No me han sorprendido las palabras sobre la Guerra Civil que Pablo Casado ha pronunciado esta mañana en el Congreso: "un enfrentamiento entre quienes querían la democracia sin ley y quienes querían ley sin democracia". Forman parte del guion que el PP está siguiendo desde enero de 2020, cuando, durante la sesión de investidura del nuevo gobierno, se instaló en el discurso de la ilegitimidad para no reconocerlo. Y no está solo. De un lado, un Ciudadanos en caída y de otro, por su derecha, un Vox que le azuza de tal manera, que desde hace unos meses los dos partidos están actuando entre la connivencia y la competencia por ver quién es más que el otro. Es la medida de la derecha española. En el caso del PP, incapaz de desprenderse de sus fantasmas del pasado. Y en el de Vox, haciéndolos suyos sin tapujos. Coherentes, eso sí, con una realidad: la apropiación casi ininterrumpida de las instituciones a lo largo del periodo contemporáneo y el boicot, cuando no su derrocamiento por la fuerza, a los grupos que desde la izquierda han accedido a ellas. Una dura realidad, porque parte del hecho de considerar que el país sólo pertenece a quienes representan. Son la expresión de la España negra. Y así nos va.