Ayer estuve -con José Manuel, Teresa y Felisa- en Trebujena. Un pueblo singular. Allí IU -y antes, el PCE- arrasa en las elecciones, unas tras otras. Es un claro reflejo de su historia luchadora, la de sus gentes, en su mayoría humildes, que no se resignan. Gentes del campo, del río y la marisma. El lugar donde allá por 1983 Rafael Alberti recibiera el galardón municipal del racimo de oro. El poeta portuense que fue compañero de María Teresa León. Y ayer la hija de ambos, Aitana Alberti León, estuvo en la sala cultural ubicada en el Castillo de los Guzmanes presentando dos libros. Uno, de su madre, La memoria dispersa. Otro, suyo, Inquilinos de la soledad.
Aitana vive desde hace treinta años en La Habana, donde desarrolla una triple labor literaria: creativa, editorial y también recuperadora de la obra y memoria de su madre. María Teresa León es una escritora poco conocida y reconocida. En parte ha sido oscurecida por el gigante Rafael, aunque mantiene abierto un pequeño hueco en la historia literaria de nuestro país. Y esta insuficiencia es la que ha llevado a su hija a dedicarle parte de su tiempo para reivindicarla. Aitana habló de ella con cariño, con mucho cariño, y dejó traslucir la riqueza de sus vivencias propias y familiares, producto del lugar privilegiado de estar en primera fila de la literatura y la lucha por la vida.
De La memoria dispersa, con selección de textos de la propia Aitana, nos explicó el porqué de las dos partes, que ha llamado tiempos, en que ha dividido el libro: el de la guerra y su recuerdo en el exilio, en forma de pequeños escritos, del que nos leyó uno dedicado al Che cuando su muerte; y el de la creación literaria durante el exilio, con unas breves piezas de teatro inéditas destinadas para la radio. De María Teresa León ensalzó haber sido una mujer adelantada en su tiempo: valiente, rompedora en las formas y revolucionaria en la vida, y a la que acompañó siempre una gran sensibilidad. La misma que la llevó a escribir cosas como que había que volver "al abecedario del amor al prójimo" o que escribía una prosa lírica. Por todas esas cosas nos recomendó la lectura de sus libros -por mi parte ya he leído dos: Una estrella roja y El soldado que nos enseñó a hablar- y especialmente su Memoria de la melancolía.
Inquilinos de la soledad recoge tres relatos breves de la propia Aitana Alberti León, un libro ya editado en Cuba hace siete años. El titulo alude, según sus palabras, a unos versos del poeta argentino Juan Gelman. Una alusión a quienes se ven en la obligación del exilio y tienen que pagar a la fuerza un alquiler no deseado.
El acto celebrado ayer en Trebujena estuvo inscrito dentro de la gira organizada por la editorial Atrapasueños y el PCE, con un recorrido por distintas ciudades españolas. Fue bello y emotivo. Previamente a Aitana intervinieron Julia Hidalgo, Fernando Macías, Elena Cortés, Felipe Alcaraz, José Luis Centella y Jorge Rodríguez, el alcalde del municipio. Todos, del partido comunista, señalados dirigentes, aunque algunos, como Macías y Alcaraz, con una trayectoria literaria al menos digna, lo que dejaron traslucir en sus palabras. No faltó la voz de Lucía Sócam, que cantó con su guitarra varios poemas de Rafael y de Aitana. Y tampoco faltó mi reencuentro con viejos compañeros de cuando me movía por los andurriales de IU: el propio Fernando, Manolo, Chuche...
He dejado para el final el canto a la cultura que hizo en su intervención Aitana. A la cultura de verdad, que contrapuso a la banalidad de unas formas que se presentan como cultas y no lo son, a lo que llamó cultura de la chatarra -el equivalente, quizás de origen cubano, a nuestra basura. Vino a decir que igual que la comida chatarra enferma el cuerpo, la cultura chatarra hace lo propio con el cerebro.
La cultura nos hace libres, lo otro, nos convierte en gente esclava.