viernes, 12 de mayo de 2023

Por el Spaccanapoli


Se dice que el corazón de Nápoles se encuentra en el Spaccanapoli, que suele traducirse al castellano como Rompenápoles. Está situado en el entorno de lo que fueron los decumanos máximo e inferior (es decir, con orientación de este a oeste) en la antigua ciudad de Neápolis, fundada en la época de la Grecia Antigua y posteriormente romanizada. El primero de esos decumanos se corresponde con la actual Vía del Tribunali, y el segundo, sobre todo, con la Vía Benedetto Croce, estando, a su vez cortadas de norte a sur por pequeños callejones, que fueron los antiguos cardos romanos. 

 

Y en ese espacio es donde se concentran numerosos monumentos, en su mayoría antiguos monasterios con sus iglesias, y establecimientos de todo tipo. En ese espacio reducido la vida hierve con una gran intensidad, ante la ingente aglomeración de personas que por allí transitan y la enorme cantidad de de sensaciones que se percibe cuando paseas por sus calles. Algo que realizamos en dos ocasiones, entre la tarde de un día lluvioso y la mañana del siguiente, ya con el cielo despejado y, en cierta medida, con la premura del tiempo. Pero ni una cosa ni otra nos impidieron que dejáramos de sentir esas sensaciones que aporta la autenticidad de la vida. 


El primer contacto lo tuvimos en la plaza del Gesú Nuovo, donde se ubica la grandiosa iglesia con el mismo nombre. Su fachada, almohadillada y a base de sillares en pico, no da apenas señales de que estemos ante templo, pues conserva, salvo las remodelaciones barrocas de sus puertas (en especial, la principal), lo que fue entre los siglos XV y la primera mitad del XVI el palacio renacentista de la familia Sanseverino. Su confiscación por el virrey español hizo que unos años después acabase en manos de la orden de los jesuitas, razón por la que lleva el actual nombre. El interior alberga un espacio arquitectónico y de pinturas de primer orden, dentro de los cánones de un barroco, el napolitano, que rezuma de clasicismo, que lo aleja de la exuberancia que caracteriza al de Roma.  

Muy cerca está situado el convento de Santa Clara, construido en el siglo XIV, en el que visitamos el interior del templo y que en la actualidad tiene su campanario separado. 

 

Desde ahí nos adentramos en la vía Benedetto Croce, luego giramos hacia el Duomo y, tras su visita, regresamos por la vía Tribunali, hasta llegar finalmente a la plaza de Dante. Durante el recorrido fuimos viendo tiendas, talleres artesanales y establecimientos hosteleros, así como los accesos a viviendas, iglesias y palacios. Los escaparates dejaban ver una gran variedad de objetos y, ante todo, esas figurillas tan características de belenes, el mundo del carnaval, personajes de leyenda o gente famosa de nuestros días. Si la tarde lluviosa espantó de las calles a mucha gente, en la mañana del día siguiente se llenaron hasta rebosar.

 

 

La catedral, dedicada a Santa María de la Asunción, la visitamos los dos días. Se empezó a construir a finales del siglo XIII, durante la dominación francesa de los Anjou, lo que le aporta una estructura arquitectónica gótica a base bóvedas de crucería en las naves laterales, no así en la central, donde sus elevados pilares sostienen una techumbre  plana. Las remodelaciones del siglo XVII le han aportado los rasgos barrocos tan presentes en el altar mayor y en la decoración. La fachada del siglo XIX  se inscribe en un neogótico que, pese a la intención de recobrar su estilo inicial, resulta demasiado aparatosa.  



La presencia de San Genaro en Nápoles es cuasi omnipresente, dada su condición de patrono de la ciudad. La catedral, aparte de esa famosa sangre a la que atribuyen propiedades milagrosas, le tiene dedicada la Capilla del Tesoro, en la que su imagen está presente en el altar principal y en el cuadro de José de Ribera al que en otra ocasión me referí. Una imagen que se repite, de distintas formas, por numerosos rincones, aprovechando motivos insospechados. Es lo que puede verse en el mural que se ha pintado en los aledaños sobre una de las paredes de un solar semiderruido.  

  

Otro de los edificios que visitamos  el primer día fue la basílica de San Paolo Magiore, a la que se accede mediante una escalinata monumental. Fue construida entre los siglos XVII y XVIII dentro de los cánones del barroco napolitano y entre sus pinturas destacan los frescos del artista Francesco Solimena, situados junto a la Sacristía.  
 
 

Nos quedamos con las ganas de ver la Capilla de Sansevero y la escultura del Cristo Velato/Velado que se custodia en su interior, pero para ello hay que pedir cita con días de antelación. Y para acabar con lo que fueron los dos paseos por el Spaccanapoli, no puedo por menos que referirme a una imagen que, fijada sobre la pared, descubrí ya en las cercanías de la plaza de Dante: una Virgen negra sonriente. Cosas de ese sincretismo cultural tan propio de la antigua Neápolis.