Estos días han vuelto a salir a la palestra políticos de otro tiempo. Dinosaurios, vamos. Felipe González ha lanzado eso de "Ni el PP ni el PSOE deberían impedir que el otro gobierne" y José Mª Aznar, lo de "Podemos es una amenaza para nuestro sistema democrático y nuestras libertades". No han faltado otras voces, como los Leguina, Corcuera o Rodríguez Ibarra, que a coro están alertando sobre los peligros de un gobierno de izquierdas.
Es cierto que nunca han dejado de hablar en público, aprovechando cualquier ocasión o foro que tuvieran a mano. Conferencias (bien pagadas, lo preferido por Aznar), entrevistas (muy practicadas por González), tertulias en los medios de comunicación (donde es asiduo Leguina, sin que le falten los emolumentos correspondientes), eventos de patrocinio empresarial (muy propios también de Aznar y González) o incluso mítines (con González como un buen practicante).
Sus palabras resuenan graves y pretenden ser las voces de unas conciencias que creen perdidas en sus sucesores. Aznar no para de recordarle a Rajoy que lo está haciendo mal, si no muy mal, creyendo que una mayor radicalidad (por la derecha, por supuesto) sería beneficiosa para su partido. González, por su parte, ha dejado patente en los dos últimos años su obsesión por que se forme una gran coalición, mirando a esa Alemania a la que tanto debe: la de un más que generoso SPD que tanto le apoyó antes de ser jefe de gobierno o la de una CDU, con el señor Kohl como todopoderoso, con cuyos gobiernos cerró tratos suntuosos.
Aznar y González, ya se sabe, se dedican ahora a sus negocios. Con suculentos beneficios, como corresponde a su condición. Siguen creyéndose imprescindibles y por eso dicen lo que dicen y hacen lo que hacen. Por aquí y por allá. Verlos me parece tragicómico. Por lo que representaron, como capitales de los pilares del sistema, y por lo que son ahora. Antaño, rivales hasta la extenuación, aunque fuera sólo para disputarse el puesto en la poltrona del poder. Hoy, sin que se sientan amigos, diciendo las mismas cosas. Porque cuando gobernaron, siempre defendieron lo mismo, salvo matices de poca monta.