por semejante atropello. Un muestra, como tantas más, de la idea que tiene el PP de lo que es la administración de los dineros públicos. ¡Cuánto ridículo, cuánta horterada y, ante todo, cuánta corrupción!