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martes, 29 de marzo de 2011
De casta le viene al galgo
“Hay quienes dicen que estamos locos por inaugurar un aeropuerto sin aviones. No han entendido nada del acto. Este es un aeropuerto para las personas. Durante un mes y medio, cualquier ciudadano podrá visitar esta terminal o caminar por la pista de aterrizaje. Algo que no podrían hacer si fuesen a despegar aviones”. Así de rotundo se expresó el domingo Carlos Fabra, presidente de la diputación de Castellón, cuando inauguraba con el presidente de la Generalitat valenciana, Francisco Camps, el aeropuerto. No puedo salir de mi asombro. Si no fuera porque, según sus palabras, se han gastado 140 millones de euros (casi 25.000 millones de pesetas), podría calificarse de surrealista. Mientras tanto, siguiendo su discurso, están haciendo las gestiones “para poder volar”. A todo esto habría que añadir entre 4,5 y 5 millones de euros anuales en gastos de funcionamiento, que asumirá una empresa participada por la Generalitat y la diputación provincial. Y no pasa nada. “Está muy bien”, “es muy bonito”..., es lo que decía la gente en la inauguración. Fabra es miembro de una familia que lleva instalada en la diputación de su provincia desde el siglo XIX, unida por un hilo conservador, por supuesto, que arrancó antes de 1869 con la Unión Liberal, le siguió con el Partido Conservador durante la Restauración, la CEDA en la II República y el Movimiento franquista, y ha culminado por ahora con el PP de nuestros días a través de nuestro protagonista. El mismo que está inmerso en graves acusaciones de delitos fiscales, tráfico de influencias y cohecho. El mismo que, feliz por su protagonismo, soltó a sus nietos un para mí nada inocente desliz: “¿os ha gustado el aeropuerto del abuelo?”.