Ganó Pedro Sánchez. Perdió Susana Díaz. Lo que ha supuesto una clara impugnación al golpe de mano de octubre. La gestora, los barones y las viejas glorias han sufrido una derrota clamorosa. Pese al alarde de fuerza del aparato y la chulería de la candidata. Díaz entendió poco o nada cómo era el norte, creyendo que era como el sur. Sánchez, por su parte, ha sabido sacar partido a su papel de víctima, aprovechando el cabreo de buena parte de la militancia. La de a pie, no la que vive de la política y ocupa cargos remunerados.
Pero, ojo, habiendo recuperado la secretaría general, estando, pues, más legitimado para actuar, Sánchez corre un peligro: que acabe haciendo, en lo fundamental, lo que desean quienes han sido derrotados. Hacer algunos cambios para que todo siga igual. Seguir con eso del "no es no", pero llegado el momento, como está ocurriendo con la moción de censura presentada por Unidos Podemos, permitir que siga gobernando el PP. Como Sánchez, con su gente, se olvide de lo que declaró al final de año pasado en un conocido programa de televisión, donde reconoció que fue débil en su apuesta por un gobierno de izquierdas, malo. Porque al final todo acabaría siendo como antes. Al tiempo.