Conozco a Antonio desde hace bastantes años. Personalmente y en lo que se deriva de su actividad pública. Entre otras tantas, relevante ha sido el papel que ha jugado en su municipio, Conil de la Frontera, como alcalde durante nada menos que 17 años. Me consta su altura moral como persona y en ello entra su coherencia entre lo que ha predicado y lo que ha hecho a lo largo de su vida. Inmerso en el mundo de la política desde muy joven, durante unos años la acompañó con una labor profesional en el campo de la docencia, hasta que, por incompatibilidad vital, tuvo que tomar la decisión de dejarla durante un periodo largo. Desde 2015, empero, volvió a las aulas pudiendo recobrar más tiempo para lo que quizás sea su afición favorita: la lectura y la escritura. Algo que, por otro lado, nunca había abandonado y que ahora, ya jubilado, ha intensificado.
Según iba leyendo la novela me encontré con varias cosas reconocibles. Una, el paisaje, el natural y el urbano, por donde discurren los personajes, con el acantilado que marca el punto simbólico de la trama. Su descripción ayuda a que, quienes lo conocemos, podamos sumergirnos más aún en el relato. Algo que, en mi caso, ha tenido la casi coincidencia de haber paseado por el entorno de ese "abismo de los límites" durante el mes de octubre pasado.
También me resulta reconocible la personalidad de su protagonista, Zájara, el jefe de la policía local, al que gusta señalarlo como inspector. A través de su forma de entender la vida, incluido su amor por los libros, me parece estar viendo el alter ego de Antonio. Algo que, en parte, le viene de sus raíces y de su entorno familiar y de amistades. Y algo que le viene también de sus lecturas y en ellas las del género policiaco, sobre las que menciona en el libro a algunos autores conocidos.
Y por supuesto resulta reconocible el contexto socio-político en el que se desarrolla la trama. No tanto lo propiamente coyuntural, pues está situada en los prolegómenos y desarrollo de la pandemia del covid-19, como el contexto más amplio de la contemporaneidad de las tres últimas décadas vividas en nuestro país. Y en ello Antonio es un gran conocedor -quizás, el que más- de las interioridades de ese microcosmos que conforma la ciudad que no menciona en la novela, pero que sabemos que es Conil de la Frontera.
Tantos años al frente de ella, defendiendo un modelo de gestión, y hasta de transformación, en el que primó -y sigue primando por quienes le han sucedido- lo público sobre lo privado y lo respetuoso por la naturaleza sobre lo depredador, le han permitido crear un relato más que interesante. La trama y la estructura narrativa nos llevan a un mundo que, siendo de ficción, se hunde en las raíces de la realidad. Nada de lo que cuenta resulta fuera de lugar, independientemente de los aspectos novelescos de la historia.
Estamos ante un crimen inserto en un episodio de corrupción urbana y financiera -¿real, no?-. Y el aderezo de una relación afectiva acabada, que lleva a que su autor decida castigar a su mujer a través de la muerte de su amante -¿real, no es así?-. A lo largo de siete capítulos se van desentrañando los pormenores de la novela, empezando por el momento y el lugar -el acantilado- del crimen que da origen a la trama, siguiendo con los protagonistas y culminando con "la nada vacía" hegeliana, en la que "se puede ver esta noche cuando uno mira a los seres humanos a los ojos".
Recomiendo la lectura del libro, en cuya parte final aparece un atisbo de otros en la misma línea: "Mañana será otras historia". No estaría mal que Antonio, a su manera, pretendiera hacer de su ciudad innombrable y de su inspector Zájara lo que Andrea Camilleri hizo con su Vigata siciliana y el célebre comisario Montalbano.