Las noticias de la corrupción en el fútbol se suceden cada día. Paraísos fiscales, evasión de impuestos, apuestas deportivas, patrocinios sospechosos, tráfico de influencias, cobro de comisiones, amaño de partidos... Eso es lo que tenemos.
Estos días están de actualidad Sandro Rosell, en la cárcel por cobro de comisiones ilegales en actividades empresariales ligadas al fútbol; Leo Messi, condenado a prisión por delitos fiscales; Cristiano Ronaldo, acusado de delitos fiscales; el presidente del Elda y varios jugadores de la plantilla, pillados in fraganti por las apuestas deportivas. Mascherano, Xabi Alonso, Neymar..., tiempo atrás, involucrados en casos millonarios donde se esconde, se evade o se engaña.
Son unos ejemplos, los más conocidos. Y sólo de este país. El fútbol, un deporte que "nos han robado", como decían en su libro reciente Ángel Cappa y su hija María. Porque se ha mercantilizado a tal extremo, que son grandes corporaciones las que están detrás. Un negocio altamente lucrativo para todo tipo de empresas transnacionales, dirigentes deportivos, sociedades mercantiles intermediarias, asesorías jurídicas y fiscales, sociedades para blanqueo de capitales y hasta gobiernos dictatoriales que buscan blanquear su imagen.
Un deporte, el fútbol, que en este país está vaciando los campos de buena parte de los clubes. Que está alejando a quienes tradicionalmente se han dedicado a animar a sus equipos respectivos. Porque eso interesa poco, salvo el dinero. Los contratos de televisión, las ventas de camisetas o las promociones de cualquier producto son ahora el alimento principal. La parte que se vincula al mundo de las finanzas, la especulación, el blanqueo... Y aquí caben principalmente unos pocos clubes, que optimizan al máximo sus actividades económicas a costa del resto. Pero también caben clubes modestos, utilizados para actividades turbias, en algunos casos, que se sepa, vinculados a las mafias.
Mientras tanto, una masa anónima de cientos y cientos de millones de personas a nivel planetario consumiendo lo que echen. Pagando por ver la televisión, comprando camisetas, con diseños y colores cambiantes, con el hombre de sus jugadores favoritos, haciéndose con el producto más insospechado en forma de monederos, ropa interior, relojes, joyas, toallas... El fútbol-consumo, donde lo que prima es el triunfo por encima de todo, aunque sea a costa de la degradación del propio juego. El fútbol de mercenarios, que van de un club a otro, cobrando su parte correspondiente según su categoría y para beneficio de quienes controlan los hilos.
Y todo esto, sólo en el fútbol.