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sábado, 4 de febrero de 2012
Recuperar la memoria es dar argumentos para la historia
1977 fue el año elegido. Más concretamente, coincidiendo con las elecciones del 15 de junio. Las primeras que fueron libres desde 1936 (pese algunas restricciones para algunos partidos: los comunistas, excepto el PCE, y los republicanos tuvieron que hacerlo con nombres "camuflados"). Estando en la mar, el hombre huyó de su localidad, Conil, en el momento del golpe militar de julio de 1936. Lo hizo hacia la zona fiel al gobierno republicano, enrolándose como soldado de lo que acabó siendo el Ejército Popular. Combatió en varios lugares del frente sur hasta el final de la guerra. De inmediato tuvo que sufrir, como tantos soldados, la cárcel y cuantos castigos le infligieron. Cuando regresó a su lugar de origen, decidió asentarse en la localidad vecina de Barbate. Fue donde vivió largos años hasta su muerte, que no fue hace mucho. Lo hizo habiendo interiorizado el miedo que el fascismo inoculó a buena parte de la sociedad española.
El régimen tuvo muchos apoyos. Los de quienes apoyaron y participaron activamente en el golpe del 36 y lo que vino después. No faltaron los de los estómagos agradecidos. Y también de quienes treparon al abrigo de las oportunidades que se fueron presentando. Resistir era difícil. Combatir, más todavía. Mucha gente hizo una cosa y otra, arriesgando su vida. Sumirse en la resignación, para sobrevivir como fuera, lo hizo mucha gente, quizás la mayoría. Con el paso de los años la represión, el miedo, la propaganda, la emigración o las expectativas de ascenso social de los años sesenta fueron asentando un régimen que acabó durando cuatro décadas. Fue en ese magma social donde los reformistas del régimen quisieron buscar los apoyos políticos y electorales para que su maniobra tuviera éxito. La llamaron mayoría silenciosa. Silenciosa, sí, pero en una buena medida también silenciada.
La transición selló un pacto entre quienes habían participado en la guerra y también entre quienes habían tomado partido en la dictadura. La amnistía de 1977 fue el botón legal. Durante los años siguientes parecía que todo había quedado en el olvido, salvo algunos conatos de investigación histórica y periodística que proponían saber más. Fueron años también de eliminación de pruebas o de obstáculos para conseguirlas. Nos ha contado Francisco Espinosa (La justicia de Queipo, 2006) que entre 1965 y 1985 se destruyeron numerosos y muy valiosos documentos: los judiciales relacionados directamente con la represión de los primeros años, y archivos como los de Falange (curiosamente ha aparecido el de Conil, como Magdalena González sabe: Memoria del tiempo presente en Conil de la Frontera.1931-2011), los gobiernos civiles, las prisiones provinciales o la Cruz Roja. No ha faltado la desidia del abandono en la custodia y la simple desaparición como papel bruto puesto en venta.
No sé con detalle lo qué le pasó por la cabeza a nuestro hombre durante ese periodo. Pero sí sé que sus hijos nunca supieron lo que pasó su padre durante la guerra y la inmediata postguerra. Fue un secreto que sólo lo desveló ese día de junio de 1977. Por esos años mucha gente quiso hacer borrón de lo ocurrido. Durante los últimos años mucha gente está reclamando saber más. Conocer lo que se ha ocultado por el régimen. Y lo que se guardaron por miedo quienes sufrieron la derrota y la represión. Se habla de una nueva generación, la de los nietos y las nietas de las víctimas, que ha decidido dar el paso adelante. Recuperar la memoria. Hacerlo es dar argumentos para conocer la historia. Eso es la memoria histórica.