En 2014 publiqué una entrada que titulé "Lo que siguió al 12 de octubre de 1492". Refleja mi posición ante lo que se festeja en este país como su día nacional. El día de la llegada a una tierra extraña que da comienzo a una conquista. Las conquistas suelen ser cruentas. Tienen como objetivo principal la obtención de los recursos naturales, aun cuando suponga el expolio más atroz; conllevan la explotación laboral de la población autóctona o, llegado el caso, de la que se lleva forzada para sustituirla; pueden provocar genocidios cuando las condiciones se tornan extremas, hasta, a veces, hacer desaparecer a poblaciones enteras; pueden suponer la conversión forzosa a una religión extraña a la población que allí vivía... Y como resultado, la destrucción de lo existente y con ello la deestructuración de las sociedades y culturas anteriores.
Nada de lo antes expuesto es ajeno a lo que ocurrió en lo que hoy llamamos América. Un inmenso continente, formado a su vez por tres subcontinentes y extendido de norte a sur, llegando cerca de los respectivos polos del planeta. Un continente que hace cinco siglos empezó a conocer la llegada masiva de población procedente de Europa con la intención de ser colonizado. Estados como el castellano, el portugués, el francés, el inglés o el holandés se fueron instalando y fueron conformando diferentes formas de explotación del territorio y de sus gentes. Sus consecuencias, siendo variadas, supusieron enormes beneficios para las metrópolis respectivas y enormes perjuicios para las poblaciones autóctonas.
Un continente que está formado actualmente por un abanico de estados que acogen en su interior una amalgama de grupos raciales perfectamente jerarquizados. Grupos que se han ido superponiendo, mezclando y desplazando a lo largo del tiempo, desde la gran variedad de pueblos indígenas hasta las poblaciones de origen europeo llegadas en diferentes olas migratorias, pasando por las poblaciones llevadas a la fuerza desde el continente africano o llegadas en busca de trabajo procedentes de Asia. Y también, por supuesto, esas categorías intermedias que en otro tiempo fueron producto de mestizajes raciales, en los que casi siempre predominó el elemento blanco-europeo y masculino. Múltiples combinaciones que dieron lugar a lo mestizo, lo mulato, lo zambo, lo cuarterón, lo cholo...
Hace unos días el presidente de México, Andrés Manuel López Obrador, pronunció unas palabras dirigidas al jefe del estado español para que pidiera perdón por el papel que jugó nuestro país en la conquista y colonización de su territorio. La reacción en la mayor parte de los grupos políticos y de los medios de comunicación ha sido unánime y airada, sintiéndose ofendidos por lo que consideran una afrenta contra nuestro país. Porque, según han respondido, no hay nada que perdonar. Bien porque eso ocurrió hace cinco siglos, en la postura más moderada, o bien porque nada malo hubo en nuestra llegada y presencia, sino todo lo contrario, como le gusta presumir al actual líder del PP.
Puede dar la sensación de que López Obrador ha errado en el momento. Porque estamos en pleno fragor de la lucha contra ese enemigo interior que es el nacionalismo catalán, el mismo que está poniendo en peligro la unidad de España. Y estamos, por ello, en pleno fervor patriótico, español, por supuesto. Y tal está la cosa, que los tres partidos de la derecha tildan de traidor al que hoy gobierna el estado por su relación con los separatistas. Y tal está también, que este último partido, que durante un tiempo habló de lo plurinacional, lo federal y el diálogo, ha acabado dejándolo atrás para acabar escenificando su profunda españolidad con un fondo de banderas monárquicas y europeas.
No han faltado algunas voces del mundo de la cultura que se han unido a ese coro que clama contra el presidente mexicano. Como, a modo de ejemplos, la de Mario Vargas Llosa, peruano de origen, con su "tenía que haberse enviado la carta a sí mismo"; la del nicaragüense Sergio Ramírez, para quien "el problema (...) no es del pasado"; o la de ese cantor de las hazañas imperiales llamado Arturo Pérez Reverte y su "que se disculpe él", que ha acompañado de insultos de la índole de "imbécil" y "sinvergüenza".
Y en medio de estas muestras de soberbia, me quedo con lo que hace años dejó escrito otro escritor, el uruguayo Eduardo Galeano: "La aventura de la usurpación y el despojo no descubre: encubre".
(Imagen: mural "La conquista de México", de Diego Rivera)