Enfrente se han encontrado, en la segunda vuelta de las elecciones, a Alejandro Guillier, candidato de Nueva Mayoría, una amalgama de grupos de centro-izquierda, heredera de la vieja Concertación basada en la Democracia Cristiana y el Partido Socialista.
En términos porcentuales, una diferencia apreciable: de diez puntos. Vistas así las cosas, se puede deducir que lo ocurrido en Chile es una muestra más del retorno al conservadurismo en el continente latinoamericano.
De entrada, la participación electoral ha sido bastante baja: en torno a 6,5 millones de votantes, sobre un total de 14,3. Esto es, el 44% del censo, algo menos que en la primera vuelta, donde se alcanzó el 46,6%.
En noviembre Piñera obtuvo 2,4 millones de votos, siendo la suma de los tres candidatos de la derecha de 3'3 millones. El domingo consiguió más, con un plus de casi medio millón de votos hasta alcanzar casi los 3,8. Una situación distinta a la de Guillier, que ha visto cómo la suma de votos de los candidatos de centro-izquierda e izquierda en noviembre, de casi, 2,3 millones, se ha mermado en algo más de 100.000.
El
candidato de Nueva Mayoría obtuvo en la primera vuelta el 22,7% de los votos,
2,5 puntos más que Beatriz Sánchez, candidata del Frente Amplio, una coalición
electoral muy variada con un programa netamente de izquierdas. No sé hasta qué punto,
de haber superado Sánchez a Guillier, hubiera obtenido mejores resultados. Y es
que la pregunta que se hace mucha gente es por qué la participación ha sido tan
baja. Por qué en un país donde la desigualdad social es tan elevada, se tiende
a un retraimiento electoral tan elevado.
Todo ha seguido igual y la desazón es una de las consecuencias de grupos políticos y gobiernos que siguen pensando en mayorías al margen de los intereses de quienes tienen menos. Chile sigue siendo el laboratorio político de cómo hacer que quienes tienen más, sigan engordando sus cuentas, dejando que el libre mercado haga los (des)ajustes necesarios. Y el presidente que repite, como estrella.