Fue la película que vi anoche por La 2. Nada nuevo que no sepamos, pero que lleva tiempo siendo el pan nuestro de cada día. El del capitalismo neoliberal. El mismo que inventaron en la década de los ochenta y que tuvo al Reino Unido, gobernado por Margaret Thatcher y su gente, como uno de los escenarios principales.
La película es un una inmersión en el mundo de la precarización del trabajo llevada a extremos inverosímiles. Tratada no sólo desde el último eslabón de la cadena, sino desde los inmediatos superiores. Donde se manifiestan los valores de la explotación en sí misma y la cosificación de sus víctimas, en buena parte inmigrantes. Pero no sólo, pues se asume que hacerlo es ofrecerles una tabla de salvación, un puesto de trabajo, la prosperidad que en sus países de origen no tienen... Aunque ello suponga salarios más bajos, contratos por horas o días, no pagar la seguridad social, largas jornadas laborales... Un mundo de permanente vulneración de la legalidad, donde incumplirla sólo implica una advertencia para quienes la llevan a cabo. Un mundo de mafias, organizada en sustratos, cada uno de los cuales se abre camino en el negocio no ya sólo a base de codazos, sino de otras formas de violencia cuando sea necesario.
Su protagonista principal es una mujer joven que trabaja en una empresa de trabajo temporal, pero que está cansada de estar sometida a la explotación y al acoso sexual de sus jefes. Decide por ello emprender con una compañera de piso su propia aventura empresarial en el mismo campo, lo que la lleva a reproducir lo que ya conocía, pero en unas circunstancias de mayor degradación, propia y ajena, porque ha de partir desde la misma ilegalidad y enfrentarse a engaños permanentes. Una nueva vida que la enfrenta a situaciones personales y profesionales desconocidas. A la aparición de problemas derivados de la falta de atención de su hijo se le une el alejamiento vital con respecto a su padre, un trabajador jubilado que defiende valores como la solidaridad de clase, los derechos laborales... Y todo, en un mundo que presume de ser libre. De ahí su título, En un mundo libre.
Ken Loach es un director prolífico. Atrevido, porque escoge temas que con el tempo han ido dejando de ser importantes para mucha gente. Radical, porque evita edulcorar la realidad y la muestra en su forma más cruda. Y ejemplar en su compromiso, por su denuncia permanente del sistema capitalista.