He estado esperando a conocer más y mejor sobre lo ocurrido en las elecciones presidenciales de Honduras celebradas el último domingo de noviembre. Las denuncias de fraude, realizadas por la oposición, parecen más que consistentes. Ya desde el primer momento surgieron después que, sabiendo cómo iban los resultados con algo más de la mitad del recuento de los votos, los datos que empezó a mandar el gobierno fueron invirtiéndose. Hasta ese momento parecía clara la victoria de Salvador Nasralla, candidato de la Alianza Opositora. Finalmente, desde el gobierno se ha dado como vencedor a Juan Orlando Hernández, presidente del país y candidato oficialista. Las denuncias de fraude, manipulando actas mediante distintas formas (no ha faltado la resurrección de personas fallecidas), han sido continuas y tienen un elevado grado de verosimilitud.
Los organismos encargados del recuento, sin embargo, no han sido capaces de dar una respuesta satisfactoria a lo ocurrido. El Tribunal Supremo Electoral, presidido por un militante del Partido Nacional, que es a su vez parte del bloque oficialista, ha anunciado el triunfo de Juan Orlando Hernández. Los datos que ha aportado le dan una ventaja de algo más de 50.000 votos, que suponen un 1,6%. Diferencia menor a las anunciadas días atrás, pero altamente cargadas de sospecha.
Tal están las cosas que ayer la OEA, nada sospechosa de estar del lado de los grupos de oposición, ha reconocido que los comicios han estado faltos de "garantías y transparencia", planteando incluso su repetición.
Honduras ya conoció en 2009 un golpe de estado que depuso al presidente Manuel Zelaya, apoyado por los grupos de izquierda y populares. La mano oculta del imperio estuvo detrás y no faltó la represión, si bien no tan extrema como la habida en América Latina en otros tiempos. Hoy, de nuevo, el imperio ha vuelto a actuar. Sigue haciendo todo lo posible para detener el ciclo de gobiernos progresistas en el continente y con ello cortar el último proceso de liberación, inaugurado en Venezuela en 1998.