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miércoles, 4 de octubre de 2017
Un discurso real, pero irreal
Eso es lo que me ha parecido el discurso de anoche de Felipe VI. Real, como le corresponde a su condición privilegiada, e irreal, porque no ha sabido siquiera diagnosticar adecuadamente la realidad. Similar, en fin, a los pronunciados el lunes por Soraya Sáenz de Santamaría y Mariano Rajoy. Defender un estado de cosas político, basado en la Constitución de 1978, que en Catalunya ya se ha superado. Defender que para su mantenimiento sólo sirve la espada, aunque ahora la porten policías nacionales y guardias civiles frente a una ciudadanía desarmada y con voluntad de actuar pacíficamente. Creer que se tiene derecho a imponerse sobre la mayoría de la ciudadanía de un territorio porque desde el resto de la ciudadanía del estado se defiendan otras posiciones. La monarquía representa lo más rancio de una tradición larga y compleja. Sirvió para transitar de la dictadura franquista a lo que hoy se denomina régimen del 78. Aunó a los sectores del franquismo que se reconvirtieron en demócratas y a amplios sectores de la oposición que acabaron denominándose juancarlistas. Destapado el fraude vital del actual rey emérito, su hijo ha intentado pasar desapercibido. Llegado un desafío de altura, ayer buscó representar lo que su padre ya hizo un 23 de febrero y le permitió consolidarse en el trono. Pero ha cometido un error: pretender equiparar a un pueblo movilizado con los golpistas de 1981. Lógico, de todas formas, porque es consciente que se está jugando el trono.