Lo que finalmente han decidido ha sido seguir en el proceso, pero con algunas condiciones que consideran que están en la línea de lo que defienden. Una de ellas ha sido el desplazamiento de Artur Mas, cuyo sustituto, Carles Puigdemont, no ha tenido vinculación con los gobiernos catalanes que han dado lugar a casos graves de corrupción. Otra condición ha sido introducir en el programa de gobierno medidas que tengan un carácter más social y se alejen del sesgo neoliberal propio de los gobiernos de Mas.
No sabemos cómo se acabará percibiendo todo esto en el seno de la CUP. Ya en las semanas anteriores hubo desavenencias importantes. Las asambleas locales y generales lo reflejaron, incluida la famosa votación con el empate de 1515 votos sobre si investir o no a Artur Mas como President. Incluso su primer candidato por Barcelona llegó a anunciar su renuncia cuando, siendo finalmente partidario de permitir la investidura de Mas, parecía que se decantaba la postura de no apoyarla. El domingo, durante la votación de investidura de Carles Puigdemont, hubo dos abstenciones. No sabemos si el resto, que votó afirmativamente, lo hizo forzado por las circunstancias o por convencimiento.
En todo caso, la decisión tomada sigue siendo un arma de doble filo, cuyos resultados están aún por ver. Como también está por ver cómo va a proseguir la confrontación política entre Cataluña y el conjunto de poderes del estado. Todo va unido.