domingo, 24 de enero de 2016

La singularidad política de Argentina (y 4)


























Después de lo escrito en los anteriores artículos parece claro que la singularidad de la política en Argentina parte de la presencia desde hace siete décadas del peronismo. Un movimiento, catalogado como populista, que se ha conformado desde la transversalidad política y social, y que, pese a sus situaciones cambiantes, aún sigue condicionando la vida política del país. 


Pero a quien más ha afectado el peronismo ha sido a los grupos de izquierda, cuya presencia política a lo largo de los años ha sido escasa, cuando no irrelevante. A ello no han sido ajenos errores graves, como los cometidos en distintos momentos por el Partido Comunista, incluido su papel en los momentos iniciales de la dictadura militar de los Videla y compañía. Tampoco ha sido ajena la deriva insurreccional en los años setenta de algunos grupos guevaristas  y trotskistas. Lo que vino después de la dictadura ha sido una sucesión de alianzas cambiantes e inestables, muy fraccionadas y, por ello, con poca representatividad institucional    

Por el contrario, en Argentina ha sido una constante la existencia de movimientos sociales de base muy activos y variados, aunque hayan sido los sindicatos los que más han arraigado y se han mantenido. La combatividad de los sectores populares ha propiciado importantes avances en la adquisición de derechos e incluso en los momentos en que las condiciones fueron muy difíciles, como las dictaduras, tuvieron capacidad de resistir para intentar mantenerlos. La última dictadura no dejó de ser la reacción de los sectores económicos dominantes ante una creciente movilización popular. Supuso en gran medida la persecución contra dirigentes y militantes populares con el fin de domesticar a la gente y poder aplicar un plan neoliberal de privatizaciones, financiarización y recorte de derechos sociales. Lo mismo que se estaba llevando a cabo desde los años sesenta en Indonesia, tras el derrocamiento de Sukarno, o en Chile desde 1973.

La movilización social que se produjo hace tres lustros por las consecuencias del gobierno de Menem y la consiguiente quiebra financiera fue impresionante, dando lugar a la creación de nuevas formas de lucha y organización, como la que representaron los llamados piqueteros. Sin embargo, de aquello quedan, si no restos, sí una menor presencia organizativa.  

Los gobiernos del kirchnerismo fagocitaron, una vez más, a los grupos de izquierda, atrayendo a amplios sectores de la población que, estando dentro de los diferentes postulados progresistas, han prestado su apoyo a dichos gobiernos. El kirchnerismo ha sabido atraer a mucha gente de la izquierda política y social a través de algunas medidas que tenían un gran componente simbólico. No ha faltado tampoco el apoyo de conocidas figuras de la izquierda, que, no exentas de críticas, han primado su oposición a la derecha política o su acercamiento a gobiernos como el de Venezuela con Chávez. No debemos olvidar que Ernesto Kirchner y Cristina Fernández pusieron fin a la impunidad de quienes participaron en la represión durante la dictadura, que rompieron con las imposiciones de los organismos financieros internacionales, que dotaron de mejoras a los sectores más desfavorecidos, que propiciaron un ciclo de crecimiento económico o que se alinearon con los gobiernos latinoamericanos progresistas.

Agotado el modelo por sus contradicciones derivadas de su propia naturaleza, la situación se ha tornado favorable, sin embargo, a la derecha política, vencedora en las recientes elecciones presidenciales. Y de nuevo la izquierda sigue manteniéndose desorientada y dividida. Resulta evidente que el peronismo, desde su vertiente populista progresista, es el principal condicionante en la conformación de grupos y alianzas políticas de izquierda más sólidas y estables, a la vez que más efectivas a la hora de condicionar los gobiernos, incluidos los del kirchnerismo.