Horas antes (de madrugada) de que Pablo Iglesias, en nombre de Podemos, lanzara en la mañana del viernes el órdago a Pedro Sánchez para la formación de un gobierno de los dos partidos con el apoyo de las confluencias y UP-IU, El País publicó un editorial con un titular muy explícito: "Rajoy no puede, Sánchez no debe". Ponía en entredicho, así, a los dos líderes del bipartidismo en proceso de descomposición y, a la vez, aludía a una estrategia aplicada por el PP promoviendo a Podemos desde medios de comunicación conservadores con el fin de repetir la pinza contra el PSOE. Pero en el editorial no se daba ninguna alternativa. Y ha sido hoy cuando lo ha hecho a través de la demoscopia: en el sondeo publicado se dice que para la formación de un nuevo gobierno un 62% de la gente considera que sería mejor sin Rajoy y el 50%, sin Sánchez; se presenta como opción preferida la formación de un gobierno de PP, PSOE y Ciudadanos sin ninguno de esos líderes como presidente; y, ante todo, se resalta que el líder mejor valorado es Albert Rivera, dentro de una lista en que aparecen también Soraya Saez de Santamaría, Eduardo Madina y Susana Díaz, pero no así Alberto Garzón. Y por debajo de ese artículo aparece otro mucho más explícito: "Albert Rivera se afianza como el líder político más valorado".
En los medios de comunicación conservadores se trata hoy el tema de otra manera, que no es contradictoria, sino complementaria. Aparte de los previsibles y repetitivos ABC o La Razón, en el El Confidencial se destaca el enorme titular "Grandes fortunas se van a Suiza, Londres y Luxemburgo por miedo al 'frente popular'", y en El Mundo, más recatado en el tamaño pero no en la ubicación, se refleja con otro en la misma línea: "Luis de Guindos: 'Los mercados temen más a Podemos que a Cataluña'".
Resulta evidente dónde están las preocupaciones dentro del sistema de poder económico. Temeroso de ver paralizado, si no revertido, el proceso de desmantelamiento social y económico en la órbita del neoliberalismo, están poniendo el acento en lo que resulta primordial: cortar cualquier alternativa que lo ponga en entredicho. El sistema económico que puso todo tipo de impedimentos a Syriza en Grecia, aunque finalmente consiguiera neutralizar y doblegar a su gobierno. O el mismo que sigue mirando con preocupación lo que sucede en Portugal tras el pacto de PSP, Bloco de Esquerda y PCP.
Llama la atención cómo De Guindos ha sabido lanzar el mensaje principal, desechando, a través de la alusión a Cataluña, lo que hasta ahora ha sido utilizado por el PP y Ciudadanos como excusa para atraer votos. El cuento de la unidad de España sólo ha servido de argamasa ideológica, encubridora en realidad de lo principal.
El órdago de Pablo Iglesias es atrevido y coincide con lo que al poco de las elecciones de diciembre plantearon Alberto Garzón o Cayo Lara, proponiendo un gobierno progresista que pudiera fin a la deriva del PP en tantos frentes (reforma laboral, ley mordaza, LOMCE...). Hablarlo, estudiarlo y darle contenido debe ser la prioridad en el seno de los grupos de izquierda. No tanto en el reparto de cuotas de poder y de ministerios (Iglesias ya se ha postulado como vicepresidente) como en la dotación de un programa político que permita al nuevo gobierno paralizar lo iniciado por el PP y la puesta en práctica de medidas de urgencia social, restitución de derechos, regeneración democrática, diálogo con los distintos territorios, equidad en las relaciones de género, lucha contra las agresiones medioambientales, etc.
Los principales obstáculos están en el PSOE. Sus dirigentes son expresión de un dilema: quienes no desechan el acuerdo son conscientes de que puede ser la última oportunidad para que el partido no acabe como en Grecia; quienes se oponen corren el riesgo de abocar al partido a la pasokización y a lo sumo a mantenerlo en los gobiernos de algunas comunidades.
En el seno de IU se está hablando mucho de ello. Hay divergencias, pero no se debe rehuir el debate y menos establecer posiciones apriorísticas fijas. Apoyar un gobierno progresista, sólo si es necesario y sin entregar un cheque en blanco, no tiene por qué conllevar el formar parte de él. Hay consenso para que la decisión que se tome sea de manera colectiva, por el conjunto de militantes y simpatizantes. Es lo que se hizo, por ejemplo, en Andalucía en 2012 y a finales de 2014.
Cada tiempo requiere su análisis y toma de decisiones. Ahora está en juego continuar en la agenda marcada por el sistema económico desde hace más de un lustro y que en España, cuyas consecuencias están lastrando a buena parte de la sociedad y condenando a las generaciones más jóvenes a la precariedad laboral, la emigración y la pobreza. O romperla, para iniciar un camino nuevo que abra perspectivas ilusionantes para la inmensa mayoría. En última instancia discutirlo no es malo
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