Hacía años que no iba a una sala comercial de cine. Los deuvedés, la televisión e incluso internet han ocupado los medios por los que voy viendo películas. De esa forma me he ido perdiendo estrenos. Aunque veo menos cine que cuando era joven. Entre otras cosas -quizás, sobre todo-, porque me gustan menos las películas que se hacen. Anteayer, rompiendo con esa inercia, estuve en una sala viendo Pacto de silencio, de Robert Redford. Hace unos días leí en la prensa de su estreno reciente en España -ignoro el porqué de su retraso de un año- y me llamó la atención su contenido. Por esa razón aproveché la oportunidad del fin de semana en Salamanca, volviendo de nuevo a los queridos Cines Van Dyck, tan frecuentados por mí durante los años de juventud.
En gran medida la película se ajustó a lo que preveía. Cine político, dentro de la tradición de cine estadounidense, y una historia bastante reconocible por una generación que ya ha envejecido, si no fenecido en una buena parte. Los años sesenta y parte de los setenta dieron lugar a una pléyade de creaciones culturales y políticas que reaccionaron contra un mundo tremendamente injusto. En muchos casos buscaron renovar, cuando no revolucionar, la forma de actuar y entender el mundo, incluso cuando criticaron viejos esquemas fracasados, anquilosados o simplemente inservibles. EEUU, centro de gran imperio del mundo occidental, fue uno de los epicentros de lo nuevo. La guerra de Vietnam marcó a toda una generación, que vio en ese horrendo acontecimiento la prepotencia descarada de los poderes para hacer y deshacer a su antojo, sin importar los costes. Hubo cientos de miles de víctimas mortales, si no millones, en ese país asiático y su entorno, pero también, aunque en mucha menor medida, no faltaron los dramas personales de jóvenes estadounidenses reclutados para cumplir los designios de sus gobernantes y de quienes hacían -como lo siguen haciendo ahora- de la guerra un negocio lucrativo. Es en ese contexto donde surgió en EEUU un grupo de izquierda radical, The Weatherman, que inicialmente desarrolló una estrategia pacifista, para acabar derivando a lo que por entonces se denominaba como propaganda armada: la explosión de artefactos en lugares emblemáticos del poder político y económico, si bien evitando que afectara a las personas.
Pacto de silencio se basa en lo que queda de la experiencia de varios de los integrantes de ese grupo, involucrados en una acción que acabó con la vida de un vigilante jurado. Ignoro si fue real, pero Redford, siguiendo la historia construida por Neil Gordon en su novela homónima, lo pone como el hecho que marcará durante unas tres décadas la vida de varios militantes. El devenir de sus vidas irá cambiando, buscando cada cual su propio camino y en algunos casos llegando a cambiar su identidad. Al margen de las circunstancias que originan que ese pacto de silencio se vaya rompiendo, a lo largo de la película se pueden ir viendo las reflexiones personales sobre el pasado, el grado de alejamiento de lo que pensaban y hacían en su juventud, e incluso la necesidad o no de seguir peleando por cambiar el mundo. Reflexiones muy recurrentes en la vida diaria, usadas también en el mundo del cine y la literatura -me ha venido a la memoria Las razones de mis amigos, novela de Belén Lopegui y llevada al cine por Gerardo Herrero-.
Redford ha hablado de la película (El País, 31-10-13) y desde ella ha hecho un guiño a las gentes de esa generación que participaron en el anhelo común de hacer un mundo mejor para todo el mundo. Nos muestra del protagonista de la película, que él mismo interpreta, su parte de autocrítica y su intento de aclarar las cosas para hacer justicia a quien fue víctima de una acción que acabó siendo mortal. Pero mantiene lo que llama el compromiso ético. El personaje de Jim Grant, un viejo activista weatherman, ahora abogado de gente de pobre y padre de una hija preadolescente, no ha renegado de sus sueños, aun cuando los tiempos hayan cambiado. En cierta medida parece el alter ego del propio Robert Redford, veterano actor y director, vinculado al progresismo de su país. Sólo en parte. Él mismo ha reconocido que, sintiéndose identificado con el grupo, no formó parte de él: "cuando el movimiento surgió yo tenía mis obligaciones -mi carrera, mi familia- que no me permitieron unirme a ellos, pero les admiraba y apoyaba su causa".
Existe un paralelismo entre esta obra y Los miserables de Victor Hugo. La carga del pasado y los personajes centrales están presentes. Para Redford, también está la idea de la redención para poder aprender de los errores, la misma que lleva a Sharon Solarz -interpretada por Susan Sarandon- a decidir entregarse o a Jim Grant a buscar a su antigua compañera, Mimi Lurie -encarnada por Julie Christie-. Pero marca una diferencia sustancial: dice que en su país eso se hace poco. Y, por supuesto, menos desde quienes ostentan el poder. Así se entienden sus palabras "Yo también pensaba que Vietnam era una guerra construida falsamente por gente que no iba a lucharla. Como pasó después en Irak". Y es que "Estados Unidos nunca aprende". Por mi parte añado: aquí, tampoco.