Luz trémula
La luz
trémula se confunde con la atonía de la tarde. Todo gira como metafísicamente
alrededor de una misma órbita y salir de ella supone enredarse en una madeja
que lo impide. Aquí y allá todo es lo mismo, roza con la esquizofrenia, la locura,
la neurosis, el hastío. La risa burlona, que escondida mira a través de una
ranura desde la oscuridad, se escucha como un eco lejano que nunca cesa. La
sombra destaca como el único elemento dinámico que acompaña al hombre que
habita ese mundo. Todo en apariencia está tranquilo. Pero nadie sabe que detrás
de todo ello se encuentra un verdadero mar de tormentas, rayos, truenos, olas y
remolinos. Esta metáfora de un mar violento no es sino la traducción de algo
real: en el interior de ese hombre se libran arduas batallas y la atmósfera que
le rodea y le da vida está infectada. Guerra interna e infección es su más
sencilla descripción. No hay ruidos, existe el más profundo silencio, un mismo
sordo apenas notaría diferencia entre esto y el más infernal de los ruidos.
Pero, sin embargo, el oído, como recordando ancestrales sonidos, percibe un
agudísimo silbido con cierto aire de ciencia-ficción. Lo demás todo es igual,
pues llueve, se nubla el día, hace sol, frío, calor, el viento se agita, hasta
la misma agua se congela… Describir todo esto, haberlo conocido antes, confiar
en que alguien lo comprenda supone una misma cosa y una realidad común, la de
todas la personas, miles, millones, que habitan en este planeta y viven como
amuralladas en muros no de piedra, sino de silencio, nebulosos, casi
imperceptibles.
(1-10-1981).