La obra nos sitúa en el tiempo de Aznar como jefe de gobierno, como delata su voz a través de la radio. El momento en que se inicia la eclosión de la recuperación de la memoria histórica. Protagonizada en gran medida por los nietos y las nietas de quienes habían quedado en el olvido. Esas personas que fueron ejecutadas, pasaron por cárceles, se les obligó al exilio, sufrieron cualquier otro episodio represivo, acabaron enterradas en fosas comunes o siguen desaparecidas. Las mismas a las que todavía hoy denuestan quienes glorifican al que fue el verdugo supremo.
Y es que el pasado, aunque se pretenda que se acabe, acaba persistiendo, porque (nos) queda la memoria. Tozuda, pero necesaria. La obra, inspirada en las vivencias de la abuela del autor, nos cuenta una historia que resulta similar a tantas que así ocurrieron. Porque, como señala el título, muchas rojas (como tales, hijas, esposas, novias, madres, abuelas...) fueron motivo de escarnio cuando se les cortó el pelo, fueron paseadas por las calles, se les obligó a ingerir aceite de ricino, fueron violadas, les robaron sus hijos o hijas... Encarceladas o no, ejecutadas o no, fueron víctimas de la represión como lo fueron sus maridos, hermanos, padres, abuelos, novios...
Es la estremecedora obra Las peladas (Soledad de ausencia), escrita y dirigida por David Roldán-Oru, puesta en escena por la compañía Las ansiadas producciones. Lo que vimos ayer en el Teatro Moderno de Chiclana.