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jueves, 26 de enero de 2017
Franco y el medallón de la discordia
He leído que el medallón dedicado a Franco en la Plaza Mayor de Salamanca va a ser retirado. Por fin. La efigie del dictador lleva en ese lugar ocho décadas, las mismas que han pasado desde que instaló en la capital castellana su cuartel general una vez iniciada la guerra que ocasionaron militares, oligarcas y jerarcas de la Iglesia. Una imagen que fue pasando a través del tiempo, entre arrogante e inadvertida, mientras ejerció su ordena y mando, pero que fue provocando cada vez animadversión desde que el régimen empezó a tambalearse. Por eso empezó a recibir los impactos de armas tan poco letales como son los huevos y, después, las pinturas de colores diversos. Empero, la resistencia por parte de las autoridades correspondientes a retirar el medallón ha sido tenaz. La ciudad y la comunidad autónoma llevan mucho tiempo en manos de quienes han heredado el espíritu de una línea del tiempo que viene de lejos. Contaba mi madre que Salamanca capital no había sido nunca franquista, sino conservadora. Una forma de decir que su apoyo a Franco lo fue más por lo que defendió frente a la antítesis de lo conservador, léase esto en sentido amplio como lo progresista. El caso es que el medallón ha durado por los decenios de los decenios hasta que se ha tomado una decisión "técnica" de una instancia de la Junta de Castilla y León. Un año ha tardado en responder a la petición de los grupos de oposición de un ayuntamiento en el que el PP sigue dando muestras de sus esencias. Pero tengo la impresión de que la decisión se ha tomado por los pelos, aun cuando haya sido unánime. Me explico: se apela a la conocida como ley de Memoria Histórica y se especifica también que el medallón no se encuentra entre las excepciones que se contemplan en ella, como puede ser el mérito artístico. Lo dicho, por los pelos. ¡Ay, mi Salamanca!