Es Vitoscha para los sofietzi algo así como su montaña sagrada. Es frecuente en las grandes ciudades tener un pulmón que sirva para oxigenarse de las cargas que lleva consigo estar sometido a la presión ambiental de millones de almas, miles de automóviles, trabajo diario, ruido de “civilización”, contaminación del medio, stress… Aunque Sofía no es una ciudad donde esos elementos sean dominantes, porque conserva parte de la herencia del pasado y ha sabido crear unos cánones urbanísticos menos salvajes que los de las grandes ciudades del mundo capitalista, bien es verdad que al cabo de una semana laboral de 5 ó 6 días se ansíen los momentos de descanso y esparcimiento. Y qué mejor lugar para hacerlo que esa montaña privilegiada donde a las nieves del invierno se le unen la permanente presencia de los pinos, robles o cedros que se reparten por doquier o las rocas graníticas desnudas o tapadas de verde y blanco, según dicte el tiempo, todo ello enmarcado en las pendientes que se alzan arriba y abajo y que ofrecen a los ojos del que las mira el encanto y la grandeza de la madre naturaleza.
(Sofía, 3 de marzo de 1984).