Mi padre fue maestro desde 1961 hasta su jubilación en 1979 y nunca le escuché nada acerca de la tenebrosa función que tuvo años atrás. Sólo recuerdo las palabras de uno de sus maestros, quizás de don Secundino, sobre la explosión de una bomba, ya en la postguerra, en una de las alcantarillas del entorno y que afectó a un niño. He consultado los libros que tengo relacionados con la Guerra Civil y la represión habida en Salamanca, pero en ninguno se hace mención a lo ocurrido en lo que fue mi colegio. Ignoro cuándo se ha sabido y dónde está documentado, pero lo cierto es que los pasillos, las aulas y el patio habían sido un lugar de represión.
Tengo el recuerdo de esos espacios. Los pasillos donde cada mañana, a primera hora, nos ponían en fila para cantar el "Himno Nacional" con la letra de Pemán, en la sección de niñas y párvulos, y el "Cara el sol", finalizado con el "¡España una, España, grande y España libre", en la de niños. Esas aulas donde aprendíamos de letras y de números, pero también rezábamos y memorizábamos el catecismo, sin que faltara un frío de miedo durante los meses de invierno. Y ese patio, el espacio de mayor libertad, donde jugábamos a fútbol con una pequeña pelota verde, la que nos regalaban con los zapatos "gorila".
Nunca pude imaginar que ese frío tuvieron que padecerlo en una dimensión mucho mayor quienes sufrieron la persecución del fascismo. O que el patio apenas fuera un lugar para dar vueltas en círculo bajo la atenta mirada de guardianes cargados con sus fusiles.