Podrían ser
las nueve y media de la noche. Menos papá y mamá, que solían hacerlo antes,
estábamos cenando mi hermano, mi hermana y yo mientras veíamos el telediario. Se
oyó el timbre de la puerta y de inmediato sentimos cierto encogimiento, a la
vez que nos miramos fugazmente, quizás buscando información por lo que pudiera
ocurrir. No sé qué pasó por la cabeza del resto, pero estoy seguro que pesaba
el recuerdo de no hacía tres meses antes, cuando de madrugada llegó la policía
a casa para llevarse a mi hermano. No era normal que alguien llamase a la
puerta a esas horas y menos en el invierno que acababa de llegar. Sí lo eran
las llamadas telefónicas, que abundaban en mi casa a lo largo del día, incluida
la noche. Pese a la brevedad de ese instante, fue mi hermana la que se levantó
rauda, como solía hacerlo en casi todo, para abrir la puerta. Pronto volvió a
entrar en el comedor y se dirigió a mí para decirme: “Es para ti”.
En la
puerta de casa estaba ella, a la que hice pasar al despacho, que estaba situado
al lado, frente al propio comedor. Sorprendido por la visita y todavía
impactado por lo que pudiera haber sido, no sé si mostrando mi nerviosismo,
procuré mantenerme tranquilo. Con su voz tenue y su aspecto tranquilo me habló
del motivo de su visita: “Mañana va a llegar una camarada de Valladolid. Tiene
problemas con la policía y va a pasar unos días aquí, aunque no se sabe
cuántos. Hemos pensado que podría estar contigo en el club del barrio. Mañana
mismo te avisaré para presentártela y así podréis quedar”. Apenas emití alguna
palabra que no fuera el simple asentimiento a lo que me dijo. La conversación
fue corta y en poco tiempo se fue.
Cuando
regresé al comedor, lo primero que hizo mi padre fue preguntarme quién era. No
me resultó difícil contestar, improvisando un asunto que podía ser creíble: “Era
una compañera del Femenino. Ha venido por lo de las actividades culturales que
organizamos entre los dos institutos”. No fue una respuesta descabellada, pues
yo estaba metido en esas cosas de las actividades culturales y además de los
dos institutos, el Masculino y el Femenino. Sabía también que los sábados por
la mañana iba a la residencia de las monjas de la avenida a ver la películas
del ciclo de cine que habíamos organizado. Lo que no era verdad era que ella se
dedicase a esas actividades y fuese del grupo de cine, y menos que la razón de
su visita hubiera estado relacionado con eso. Pero como se trataba de salir del
paso, creo que la respuesta fue convincente y mi padre no fue más allá en sus
preguntas o en mostrar su curiosidad por saber más.
Distinta
fue la reacción de mi hermano, que un poco más tarde, cuando nos quedamos a
solas, se puso muy serio conmigo para echarme una pequeña reprimenda: “No debía
haber venido a casa y menos a esas horas”. Resultaba evidente que no fue idea
mía y que fui el primer sorprendido, por lo que le contesté algo así como: “Y yo
qué sé. No ha sido cosa mía”. “Pues diles que eviten venir a casa a esas
horas”, me replicó.
Sé que mi
hermano se encontraba todavía bajo el golpe de su detención y posterior
encarcelamiento. También de su marcha de casa hacía pocos días, tras la muerte
de Franco, como medida preventiva por si la policía llevaba a cabo una redada
dentro de lo que se había llamado “operación Lucero”. Quería evitar también que
en casa hubiera más malestar del que ya se había creado por todo eso. No dejaba
de estar preocupado, aunque no tanto por lo que le ocurrió a él personalmente como
por el hecho de que su libertad provisional le había costado a la familia el pago de una
fianza de bastante elevada. Sé que sufría, como
también lo hacia por la presión que ejercía papá para que dejara de “meterse en
líos”. Era una situación dura, donde tomar una decisión era un verdadero dilema.
Elegir entre el compromiso político y la familia resultaba bastante doloroso.
Al día
siguiente me vi con ella durante la hora el recreo de media hora que teníamos a
las once. Como los dos institutos estaban contiguos y coincidían en los
horarios, era normal que nos viéramos frecuentemente, casi a diario, aunque
evitando que fuera todo el tiempo. Era a la vez una medida de seguridad y una
forma de mantener relación con otra
gente. Teníamos por norma vernos nada más que lo imprescindible los miembros de
la célula de "la Joven" que formábamos entre los dos institutos, para así poder pasar
desapercibidos. De esa manera también podíamos realizar lo que llamábamos “trabajo
de masas”, que consistía en estar con la gente normal, la de la calle. Una
forma de ser como ella y sentir cómo vivía, como un medio de captación para los círculos en
los que nos movíamos políticamente. Se veía mal que estuviéramos solos por
nuestra cuenta, lo que no era ni útil ni seguro, excepto en lo necesario. No se
veía bien tampoco estar con la gente de otros grupos políticos, en especial con
la de "las Jotacé", de las que decíamos que sólo les iba lo de
hablar y discutir. Era nuestra forma de actuar, coherente con las intenciones,
aunque, hay que decirlo, resultaba difícil de cumplirla a rajatabla.
(12 de mayo de 2013)