El
recuerdo.
No imprimí palabras ni estampé colores sobre el papel.
Tampoco imaginé notas ni rasgueé cuerdas
que
pudieran hacer vibrar el espacio y su aire.
Sólo, el
recuerdo,
que sigue vivo.
El reguero
de gente,
de muchos miles caminando.
El
silencio, como fondo.
Lágrimas
purificadoras.
El ímpetu
contenido.
Y, eco del
país hermano,
claveles,
muchos claveles rojos,
que al
final fueron cayendo sobre el ataúd,
acompañados
de la melodía que une a los parias de la Tierra.
Eso fue lo que vi en
una ciudad pequeña.
Ese fue el homenaje
a uno de los cinco.
Más grande
fue lo de la capital,
en número,
en dimensión,
pero en
emoción fue lo mismo.
No fue
Tánatos lo que llegó,
sino la
muerte con una furia desmedida
y alimentada
por el odio que llevaba impune muchos años.
Cuarenta
años han pasado
y todavía
la emoción me sigue embargando,
aunque sea
contenida.